lunes, 2 de noviembre de 2015

Dos historias.


Desde hace un par de días tengo colocada entre los dos muslos una sensación entre picor y quemazón que me tiene inquieto todo el día y me lleva a buscar posturas y movimientos que inicien un roce, una presión o un contacto casi involuntario. Me descubro con las manos comprobando el estado de los órganos tan queridos que habitan en ese rincón de mi cuerpo y no dejo de estar dispuesto para aprovechar cualquier excusa para quitarme la ropa y masturbarme. Es como estar en stand by, no apagado sino activo, sin estar en marcha aunque baste un simple dedo para encenderme.

La culpa de mi estado habita en mi cabeza. Hace unos días volvió un recuerdo, una situación, una imagen y un conjunto de sensaciones que despertaron mi cuerpo, y no he podido ni querido apartarlas. Y con ellos, otro recuerdo, otra situación, y otra imagen que viaja siempre junto a aquella, porque unos siempre, siempre, me recuerdan a los otros. Me vienen fogonazos de formas, de sonidos, de partes de un cuerpo desnudo agitándose pegado al mío, y vuelvo a lanzar mi imaginación a recuperar esos recuerdos, o incluso, a mejorarlos.

No estoy orgulloso de lo que pasó, en ninguno de los dos casos, pero sí de que pasara. Desde hace años huyo de las mujeres con pareja, ya he tenido demasiados problemas de ese tipo. Pero en estos casos mi cerebro no pudo evitarlo.Y mi cuerpo tampoco.

En mi ciudad tenemos unas fiestas locales muy peculiares, de las que solo contaré que para celebrarlas nos agrupamos en una especie de peñas que repartimos por el casco antiguo. Nos visitamos mutuamente en los distintos locales, de forma que en la semana de fiestas, en pleno mes de julio, de acá para allá conoces a mucha gente. Nuestro local, amplio y espacioso, es conocido por tener un grifo de cerveza, sin límite de barriles, y una piscina hinchable donde pasamos las horas de calor de las tardes de julio, con un vaso en la mano. La primera imagen que me vino a la mente el otro día fue exactamente esa, un grupo de gente que vino de otra peña a visitarnos y probar nuestra cerveza, un día mientras estábamos en la piscina.

Oímos que había entrado gente en la casa y no tardaron en aparecer por la puerta del corral media docena de miembros de una de las peñas vecinas. Entre ellos venía Silvia, la chica cuya imagen está remoloneándome varios días y me ha obligado a escribir este relato. Hace mucho que nos conocemos. Cuando yo era más joven trabajaba en una empresa de las de corbata y americana, de cara al público. Los grandes clientes tenían empleados que venían a hacer sus gestiones; algunos duraban un par de semanas, otros varios meses, unos pocos duraban años. Una de las que más duraron fue Silvia, y a lo largo de todos ese tiempo establecimos una especie de amistad que era más química que aprecio, aunque también. Cuando la conocí era una verdadera cría, solo era ojos azules, pelo a colorines y ese magnífico culo, y con la edad fue consolidándose en la mujer extremadamente sexy que es ahora, capaz de hipnotizar con una sonrisa y de excitar con una mirada. Y al revés. Años después de que los dos dejáramos aquellos trabajos apareció de nuevo en mi vida, al coincidir entre las peñas de las fiestas de mi pueblo. Aunque uno de los que venían con ella era su novio. O, como ella decía, “su pareja”.

En bañador, orgulloso del estado de forma en que estaba ese verano, y algo eufórico por la cerveza, decidí que era un buen momento para exhibirme, solo exhibirme. Así que apreté un poco los abdominales, me levanté de golpe, y dejé que el agua corriera por mi piel unos segundos, a la vista de todos. La mayoría no hacía otra cosa que saludarse entre ellos, con sus tics sociales y sus coletillas. Yo solo veía a Silvia y, para mi sorpresa, ella solo me hacía caso a mí. Saqué despacio un pie de la piscina, y luego el otro. Quería que el bañador, completamente pegado a mi cuerpo, fuera marcando todo lo que tuviera que marcar. Me eché el pelo para atrás con los dedos (entonces aún estaba todo, y era bastante largo) y cogí una toalla mientras me acercaba a saludarla.

       No sabía yo que te gastabas un cuerpazo así, chaval.
       Tenías que haberme visto hace diez años, con diez quilos menos. – Era mentira, diez años atrás estaba más flaco, pero no hacía tanto deporte.
       Calla, que me lo imagino y es peor... – Sus propias palabras la desconcertaron y buscó algo que decir para salir del paso. – ¿Y qué hay que hacer para entrar en la piscina?
       Tienes que ganártelo, no puede entrar cualquiera.
       Quiero entrar, ¿cómo puedo ganármelo?

Su novio y los demás estaban organizando un acto de las fiestas y no estaban pendientes de nosotros, así que, abusando de la confianza que tuvimos tiempo atrás, me acerqué mucho a ella mientras me secaba. Ella no se apartó, sino que miraba fijamente dónde iba y venía la toalla por mi cuerpo. Le dije bajito:

       Para acabar en la piscina solo tienes que quedarte lo suficientemente cerca, y antes o después alguno te tirará dentro.
       ¿Quién me va a tirar? ¿Vas a ser tú? ¡No me hagas reír! – no se burlaba, me retaba.
       Alguien. Mantente alerta.
       ¡Cariño! ¡Me están amenazando! ¡Ven, sálvame!

La magia, si existía, se rompió en cuanto llamó a su novio y se fue a su lado. Sin embargo, no dejó de sonreírme de esa forma que me hacía enloquecer, ni de mirarme mientras seguía secándome, incluso descaradamente, con frotamientos dedicados explícitamente a provocarla. Estoy seguro de que pudo darse cuenta de cómo mi cuerpo reaccionaba a sus miradas bajo el bañador empapado.

       ¿Pero no querías entrar en la piscina? ¿Ahora huyes?
       Quiero entrar, a estar tranquilamente, a disfrutar la piscina, a dejar que el agua me meza. Sin violencias. Ahora hay demasiada gente. Otro día. – Clavaba su mirada en la mía, sin dudar un segundo, como si hubiera algo escondido en sus palabras, como si yo debiera adivinar algo oculto tras sus ojos. Y yo comenzaba a derretirme.

Cuando volvió con los demás a su peña yo seguía sintiendo sobre mi piel la caricia de sus miradas, y algo más dentro, la tentación de su sonrisa. Mantenía la toalla en mis manos, para cubrir convenientemente el bulto de mi erección bajo el bañador mojado. Estar en esas condiciones entre tanta gente era como estar desnudo. Me metí debajo del grifo que usábamos a modo de ducha, para ver si el agua corriente podía llevarse todas esas necesidades de la superficie de mi piel, pero el ansia principal no había forma de quitármela de dentro. 

***

Por las noches, las peñas nos juntamos en la plaza principal, y compartimos bailes y vasos al ritmo de la verbena mientras el cuerpo aguanta. En cuanto llegué con el resto de mi peña Silvia apareció frente a mí, con su enloquecedora sonrisa y su mirada ambigua que bien podía significar “sé lo buena que estoy” o “sé que te vuelvo loco”. Y fuera lo que fuera, yo estaba de acuerdo con ambas.

       Quiero ir a la piscina. – Fue lo primero que dijo, sin darme tiempo a saludar.
       ¿Ahora? ¿De noche?
       Dentro de un rato. Estaré por aquí. De esta noche no te escapas.
       ¿Yo? ¿De qué tengo que escaparme? – Siempre me ha costado concentrarme al hablar con ella: la parte de mi cerebro ocupada por las fantasías que va despertando es demasiado grande.
       De meterme en tu piscina. – Enfatizó la palabra “meterme”.
       ¿Tienes bañador? ¿O bikini?

Ella respondió con una carcajada y se alejó mientras me miraba de reojo por encima del hombro. Durante las dos horas siguientes fui encontrándomela entre baile y baile, se acercaba a mí y bailaba un ratito conmigo, dejando que nuestros cuerpos chocaran, aparentemente por casualidad. Luego se iba, de repente, sin avisar, hasta que volvía a aparecer. Cuando la orquesta de la verbena comenzaba a despedirse Silvia vino corriendo y me dijo:

       Los míos se van a dormir, ¿tú te vas?
       No, yo no… - los míos se habían ido ya hacía rato, me había quedado para ver cómo acababa la noche.
       Vale – hizo un gesto a su novio, a varios metros, y vi cómo él asentía y se marchaba, con los suyos. – ¿Te importa que me quede contigo?
       Por supuesto… o sea, por supuesto que no me importa.

Ella se rió de mi aparente torpeza y me cogió de la mano para llevarme a tirones entre la gente frente a la orquesta, que interpretaba sus temas más espectaculares para acabar el bolo dejando buen sabor de boca. Saltamos, bailamos, nos reímos, nos abrazamos y chocamos uno con el otro y con otra gente un buen rato hasta que todo pasó, y la plaza quedó a oscuras y en silencio, mientras los últimos golfos iban dejando los vasos vacíos y emprendían el camino a sus casas.

Estábamos callados, mirándonos, esperando que fuera el otro el que tomara la iniciativa. Apenas había una docena de personas en la plaza y solo tres farolas nos evitaban estar en la más completa oscuridad, pero el brillo de los ojos de Silvia me iluminaba por dentro. Veía con total claridad, tan claro que podía ver el futuro de lo que iba a pasar. Pero faltaba mucho para que ese futuro se hiciera realidad, si se hacía.

En un momento dado ella rompió el silencio.

       ¿Bueno?
       ¿Bueno, qué?
       La piscina.
       ¿Quieres ir? Son las cuatro…
       No hay nadie ahora, ¿no? Me muero de calor, necesito refrescarme ¿O es que no quieres dejarme entrar en tu piscina? – vuelve a clavar sus ojos en los míos y coloca esa sonrisa que es reto y promesa a la vez.
       Vamos, si quieres.

Caminamos en el silencio de la noche hacia el local de mi peña, cruzándonos con algún descarriado que vuelve de la verbena o con alguna pareja con gran interés por compartir sus pieles. Vamos sin habernos soltado las manos desde que ella me la cogió; no hemos dicho nada desde que salimos de la plaza. De repente me entra la duda y no estoy tan seguro de que vaya a pasar lo que deseo que pase.

       ¿Dijiste que no tienes bikini?
       ¿Te importa que entre desnuda?
       A mí no, si a ti no te importa que haga lo mismo, para solidarizarme.
       En absoluto.

Abro la puerta del local, y me alegra ver que estaba cerrada con llave. Eso quiere decir que no hay nadie dentro. Voy encendiendo luces y ella camina detrás de mí, muy cerca. Las últimas luces, las que están justo antes de salir al corral, no las enciendo, para no delatarnos. Antes de atravesar la última puerta me paro y la miro a los ojos.

-         ¿Quieres beber algo?
-         No, creo que he bebido lo necesario, estoy bien. Solo quiero piscina. Tengo mucho calor, pero no tengo sed.
-         Deja aquí todo lo que temas que se moje. Móvil, cartera, ropa…
-         Ajam…

De forma totalmente natural, sin dejar de mirarme a los ojos, deja su bolso en una mesa, se descalza y comienza a tirar de su camiseta hacia arriba. Sin esperarlo tengo ante mí su abdomen, su ombligo, el inicio de sus costillas. Ella ve que estoy mirando, porque ella me mira a mí, y se entretiene en seguir subiendo su camiseta. Me aclaro la voz y la oigo reírse, y entonces lanza un último tirón a su prenda y la saca por la cabeza. Lleva sujetador, fino, suave, de verano. Luego desabrocha sus pantaloncitos cortos y de un solo movimiento se agacha y los lleva a sus pies, los recoge y los coloca en la mesa, junto a su bolso y a su camiseta. Está en ropa interior, allí mismo, a mi lado, y yo dejo de pensar.

Lanzo un brazo para colocar mi mano sobre su cintura desnuda, la atraigo hacia mí y la rodeo también con la otra mano; agacho mi cara y llevo mi boca a la suya. Ella no se aparta, no lo evita, incluso deja que mis labios hagan ventosa con los suyos y me devuelve un poco la succión, pero con sus manos me aparta y solo dice:

       ¡Eh! ¿Qué haces? ¡Ahora toca piscina! ¡Quiero quitarme este calor de encima!

Y se va caminando, atravesando el corral, hacia la piscina hinchable, que palidece a la luz de las estrellas en el rincón opuesto a nosotros. No sé si tomar su frase como un rechazo o como una forma de ralentizar las cosas, y siento que tengo que relajar algunas partes de mi cuerpo que comienzan a estar desatadas. Me quito la ropa despacio mientras pienso en otras cosas para que todo baje un poquito, y cuando me quedo en boxers la veo agachada al lado de la piscina, comprobando el agua, con el culo en pompa orientado hacia mí. Se moja un poco la nuca, los brazos, el cuello, las mejillas. Se gira y me mira mientras me acerco.

       Por dios, qué calor tengo. Te miro y tengo más calor.

Y con un pellizco sabio desabrocha su sujetador y lo deja caer de sus brazos mientras me da la espalda, aunque me mira por encima de su hombro con esa mirada suya que me trastoca. De otro movimiento rápido se agacha dejando sus bragas en el suelo y su culo desnudo en pompa, delante de mí, y se mueve como una gata para superar el borde de la piscina. Mete un pie primero y luego el otro en el agua, camina un par de pasos cortos para llegar hasta el medio, y comienza a gemir de gusto mientras va dejándose caer y el agua va cubriendo su cuerpo desnudo. Son gemidos exagerados, para que yo sepa lo mucho que le gusta entrar en el agua a las cuatro de la mañana de un día de julio, pero evocan perfectamente otra clase de gemidos que no quisiera tardar en oír.

Sentada en la piscina solo puedo ver bien su cara; el nivel del agua llega hasta su cuello, y veo que tiene los ojos cerrados mientras se aclimata a las sensaciones. Cruzo el corral, llego a donde están sus bragas y su sujetador, me agacho con rapidez y dejo allí mismo mis boxers, levanto primero un pie y luego el otro y entro en la piscina. Debido a ese movimiento mi pene, algo hinchado pero no mucho, ha oscilado a un lado y al otro, como un badajo. En ese momento me doy cuenta que ella ha abierto los ojos y está mirándolo, sonriendo.

       ¿Ya estás empalmado? Si aún no has visto nada.
       No, algo morcillona no te negaré que está, porque estás muy buena, pero para estar empalmado aún falta mucho. Pero me halaga que consideres que esto es toda una erección. Tú si que no has visto nada aún

Ella se ha sorprendido por mi respuesta, quizá no esperaba tanta palabrería, pero le gusta lo que le digo. Me dejo caer bajo el agua, también hasta el cuello, diametralmente opuesto a ella para estar lo más lejos posible, y bizqueo mirando a través del agua las partes de su cuerpo que comienzo a intuir. Pero enseguida comenzamos a chocar bajo el agua, brazos y pies y muslos enfrentándose a cada movimiento que hacemos, y ninguno de los dos evita los choques. En un momento dado ella se sienta sobre mi pie, y puedo tocar perfectamente la forma de su culo en mi empeine. En otro movimiento su pierna pasa entre mis dos piernas, y su pie queda aferrado entre mis muslos, muy lejos de lo que me gustaría que llegase a tocar, pero no obstante cerca. Yo le agarro esa pierna, en principio para quitarla de ahí, pero no la suelto y la acaricio, hasta que tira de ella, no sé muy bien si para quitarla de mis manos o para atraer mis manos hacia su cuerpo; pero yo la dejo ir y ella se queda con un muslo pegado al suelo de la piscina, y el otro totalmente en el aire, completamente abierta, y lo único que puedo ver es la rodilla y su espinilla.

       ¿Estás mejor del calor? ¿Te refresca?
       Pues verás, el agua está genial, pero el calor no se me pasa.
       Eso es porque no te doy espacio. Deja que me ponga en otra postura

Me muevo arrastrándome por la lona para colocar mi cuerpo estirado al lado del suyo, en lugar de estar enfrentados. Voy con mucho cuidado para que nada salga por encima de la superficie, nada revelador. Tal como están las cosas ya no es una situación morcillona, ahora sí acertaría si lo llamara erección. Buscando una postura para sentarme, apoyo mi mano sobre la suya. Yo tengo el agua por la altura del estómago, y ella sigue pareciendo que está escondiéndose bajo la superficie, pero su sonrisa sigue pareciendo que tiene tantas cosas escritas que aprieto su mano y no la suelto. Es ella la que quita la mano de ahí, pero lo hace para cambiar de postura. Se sienta más atrás, de forma que parte de su cuerpo sale del agua, y, por fin, sus dos pechos están a mi vista directa. Y se queda así.

       ¿Seguro que tienes calor? Parece que tengas frío.
       No, tengo calor, mucha. Los pezones siempre los tengo así, cuando estoy mojada.
       Voy a probar a darles un poco de calor, a ver si se arreglan. Quizá acabes tiritando de calor.

Bajo la cabeza, despacio, hacia su pecho izquierdo, y ella no hace nada por detenerme. Tardo en llegar un mundo y la miro a los ojos mientras lo hago, y su mirada me dice algo parecido a “ya era hora”; cuando estoy muy cerca abro la boca sin dejar de mirarla y lanzo mi aliento a su pezón mojado, aliento caliente y cálido, y ella se estremece un poquito, la oigo sonreírse y noto cómo se mueve un poquito para encontrar una postura más cómoda. Con ese pezón tan cerca de mi boca no puedo evitar la tentación y acabo de recorrer los pocos centímetros que me faltan; deposito un besito en él, y ese besito se convierte en succión, y abro un poquito más la boca y lo muerdo ligeramente, y saco la lengua y comienzo a comprobar el sabor del agua de esa piscina sobre la piel de esa mujer desnuda. Sus movimientos para encontrar la postura más confortable son cada vez más ostensibles, me agarra la cabeza y me la lleva a su cara.

       Vas a tener que decirme que me aparte con mucha claridad, - le digo - porque ahora mismo todo yo necesito comprobar tu sabor, mi piel necesita tocar tu piel, mi cuerpo necesita vibrar con el tuyo. Hace muchos años que te conozco y he tenido mucho tiempo para inventarme cosas que te haría si tuviera oportunidad. Esta es la oportunidad, a no ser que tú no quieras que lo sea.
       Bésame. Ahora sí.

Lleva mi cara a la suya y nuestras bocas se fusionan en un beso carnoso y visceral que envuelve labios, dientes y lengua y que suena a hueco y a alientos que se entrecruzan. Mi mano va acariciando su estómago justo por debajo del nivel del agua, emerge hacia sus pechos y comienza a sopesar el que besé antes, con suavidad, como si quisiera comprobar qué hay dentro. Luego pellizco el pezón que aún tiene mi saliva mientras sigo besándola, y en mi boca noto la contracción de la suya por el placer.

       Antes te he dicho que eso no era una erección. Creo que lo correcto es decirte que ahora sí lo es.
       A ver si va a ser demasiado grande para mí…
       Es del tamaño justo, tú misma me lo dirás…

Me aparto un poco de ella y me mantengo arrodillado, dejando que el agua me llegue justo hasta la cintura. La forma de mi polla se transluce justo debajo de la superficie, pero la hago emerger todo lo larga que es con una contracción del músculo pélvico adecuado. Luego suelto el músculo, choca contra el agua al caer, se sumerge y vuelvo a empezar. Es como un delfín haciendo un truco, y ella se ríe a carcajadas. Lanza una mano bajo el agua y busca, hasta que una de las veces que la dejo caer suena de lleno en su palma. Me encanta sentir cómo la agarra, solo la agarra, y vuelvo a avanzar hacia ella a seguir besándola.

Estoy arrodillado sobre la lona de la piscina, al lado de sus caderas, y con mis manos accedo a sus pechos con cierta comodidad, pero ella está torcida para poder besarme, y sobre todo, para poder agarrar mi polla. Así que lanza uno de sus muslos para rodearme y llevarme frente a ella, con sus piernas abiertas y mi polla en su mano. Estoy tan cerca que en cualquier momento solo tendría que llevar su mano un poco más abajo y estaría follando con ella. Y eso me hace sentirme aún más sensible a sus caricias.

Sus pechos oscilan con su respiración y el agua los salpica con los ligeros movimientos que vamos haciendo. Tengo uno de sus pezones completamente absorbido en mi boca y el otro a cargo de mi mano derecha, así que llevo la izquierda a acariciar sus muslos bajo el agua. Quizá debería ir un poco más lento, pero sus caricias en mi polla me están acelerando más de lo que creía. Ella está utilizando sus dos manos, con una acaricia mi glande y con la otra masturba el tronco. A veces suelta una de las dos para agarrarme el escroto, como si supiera que es una de las cosas que más me gustan. Sus muslos están abiertos con los pies juntos detrás de mí, puedo llegar fácil a donde quiero llegar, y comienza a ser necesario comenzar a llegar pronto.

Me yergo, parándolo todo, y le hago un gesto para que haga lo mismo. Se arrodilla justo delante de donde lo estoy yo, tan cerca que aplasta mi polla contra mi cuerpo a la altura de su ombligo. Siento sus pechos sobre mis costillas y su aliento tiritando en mi pecho, y lanzo mis manos a agarrarle su culo, bajo el agua, para seguir sintiéndola aplastarse contra mí. Primero amaso sus nalgas, luego masajeo, a veces pellizco e incluso abofeteo su culazo, y ella me empuja o tira de mí según su cuerpo reacciona a esos movimientos. Dejo pasar mis dedos entre la raja mojada, deslizándome con total facilidad entre sus nalgas, paso de largo entre sus muslos y comienzo a acariciarle sus labios, calientes y palpitantes. Ella lanza un suspiro hondo mientras saca su culo hacia atrás, para facilitar mi labor digital, y con su cara en mi pecho comienza a lamer y mordisquear mis pezones. Tiene una mano en mi polla y la otra agarrándome para colgarse de mi cuello, y me está masturbando francamente rápido, como si quisiera poner a prueba mi resistencia.

Cojo sus dos manos, las pongo sobre el borde de la piscina y le indico que se apoye allí. Luego la cojo por la cintura y tiro de ella, para que esté sobre sus pies, no sobre sus rodillas. Ahora está con el culo en pompa, como lo estuvo ante mí cuando entró en la piscina, y tengo su coño accesible a la vista, a mis manos, a mi polla, y sobre todo, a mi boca. Arrodillado detrás de ella comienzo a lamer. Me gusta lamer, me vuelve loco, es una forma de placer que no concibo por no poder experimentarla, pero sí disfruto por poder darla, y poder hacer que la mujer en cuestión la reciba. Me encanta recorrer los labios, como si buscara, separando pliegues, o aferrarme al clítoris como si fuera un bebé que amamanta del pecho de su madre, o meter la lengua tan profundo en su coño que ella sienta que le estoy follando con una polla rugosa que cambia de forma a voluntad. Y ahora que estoy comiéndome el coñito de Silvia, que estoy jugando con su clítoris haciéndolo bailar y saltar como si fuera una canica en una sartén de aceite hirviendo, me doy cuenta de que sus gemidos están siendo demasiado pronunciados, demasiado escandalosos, para pasar inadvertido entre los vecinos. Pero no me preocupa, ahora lo que me preocupa es el sabor de la intimidad de esa mujer, desnuda en la piscina, que está cerca del orgasmo, que se agita y tiembla y que libera un pequeño grito cuando le meto un dedo unos centímetros para que busque ahí dentro, para encontrar ese punto rugoso que ella quiere que busque, que gruñe cuando son dos los dedos los que meto ahí, siempre sin dejar de hacerle cosas a su clítoris con mi boca, como lamer, besar, chupar, e incluso morder, y que se corre con intensidad entre palabras barriobajeras e insultos que no me ofenden en absoluto.

Con todo esto, hace rato que ella me soltó la polla, y eso me ha ayudado a frenarme un poco, pero el orgasmo de Silvia me ha puesto en el punto exacto.

-         ¿Cómo vas de calor? ¿Has tiritado?
-         Sigo ardiendo, a ver qué haces con esta calentura.
-         ¿Eso es que quieres más? Perfecto.

Tal como está, en esa postura, le doy una nalgada que suena como un disparo en la piel mojada y turgente de su culo. Acto seguido planto mi glande entre sus labios, en la entrada de su vagina, y le suelto otra nalgada, en la misma piel, algo roja. Empujo hacia dentro, poco a poco, y voy dándole nalgadas a medida que entro; siento que me deslizo con facilidad, y que sus quejidos son de placer en lugar de dolor. Por si acaso, sigo dándole nalgadas mientras inicio un movimiento oscilante de entrada y salida, poco a poco, y noto cómo las paredes de su coño, pegajosas y mojadas a la vez, se van adaptando a mi polla, a mi glande. Me voy emocionando y la follo un poco más rápido, y luego un poco más, y ya no le doy nalgadas, ahora la tengo agarrada de las caderas y la atraigo y la alejo manteniendo el ritmo en un movimiento coordinado.

En alguna ocasión paro en seco mi ritmo, para evitar correrme, e inicio movimientos circulares con mis caderas, de forma que vaya entrando en ella desde distintos ángulos. Así puedo pararme a disfrutar las sensaciones, como el calor creciente en el interior de su coño, las gotas de agua y de jugo que gotean por mis testículos, los pequeños grititos, la forma en que ronronea y que empuja hacia atrás con sus caderas para follarme; la follo con toda la profundidad que puedo, haciéndole llegar mi polla a lugares donde no sé si ha estado alguien más, y paso así un par de minutos hasta que vuelvo a acelerar, con fuerza, dejando que sean mis caderas las que manden y las ganas de follar las que dirijan. Hasta que ella echa la cabeza sobre el borde hinchable de la piscina, se desparrama sobre él y deja exhalar todo su aliento en una frase:

       Tenías razón, es del tamaño exacto, el tamaño justo.
       Te dije que me lo dirías…

Y es en ese momento en que me doy cuenta de todo. Me doy cuenta de que me estoy follando a Silvia, de que se ha corrido ya algunas veces, y de que es mi polla la que está dentro de su coño, y todo eso se materializa de repente en una oleada de contracciones que se inician en mi perineo. Saco mi polla de su coño a tiempo, la pego cuan larga es a lo largo del canalillo de su culo, y hago que sus nalgas la aplasten por ambos lados para masturbarme haciendo como que me las follo, y acabo eyaculando sobre su espalda en contracciones que me hacen gritar. Y sudado, y mojado, y extasiado, tal como estoy, la abrazo por detrás, con mi polla aún entre sus nalgas, y agarro sus pechos para darle un beso en el cuello, a lo que ella responde:

-         Podías haberlo hecho ahí dentro, ahí detrás, si hubieras querido. No hacía falta que lo hicieras fuera con las nalgas.
-         ¡Por dios! Tenías que habérmelo dicho…
-         Haber preguntado, chaval…

Me mira con esa mirada tan enloquecedora y esa sonrisa tan sexy que lamento tener cuerpo de hombre y no poder dar buena cuenta de esa mujer desnuda en un buen rato. Pero no paro de acariciarla mientras salimos de la piscina a ponernos bajo el grifo que hace las veces de ducha; puedo ver el brillo de mi semen derramado sobre su espalda, me unto los dedos en él y le digo:

-         ¿Te refieres a que tenía que haber metido este semen aquí dentro? – Voy lubricando mi dedo con mi semen, mientras acaricio su esfínter anal. - ¿Aquí dentro del todo? ¿Pero con mi polla en lugar de este dedo? – Aún no estoy entrando en ella, no estoy seguro del todo de que me haya querido decir exactamente eso. - ¿Así?
-         Oh… eso es… juega un poquito. Mójame bien, luego mételo. – En efecto, había entendido bien.
-         ¿Te cuento un secreto? Yo me hago esto mismo, alguna vez, algún día, de vez en cuando; me acaricio esto como si fueran unos labios vaginales superpequeñitos, y lo mojo bien de saliva… Lo del semen es una innovación para este caso.
-         Méteme el dedo ya, por favor.
-         Espera, quizá antes de eso…

Ella está apoyada con ambas manos en la pared, con el chorro de agua cayendo sobre su cabeza. En su espalda, un reguero de manchas de semen espesas y goteantes, que voy arrastrando por su piel hasta su ano. Yo, a su lado, tengo una mano entre sus nalgas, y la otra en su abdomen, con las yemas de dos dedos presionando el bulto de su clítoris, lentamente, al mismo ritmo que hago círculos sobre su esfínter. Cuando decido que ya puedo entrar por detrás estiro uno de los dedos de la otra mano también, y entro en los dos sitios a la vez. Con el dedo de su ano hasta el primer nudillo, hago que vibre un poquito, para que la sienta, y luego hago vibrar la mano de su coño, y luego las dos a la vez. Después empujo más, y con casi medio dedo dentro de su culo repito la operación. Y por fin tengo todo mi dedo metido en su culo y dos dedos en su coño, con la palma de la mano presionando su clítoris; ella está bufando, bajo el chorro del agua, y le digo al oído que se va a correr, por nosecuánta vez, y que ahora va a correrse por el culo. Y justo en ese momento comienzo a agitar mis dos manos a la vez, y no paro de hacerlo hasta que ella se retuerce y casi se deja caer de rodillas, medio llorando, después de toda la gama de susurros, ronroneos, grititos, jadeos y gemidos que ya he llegado a conocer. Saco mis manos de ella, la ayudo a levantarse, la beso y la abrazo; estamos así un buen rato, hasta que comienza a hacerse de día y cojo la botella de gel, comunal de la peña, y la ducho, suavemente, frotándola con cariño, y ella me ducha a mí, frotándome con cariño también, mientras me sonríe de esa forma que ya sabes.

***

Dos noches después, siguiendo a la banda de música por las calles de mi ciudad, ella llega saltando hasta plantarse delante de mí.

       ¡Hola! ¿Les has contado a tus amigotes lo que pasó el otro día? – me sorprende la pregunta; hay demasiada gente justo a nuestro lado y comienzo a buscar un lugar donde no nos puedan oir.
       ¿Estás de broma? No se lo creerían.
       La verdad es que estuviste bien, muy ocurrente…
       Te di con todo lo que sé, con todo lo bueno que sé hacer. Si hubiera otra ocasión tendría que repetirme.
       Yo en cambio aún tengo muchas cosas que hacerte. ¿Has podido quitártelo de la cabeza?
       Ni he podido ni he querido. Voy todo el día encendido.
       Igual que yo. – estamos al final del grupo de gente, ya nadie nos puede oír, pero sí vernos.
       Voy generando fantasías que ni controlo ni gestiono, no puedo parar. Y contigo aquí delante de mí la cosa no mejora en absoluto.
       ¿Qué clase de fantasías? ¿Me cuentas alguna?
       Si te cuento alguna eyacularé aquí en medio; ya solo con estar hablando contigo ahora mismo estoy que me derrito.
       ¿Te lo imaginas, correrte aquí en medio ahora mismo?
       No juegues…
       ¿Cómo sería? ¿Una manchita en los pantalones? ¿O sería en plan salvaje?
       Estando tú aquí, en plan salvaje…
       ¿Cómo? A ver…
       Pues tendría que bajarme los pantalones
       Sí… - es un “sí” que suena a gemido obsceno.
       Y comenzar a machacármela.
       …hummm… - esto es claramente un gemido.
       Fuerte…
       Sigue…
       Y tendría que buscar un lugar donde depositar toda mi carga, tendría que preguntar dónde puedo hacerlo, para que no me pase como el otro día
       ¿En mi boca te vendría bien? Para estar aquí en medio, digo.
       Sí, tu boca sería un buen lugar. Pero ¿cómo lo quieres? ¿Yo lo lanzo y que te caiga dentro? ¿O harás algo para que ocurra?
       ¿Me estás preguntando si te chuparía la polla hasta que te corras y luego me lo trague todo mientras te limpio la polla lamiéndotela? - la descripción tan minuciosa y obscena pronunciada de viva voz casi me lanza al otro lado.
       Sí.
       Lo haría. Pero prefiero ver cómo te la machacas delante de mí, y yo pongo la carita para que la eches en mi boca haciendo puntería, mira, así. – Y pone carita de niña buena, con la boca totalmente abierta y la lengua fuera, como si esperara que depositaran en ella una hostia, o en este caso, un chorro de semen caliente y pegajoso. En ese momento siento un respingo en la polla.
       Sabes que esto no termina aquí, ¿verdad?
       Sí termina, ven.

La banda ha doblado una esquina y la gente ha desaparecido en esa dirección. Nosotros estamos solos en esta calle y Silvia echa a correr en otra dirección. La sigo un centenar de metros, girando por esquinas y callejones hasta una plaza a oscuras. Me sienta en un banco, me baja los pantalones, abre la boca y coge mi polla. Justo antes de metérsela ahí dentro me mira, con esa cara lujuriosa y sexy, y exhala su aliento caliente sobre mi glande, y lo noto; me excita, quiero que me la chupe ya, no puedo más, se lo digo y lo hace. Mi polla llega a lugares muy profundos de su garganta, tanto que su lengua acaricia mis testículos, y empieza a chupar, subiendo y bajando, masturbándome con la presión que hacen sus labios aprisionados sobre el tronco de mi polla. Con sus dedos acaricia mi escroto y me vuelve a mirar, con esa cara, y no puedo evitarlo y siento cómo la presión de mis testículos se convierte en oleada de placer; lanzo mis caderas hacia el aire un par de veces, y ella quita su boca de mi polla, pone la cara de niña que puso antes, y entiendo que espera que sea yo el que acabe. Con dos sacudidas de mi puño cerrado sobre mi polla explosiono en chorros de esperma blanco que cruzan el aire del verano hacia su cara, y la mayoría caen en su lengua, plana, y alguno le da en la nariz. Luego vuelve a meterse mi polla en su boca para acabar de aspirar las últimas gotas, como me describió hace unos minutos. Recoge con los dedos algún chorrito que ha fallado la puntería y se lo lleva a los labios, y traga fuerte, de forma ostensible, para que vea que lo hace, y abre su boca para enseñarme que está totalmente vacía. Tan solo en dos ocasiones he conseguido eyacular con una felación. Esta es una de las dos. Ella está igual que hace un momento; viéndola a ella nadie podría decir jamás que acaba de pasar lo que acaba de pasar, pero yo estoy para el arrastre. Y mientras me arreglo la ropa y recupero la respiración ella me da un beso en la boca y desaparece a la carrera entre callejones.


Aún me masturbo algunas veces recordando aquello, igual que haré cuando acabe de escribir este relato. A veces me encuentro con Silvia y actuamos como dos personas que se conocen muy bien desde hace tiempo. Ella sigue con “su pareja”, y su mirada sigue siendo la misma cuando nos cruzamos. Y no deja de fascinarme lo mucho que me recuerda esta historia a otra, totalmente distinta, aunque muy parecida, que es la otra historia que nombré al principio de este relato.

***

Cuando trabajaba en la empresa de mi relato “Galletas María”, en mi misma planta estaba el departamento de Asesoría. Había más gente, tipos serios con poco carisma que iban arriba y abajo con sus corbatas y sus maletines, pero la única que interesa es Yolanda, una abogada que llevaba varios años trabajando allí, que entró recomendada pero que se había ganado el respeto de todos. Además, era un verdadero bombón, algo mayor que yo, y quizá demasiado flaca, pero con unos ojos azules y una mirada inocente que no parecía propia de una abogada. Y su culo, ese rotundo y fascinante culo que parecía tener vida propia bajo su ropa, generalmente pantalones poco ceñidos que no le hacían justicia.

Nos llevábamos muy bien. El aparente carácter distante que todo el mundo le achacaba no era más que un ensimismamiento fruto de ir siempre pensando en sus cosas. Cuando tomaba confianza era muy cariñosa, tanto que a veces rozaba lo inapropiado. Siempre que me llamaba por teléfono porque tenía algún problema o no sabía hacer una cosa, solamente susurraba las palabras “¡Te necesito!” de una forma tan inocente que parecía estar totalmente carente de inocencia, y yo no podía negarme a ir, intentando evitar que se me notara la erección. Una vez, estando yo de pie en el centro de mi departamento, entró a pedirme un favor, y mientras lo hacía cogía mi corbata con las dos manos y tiraba de ella y la acariciaba y tiraba de ella mientras hablaba. Seguro que no había mala intención, a pesar de lo terriblemente insinuante que fue todo aquello, pero mis compañeros creyeron conveniente recordarme que estaba casada. Otro día estábamos solos en su despacho, muy juntos frente a su monitor mientras le explicaba cómo solucionar un problema que le surgía. Cuando por fin lo entendió se alegró tanto que puso su mano plana sobre mi abdomen, repasando mis músculos, en aquel entonces bastante marcados. Era una forma de contacto, de “mira, lo he entendido”, pero a mí me dio un respingo esa parte de mí que tú ya sabes. Otro día, al salir del ascensor, me encontré con ella, y para hacerme una pregunta en el tiempo en que tardaba en subir a su despacho, me puso sus dos manos en mi pecho, me empujó dentro y me llevó hasta la pared del fondo sin apartarse, mientras las puertas se cerraban y el ascensor comenzaba a subir a la vez que mi erección. Porque cada vez que se acercaba tanto a mí me miraba a los ojos, fijamente, como si esperara que yo entendiera algo oculto en todo aquello, como si debiera iniciarse una conexión a través de ellos.

Hasta que un día, repasando unos archivos que tenía en alguna carpeta, me llamó, como otras veces, y acudí, como siempre, a su despacho. El resto del departamento estaba fuera del edificio, en sus cosas, y no había nadie en cincuenta metros. Yo me apoyé en el borde del ventanal que daba a la calle, a cinco pisos de altura, mientras la escuchaba, y ella me contaba todo lo que pasaba. Me divertía su forma de describir sus dificultades con la informática y me encantaba pasar rato explicándole cosas. Cuando por fin vio claro lo que yo quería explicarle, se alegró tanto como la otra vez, cuando me puso la mano sobre el abdomen, pero esta vez yo estaba más lejos y lo que hizo fue agarrar la hebilla del cinturón y zarandearla al ritmo de su explosión de alegría. En ese momento se disparó mi erección, por completo, mientras ella no paraba de agitar mis pantalones y de empujarme hacia ella, sentada en su silla, y yo casi de pie, a un metro de ella. Tanto que le tuve que dar a entender lo que pasaba.

       Yolanda, Yolanda, ten cuidado…
       ¿Qué pasa? Soy feliz por haberlo entendido
       Ya, ya lo sé, pero yo no soy de piedra.
       ¿Qué? ¿Qué quieres decir?
       Que tu celebración está provocándome demasiada alegría…
       Ya lo veo, ya has puesto tu tienda de campaña, con nada que te he hecho
       Bueno, nada tampoco…
       Joder, cómo sois los hombres, qué fáciles sois. Otra vez igual…

Y dicho esto, comenzó a desabrocharme los pantalones, hebilla y cremallera, como si fuese lo más normal del mundo.

       ¿Qué haces?
       Hacerme cargo de tu erección, como toca.
       ¿Qué?
       Calla y no me distraigas. Acabo en un momento.

Con mis pantalones en las rodillas y los boxers a mitad de mis muslos tenía toda mi erección a la vista, con el glande morado frente a su cara, y la miraba con sus ojos azules y su cara preciosa. No sabía si todo eso era algún juego que ella estaba jugando, fingiendo ser una ingenua que creyera que era su deber encargarse de liberarme de la erección que ella misma me había provocado, o que realmente lo creyera, y en ambos casos me hacía sentir como un monstruo. Vi la foto de su marido en la mesa del despacho, mirándola y sonriendo, y ella puso cara de niña que se disponía a hacer sus deberes, con cierta cara de fastidio, pero segura de que iba a cumplir con ellos.

Me acarició con las yemas de sus dedos, muy suavemente, para que apenas sintiera su roce, mientras me miraba a los ojos con su expresión inocente. Pasó las uñas por mi glande, por el tronco de mi polla, y finalmente por el escroto; mi erección alcanzó el punto máximo y justo en ese momento su mirada cambió de inocencia a lujuria de una forma tan efectiva que debía de estar ensayada, y abrió la boca para meterse en ella mi polla.

Con el culo sobre le alféizar del ventanal que daba a la calle más concurrida de la ciudad, con esa preciosidad sentada en su silla de despacho yendo y viniendo sobre las ruedas, vi cómo mi polla iba desapareciendo dentro de su boca, en un ritual que parecía demasiado bien aprendido, demasiado medido como para ser algo pasional. Parecía que realmente estaba cumpliendo con una obligación que alguien le había inculcado con respecto a las erecciones que provocaba, y yo no estaba en condiciones de discutir eso, mientras su garganta aprisionaba mi glande y sus dedos masajeaban mi perineo.

En alguna ocasión me dio la impresión de que oí el ruido de alguien por el pasillo, pero eso me vino bien para despejarme un poco y retardar el desenlace. Solo en una ocasión hasta ese momento había conseguido eyacular con una felación, pero esa ocasión parecía que llevaba al mismo final. Quizá por la perversión de que aquello fuera, realmente, algún tipo de castigo que se autoinfligiera por algún oscuro motivo, o por la sordidez de tener mis ropas, mi traje, totalmente desabrochado, con la polla al aire, con un bombón chupándomela en medio de un despacho tan vetusto y formal.

Intenté acariciarla. Le pedí que parara y que me besara, a lo que respondió con cara de extrañeza y siguió haciendo lo que tan bien estaba haciendo. Intenté tocarle uno de los pechos, me apartó la mano de un guantazo. Intenté acariciarle el pelo, apartó la cabeza. Así que me concentré en disfrutar de lo que me estaba haciendo. Sentí su lengua recorriendo los bordes de mi glande, entrando entre los pliegues, siguiendo el frenillo, intentando entrar por el agujero de la uretra. Sentí cómo la piel interna de los mofletes aprisionaba mi polla, cómo el paladar encauzaba mi capullo hacia su garganta. Sentí cómo sopesaba mis testículos, cómo tiraba de mi escroto, cómo ceñía con dos dedos el tronco y lo masturbaba. Y sentí cuando me la agarró con las dos manos con los dedos entrelazados llenas de saliva, y empezó a machacármela con la punta entre sus labios, y en ese momento supe que iba a eyacular chorretones de esperma caliente y pegajoso. Y comencé a follarme las manos de Yolanda, resbalando por sus palmas, con golpes de cadera que metían mi polla unos centímetros en su boca. Y cuando ella cazó mi glande en una ventosa, como si quisiera aspirarlo hacia dentro, mi semen acumulado comenzó a salir y la expresión de felicidad de sus ojos duró todo el rato que estuve babeando en ella, y luego duró mientras la lamía para recoger todas las gotas que quedaban, y también mientras se aseguraba de que no quedara nada de semen por absorber.

Y una vez quedé vacío de semen, ella misma me volvió a colocar las ropas en su lugar, mientras decía:

       No te preocupes, procuraré no volver a provocarte una erección.

Y se giró de nuevo a su PC, a seguir trabajando en los documentos que tenía abiertos, ahora que ya sabía cómo solucionar los problemas que me habían llevado hasta allí. Y yo me fui en silencio, me metí en el baño a arreglarme la ropa y asearme un poco, y volví a mi puesto de trabajo. Sigo sin saber quién le inculcó la obligación moral de “encargarse” de las erecciones que provoca, ni quién se aprovechaba de ello, aparte de mí.

Un tiempo después, ella dejó la empresa, yo monté la mía y no la he vuelto a ver. Pero su recuerdo me sigue provocando erecciones de las que no puede ocuparse físicamente, aunque sí me sirve, y mucho, el recuerdo de lo que me hizo.