Hola. Hace más de un año
que Wanderer no publica ninguna de mis aventuras, porque ha estado con su
líbido ocupada y no se ha acordado de mí, pero yo sí me he acordado de ti y de
tener experiencias que valiese la pena contarte y que te valga a ti la pena leer.
Aunque, dicho así, suena muy fanfarrón. No, no ha habido tantas experiencias
como parece, pero las que ha habido han valido la pena. La mejor, sin duda, esta
que estás leyendo. La tengo muy reciente, así que prepárate para un relato
detallado.
Desde que me gano la vida
con la publicidad en Internet me meto en proyectos de todo tipo con amigos y
familiares a los que dedico algo de mi tiempo y ellos consiguen algo de
notoriedad en su negocio. Algunos de esos proyectos requieren medios
audiovisuales, vídeos o cualquier otra cosa, y tengo una amiga licenciada en
Imagen y Sonido con la que trabajo muy a gusto. Nos conocemos desde hace una
docena de años, o quizá más, y siempre nos hemos llevado genial. Incluso hubo
un tiempo en que estuve algo colado por ella. Pero ella nunca lo supo. Bueno,
por lo menos hasta que lea este relato, si lo lee. Para el caso diremos que su
nombre es Isabel. Como siempre, cambiaré los nombres.
El caso es que estábamos
acabando un proyecto, después de bastante tiempo, bastante
contentos con el resultado. Nos quedaban unos pocos ajustes y un par de detalles,
poca cosa que podía hacerse en una tarde, y llevábamos los plazos muy bien, así que decidimos juntarnos cuando pasara
la Semana Santa. Pero el pasado
miércoles, víspera de cinco festivos consecutivos, recibí un mensaje en el
whatsapp:
-
Súbete
a casa que tenemos que ver un par de cosas y comemos los tres aquí. Tráete el
bañador.
Al decir “los tres” se
refería, claro está, a nosotros dos y su marido. Es un tipo genial, muy
sencillo, muy buena persona, y con muchísima pasta, con la que pagó el chalet
en el que viven y al que me invitaban a comer. Además, él es el origen de muchos de nuestros
contactos profesionales.
Aquí ya hace calor. No es solo
que haga buen tiempo, es que hace calor, y la idea del bañador ya es una
realidad, así que me puse bermudas impermeables, cogí la mochila con la toalla
y las chanclas, la crema y las gafas de sol graduadas y en media hora estaba
descalzo sobre el césped de su casa, saludándoles.
Isabel me recibió en
bikini, uno color verde grisáceo que ya le había visto alguna vez, y con un
pareo atado a sus caderas. Sus dos besos de rigor, con la mano sobre mis
hombros, fueron un destello que quise saborear pero que pasó tan rápido que
apenas pude darme cuenta. Su marido, Miguel, en bañador tipo boxer, estaba
envuelto en el humo de la paella que nos estaba preparando, en el paellero al
fondo de su parcela, mientras la piscina se iba llenando con un chorro fino de
agua fresca que apenas hacía subir el nivel. Quizá tardaríamos un par de horas
más en poder zambullirnos, y faltaba media hora para comer, así que Isabel
propuso tomar el estupendo sol de finales de marzo. Ya veríamos el tema de
trabajo tras la paella y la piscina.
Dejé la tumbona para la dueña de la casa y estiré mi toalla sobre el césped, justo al lado. En un momento estaba inmóvil
como una piedra al sol, boca arriba, sin camiseta. Ella se quitó el pareo
mientras caminaba sobre mi toalla para llegar a su tumbona, mirándome
-
¡Vaya,
qué bien te mantienes, ¿no?!
-
Gracias.
Viniendo de ti es todo un halago.
-
¿Qué
quieres decir?
-
Que
tú sí que te mantienes bien, tú eres un prodigio de la naturaleza, una
anomalía. Que a ti te parezca que yo me mantengo bien es de agradecer.
Es cierto, es una
verdadera belleza, algo que escapa a toda lógica. Tiene casi cuarenta años pero
está igual que cuando la conocí, o quizá mejor. Su cuerpo, de largas piernas,
caderas firmes, cintura estrecha y hombros bien formados es todo un canon para
dibujantes. Y es preciosa, con sus ojazos oscuros y su sonrisa dulce. Creo que
la he visto maquillada media docena de veces desde que la conozco, porque nunca
lo ha necesitado.
-
Muchas
gracias. Oye, ¿te importa que haga topless? No quiero empezar el verano
teniendo marcas.
-
¿Importarme?
Estás en tu casa, no seré yo quien te lo impida.
-
¿Seguro?
¿No te sentirás incómodo?
-
Para
nada. Mira, para que no haya dudas, me quito las gafas, así puedes estar
tranquila de que no veré nada.
Era mentira, sí me
impactaba la idea de que hiciera topless. No por el topless en sí, por
supuesto, cada cual que haga lo que quiera, pero ver por primera vez los pechos
al descubierto de esa mujer no iba a dejarme impasible. Y aunque me quitase las
gafas, seguiría viendo. Pero disimulé como pude, mientras oía los movimientos
de Isabel sobre la tumbona, al incorporarse para quitarse la pieza del bikini,
y cuando volvió a tumbarse. Tenía la cabeza hacia el otro lado, pero sentía
la necesidad de mirar, para tener una estampa real de lo que había imaginado
tantas veces y seguía imaginando. Tener un recuerdo claro haría que dejara de
darme vueltas la cabeza.
Ella comenzó a hablar,
primero de las paellas tan buenas que hace su marido, luego de algunos aspectos
del trabajo que teníamos a medias, luego de cosas banales, y yo le
respondía a veces, manteniendo la orientación de la cabeza alejándome de la
tentación, simulando que lo hacía porque el sol me molestaba. Hasta que dijo
una frase que despertó todos los poros de mi piel, que acarició una parte muy
secreta de mí y que desató la erección que no me abandonaría en bastante rato:
-
¡A
ver, si me pongo en topless para que me mires las tetas y no me las vas a mirar,
me vuelvo a tapar, hombre!
Había bastantes rastros de
sarcasmo en su frase y poca vergüenza, y yo tenía que responder algo que
estuviera a la altura, que no me dejara en el lugar de un pardillo que no se
atreve a mirar a una mujer, pero tampoco en el de un baboso que la sexualizara
fuera de lugar:
-
Es
todo un honor para mí que finjas que las muestras para que yo las vea, aunque
sea de broma. No soy digno de hacerlo, pero voy a mirar porque es tu voluntad y
porque dejar pasar una imagen como esa me pesará el resto de mi vida.
Ya sabes cómo hablo cuando
me excito, y en ese momento ya tenía una erección bastante importante
comprobando la resistencia de la tela de mis bermudas. Me incorporé en la
toalla, muy cerca de la tumbona, y podía ver todo el cuerpo de Isabel, tendido
e inmóvil cuan largo es, con su piel morena cubierta de pecas reluciente al
sol, tapada únicamente por la parte de debajo de su bikini. Sus piernas
llegaban hasta allá lejos, fantásticas, toboganes sobre los que deslizarse
sintiendo a la vez la caricia y el vértigo. Sus brazos, a ambos lados de su
torso, como enmarcando el hermosísimo cuadro de su abdomen firme y terso, con
su ombligo abierto como una cara de asombro. Su cabeza, en el extremo más alto
de la tumbona, yacía apoyada sobre una maraña de rizos, ligeramente ladeada
hacia mí, observando qué hacía y, sobre todo, hacia dónde miraba. Su sonrisa, pícara,
ligeramente humedecida por algún repaso con la lengua que no había llegado a
ver, por suerte para mi salud arterial. Y por fin, el gesto que ella esperaba
que hiciera; bajé la vista primero hacia su barbilla, seguí viendo su cuello,
su esternón, y finalmente, la maravilla duplicada de sus hermosos pechos,
tersos, brillantes al sol, apetecibles, del tamaño exacto para mí, vencidos por
la gravedad lo justo para certificar ser naturales, con los pezones algo más
sonrosados, aunque totalmente relajados. Una risita escapó de la nariz de
Isabel.
-
¡Qué
bendita maravilla, qué visión! ¡Qué afortunado me siento de poder mirar y
admirar un cuerpo como el tuyo!
-
¿Y
de los pechos qué dices? ¿Es que no tienes palabras o que no te atreves a
decirlas?
Me dejé caer sobre la
toalla, esta vez boca abajo. Mi erección comenzaba a ser demasiado evidente y
su forma de hablarme me estaba descolocando y excitando a partes iguales. Nunca
me había hablado así, ni había habido el más mínimo atisbo de juegos de este
tipo. Me había pillado totalmente de improviso. Y con su marido en el paellero,
al otro extremo del chalet.
-
¿Eh?
¿No dices nada? ¿Es que no te han gustado?
-
No,
lo que ocurre es que mis palabras son armas que quizá no quieres que utilice.
Son herramientas con las que conseguir caricias que no te imaginas y que te
harían sentir de formas que no te esperas. No hagas que me ponga a decir lo que
mereces que te diga, porque no sabes lo que puedes desatar.
-
¡Bah!
Seguro que dices eso para esconder el hecho de que no te han gustado mis tetas.
Seguro.
-
Decir
eso es clamar al cielo – vuelvo a incorporarme, aún a riesgo de que perciba mi
erección – porque me han gustado tanto que has destapado mi verborrea. Y debo
advertirte, o detengo ahora mismo mi flujo de palabras o no seré capaz de
controlar lo que acabe ocurriendo aquí.
-
¡Jajaja!
¿Qué vas a hacer con tus palabras? ¿Solo con tus palabras?
-
Pues
puedo hacer que sientas cómo mis palabras se deslizan bajo tu piel, cómo de
repente se hacen sensibles partes concretas de tu cuerpo, cómo comienza a
apetecerte algún tipo específico de caricia y cómo las sensaciones van pasando de
mi voz a tus oídos, entrando en tu cerebro y, desde ahí, tomar el control de tu cuerpo, y finalmente, de tu deseo. Puedo hacer que mis
palabras se arremolinen y que tomen la forma de la misma lengua con que las
pronuncie, para que vayan a buscar, por ejemplo, uno de esos pezones tan tersos
que he visto hace un momento por primera vez, y hablando, hablando, hacer que
las letras en procesión vayan dándole vueltas una y otra vez, siempre con forma
de mi lengua, hasta que sientas cómo se endurece. Y cuando notes el contacto imaginario que yo te narre y veas que, sin
hacerte nada, se pone duro y necesita una caricia, sabrás que estás a merced de
lo que yo te diga.
Isabel me escucha con los
ojos muy abiertos. Al principio parece que solo quería jugar conmigo, pero mi palabrería la ha pillado por sorpresa. Pasa una mano inconscientemente
por debajo de uno de sus pechos, el más cercano a mí, casi como si fuera a
cubrírselo, como si de repente se hubiera sentido más desnuda de lo que se
sentía antes, pero lo que hace es deslizar las yemas de sus dedos por la parte
inferior, como si fuera a tomarlo para sopesarlo. Los dos miramos el pezón de
ese pecho, y, en efecto, se ha ido endureciendo mientras le hablaba. Y en ese
momento me mira, como si hubiera entendido, como si ya supiera lo que quería
decirle, y pidiendo más. Comienzo a hablar, en voz baja y grave, para evitar
que posibles vecinos me oigan y, sobre todo, su marido.
-
Porque
con mis palabras puedo conseguir de tu piel cualquier cosa que tú estés
dispuesta a buscar. Puedo hacer que sientas que mis palabras te lamen, que te
besen, que te acaricien. Ahora las letras que pronuncio han jugueteado cerca de
tu pezón y lo han puesto duro, pero ¿te imaginas cuando mis palabras correteen
por tu piel, bajando hacia tu cintura, o hacia donde yo quiera que bajen? Por
ejemplo, igual que tu pezón se irguió, puedo hacer que tu mano, ahora que te
sujeta el pecho, lo oprima, ligeramente. Eso es, así. ¿Ves? Lo he conseguido
con mis palabras.
He
esperado unos segundos, atento, para ver si había conseguido convencerla con
mis palabras o no reaccionaba a lo que le decía. En efecto, ha cerrado
ligeramente sus dedos para comprimir la carne tierna de su pecho, mientras sus
costillas se llenaban del aire que inspiraba con fuerza como respuesta a las
sensaciones. Mi erección es tan intensa que siento mi pubis ardiendo. Intento
ir despacio, pero las palabras que me van saliendo van cada vez más lejos.
-
Ya
te lo he dicho, voy tomando el control de tu piel con mi voz. De hecho,
estoy seguro de que hay partes de tu cuerpo que están comenzando a despertar, y
tú lo sabes. Pero aún no voy a nombrarlas. Ya llegará el momento en que sientas
fluir mis palabras y lo que no son mis palabras. Ahora quiero concentrarme en
tomar el control de tu piel y de tu respiración, y creo que lo he conseguido
ya. Y también voy a conseguir que pellizques un poquito tu pezón. ¿Crees que es
ir demasiado lejos? Estoy seguro de que lo harás, para mí. Y sobre todo para
ti. – ella lo piensa un poquito, pero sonríe, me guiña un ojo y lleva dos de
sus dedos en forma de pinza a su pezón. – Hazlo. Eso es. Tira un poquito, solo
un poquito. Te gusta, ¿eh? Jo. Si te digo la verdad, desearía ser yo el que
estuviera haciéndote esas cosas, me encantaría hacerte pasar un rato excitante,
sensual, despertar tu cuerpo con mis caricias. Lo he imaginado tantas veces, lo
he deseado hacer tantas veces, he tenido tantas erecciones imaginando que te lo
hacía, suavemente, jugando con tu pezón. ¿Y el otro pezón? Está solo, ¿crees
que pueden sentir lo mismo los dos pezones a la vez? Inténtalo. Vaya, parece
que sí, y que te ha gustado. Ahora lo complicaremos más. ¿Te gustaría que
fuésemos un poquito gorrinos? Vamos a hacer una travesura. Llénate de babas los
dedos de las manos. Bien lleno de babas, que resulte asqueroso. Más. Más babas.
Bien, que chorree. Me encanta que hagas todo lo que te pido, es como si fuese
yo mismo el que te lo estuviera haciendo; casi siento el sabor de esas babas en
mi boca. Llévalas a los pezones, una mano para cada uno. Y acaríciatelos,
cuando estén bien mojados. ¿Sientes los caminos de saliva que has hecho desde
tu boca a tus pechos? Te los sorbería, te los recogería a lametazos, de tu
boca, de tu cuello, de tus pechos. Pero ahora solo están entrando en acción mis
palabras. Así que seguiré diciéndote lo que quiero que hagas con toda esa baba
que gotea. Quiero que la restriegues por toda la forma de tus
pechos, como si quisieras cubrirlos. Más, échate más baba, si es necesario.
Porque lo que quiero que hagas después es lo siguiente: Coloca las palmas de
tus manos sobre tus pezones, y abre bien los dedos, para abarcar tus pechos,
para estrujártelos, pero quiero que estén tan mojados de saliva que se te
escurran, que sientas la guarrería a la vez que el placer de hacerlo. ¿Cómo
vas? ¿Crees que mis palabras conseguirán lo que tú y yo queremos?
-
Si
te refieres a ponerme cachonda, ya lo estás consiguiendo.
-
No,
no me refiero a eso, pero lo conseguiremos, luego te diré a qué me refiero. Ahora
quiero que te amases los pechos, mojados y resbaladizos, como si fuera yo mismo
quien te los masajeara. ¿Te gustaría que te los amasara? Lo haré, luego lo
haré, y lo disfrutarás, pero ahora quiero que lo hagas tú, mi erección necesita
que lo hagas tú, porque ya hace rato que no soy yo el que piensa lo que quiero
decirte, sino que te pido las cosas que me nacen de debajo del bañador. Y
ahora, lo que me la pondrá aún más dura será que frotes un pezón contra el
otro, para que resbalen entre ellos, si llegan, o los pongas lo más juntos que
puedas; aplasta tus pechos entre sí, y sóplate la saliva, para que sientas en
tus pezones cómo se evapora y cómo corre el aire. Qué palabra tan bonita, corre
el aire. Mi polla se ha alegrado de oírme decirla.
Me acerco más a la tumbona
y me siento en un hueco junto a su cintura. No la toco en absoluto, pero estoy
muy cerca. Ya no me preocupo por ocultar mi erección, sería un esfuerzo inútil. Ella está resoplando, mientras amasa sus
pechos tal como le dije que hiciera y hay un suave oleaje que está
comenzando a apoderarse de su cuerpo y de su gran estatura. Desde donde
estoy es una magnifica imagen, con esa mujer increíble semidesnuda
acariciándose y mirándome, atenta por si le doy más instrucciones para que siga
dándose placer. Creo que tengo una gotita comenzando a traspasar la tela de mis
bermudas.
-
Joder,
Isabel, cómo me tienes. Quién me iba a decir a mí que te iba a tener así alguna
vez, a merced de mis palabras. Pero yo no quiero parar aquí, no quiero dejarlo
así. Hay muchas palabras que aún me faltan por decirte, hay muchas cosas que
quiero pedirte y muchas sensaciones que quiero que sientas. Hay muchas partes
de tu piel que aún me faltan por inspeccionar a través de mis palabras, así que
despídete de tus pechos, de momento, pero no de la saliva. Quiero que traces
una línea con tu dedo índice, que pase entre tus pechos y que vaya bajando,
hacia tu ombligo. Carga más saliva, si quieres. Acaricia tu ombligo, todo el
orificio, traza la circunferencia, rodéala, llénate el ombligo de tu saliva,
métete el índice, hasta el fondo, como si quisieras penetrarte por ahí. Eso es.
Dentro, fuera, dentro, fuera. Veo que tu otra mano se va sola hacia tu cintura.
Me parece bien, yo también quiero que vayas hacia allí, y me indica que estás
caliente, que estás comenzando a estar ansiosa. Bien.
-
¡Ah,
ya estáis en ello! No interrumpo.
Miguel, el marido que no
quería que nos oyera, ha aparecido por aquí con un plato en la mano, ha visto
lo que estaba pasando y se ha vuelto a ir. Estoy un poco perplejo pero Isabel
asiente, me guiña un ojo y me dice:
-
Tranquilo,
luego te explico. Ahora sigue con esto, que sí, estoy caliente y ansiosa, pero
me encanta todo esto. Vamos muy bien, sigue.
-
Ummm,
no sé lo que pasa, pero si todo está bien yo encantado. Porque llevo un buen
rato sintiendo la necesidad de pedirte que separes tus piernas, que las flexiones y que lleves tus manos a tus muslos, junto a las rodillas. Apóyate con la
uña de cada dedo corazón en la cara interna, y arrástrala. Ve bajando. Más
despacio. Ahora vuelve a subir a las rodillas, y clava las cinco uñas de cada
mano, arrastrándolas, como si quisieras marcar los surcos. Eso es. Como si
quisieras separar los músculos. Muy bien. Y ahora, lleva tus dos índices muslo
arriba, y sin apartar tu bikini, deslízalos por ambas ingles. Vuelve a bajar.
Vuelve a subir. No, no te vas a quitar el bikini aún. Quiero tenerte mucho más
ansiosa. Si puedo contenerme.
Isabel tiene las piernas
abiertas, con los pies planos sobre la tumbona, y una de las rodillas se apoya
en mi espalda. No puede estar totalmente abierta, así que me levanto, para que
pueda abrirse del todo, y mi erección queda como una flecha apuntándola. Ella
deja caer su muslo para estar abierta por completo mientras alarga una mano
para intentar agarrarme la polla, y por un momento estoy a punto de dejarme
coger, pero aparto las caderas rápidamente y me siento en la tumbona, donde
antes estaban sus pies. Estoy entre sus muslos, a la distancia de un brazo de
su entrepierna, ahora solo cubierta por su bikini, y puedo observar claramente
la mancha de humedad que delata cómo están las cosas.
-
Veo
lo mojada y lo cachonda que estás, creo que al final mis palabras sí lo van a lograr.
Lo que te dije antes que quería conseguir, supongo que lo has deducido tú
misma, es que te corras, que te corras para mí, por mí, sin que yo llegue a
tocarte.
-
Ufff,
cabrón, necesitaré tu polla, para eso.
-
No.
Solo palabras, y obediencia.
-
No,
digo que tendrás que enseñármela, al menos. Puedo ver tu tienda de campaña,
tiene que ser magnífica. Quiero verla por fin. He oído tantas cosas…
-
Un
momento, ¿has fantaseado sobre mí y sobre mi polla?
-
Bueno,
sí… y sé que tú también sobre mí. Dime, ¿alguna vez has imaginado tenerme aquí,
desnuda, cachonda, tocándome a tus órdenes?
-
No
hay ninguna mente normal que pueda imaginarse algo así, este momento es algo
único e irrepetible, y como tal lo estoy disfrutando. Espero que tú también.
-
Ya
lo creo…
-
Pues
vamos a continuar disfrutando. ¿Dónde tenías las manos? Te acababa de pedir que
te acaricies las ingles. Vuelve a hacerlo, pero mucho más lentamente. Más
despacio. Quiero que te pares cuando estés justo en medio del trayecto, cuando
sientas el tendón. ¿Lo tienes? Bien, síguelo, hacia dentro. Por encima de… ¡eh,
por encima! Sigue mis órdenes. Pasa con tus dedos por encima de la tela de tu
bikini. Y cuando se junten haz un poco, solo un poco de presión para detectar
las formas que esconde la tela. No quiero que te entretengas ahora en eso, ya
llegará ese momento. Ahora solo quiero que se despierte tu coño, si no lo está
aún. Eso es, ahora lleva las yemas de tus dedos por encima de tu bikini hacia
arriba, suavemente. Luego empuja, pasando hacia abajo, suavemente, también. Lo
notas, ¿eh? Yo noto tu forma de ondularte sobre la tumbona, me estás meciendo
con tus movimientos, es muy sexy. Sigue pasando tus dedos, solo tus yemas, aplastando
tus labios bajo el bikini, hasta arriba, y hasta abajo. No lo hagas tan fuerte,
que te quitarás el bikini sin que te lo pida yo. Ahora quédate quieta. Con los
dedos a dos centímetros de la tela del bikini, pero no te toques. Respira.
Mírame. Aguántame la mirada mientras decido cuándo vas a poder tocarte. Puedo
oler tus jugos desde aquí, creo que soy algo cabrón. Está bien, vuelve a
tocarte. Pon los dedos sobre tu bikini, quietos, y haz círculos grandes con la
muñeca, como si amasaras tu coño, manteniendo la presión. – ella levanta las
caderas en el aire, con las piernas abiertas, para frotar su coño, aún
cubierto, contra los círculos que hace con sus manos. Yo me he descubierto
unas cuantas veces con mi mano sobre mi erección, e incluso una vez bajo el
pantalón masajeándome la polla. -. Muy bien, estás portándote muy bien y te
mereces un premio, si me haces un favor. Quiero que metas un dedo, solo un
dedo, por debajo del bikini. Que recojas con él una buena cantidad de jugos de
tu coño caliente, y que me lo des a probar. Quiero chupar tus jugos, así que
tendré que hacerlo de forma indirecta. Si lo haces te dejaré quitarte el
bikini. Pero para conseguirlo has de hacer lo siguiente: meterás la mano bajo tu
bikini y buscarás con tu índice la entrada de tu coño. Meterás dos falanges,
solo dos, de tu índice. Entrar y salir. Nada de abusar de la situación. Solo
has de hacerlo para darme tus jugos. Hazlo.
Ella recibe mi último
imperativo y en un segundo ya tiene una mano bajo su bikini. Puedo percibir los
movimientos de su muñeca bajo la tela, y veo cómo le cambia la cara cuando
encuentra el lugar que busca y se penetra ella misma con su dedo. Un segundo
después tengo su índice señalándome obscenamente, cubierto de una sustancia
pegajosa y húmeda, y me acerco para lamer la yema de su dedo, primero, luego
abro la boca y me meto su dedo del todo, felándoselo mientras me embriago del
sabor de su coño con los ojos cerrados. Cuando los abro ella está mirándome
ansiosa. Le hago una seña y se revuelve rápidamente para quitarse de un tirón
su bikini manchado. Está de par en par, con los labios abriéndose como
una orquídea y una mata de pelo oscura indicando el lugar. En ese momento
siento que estoy tan excitado que sería capaz de correrme solo con que moviera
un poco la tela de mis bermudas, y le digo:
-
Ahora
solo falta que te corras para mí. Mis palabras te han traído hasta aquí y me
has hecho caso en todo. Ahora quiero ver cómo te masturbas, quiero aprender lo
que te haces para disfrutar, quiero que te acaricies, que te penetres, que te
agites el clítoris, y, sobre todo, quiero que te corras.
Isabel no tarda mucho en
hacerme caso. Con una mano se masajea el bultito de la parte superior de sus
labios, hinchados y mojados, y con la otra va buscando un agujero en el que ya
ha entrado pero que yo no he visto aún dónde está. Tiene los ojos cerrados,
gime, suspira, se agita. Lanza caderazos hacia arriba, vuelve a mirarme, me
dice obscenidades. Tiene dos dedos dentro de su coño y el clítoris aprisionado
por una pinza hecha con dos dedos de la otra mano. Está temblando, suspirando, jadeando. Pero
la situación no avanza. Me mira, y con un hilillo de voz, dice:
-
Ya
sabes lo que necesito.
Y yo recuerdo lo que me
pidió. Me arrodillo en la tumbona, me coloco entre sus muslos y bajo un poquito
mis bermudas. Mi polla, dura, hinchada, casi morada, abotagada de tanto tiempo
allí dentro, la señala con su cabezota. En la punta, un rastro pegajoso de
líquido preseminal. Ella exclama algunas palabras inconexas con los ojos como
platos, y yo agarro mi polla con una mano y simulo masturbarme. Al subir se
derrama algo más de líquido, y desde donde estoy, justo dos palmos por encima
de donde está pasando todo, se desliza una gota sobre sus manos, quizá
sobre sus labios, y al sentirla caer lanza un gritito.
-
Y
ahora córrete, para mí, como hemos dicho que íbamos a hacer, ahora que tienes
mi jugo metido en todo este lío, llévatelo con tus dedos dentro, como si mi
polla fuera la que te está barrenando, esta polla que por fin has visto y que,
quizá, no es como te esperabas, pero que hará que te corras ahora y muchas
veces, porque la mejor sensación del mundo es sentir cómo te corres con mi
polla dentro. Darte caderazos mientras las paredes de tu vagina se contraen,
sentir el calor de tu jugo al derramarse contra mis testículos, y tu clítoris
arrastrándose contra el tallo de mi polla cuando eres tú la que me folla y se
restriega contra mí. Y cuando te hayas corrido me masturbaré para ti, porque
quiero derramar todo este deseo que acumulo cada vez que estoy cerca de ti, y
viendo cómo te mueves, cómo te agitas, cómo te convulsionas, estoy a punto de
correrme solo con la forma como gritas.
Finalmente se desploma,
tras agitarse en varias sacudidas que la han elevado sobre la tumbona y lanzar
algunos gritos breves e intensos, y se queda algo aturdida mirándome. Mientras,
yo estoy con la polla al aire, con mis bermudas a medio muslo y a punto de
correrme a la primera caricia; empiezo a bajarme de ahí para darle algo de
espacio, pero ella se da cuenta y hace algo que resulta casi definitivo para
provocar mi eyaculación: coge una de mis manos para que no me aparte, recoge
con sus dedos de la otra mano todos los jugos que puede de los que rezuman de
sus labios, y los restriega en mis dedos. Inmediatamente los deslizo por la
superficie de mi glande, untándome sus jugos, acariciándolo, y estoy tan
caliente, y es tan deliciosa la sensación, que no tardo en sentir que me falta
muy poquito. Busco con la mirada y ella hace un solo gesto indicando su vientre
plano y sus pechos. Y como si fuera una respuesta salta de la punta
de mi glande un chorro de esperma, mientras me convulsiono con un caderazo
hacia delante, y luego otro chorro de esperma, y otro más, y se van quedando
una serie de charquitos blancuzcos sobre su piel tostada y sudorosa, y me corro
sobre ella, masturbando mi polla a dos palmos de su coño, de ese coño con el
que tanta veces he fantaseado y he imaginado correrse. Y para estos dos
orgasmos no ha hecho falta tocarnos, en absoluto.
Ahora ya hemos acabado con
las urgencias, y la realidad vuelve a tomar peso en todo esto. De repente me
acuerdo de Miguel, de lo que dijo antes, y me pregunto cuánto ha oído y cuánto
ha visto de lo que ha pasado. Pero en unos segundos aparece, desnudo, con su
mano en su pene erecto, y lo lleva a la boca de su mujer. Ella, todavía
cimbreando sobre la tumbona, sexy, majestuosa, ondulante, se revuelve con
rapidez y comienza a felarlo. Él
comienza a hablar, con frases entrecortadas por el placer:
-
Esto
es parte de un acuerdo. Tú eres su capricho, y hoy vas a estar con ella. Si
quieres, claro, y te parece bien. Si los dos estáis de acuerdo yo me uniré en
algún momento. Si no, simplemente miraré o aprovecharé algún parón, como ahora.
-
Entonces,
¿podríamos haber follado?
-
Y
follaremos, el día es muy largo. – Ella aparta la polla de su marido de su boca y
habla mientras sigue masturbándole. – El principio ha sido digno, pero solo ha
sido eso, un principio. Quiero esa polla dentro, cuando estés preparado, y más
semen como este golpeando mis paredes.
-
Y,
¿cuál es la otra parte del acuerdo? Si puedo preguntar.
-
Lorena,
su amiga. ¿La conoces?
-
¡Y
tanto! Es guapísima.
-
Pues
ella es mi capricho, si ella quiere y le parece bien. – Al decir esto, quizá
al pensar en Lorena y en lo que tiene previsto, se agita y se contrae
eyaculando en la boca de su mujer, que la mantiene bien profunda sin dejar
salir nada de sus labios. Yo estoy algo incómodo viendo justo ese momento, pero
la imagen del posible trío que me acaba de describir también me ha impactado a
mí.
-
¿Los
tres…? Eso será digno de ser visto… aunque quizá sea pedir demasiado…
-
Veremos
qué podemos hacer… Ahora vamos a comer, van a hacernos falta muchas energías
esta tarde.
Y nos vamos a comer, tan
tranquilamente, como si no pasara nada. Isabel se levanta de la tumbona y
camina desnuda como una diosa del sexo, Miguel, también desnudo, la sigue a
menos de un metro, y yo me quito las bermudas, que llevaba a medio bajar desde
hacía un buen rato, para no desentonar.
Este es el primer relato
de una serie de situaciones que han pasado y que pasarán a partir de aquí. En
tus manos está que escriba la continuación, si lo deseas, en alguna de sus
partes. Ya sabes cómo hacerme saber tu interés por lo que queda por contar.
Espero que hayas disfrutado de este relato tanto como yo escribiéndolo. Sería
imposible que lo disfrutaras tanto como yo viviéndolo.
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