viernes, 24 de marzo de 2017

Pasa, bienvenida.

Pasa, bienvenida. Ponte cómoda, te estaba esperando. Sé que sueles venir a menudo por aquí, como quien no quiere la cosa, sin poner especial interés, pero pinchas en el enlace, o en el marcador de la última vez que entraste, con el aliento más alterado de lo que pretendes hacer creer. Sé lo que te trae hasta aquí, y muchas veces pienso en la mejor forma de que lo encuentres. Quisiera dártelo a manos llenas, pero lo único que nos mantiene en contacto a ti y a mí es este blog, al que te imagino llegar por primera vez por alguna recomendación casual, quizás en Twitter, quizás por pura suerte, y entras sin muchas esperanzas de que tu visita valga del todo la pena. Pero deslizas tus ojos por las primeras palabras con cierta curiosidad, y no puedes evitar imaginarte la situación que te describo. No te culpo, yo la estoy viviendo completamente tal como escribo estas palabras, para dejártelas preparadas como una alfombra sobre la que te deslices hacia la relajación que te propongo.

Quizá me lees en tu casa, en una habitación en la que estás sola y tienes todo el tiempo del mundo para recrearte en mis palabras. Pero algo me dice que no, que tu entrada en este blog es un acto proscrito, un momento clandestino en el que sabes que se despertarán tus sentidos para desconectar de tu vida y sentir tu cuerpo vivo dentro de la armadura que te has forjado para protegerte del mundo exterior, tras años de "tengo que" en lugar de "quiero". Aquí, mientras estés, sólo valen los "quiero", los "siento" y sobre todo los "deseo".

También te daré por buenos los "me apetece", pero esta vez, mientras lees esto, esta vez hablaremos de lo que me apetece a mí. Me apetece ponerte en un aprieto. Me apetece tomar el control de esa situación proscrita en la que te imagino, quizá en el trabajo, o esperando a los niños en la puerta del colegio, o navegando por internet en lugar de estudiar, me apetece hacer que se convierta en una situación tan íntima que tu cuerpo diga "sigue leyendo" y tu mente piense "me van a pillar" o "no tengo tiempo" o "tengo que dejar de leer".

Pero no vas a dejar de leer, porque ahora mismo yo estoy visualizando una parte de tu cuerpo, y tú la vas a sentir tomar protagonismo en cuanto te la nombre. Hay una parte de tu cuerpo deseando que mis dedos la acaricien igual que estoy acariciando el teclado al escribir esto, y que las yemas de mis dedos lo castiguen con suavidad igual que castigo las teclas, sin una sola estridencia, pero con la contundencia necesaria.

Todavía no voy a nombrarte a qué parte de tu cuerpo me refiero, porque antes quiero que hagas algo por mí. Teniendo en cuenta que estás en público, o al menos no estás totalmente libre, quiero que hagas algo que no llame la atención. Quiero que coloques tu dedo índice detrás de la oreja derecha, quiero que deslices la yema desde ahí cuello abajo, y acabes en la cabeza de la clavícula, lo más lento posible, como si te pusieras perfume. Cuando llegues a la clavícula, recorre el mismo camino a la inversa, pero esta vez con la uña. Muy despacito. Está bien la sensación, ¿verdad? Sé que has inclinado la cabeza al hacerlo. Y es algo íntimo que estamos haciendo los dos, tú y yo, sin que nadie más a tu alrededor lo sepa.

Si estuviéramos cara a cara los dos, haría ese mismo recorrido a besos. ¿Te imaginas sentir mis labios recorriéndote el cuello tan despacito como te gusta, justo como te gusta a ti? Yo sí me lo imagino.

Te voy a decir ya qué parte del cuerpo visualizaba antes. Quería tardar mucho más en decírtelo, pero se me está empezando a ir esto de las manos. Pronto voy a decirte obscenidades, ya sabes cómo soy, vienes a menudo. Y si no lo haces quisiera que lo hicieras. Y quiero que sepas que todas las palabras que me vengan a la cabeza serán por ti. Únicamente por ti, por tu cuerpo, por el tiempo que dedicas a leerme a mí y a mi cuerpo. 

Tengo en la mente la imagen de un trozo de piel que quizá esté más alterado de lo habitual. Está protegido por la ropa, e incluso detrás del escudo del sujetador. Ausente a todo lo que le rodea, a esa situación pública de la que te escapas aquí dentro. Dormido, aunque confío que ya algo despierto. Me imagino tu pezón izquierdo, tomando cierta forma, elevándose sobre el resto de la piel y empujando el tejido con poca fuerza. No lo ves, pero también te lo imaginas. ¡Wow! En cuanto lo he nombrado lo has sentido, ¿a que sí? Y estiras los hombros hacia atrás para que tu ropa lo presione y lo acaricie, y la sensación se hace más física, más real. Y no sé cómo de inapropiado será para ti ahora mismo hacerlo, pero daría lo que fuera por que te lo pellizcaras, con suavidad, por encima de la ropa. Sólo un poquito, hasta que sientas la corriente eléctrica atravesarte suavemente. 

Si lo has hecho te contaré qué parte de mí está reaccionando al pensar en ti tocándote así en público, y sobre todo imaginando los cambios que debe estar sintiendo tu cuerpo. Porque es francamente injusto que hayas hecho eso con tu pezón izquierdo, pero dejes al derecho carente de atención. Sí, lo has adivinado, voy a pedirte que hagas lo mismo con tu pezón derecho. Ése es un poco más sensible, ¿a que sí? Está más excitado. Como yo.

¿Crees que puedes seguir disimulando? ¿Se nota mucho? ¿Demasiado descarado? Espero que sí, quiero que el "esto está mal" te excite tanto como a mí. Y para comprobarlo, quiero que te pellizques ambos pezones, a la vez. Sobre la ropa. Te propongo que disimules cruzando los brazos, pero si quieres hacerlo de una forma más evidente serás una alumna aventajada, y tendrás que contarme cómo lo hiciste y qué pasó a tu alrededor. 

Ahora ten cuidado, tienes los pezones estimulados, y quizá la ropa no lo disimule. Es verano y no hay tantas capas de tela como sería aconsejable para que no se te noten. Por mí perfecto, te imagino la forma de tus pechos empujando tu vestido o tu blusa y resaltando en su centro el bultito tan sensible, y me arrodillaría ante ti para reposar mi cabeza entre ellos, para besarlos, lamerlos y acariciarlos hasta que me pidieses que parase de hacerlo. Si es que alguna vez te cansases de ello. 

O quizá hasta que me pidieses que avanzase a otras partes de tu cuerpo que deben estar despertando también. Pero eso ya llegará. Ahora sólo quiero que te concentres en la sensación de tener tus pechos alterados y estimulados entre la ropa, en los movimientos imperceptibles que haces con la espalda para sentir el roce de la tela sobre los pezones, y la forma en que tu cintura oscila levemente a la espera de más instrucciones por mi parte. Quiero hacerte más, quiero hacerte mejor, pero también quiero saber si estás tan excitada como yo. Espero que sí. 

Lo que te voy a pedir ahora será muy complicado de cumplir. Quiero que cierres esta ventana del navegador, te vayas a seguir con las cosas que estés haciendo, en tu trabajo, con tu familia, estudiando, y que te quedes con las sensaciones que has sentido, y sobre todo, que experimentes la aventura de la excitación prohibida. Quiero que dejes tu cuerpo avanzar, que imagines cómo voy a seguir contando esta historia, y que me cuentes lo que te gustaría que te hiciese, hasta dónde quieres que te lleve, y de qué forma. 

Deja un comentario para saber que me has leído, y sé todo lo sincera que tu cuerpo te pida ser, cuéntame lo que pasa ahora mismo por tu mente y, sobre todo, por tu cuerpo, y si me convences, continuaré avanzando letra a letra hasta donde deseo llegar desde que entraste en este blog. 

Llévate un beso para el camino. Espero tus comentarios.  

Y si quieres seguir leyendo, si te atreves a seguir enfrentándote a lo que se me haya podido ocurrir, sigue aquí:

Bienvenida de nuevo.
.

L y M (nos lo cuenta M)

L y M (nos lo cuenta M)



Hola. Soy M. Os escribo después de haber leído el relato de P contando mi primera vez, y convencida aunque no segura. Me siento orgullosa de haber formado parte de un relato tan maravilloso como el que espero que hayáis leído. Y si no lo habéis hecho aún, leedlo antes que éste. No podéis imaginar cómo ha dejado mi piel saber que cada parte narrada, cada acción descrita, cada trozo de cuerpo nombrado forman parte de mí, y que era yo quien experimentaba todos esos momentos. No tengo que explicaros de qué forma he repasado todo lo aprendido aquél día mientras leía las palabras de P, con entusiasmo, pero sin ir demasiado rápido, para recordar y evocar de nuevo las sensaciones. Él me pidió permiso para publicarlo, yo no sólo le doy permiso, sino que amplío su narración contando cómo fue todo desde mi punto de vista.

Todo había empezado como empiezan las grandes cosas. Sin querer. Tengo 19 años recién cumplidos y seguía virgen, no por nada en especial, simplemente no había salido la ocasión. Ni tengo tara ni problemas, soy una chica normal, todo lo normal que puede ser una adolescente, que estudia mucho y dedica mucho tiempo a entrenar, a ensayar y a sus otros hobbies. Simplemente había ido pasando el tiempo y no había dado con el tipo adecuado. Pero no por ello lo necesitaba menos. Son 19 años, y el hecho de ser responsable en la elección no la hacía cada vez más urgente.

Un día, en casa de L, surgió la idea. Antes que nada os contaré que L es mi prima favorita. Mi padrastro es su tío, y además su padrino, y desde que entré en la familia se ha encargado de cuidar de mí. Es como una hermana mayor, aunque no haya lazos de sangre reales. Paso mucho tiempo en su casa, nos lo contamos todo. Y un día, de compras, en un probador, observé que tenía un moratón en la parte alta del hombro. Al poco rato me di cuenta que tenía otro en la parte baja del cuello, y un par de arañazos en la espalda. Al volver a casa le pregunté si todo iba bien, si tenía algún problema, o había algo de lo que quisiera hablarme, malos tratos quizás, y cuando se le pasó la sorpresa por mi pregunta, le señalé los hematomas.

Cuando entendió mi pregunta sonrió, con malicia, y su mente se fue a algún lugar donde estaba volviendo a vivir los momentos marcados, y sus ojos, y su sonrisa, traían una dulzura y a la vez una sensualidad que me desataron la curiosidad, no sólo por saber lo que pasó, sino por sentir algo parecido. La curva que adquirió su espina dorsal era tan armónica que casi ondulaba, y su voz susurraba cuando me explicó, sin demasiados detalles, cómo había adquirido esos “recuerdos en la piel”. Me dejó atónita. Siempre que me hablaba de cómo P la trataba se le iluminaban los ojos.

-         Yo quiero. Por favor, quiero uno. Un hombre que me haga vibrar así
-         Claro, tendrás a montones. Eres un encanto, no te los podrás quitar de encima.
-         Son todos unos babosos, ninguno me parece el adecuado. Quiero un hombre que me estrene y que recuerde toda mi vida. Que se lo merezca.
-         ¿Qué te estrene? Anda ya… ¿Sí?
-         Sí… préstamelo. A P, un día.
-         ¿Qué dices? Es mío! Los hombres no se prestan así.
-         ¿Qué mejor manera de encontrar el hombre adecuado? El que tú me regales. Es perfecto.
-         Ni hablar.

El debate se alargó bastante rato. De hecho, lo alargamos en el tiempo. Pasaron semanas hasta que comenzó a flaquear, y finalmente le pareció una idea que al menos se podía estudiar. Quizás tuviera que ver el tiempo que llevaban juntos, y que las cosas no iban como pretendían ambos. Pero eso sí, siempre quedó claro que, en el hipotético caso que eso ocurriera, no tendríamos contacto entre ella y yo, sólo faltaría iniciarme en el sexo en un trío incestuoso. Y ella tendría que estar lo más cerca posible. Será un tipo estupendo, pero para mí era un desconocido, necesitaba saber de su proximidad para lo que pasara.

Finalmente accedió a compartirlo, y organizamos todo. Llegué a su casa la noche de antes, para cenar y quedarme a dormir, como tantas otras veces que he estado allí. No quería llegar y verme el pastel, quería estar allí mucho antes para hacerme a la idea. Cenamos y bebimos y charlamos y nos fumamos alguna cosita para pasar la noche relajadas, nos reímos un montón y a mí se me fue diluyendo gran parte del nerviosismo. Gracias a eso pude dormir esa noche. A la mañana siguiente, a la hora acordada, me di una ducha, me encontraba bien, apenas tenía resaca, y me puse un pijama que L tenía en algún armario. Soy bastante más alta que ella y tuve que ponerme uno de hombre que guardaba en el ropero, con olor a viejo. Oí cómo le llamaba por teléfono y comencé a ponerme nerviosa.

Al poco rato, ya había completado el proceso de ponerme nerviosa y estaba sudando y casi temblando, cuando sonó el timbre y, pasados unos instantes, al fin entró en el departamento. No había mucha luz, y él apenas dio señales de saber que yo estaba ahí. Un tipo alto, muy alto, bastante delgado, pero fibroso, bien plantado, no demasiado guapo. Se lanzó a abrazar a L y ésta se escabuyó hacia mí. En ese momento me di cuenta de que él no sabía que yo estaba allí. No sabía lo que iba a suponer, no sabía NADA. L no le había contado lo que planeaba, ni nada sobre mí. Quería que la tierra me tragara.

Al fin, L me presentó, y él fue muy agradable conmigo. Quizás estaba bastante desconcertado, ya que si yo estaba allí, no sería el plan que tenía previsto, pero se acercó y me dio dos besos muy tiernos. Era un tipo muy agradable, y olía muy bien. Todo lo que me había contado L sobre él iba cogiendo forma, y me gustaba su presencia. Pero no era capaz de sonreír más allá de una mueca.

L le contó, durante unos instantes en los que creí morirme, todo nuestro plan, así, a la cara, sin dejarme esconderme, a las bravas, y P me miró fijamente. No estaba intentando decidir si yo era digna de él, no estaba juzgándome. Estaba intentando saber cómo me sentía. Me habló con ternura infinita para hacerme sentir segura y a salvo, y me cedió toda la libertad para decidir si seguíamos adelante o no. Durante un buen rato estuvimos charlando, sin cursiladas, sin frases vacías, contándonos cosas, porqués, y porqué nos, cómo una chica bla bla bla… y cada frase que él decía me hacía ser más sincera y más confiada en cada una de mis frases, porque estaba consiguiendo que me relajara. Finalmente, sentí que era el hombre adecuado, se lo hice saber, y nos fuimos al sofá.

Algunos besos había dado antes de eso, pero nada digno de mención, y cuando comencé a intentar picotear su boca con la mía me tomó de la cara y me guió. No negaré que me gustó que tomara la iniciativa, de hecho me relajó bastante no necesitar saber determinadas cosas, y me dediqué a aprender, que es una de las cosas que mejor hago. Su boca grande y sabia hacía con la mía lo que quería, y pronto respiraba pesadamente aquejada de un acaloramiento provocado en la superficie de mi lengua. Sus manos recorrían partes de mi cuerpo que no desataban prisa, pero sí me hacían tenerlo mucho más presente, y me abrazaba a él, descubriendo formas que no identificaba pero que inconscientemente sabía lo que eran, esperándome.

De vez en cuando tomaba la iniciativa, era yo la que le besaba, comprobando mi aprendizaje, y a él le gustaba eso, que me lo pasara bien y que le hiciera pasárselo bien a él. Era un buen momento.

Tenía la piel alterada, la ropa estaba empezando a sobrarme, y él acertó de lleno cuando me propuso quitármela, porque deseaba tocarme. Por una parte era lo que mi cuerpo pedía, pero era ir mucho más allá de lo que nunca había ido, y me entró el nerviosismo de nuevo. Él se sorprendió y se dio cuenta de mi total y absoluta inexperiencia. Y me acarició, me dejó suavemente sentada en el sofá, reclinada, y comenzó a hablarme con su voz profunda y sensual, a decirme cosas tiernas y sexys a la vez, a producirme caricias que entraban dentro de mí por mis oídos, y no pude evitar que mis manos obedecieran sus instrucciones. Al principio simplemente iban donde él las mandaba, pero pronto comencé a vivir las caricias que me describía, a sentir las sensaciones que él quería provocarme, y comencé a dejar que fuese mi piel la que respondiera a sus palabras. Me acaricié como él me pidió los pechos, pellizqué mis pezones, los mojé de saliva, y a cada una de estas acciones mi cuerpo se iba encendiendo más y más, y yo casi desnuda con las manos debajo de los pantalones de pijama de un desconocido comencé a masturbarme por primera vez, con mi sexo húmedo y caliente pidiéndome más caricias, y cuando él me indicaba una nueva forma de acariciarme una corriente eléctrica me atravesaba por la mitad, y yo no podía dejar de agitarme y de tocarme, y podía oler perfectamente mi olor, y oír cómo mis dedos golpeaban mi sexo, y que todo esto estaban percibiéndolo mi prima y su novio, pero nada de eso importaba cuando sentí, por primera vez en mi vida, que mi cuerpo mandaba y yo obedecía, y seguí acariciándome justo donde P me pedía de la forma que me pedía, y acabé estremeciéndome en una contracción que me dejó sin aliento, y cuando volví a abrir los ojos P y L me miraban con ternura.

La verdad es que ya había sentido alguna vez una sensación como ésa, pero nunca había sido tan intensa, ni había sido voluntaria. En ese momento me sentía como una rosa que se abre y deja de ser un capullo y va abriendo sus pétalos uno a uno para exteriorizar su hermosura, el sexo y el disfrute del cuerpo eran esa hermosura, y el capullo (o la capulla) había sido yo sin abrirme a ello. Todo mi cuerpo se había convertido en cuerpo de mujer en ese instante, y estaba agradecida a la naturaleza por haberme brindado un cuerpo tan sensible y divertido. Quería más, pero tendría que pasar un rato, estaba demasiado impresionada y cansada. Mis dos acompañantes se miraban con fuego, sin duda provocado por mí, y preferí aprovechar y darme la ducha que necesitaba, mientras ellos hacían lo que tuvieran que hacer.

Al meterme en el baño, me vi en el espejo desnuda de cintura para arriba, con un pijama de hombre que me sentaba fatal. Me veía horrible, totalmente al contrario de cómo me sentía, así que me quité el pijama y me quedé mirándome. Desnuda, con la piel aún enrojecida por la excitación, con las oleadas aún en el recuerdo, y sabiendo que ellos dos estarían fuera haciéndolo. Quizás no hubiera sido una mala idea asomarme y ver lo que hacían, pero durante todo el día ya habría tiempo para todo ese tipo de cosas. Lo que necesitaba era una ducha para quitarme de encima el sudor nervioso del principio de la mañana, y recuperar fuerzas. Me metí bajo el agua caliente, con las manos repartí el agua y el jabón, y me sentí tentada de volver a comprobar la sensibilidad de mi cuerpo. De hecho, para quedar todo lo limpia que pudiera hacer falta en esa parte, metí una buena cantidad de jabón entre mis piernas, y dejé deslizar mis manos repartiéndola. La sensación era magnífica, pero algo me decía que no era justo, que todo lo que pasara tenía que compartirlo con ellos. Terminé de ducharme, les di algo más de tiempo y salí envuelta en un albornoz, feliz de la vida, con una sonrisa que yo misma no podía controlar.  

La ducha no había calmado mi cuerpo, y alguna parte lasciva dentro de mí pedía a gritos haberlos pillado a los dos en pleno acto sexual, aunque estaban los dos muy modositos, cada uno en su lugar. Pero L llevaba la camiseta al revés. Por lo que sé, en todo el tiempo que la llevó puesta el resto del día, no se dio cuenta ninguno de los dos. Y era divertido imaginar cómo había pasado.

Me senté en el sofá, al lado de P, con los ojos me atravesaba y yo me dejaba atravesar, y me propuso continuar el aprendizaje. Me sentó en uno de sus muslos, de forma que mis rodillas estaban entre las suyas, y mi hombro en su pecho. Enfrente del sofá, L acabándose una taza de café. Las manos de P comenzaron a acariciarme. Estaba quizás un poco más ansioso que antes, tal vez porque ya habíamos avanzado bastante, o quizás por lo que hubiese pasado o no con L, pero sus caricias me gustaban. Nos besamos, los dos, sin aprendizajes, y comenzó a deslizar sus manos por mi piel. Era una sensación muy agradable, cuando me acarició el cuello, los hombros, pero cuando comenzó a acariciarme el escote me sentí de nuevo violenta. No tenía por qué, todo iba genial, y me dejé hacer, a ver cómo seguía, y acerté. Cuando comenzó a tocarme los pechos, sopesando, y apretando, era como si fuesen frutas cuyo jugo fuese placer líquido derramado en la sangre, y estuviera exprimiéndomelas. El cuerpo y el alma se me encendían, y cuando comenzó a acariciarme los pezones ya no podía respirar bien. Al pellizcármelos desató una parte de mí que no conocía y que sin decirlo pedía que lo hiciera más fuerte, que me hiciera más daño, un poquito más. Cuando por fin acabó de quitarme el albornoz, ya estaba desatada, le atraía la cabeza a mis pechos para que no dejase nunca de mordérmelos, besármelos, lamérmelos, y provocarme esas oleadas de electricidad que me atravesaban toda por conexiones que no conocía, que bajaban por mi espina dorsal y se iban justo al punto que estaba acumulando todo el calor y la humedad de mi cuerpo, y que necesitaba de alguna caricia de la forma que fuese. Hubiera pedido que lo hiciera, pero aún no estaba tan liberada. No obstante, el sabía que lo necesitaba, y su mano fue a parar justo ahí, a hacerme las caricias que antes me describió y que ahora iba a vivir directamente.

Jugó durante un buen rato con mis pliegues, como si los conociera incluso mejor que yo. Me abrió los labios, me tocó el clítoris, me acariciaba una y otra vez a cada pasada de una forma distinta, y yo estaba demasiado comprimida sintiendo todo eso, así que pasé una pierna por encima de la suya, de forma que le daba la espalda, con los muslos abiertos, de cara a mi prima, que miraba con sorpresa, y ahora en esa postura sí podía sentir sus dedos moviéndose por mi coño buscando todo lo que quería encontrar. Levanté una mano, la pasé por detrás de su cabeza para colgarme de su cuello, y comencé a levantar las caderas. De nuevo esa sensación que dominaba el intelecto, el cuerpo encabritado hacia el placer, y mis caderas empujando las manos que las acariciaban. No sabía quién las movía, yo no era, eran ellas solas, pero yo no iba a frenar todo el placer que me estaban haciendo sentir.

De repente, un movimiento inesperado de uno de los dedos de P. La punta de un dedo en la entrada de mi vagina. Una sensación inesperada, más placentera, y el empuje de mis caderas ya no tuvo vuelta atrás, me arqueé formando una bóveda mientras exhalaba todo mi aliento, y me quedaba con el coño en alto, goteante, inmóvil, apuntando hacia mi prima, que me miraba con las mejillas enrojecidas mientras a mí me recorrían miles de calambres que partían de mi abdomen y me dominaban sin compasión. Luego, caí de golpe con el culo desnudo sobre la pierna de P, que siguió acariciándome y susurrándome al oído.

Cuando recuperé el aliento, pude notar sobre qué estaba sentada. Ese bulto bajo el pantalón de P sólo podía ser una cosa, e iba siendo hora de que por fin la viera y la tocara. P se abrió los botones del pantalón y se sacó su pene, bastante más grande de lo esperado. Tenía bastante jugo en la punta, y muchas venas, por lo demás era como lo habían descrito en anatomía. Pero no era una clase, al menos no del colegio, y me apliqué a aprender cómo y cuánto y de qué manera tocarlo, y cuando me hubo indicado los movimientos básicos, lo acaricié, y lo agité, y pude observar cómo P se tensaba y bufaba y finalmente se desplomaba mientras salpicaban gotas gordas de líquido espeso sobre la propia ropa de P. Una guarrada. De ésas que resultan excitantes sólo porque son guarradas.

Llegados a ese punto, era el momento de tomar algo. Yo estaba exhausta y hambrienta, y era hora de almorzar, y me acerqué a la cocina a ver qué había. L me acompañaba hasta que P dijo que iba a la ducha, y se metió con él. Menudos dos. Quizás el espectáculo que estaba dándoles yo era bastante más sexy de lo que quizás me imaginara. Tampoco estaba haciendo nada del otro mundo, o al menos eso creía. Preparé algunas tostadas que encontré, pensando que tardarían en salir, pero salieron bastante pronto, y se fueron al sofá. Ella se tumbó sumisa, desnuda, con las piernas abiertas, esperando algo que él iba a hacer, y pude observar el cuerpo de mi prima desnuda. Es bastante mayor que yo, pero se mantiene bien. Muy bien. Él le acarició los pechos, con más confianza que como me tocó a mí, los conoce mejor, los mordió, los aprisionó, y verle hacer todo eso lanzó un proyectil dirigido a mi entrepierna que comenzó a encenderme, aunque no era mi momento. Me senté cerca de ellos, a observar, y vi cómo él introdujo sus dos dedos centrales en su coño. Era como un ritual, algún tipo de movimiento que él ya sabía hacer y que ella ya sabía que funcionaría. Comenzó a agitar su brazo, era como si vibrara, y esa vibración fue creciendo hasta que era casi una agitación, y con ella los dedos de su interior deberían estar dándole unos golpes tremendos o no tan tremendos en el interior de su vagina. El calor y la humedad de mi entrepierna crecieron al ver la manera en la que L comenzó a agitarse, con gritos entrecortados y jadeos, con quejidos de placer, y se convulsionaba tanto que apenas podía mantenerse sobre el sofá, hasta que lanzó un último grito, alargado y entrecortado, y finalmente apartó la mano de P de su cuerpo. Los dedos goteaban con los jugos derramados en su mano, y se los llevó a la boca. Casi me dio un poco de lástima por L, pero estaba tan plácida, recién orgasmada, que estoy segura que no era lástima lo que se merecía, sino tal vez envidia.

Decidí pedirle a P que me lo hiciera, aunque más bien lo que hice en lugar de eso fue preguntarle si me lo haría a mí. Me dijo que algún día. Bueno, algún día.

Pasamos un buen rato almorzando. L se empeñó en juguetear con la mermelada entre los labios, e incitar a P a la menor ocasión. Yo no quería quedarme atrás, pero mis juegos eran un poco más torpes, más cómicos que eróticos, hasta que un poco de sirope de chocolate que me cayó por casualidad en el escote fue lo más comentado. Pronto pasó el hambre alimenticio y se desató el hambre de otro tipo. Ahora, tal como me advirtió P, vendría el sexo oral. Tal como me sentía, cualquier cosa sería bien recibida, pero no me esperaba aquella maravilla.

Me tumbó boca abajo y recorrió toda mi espalda y mi cuello con caricias. Sabía que el cuello sería agradable, pero por dios que descubrí lo agradable que es. Se encargó de hacerme saber cuántas vértebras tengo en la espalda, una por una, con la punta de la lengua, y como si fuera la cuerda de una guitarra, a cada contacto me lanzaba vibraciones que me recorrían toda. Yo ronroneaba contra el sofá, rozando todo el cuerpo, esperando saber más de eso llamado sexo oral. Si eso era la preparación, cuando llegaran los fuegos artificiales sería la locura. Siguió bajando por mi espalda y llegó a mis nalgas, que llevaba un buen rato magreando. Era la primera vez que sentía que la idea de ser carne amasada fuera gratificante, y me encantaba la forma en que “maltrataba” mis nalgas, incluso pellizcándolas. Cuando deslizó su lengua por el canal que las separaba, en un principio me dio algo de reparo, pero fue una sensación maravillosa, estuve a punto de pedirle que volviera a recorrerme ese canal con su lengua, pero me dio la vuelta y me tumbó en el sofá como estuvo L antes. Abrí los muslos, ya no tenía ninguna vergüenza y estaba bastante encendida, y él se metió entre ellos. Comenzó a recorrerme las dos caras internas de los muslos a lengüetazos, a mordiscos, a caricias, a besos, a chupetones, y yo cada vez estaba más encendida, tanto que cuando me lamió una ingle lo sentí tan cerca como si me hubiese lamido el mismo coño. Pero me equivocaba. Cuando por fin lo hizo, ya no pude aguantar más y me eché para atrás a dejarme ir, a sentir lo que viniera y gozar sin reparos. El contacto suave y ligero como una nube liberó una tormenta de rayos en mi coño que me recorrieron como un tornado, y mi cuerpo comenzó a tiritar justo en ese momento. Su lengua subía y bajaba por mi raja, siguiendo mis pliegues, buscando y encontrando, y me llevaba a lo más alto, y volvía a dejarme caer, y yo agitaba las caderas como buscando más, pero seguro que no hubiera sido capaz de soportar ni una gota más de placer. Cuando al fin tuvo mi clítoris en su boca, como un chupete en la boca de un bebé, sentí algo que se acercaba a la entrada de mi vagina, un dedo, y fue más de lo que pude soportar, y comencé a correrme como nunca, a golpes de cadera contra ese dedo, contra el aire, agitando mis caderas y gritando “P”, “P”, una y otra vez, y me vacié, no sólo físicamente en un chorro de líquido, sino de energía acumulada, quedándome exhausta sobre el sofá de mi vida, temblando por las oleadas que aún me recorrían de arriba abajo.

Cuando abrí los ojos, P se había levantado y quitado la toalla. Su polla me miraba como un mástil, otra vez. Estaba arrodillado al lado del sofá, a mi lado, y supuse que quería que se lo acariciara. No estaba muy concentrada, aún no me había recuperado. Pero L se acercó, se sentó en un puf que había usado P, cogió su polla, se agachó y se la llevó a la boca. En un solo segundo me despejé por completo, perpleja. Metía casi la mitad de la polla en su boca y la sacaba, mientras la masturbaba, con una habilidad sorprendente. Me acerqué para fijarme bien y me enseñó cómo. La cogí y me la llevé despacito a la boca. Lo primero fue pensar si me cabría. El hecho de haber visto a L hacerlo con tanta familiaridad me quitó muchos de los reparos. Comencé a lamer lo mejor que supe, L me corrigió aquí y allí, y P pronto comenzó a gemir. Sabía que lo estaba haciendo bien porque oscilaba las caderas. L, mirando todo aquello de tan cerca, comenzó a acariciarse entre las piernas, tan cerca de mí que me resultaba obsceno. Estaba chupando la polla de P con toda la concentración del mundo, se lo merecía por lo bien que me estaba tratando, pero sabía que L miraba esa polla con deseo mientras se masturbaba. Le puse la polla en la boca, y sin usar las manos comenzó a chupar, golosa, con más entusiasmo que intención, dedicándose a su clítoris en primer lugar. Luego se la saqué de la boca y la puse en la mía, pero P tenía que girar mucho para pasar de una boca a la otra, así que me acerqué mucho mucho mucho a L, tanto que me hacía sentir que estaba siendo mala, muy mala, y me pegué a su cuerpo. Nuestras bocas estaban muy cerca, y mi pecho izquierdo estaba sobre su pecho derecho, presionándose mutuamente, y no era en absoluto una mala situación. P no iba a quejarse, con su polla saltando entre dos bocas dedicadas a chupársela, y L estaba extasiada masturbándose, tanto que pronto comenzó a quejarse con sonoridad, y pegada a ella sentía cómo se erizó el pezón que estaba en contacto conmigo y cómo comenzaron sus temblores, y se echó para atrás y se dejó ir, y P sacó su polla de mi boca y se acercó a ella, masturbándose con fuerza, y cuando ella estaba a punto de subir su tono de voz de la punta del capullo de P surgieron varios chorros de semen, como los que vi antes pero más pequeños, que fueron a parar por todo el cuerpo de L, quien por fin se desató en gritos y gemidos y un orgasmo magnífico que me dio incluso un poco de envidia, a pesar de los que llevaba yo. Quizás ver ese final, y compartirlo tan de cerca con el cuerpo de mi prima, su contacto, sus estremecimientos contra mi piel, me volvió a encender.

Casi era la hora de comer, e hicimos otro descanso. Cada uno pasó por la ducha, pero por turnos, y a mí me seguían retronando en mis oídos los gemidos de L cubierta de semen. Era una imagen impactante. Así que, después de comer, cogí la leche de la nevera. Quizás era demasiado evidente, pero yo era novata y me lo podía permitir. Con un vaso de leche eché un buen trago, tanto que derramó por la comisura de mis labios, y sentí cómo su frescor caía por mis pechos y mi abdomen. En un solo instante mi cuerpo se encendió y a partir de ese momento la palabra que mejor me definía era “cachonda”. Me insinué sin ninguna sutileza a P, a quien le provoqué una erección paulatina y le arranqué la promesa de que la próxima vez eyacularía sobre mí, hasta que me derramé un buen chorretón de leche por el cuerpo, y se lanzó a bebérselo, en teoría, para no manchar el suelo.

Recorrió mis piernas, mi coño, mi ombligo, mi coño otra vez, mis pechos, y ya no quedaba leche sobre mí pero seguía relamiéndome para que no quedara ni gota, y yo estaba desatada, actuaba sobre mí mi coño, no yo, y su grandiosa habilidad para recoger gotas de leche inexistentes, y a mí comenzaron a temblarme las piernas, quizás había desatado algo que aún no era capaz de controlar, pero no quería controlarlo. P me tomó de la cintura y me dobló de una forma que me hizo sentirme cachonda de una forma animal, dejando mi culo en pompa y pidiéndome que me apoyara sobre el respaldo del sillón donde L me miraba perpleja. Estaba extremadamente cerca de ella, y aún recordaba el roce de su pecho contra el mío poco antes, y mientras P seguía lamiéndome entre los muslos y bajo mis labios, sacando de mi interior gemidos que llevarían al orgasmo a la M que entró en esa habitación el día anterior, alargué mi mano para tocar a L, la parte que fuese, la primera que encontrase. Lo que encontré fue su mano, y nos las cogimos, pero se dio cuenta de que lo que buscaba no era su mano. El placer que me estaba provocando P entre mis piernas era inmenso y no podía controlarme, sólo recuerdo que le dije al oído “si sigues así voy a correrme” pero no sé si se lo dije refiriéndome a P o a L.

De repente P se detuvo, dejándome recuperar el aliento. Me llevó a la ducha, apenas un manguerazo para quitarme la leche, pero entró conmigo en la ducha y nos rozamos los cuerpos uno contra el otro, y fue genial sentir su polla rebotando por mi abdomen, resbalando sobre mis nalgas, golpeando a la entrada de mi coño.

De ahí, me secó con cuidado y me llevó al sofá de nuevo. Estaba francamente cómoda, con la cabeza apoyada en el respaldo del sillón y el culo sobre el puf. Podía moverme bien. Había llegado el momento.

Yo estaba como una borracha de sexo. Quería más y más, no había bastante sexo en esa habitación para hacerme decir basta. Y necesitaba ya esa polla dentro de mí. Para eso estábamos. Y ya conocíamos bien su polla, mi coño, su cuerpo, el mío. Era el momento. Un último momento de concentración, para volver a convencerme que era lo correcto, y relajé las caderas. Su polla, aquí dentro, ahora.

Unas caricias, me lamió de nuevo los muslos, me besó, como si no se creyese que estaba dispuesta. Avancé una mano y cogí su polla. Al cogerla sin verla me sorprendió lo grande que es. Pero cabría. La llevé a mi coño, aunque él me paró. Comenzó a tocarme con ella los labios, el clítoris, y yo cada vez más ansiosa. Lo deslizó, lo acercó a mi agujero, por fin lo llevaba a donde debía, metía la punta, por dios, sí! Iba a ocurrir. Entró un buen trozo de su glande, pero lo volvió a sacar. Yo no podía parar de suspirar. De nuevo volvió a insistir. Sentí como comenzaba a entrar, iba abriéndome, y de repente un fogonazo de dolor, algo que para su avance, y unos segundos de dolor ardiente en mi interior. Era difícil de aguantar. Unas lágrimas. Un poco más, un poco más. Sollocé. Sentí que empujó un poco más, grité, y finalmente venció lo que lo frenaba y el dolor comenzó a remitir. Su polla comenzaba a deslizarse dentro de mí, provocándome cada vez menos dolor, y finalmente, bien lubricada por toda la excitación, su polla empezó a entrar y salir, lentamente, y toda la pared de mi coño lanzaba señales eléctricas a todo mi cuerpo, y la sensación se apoderó de mí y me dejé llevar. Era como si la parte interna de mi coño, al menos la parte inicial, fuese toda ella clítoris, y el roce me estaba volviendo loca. Me dejé vencer, hacia atrás, con los ojos en blanco, sintiendo cómo me iba follando cada vez más deprisa, y cómo iba masajeándome el clítoris y los pezones para encenderme cada vez más.

Pasado un rato, sacó su polla de dentro de mí. No sé por qué lo hizo, pero me pidió que me pusiera arrodillada sobre el sofá. Me parecía una posición muy obscena, muy animal, y meneé el culito esperando que me follara de nuevo. En cuanto sentí que me la metía lancé para atrás mi culo, para que entrara de golpe, y volvimos a tomar el ritmo cada vez más rápido, y me cogió una de las manos para que la pusiera sobre mi propio coño, y comencé a masturbarme. Su polla llegaba muy profundo desde ahí, y las sensaciones eran distintas, y toda la excitación acumulada, me dio una cachetada, me sorprendió con eso, y comencé a dejarme ir, y mis contracciones casi aprisionaron su polla en mi coño. Empecé a rugir sobre el sofá, con el culo en pompa a la vista de P y de L, y agité mis caderas al ritmo de mi masturbación y de la follada que me estaba pegando P, y me corrí como una barriobajera malhablada, y fue el orgasmo más intenso del día, y me dejó rendida sobre el sofá.

Pero él no se había corrido, y quería más. Me hizo un gesto que yo interpreté para que se la chupara, pero no. Quería volver a follarme. Me sorprendió, después de correrme, quizás fuera bueno eso de repetir. Quería que me pusiera sobre él, sobre su polla, y yo me acerqué mucho a él para sentarme encima. Su boca en mis pechos y su polla en mi coño. Sí que estaba bien esto. Ahora me tocaba a mí llevar el mando. Un nuevo aprendizaje. Comencé a moverme, con movimientos simples, muy simples. Era genial sentir su polla moverse dentro de mí a mi ritmo, pero L me corrigió. Sentada detrás de mí me cogió de las caderas. Me indicó maneras de subir y bajar, de dibujar “ochos”, “círculos”, “equis” con mis caderas sobre él, de forma que su polla entre y salga con ángulos cambiantes, de cómo de profundo podía hacer la penetración, de cómo moverme para que mi coño rozase su abdomen y su polla según salía o entraba, y todo eso lo hacía tocando exactamente los puntos en cuestión, indicando como una buena maestra, y yo, como una buena alumna, iba tomando nota mental, y comprobando en la práctica lo buenas que eran sus explicaciones, sin olvidar que a lo que me estaba enseñando era a follar, a disfrutar con una polla dentro, a correrme a mi ritmo, y que estaba usando sus manos en mis nalgas, o en la polla de P, o a veces en contacto con mi clítoris. Y finalmente, cuando L se apartó como un profesor en un examen, a ver cuánto había aprendido, me lancé a masturbarme con la polla que tenía dentro del coño, sin tocarme, simplemente dejándome subir y bajar, de una manera básica y visceral, casi animal, y sentí las contracciones que venían a por mí, y quizás esta vez consiguiese que P se corriese dentro de mí, aunque me había prometido hacerlo sobre mí, y me corrí profundamente, vertiéndome en golpes secos que casi podrían arrancarle la polla de cuajo, pero finalmente me desplomé desmadejada sobre el sofá, extasiada, feliz, mientras la polla de P seguía como un mástil, un mástil mojado y pegajoso por mis jugos, y cerré los ojos un momento y sabía que él y L estaban en el sillón follando, porque los oía jadear, pero no podía más que entreabrir los ojos, y ver sus movimientos sincopados mientras me dejaba embargar por la gloria de los últimos orgasmos. Y cuando por fin L exhaló sus últimos gritos, P me llamó y recobré la consciencia de golpe. Tenía su jugo caliente listo para mí y me lo iba a dar. Y de pie frente a mí se machacaba su polla, llena de mis jugos y los de L, morada de tanta sangre acumulada, y yo arrodillada delante de él esperaba la lluvia de semen que me prometió, y uno y dos y tres chorros de semen surcaron el aire, y chocaron contra mi piel, y eran calientes y pegajosos, y resbalaban y olían fuerte, pero me gustaban. Dejé pasar unos segundos para experimentar la sensación, mientras P escurría su polla sobre mí, y L vino a extender la crema caliente sobre mis pechos, y a llevarme sus dedos manchados de semen a la boca. Me gustó bastante el contacto de sus dedos rozándome los pechos manchados de semen, y me gustó también el sabor del semen en mi boca, así que la abrí para aprisionar la polla de P y acabar de limpiar sus últimas gotas. Sin que L dejase de acariciarme la piel mojada de semen, P se sentó en el suelo, y nos abrazamos a él, acariciándole el escroto a la espera de que entrase de nuevo en acción. Ambas teníamos ganas de más, y necesitábamos que él estuviese disponible, para estar entre las dos, manteniéndonos a distancia, o no sabíamos lo que pudiese pasar. 

Espero que os haya gustado. Como os dije, liberó bastante mi cuerpo la lectura del cuento de P, pero escribir éste me ha colmado de placer. En todos los sentidos. Espero que lo hayáis pasado tan bien leyéndolo como yo escribiéndolo, aunque no creo que sea posible. Quizás convenzamos entre P, vuestros comentarios y yo a L para que cuente su parte. Un beso.



L y M (nos lo cuenta P)


L y M (nos lo cuenta P)



Hola a todos. Siempre he pensado que estas historias deben valer para leerse con una sola mano, igual que necesitan ser escritas también con una sola mano. Por eso os voy a contar esta historia. No os contaré detalles cotidianos y normales de mi relación, pero sí el más extraordinario de los hechos, el más digno de que yo lo cuente y de que vosotros lo leáis. Como ya os digo, a una mano.

Llevo con L algo más de un año. Nos llevamos muy bien en casi todos los aspectos, no sólo en el sexo, pero los dos sabemos que esto no va a ningún sitio, así que nos estamos dejando consumir por un fuego pasional casi destructivo que sabemos que acabará reduciendo a cenizas lo poco que nos une, pero que eleva los encuentros carnales a la categoría de enfrentamientos, casi combates, que nos dejan agotados y extasiados, con ganas de repetir pero sin fuerzas para presentar armas.

Siendo temprano, el día en cuestión me llama para que acuda a su casa. Es domingo, y planea pasar el día juntos. El típico plan de pareja típica, precisamente lo que nos separa. Acudo recién duchado y desayunado a su pequeño pero encantador apartamento, y me abre con una sombra en su cara cuando me mira en la puerta, pero su forma de sonreír y el color de sus mejillas me anuncia confrontación o al menos emociones. Algo tiene tramado, algo oscuro. Seguro que vale la pena averiguarlo. Entro en su casa, siguiéndola.

En el salón diáfano, que ocupa prácticamente toda la vivienda, hay divididas varias zonas según la colocación de los muebles, de forma que hay una mesa para café con varias sillas, un sofá con dos sillones un poco más allá, otro sofá delante de la televisión, y cada grupo alumbrado según su ambiente. Me encanta ese salón y cómo está decorado.

Cuando entro en él apenas hay luces encendidas, está saliendo el sol y comienza a entrar la luz de la calle, y en la penumbra persigo la figura de L para tomarla de la cintura y demostrarle lo dispuesto que estoy a jugar a lo que se le ocurra, pero ella se escabulle entre risas hacia la mesa del café, para ofrecerme una taza. Lleva una camiseta larga, como si se acabara de levantar, e imagino su forma perfectamente bajo la tela, dibujada por sombras. Oigo el ruido de una cucharilla en una taza, y en un principio no me doy cuenta, pero cuando despego mi vista de su cuerpo por primera vez desde que he llegado, me percato de que hay alguien más en la habitación.

Apenas una sombra recortada contra la luz de la ventana, en la mesa del café hay sentada una mujer, una joven, mucho más joven que L y sobre todo que yo, que no acaba de decidirse entre mirarme o mirar al suelo o mirarla a ella. Me quedo quieto en la penumbra, sorprendido, sin saber si estoy molesto o excitado, a la espera de que alguien me explique lo que pasa. De repente L enciende la luz y puedo observar que la muchacha en la mesa está sonrojada, tensa, es una preciosa adolescente que estoy seguro que desearía estar en cualquier otra parte, aunque finge la determinación que se supone que la ha traído hasta aquí.

-         Te he hablado de M alguna vez. Es la hija de mi tío, mi padrino, queremos hablar contigo de un tema.
-         Encantado, M. Yo soy P y estoy muy feliz de conocerte. Todo el mundo habla muy bien de ti. No sé qué haces aquí pero estaré encantado de que me lo contéis.

Siendo como es parte de la familia, la posibilidad que había pasado por mi cabeza de que fuese un trío sorpresa acaba de desaparecer. He visto muchas fotos de esa niña, y he oído hablar mucho de ella. Apenas una niña, una buena chica que ha sacado siempre buenas notas y que todas las abuelas quisieran como nieta.

Al saludarla, la tensión de su gesto se relaja y su sonrisa se proyecta por toda su cara, transformándola en preciosa y expresiva, con unos ojos carbón cálidos como dos chimeneas chisporroteantes. Se levanta y se acerca, esperando los dos besos de rigor, pero está rígida por la falta de familiaridad. Le sonrío después de los dos besos y nos volvemos a sentar.

-         Bueno, ya estoy aquí. Vos diréis
-         Verás. Esto me va a resultar algo difícil a mí decírtelo, pero a ella aún más que te lo pida. Necesitamos que le hagas un favor. Bueno, yo no lo necesito, pero ella me lo ha pedido, así que el favor es a las dos.
-         Si está en mi mano, dadlo por hecho.
-         Imagínatelo.

Miro a las dos, alternativamente. M no puede aguantarme la mirada, está cada vez más sonrojada y el gesto de incomodidad ha vuelto a su boca. Tiene los puños tan apretados sobre la mesa que casi seguro que se está clavando las uñas. L, por su parte, tiene un gesto entre divertido y “a mí no me mires, yo pasaba por aquí”. No consigo imaginar qué es lo que se supone que tengo que imaginar. O quizás sí lo imagino, pero lo rechazo por imposible.

-         Es muy simple. M acaba de cumplir 19. Le va muy bien en los estudios, pero ya sabes cómo es, la vida social es otra cosa.

Le da un golpe de tos a M mientras L habla, se revuelve en la silla. L sigue.

-         Cada día que pasa es un día más mayor y le será más difícil. Más responsabilidad, más importancia a un hecho sin tanta importancia.
-         En serio, ¿de qué hablas?
-         Su virginidad, tonto. Ha de perderla ya. – M casi se cae de la silla cuando L lo dice tan bruscamente – Estaba dándole vueltas desde hace tiempo, los chicos que conoce la ven como la empollona, y la he convencido, o me ha convencido ella, para que te lo pidamos. Pero depende de ti. Le he dicho que eres muy tierno, muy delicado, que eres de confianza, y que eres una buena referencia para el futuro.

M está casi llorando por la vergüenza de la situación. Estoy convencido de que si hubiera sido ella quien me lo hubiera pedido, por muy desconocido que fuera, no se hubiera sentido tan humillada. Y la única respuesta que no la humille por mi parte es aceptar el plan que me ofrecen, pero quiero saber que lo tiene claro. Le acaricio un hombro, le miro a los ojos.

-         Sólo me lo plantearé si tú estás segura. Si no lo estás, hacemos como si esto no hubiera pasado y ya hablamos cuando lo estés. Nos acabamos de tomar el café y nos echamos unas risas. Siempre habrá tiempo para replanteártelo, yo no soy más que un desconocido.

Me mira, procesando mis palabras y sonriendo en señal de aprobación. Asiente con la cabeza. En su mirada sé que está segura. Le da un reparo infinito y no se siente orgullosa, pero sabe que es lo que quiere y lo que necesita y está segura de que es el momento y el lugar. Que yo sea el tipo correcto parece algo accesorio en esta situación. Miro a L.

-         ¿Y tú? ¿Estás segura?
-         Claro.

La ligereza con la que plantea compartirme con otra mujer, por muy sobrina virgen que sea, me indica que quizás éste sea el fin de lo nuestro. Algo así, algo como lo que hemos vivido L y yo merece un final digno. Y éste lo será.

-         Pero no será un trío. Ella y yo no nos tocaremos. Bajo ninguna circunstancia. Quítatelo de la cabeza. Somos familia.
-         Pero has de estar presente – la voz de M suena por primera vez y es como un susurro, como una caricia bajo unas sábanas de seda – lo prometiste.
-         Sí, yo estaré delante, ella confía en mí. Ten en cuenta que tú eres un desconocido para ella. Lo veré todo. Me guste o no.

Quizás aún es más retorcido lo que acaba de proponer. Ella como voyeur de lo que tenga que hacer con su sobrina, o prima, o lo que sea. Sigo manteniendo la mano sobre su hombro. El contacto inicia familiaridad, y le miro a los ojos. Hablamos de cómo ha llegado a tomar una decisión así de forma cerebral y razonada, de cómo se lo planteó a su prima, de cómo se ha volcado en sus estudios, en sus actividades escolares y extraescolares, cómo se siente fuera de lugar entre la gente de su edad, que nunca ha tenido novio, ni ha hecho nada sexual ni parecido, y vamos compartiendo confidencias. Finalmente se va relajando, va abriéndose, riéndose, y ya la conversación es entre ella y yo. Ya hay química.

-         Sabes que me recordarás siempre, ¿verdad? El primero no se olvida.
-         Lo sé, seguro que será un bonito recuerdo.
-         Para mí también. Eres preciosa, y un encanto. Será un gran recuerdo.
-         Aunque quizás sea demasiada responsabilidad para ti.
-         Yo estoy dispuesto. ¿Tú lo estás?

Nos levantamos de las sillas de la mesa de café y nos vamos al sofá, aunque L no nos sigue. Al caminar detrás de ella, me fijo en su figura. Es alta, bien formada, aunque la ropa que lleva tampoco me sirve para intuir nada más. Lleva algo parecido a un pijama de hombre. Se lo habrá dejado L, pero no es mío. No quiero pensar de qué hombre es ese pijama, no es momento de preguntar estas cosas. De repente, cerca del sofá está a punto del traspiés, y en la mesa de cristal del centro hay una botella de vino vacía, y dos copas, y lo veo todo claro.

-         ¡Un momento! ¡Estáis borrachas!
-         ¡Shhhh! No…
-         ¿Cómo se os ocurre…? ¿Proponerme esto a una mujer borracha? Y son las diez de la mañana…
-         He bebido porque no hubiera podido pedírtelo sin beber, pero ya estaba decidida antes de abrir la botella. Anoche vine aquí invitada por L, sabiendo que cuando me fuera ya no sería virgen. No sigas dándole vueltas, hoy estrenas mi cuerpo porque yo lo deseo así, me considero afortunada, ¿tú te sientes igual? Si eres la mitad de valioso de lo que L cuenta de ti, mi elección es acertadísima, seguro que valdrá la pena.

Me deja sin defensas con su discurso, y desata una pasión y una admiración que nacen de la parte no física, no corporal de mi ser. Quiero fundirme con esa persona, no sólo con el cuerpo que la envuelve. Delante del sofá me coge la cara y acerca la suya para besarme, y la dejo hacer. No sabe besar, lanza picotazos con los labios como un pajarillo que resultan adorables, pero decido guiarla. Le cojo la cara y avanzo sobre su boca, cubriéndola con la mía, ejerciendo suavemente ventosa, y empiezo a desplegar formas y maneras de besar. Repito los gestos, las acciones, las formas de morder, sorber, succionar, para que ella vaya reconociéndolas, sin dejar que entre la lengua en acción de momento. Le suelto la cara para dejarle la iniciativa un momento, y ella inicia sus propios movimientos aprendidos. No me acabo de sentir a gusto cuando tengo que enseñar a alguien, me gusta más simplemente disfrutar, pero M aprende con mucha rapidez.

Pongo ahora mis manos en su cintura, para atraerla hacia mí. Primero da un respingo, pero se relaja y se deja coger. Siento cómo libera de la tensión su tronco, y ahora se dobla como un junco verde, y la abrazo, sintiendo su cuerpo pegado al mío. Pero aún no buscamos contactos concretos, sólo sentir el abrazo.

Ahora ya está mi lengua en su boca, y la suya en la mía, y se ríe cuando le pillo la lengua entre mis dientes, y gime cuando lucho con su lengua, y suena el eco en mi boca cuando suspira. Mientras, mis manos están acariciando su espalda, subiendo y bajando. Bajo el pijama, un cuerpo firme y fibroso, estremecido por la tensión, pero cada vez más liberado a la respiración que va tomando el mando.

Llevamos un buen rato besándonos, ella ya se atreve con los besos algo más complicados y me hace pasármelo muy bien en su boca, y mientras mis manos ya han llegado a las formas de sus nalgas. Algo me dice que el cuerpo de esta chica es mucho más que el de una empollona alta y delgada, así que quiero comprobarlo, y comienzo a quitarle la chaqueta del pijama:

-         Quiero verte
-         Aham…
-         Y quiero tocarte.

Se vuelve a tensar. Coge ella los bordes del pijama, y tras una pequeña duda, separa las dos partes, dejando a mi vista un cuerpo precioso, muy bien mantenido, con la piel clara y suave marcada por el rubor de su timidez.

-         Eres fantástica, qué cuerpo tan bonito, ¿haces deporte?
-         Una de las extraescolares que hago es atletismo – habla en voz muy baja, apenas un susurro. Está casi superada por la situación, pero quiere rehacerse.
-         Wow! Te sienta genial. ¿Puedo tocarte? ¿Me dejas?

Le doy mi mano para que sea ella la que la lleve, y la toma con nerviosismo, se la acerca a la copa del sujetador y la deja allí. Cierra los ojos y se escurre una lágrima, mientras con las yemas de los dedos comprimo ligeramente su pecho. Su suspiro sale entrecortado por un sollozo, pero no aparta su mano, sino que me lleva mi otra mano al otro pecho. Tiene la mirada bajada mientras deja caer la chaqueta del pijama, y mis manos están comprimiendo sus pechos. Son dos formas de carne maravillosas, con una turgencia magnífica, justo del tamaño adecuado, y busco con la punta del pulgar los bultitos que sin duda están comenzando a endurecerse bajo el sujetador.

Cuando los encuentro e incido sobre ellos, da un respingo y se aparta de mí, mientras grita sorprendida:

-         Oh! ¿Qué ha sido eso?
-         ¿Nunca te has tocado ahí?
-         No
-         ¿Ni en ningún sitio?
-         No
-         ¿Nunca has tenido un orgasmo?

M está a punto de echarse a llorar. Es evidente que le falta mucho por experimentar, y ha venido aquí a ello, no a que yo le recuerde lo que no ha hecho aún. Así que me siento en el sofá, y le pido que se siente a mi lado.

-         Voy a hablarte durante un buen rato. No hace falta que me contestes, solamente obedéceme. Todo lo que te voy a pedir que hagas son cosas que has de ser tú la primera persona que te lo haga, y te lo vas a pasar bien haciéndolo. Sólo escúchame, relájate, y siente, puedes tener los ojos cerrados.

L se ha levantado de la mesita de café y se ha venido a uno de los sillones al lado del sofá. Sigue vestida con su camiseta, apenas un pequeño rubor en sus mejillas, quiere seguir atentamente todo lo que haga.

Al lado de M, que tiene los ojos cerrados, le digo muy despacio, dándole tiempo entre frase y frase:

-         ¿Recuerdas cómo te he apretado los pechos antes? Quiero que hagas lo mismo. Por encima del sostén, perfecto. Siente la turgencia de tus tetas. Son fantásticas, me ha encantando tenerlas en las manos antes. Eso es, siente la sensación, y reconócela. Ahora, aprieta un poco más. Cógelas como si las sopesaras. Muy bien. Y ahora, busca con tu pulgar tus pezones. ¿Te gusta que diga pezones? Espero que te guste que te hable lascivamente. Voy a decirte cosas muy guarras. Pero poco a poco. Ahora encuentra tus pezones y písalos con el pulgar. Eso es. ¿Has sentido eso? Te he visto contraerte, vuelve a hacerlo. Te oigo respirar. Me encanta. Ahora pellízcate los pezones. Fuerte, que tienes las copas entre medias. WOW! Esto ha estado bien, eh? Quieres quitarte el sujetador? Te las tocarás mejor, y a mi me gustará vértelas. Y ver cómo te las tocas. Eso es. Mmmm, qué bonitas son. Ahora cuidado, no pellizques con la misma fuerza, pero pellizca. Uf, ¿notas esa respiración? Te sientes que te sube la temperatura, ¿a que sí? ¿Ahora entiendes por qué se dice “poner caliente”? Mójate un dedo en saliva. Ahora unta esa saliva en tu pezón. Parece increíble que pueda estar tan duro el pezón. Hoy te chuparé los pezones muchas veces, pero será más tarde. Eso es, sigue pellizcándotelos con los dedos mojados de saliva. Úntate mucha saliva, que gotee. Que casi resulte una guarrada. Juega con tu baba en tus pezones. Te gusta, lo sé. Pero hay un sitio que sabes que quieres tocar, que deseas tocar, pero no te atreves. ¿Quieres que sea yo el que te ordene que te toques ahí? Bien, pues sigue tocándote un pecho, y desliza la otra mano por tu tripita. Llega a tu ombligo. ¿Te gusta? ¿Te gusta todo lo que te hago hacer? Sé que sí, apenas puedes estarte quieta sobre el sofá, te retuerces como una anguila. Pero si voy demasiado rápido dímelo, no tenemos ninguna prisa. Llega hasta abajo con la mano. Pásate la mano por el muslo, por la parte interna. Y ahora por el otro muslo. Y hazlo como prefieras, si no estás preparada para quedarte desnuda, de momento no lo necesitamos. Sólo mete la mano bajo el pijama, y presiona sobre tus braguitas. ¿Sientes toda esa humedad? ¿Te gustaría saber a qué sabe? Yo lo voy a saber, pero no ahora, sino más tarde, cuando tenga mi lengua jugando justo ahí hasta que te retuerzas de gusto. Ahora quiero que te pases las yemas de los dedos por encima de las braguitas, como si intentaras allanar todo lo que hay debajo, todos los pliegues inflamados. Sí, no necesito que me digas que te gusta. Ahora pulsa sobre el bulto más rugoso que has notado con tu dedo corazón, pulsa fuerte, y masajéalo haciendo círculos. Te juro que me tienes a mil, estoy supercaliente viendo cómo te contoneas en cada caricia. Pero ahora sólo está tu cuerpo, luego seré yo. Ahora desliza tu mano bajo las braguitas, y vuelve a tocarte el clítoris. Si no te desliza bien mójatelo en saliva. Eso es. Y ahora, busca tú el ritmo. Siente cuál es el ritmo que más disfrutas, y la forma de tocarte. De arriba abajo, ahora como un serrucho, eso es... ahora haciendo círculos... ahora presiónalo entre dos dedos... ahora haz vibrar el dedo con que lo tocas… eh! Vibrando te ha gustado. Vuelve a hacerlo. Para. Otra vez. Para. ¿Sientes esa desazón que se avecina y que te hace sentir que vas a perder el control? Eso es el orgasmo, que se acerca. Vuelve a vibrar. No pares. Sigue. Sin miedo. Que te sorprenda lo que ha de venir. Sigue. Sigue. Sigue! Sí! SI!

No se ha bajado los pantalones del pijama, pero hemos podido comprobar toda la masturbación por los movimientos del brazo agitando su mano. La hemos visto temblar, estremecerse, suspirar, gemir, con cada instrucción, hasta que al final se ha dejado ir con las últimas caricias que se ha brindado hasta derrumbarse en el sofá. L y yo estamos a menos de dos metros de ella, ardientes como ascuas, fascinados por la inocencia con la que ese cuerpo se ha dejado invadir por su primer orgasmo, y mis diques están comenzando a desparramar. Miro a L a la cara, y me mira, y sabe lo que pienso, me dice que no con un dedo y la señala a ella.

M se incorpora, tímida, y me abraza, y me besa, y yo acaricio su espalda desnuda, y también le beso, y me doy cuenta que aún no he tocado sus pechos desnudos, y le pongo ambas manos ahí. Seguro que M agradece la sensación que está sintiendo, pero es demasiado pronto para ella, y quiere un instante de retrospección.

-         Esto es genial, pero tengo que acostumbrarme. Luego seguimos.
-         ¿Y qué hacemos mientras? – L se muerde el labio al preguntar, finge que no pero está tan excitada como yo. Quiere que M le dé permiso.
-         No soy tonta, haced lo que tengáis que hacer. Mientras me doy una ducha y luego seguimos.

M se levanta del sofá y se va, dejándonos solos, mientras L se quita la camiseta de un tirón por la cabeza, quedando en braquitas. El cambio de la imagen del cuerpo de la joven al de esta mujer hecha es importante, pero ni a mejor ni a peor, simplemente diferente. Se sienta en mis rodillas, agarra mi paquete que sabe que está a mil, y lo masajea con prisa. Yo mientras deslizo mi mano bajo sus braguitas, y encuentro la zona mucho más húmeda de lo que esperaba. Me bajo los pantalones hasta las rodillas, lo que me permite la posición, y es ella misma la que se empala en mi polla dura. Tenerla ahí dentro con el calor y la humedad y la succión que estaba haciendo sobre mi polla es igual que tenerla dentro de su boca. Ella lanza varios golpes con sus caderas sobre mi pelvis, y se queda inmóvil con un gemido profundo fruto de su orgasmo. Intento moverme dentro de ella, pero no me deja, y un minuto después, baja de mí y vuelve a ponerse la camiseta. Ni siquiera se ha quitado las bragas. A mí me deja con toda la reserva disponible, porque, según ella, hoy voy a necesitarla para la clase con M. Así que me arreglo la ropa para cuando vuelva.

Cuando aparece de nuevo, ya no lleva el pijama. Lleva un albornoz de L, que huele a ella, está preciosa, me mira a los ojos como diciendo “hay algo que no sabía y ahora sí sé”, y se arropa en la tela del albornoz mientras sonríe feliz y tímida, liberada de todo lo que traía en la cabeza en un solo orgasmo, y sólo expectante de lo que pueda disfrutar en lo que queda de día. Yo, sin embargo, no puedo evitar sentir aún los jugos de L en mi abdomen y en mi polla, y sé que bajo ese albornoz su cuerpo desnudo está preparado para recibir más caricias.

-         Muy bien, el primer paso ya está dado. Pero el camino es largo. ¿Estás lista? ¿Te apetece?
-         Si va a ser tan bueno como hasta ahora, ¡adelante, no pares!

Me siento en el sofá, llevo de nuevo toda la ropa puesta y los pantalones me oprimen, pero hoy no es mi día. Le pido que se siente en mis muslos, y ella obedece. Sonríe sin parar, está relajada, y en cuanto se sienta me rodea el cuello con sus brazos. Nos besamos, ahora ya sabe, y algo en su interior recién liberado hace que sus besos sean más atrevidos. Sus mordiscos en mis labios son valientes y seguros, y juega con mi boca sin miedo. Sentada sobre mí, en sus movimientos pasa varias veces por encima de mi polla erguida, e intento evitar el contacto, para no adelantar las cosas. Yo, mientras, decido comenzar a besar su cuello, trazando líneas en su suave piel, y ella se deja vencer por el impulso de levantar la cabeza ofreciéndome aún más su cuello. Deslizo las yemas de mis dedos por la piel que queda a la vista en su escote, y por un momento se tensa de nuevo, como si le hubiera hecho cosquillas, pero recuerda lo bueno que fue y se relaja, soltando el cinturón del albornoz y dejando que se separaran las dos partes. Ahora tengo al alcance de mis manos sus pechos desnudos, y pongo una palma sobre cada pecho, sopesando. Mientras las masajeo con ternura, ella está recuperando las sensaciones que sintió hace un rato, y su respiración la delata. Tengo la cara en su cuello, y le digo al oído que le voy a hacer lo mismo que se hizo ella misma, que no tema, que las sensaciones serán distintas, pero nada nuevo. Y le beso por última vez el lóbulo de la oreja, y bajo por su cuello, y voy besando entre sus dos pechos, hasta que tengo frente a mi cara uno de sus pezones, y me acerco a besarlo, y me doy cuenta que ella está mirando fijamente lo que estoy haciendo, y mientras me llevo su pecho a mi boca, ralentizo mucho el movimiento antes de tener contacto con ese pezón, y noto la ansiedad creciendo en sus ojos. Y cuando por fin lamo su pezón y lo introduzco en mi boca, sus gemidos ya son casi ronquidos, quejidos más bien, y está sentada sobre mi muslo agitándose, y noto perfectamente las dos mitades de su culo deslizándose sobre mi ropa, y necesito que esto avance. Mientras muerdo, chupo, lamo, beso, succiono y vuelta a empezar el pezón que tengo en mi boca, dejo deslizar mi mano por su vientre, pasando por su ombligo, hasta llegar a su albornoz, y lo separo totalmente, y ella lo deja caer de sus brazos, y ahora sí que está del todo desnuda, sentada sobre mi muslo, agitándose y gimiendo.

Aún no la he visto desnuda de cintura para abajo, pero ahora no voy a quitar la cara de este pecho. Además, no creo que ella me deje, está abrazada a mi nuca para presionarme contra ella. Dejo que sea mi mano la que me guíe, y encuentro algo de pelo en la zona del monte de Venus, pero arreglado, sin duda recomendación de L. Dejo pasar mis dedos juntos, como una paleta sobre sus labios, y al deslizarse se llevan un buen montón de jugos y ella me dedica un suspiro con mi nombre. Vuelvo a pasar mis dedos, esta vez dejando que el corazón ejerza algo más de presión, y ella gruñe y se retuerce. En un movimiento rápido, abre los muslos y pasa su pierna fuera de los míos, de forma que está recostada contra mi pecho, enseñando todo su cuerpo a L, que la mira con total fijación. Su culo presiona mi polla, sin duda ella sabe que está allí, pero aún no ha entrado en el juego, y comienza a mecerse sobre mi muslo, mientras mi dedo corazón juguetea con su clítoris, haciendo círculos, vibrando, y cuando veo que ya está descontrolada, le introduzco una pequeña parte de mi dedo en su vagina. En ese momento se queda sin respiración, se contrae y levanta el culo de mi muslo, empujando su pelvis en el aire contra mi dedo, repite esa contracción unas cuantas veces más, y finalmente cae agotada otra vez contra mí.

Ahora, desnuda, desmadejada, mojada, abierta de piernas, intenta recuperar su respiración retorciéndose de gusto sobre mi cuerpo, y en repetidas ocasiones mi polla dura bajo mis pantalones se clava en la carnosa nalga que la oprime. Y decido sacar el tema.

-         Hay una parte de mí que requiere atención urgente.
-         Pensaba que te la había dado L.
-         No, bueno, no del todo.
-         A ver. ¿Qué quieres que haga?

Me abro los botones del pantalón, sin que ella se baje de encima de mí, saco mi pene duro, venoso, goteante, y se lo enseño. Ella sabe lo que es, lo ha estudiado, pero nunca se lo hubiera imaginado así. Le pego unos golpecitos en su nalga desnuda con él, y el contacto me vuelve loco. Ella lo mira desde arriba, inspeccionándolo, sin estar segura del paso que va a dar, de tocar su primera polla, pero toma aliento y la toca con una mano, con mucho cuidado, casi con miedo. Lo primero que hace es deslizar las yemas de los dedos sobre el líquido preseminal que he segregado, pasándolo por encima de mi glande, y el roce me hace estremecer. Le guío los dedos para que sepa cómo, y ella encierra mi polla en la palma de su mano. Realiza un par de movimientos torpes, yo le indico cómo hacerlo, durante unos segundos la llevo cogiéndole de la muñeca, y no puedo evitar empujar unas pocas veces con mis caderas hacia arriba, al eyacular bufando como un animal sobre mi propia ropa. Eso también sabe lo que es, también lo ha estudiado. Pero lo toca un poco con curiosidad y se aleja de ello con algo de asco.

Ahora estamos los dos liberados de prisas, y es L la que aparece como inquieta removiéndose en su silla. Sigue llevando la misma camiseta de dormir, contra la que se dibujan sus pezones supersensibles. Pero no seré yo quien le ayude a liberar su presión, después de dejarme antes como me dejó. O al menos eso me digo a mí mismo.

No obstante, llevamos un buen rato allí dentro, a mí me haría bien una ducha, a L también, y sobre todo tomar algo. Así que me quito la ropa manchada de semen y la tiro a un lado, me quito el resto de la ropa mientras voy a la ducha, y las chicas dicen que van a mirar qué hay para poder hacer un tentempié, pero antes de enjabonarme ya tengo a L desnuda en la ducha conmigo.

-         ¿Qué pretendes? Que soy doncella!
-         Jajaja! Ven aquí, házmelo.
-         ¿El qué?
-         Lo que tú sabes
-         No estás bastante cachonda
-         Pues ponme tú
-         ¿No te gustaría que M nos mirara igual que tú nos miras a nosotros?
-         Es una locura
-         Es preciosa, y muy sensual. Y le gusta bastante.
-         Lo sé
-         Vamos al salón, que nos vea.
-         No… bueno, vale.

Envuelvo a L en una toalla gigante, que casi la cubre por completo, y la voy secando frotando con mis manos por todas partes, magreándola con toda la confianza que da tocar un cuerpo conocido durante tanto tiempo, tocando exactamente los puntos necesarios.

-         M, ven aquí. Siéntate tú ahora en el sillón y mira.
-         ¿Qué tengo que mirar?
-         El cuerpo de tu tía
-         Tu prima. Abierta en canal
-         Abierta en canal, y cachonda.

La joven se ha puesto el albornoz para estar por la casa, pero no ha puesto demasiado cuidado en cubrirse del todo. Se viste por decoro pero no esconde su cuerpo. L se quita la toalla gigante, quedando desnuda ante su prima, que observa con ojos como platos, tiende la toalla sobre el sofá y se tiende a lo largo, con la cabeza recostada en el reposabrazos, y con las piernas abiertas, con un pie plano sobre el sofá y el otro sobre un puf que ha acercado para la ocasión. Está abierta por completo. Yo llevo una toalla atada a la cintura, y me acerco a L. La beso, la morreo, mastico sus labios, su lengua, y oigo el crujido del sillón donde M se acomoda para ver mejor. Mi mano pellizca los pezones duros de L, tira de ellos, tira un poco más, como si quisiera arrancarlos, pero sin hacer más daño del necesario, y observo un pequeño oscilar en sus caderas. Bajo mi mano hasta su entrepierna, y bajo mi boca a su pezón estirado y maltratado. Ahora serán mordiscos lo que sufra, mientras dos de mis dedos han ido directos al agujero de L, que segrega jugos suficientes para que entren sin problemas. Los meto y los saco lentamente, dejando que al salir y al entrar presionen el clítoris y los alrededores. Los vaivenes de sus caderas son cada vez más ostensibles, y cuando tengo su pezón pillado únicamente por mis dientes, tirando de él hacia arriba, meto los dedos completamente hasta el fondo, dejando que los montes de la palma de la mano presionen el clítoris. Dejando la mano inmóvil, inicio un movimiento de vibración en su interior, y L comienza a agitarse, a estremecerse, a convulsionarse, y finalmente se retuerce hasta que finalmente me aparta la mano de su interior, porque ya no lo puede soportar.

Mientras vamos a la mesa a comer algunas pastas y algo de café, L aún está saboreando el momento en el sofá, y M me pregunta:

-         ¿Qué le has hecho?
-         Un juego. Parecido a lo que te he hecho a ti, pero más intenso
-         ¿Me lo harás?
-         Hoy no, quizás algún día.

Me doy cuenta de que he metido la pata. Lo de hoy no se repetirá, pero el quizás lo deja en el aire como algo que estaría bien hacer pero que no se hará.

Al final, L viene a la mesa, se sienta con nosotros, pasamos un buen rato comentando y riéndonos de las nuevas experiencias, de las primeras impresiones. Estamos todos prácticamente desnudos, y ya nos hemos visto corrernos a cada uno, no necesitamos seguir cubriéndonos con ropa, pero aún lo hacemos.

Es inevitable sentir que el momento es más sensual de lo que requiere un piscolabis. Las bocas entreabiertas con las lenguas relamiendo gotas de mermelada en la punta de los dedos, dientes que muerden tostadas y migas que caen en el canalillo mal cubierto por la toalla, crema de chocolate para untar repartido con los dedos sobre una tostada… El silencio flota sobre nosotros como un niño juguetón, y los tres sabemos que en cuanto se rompa volveremos a compartir caricias. En un momento dado me levanto de la silla, acabando de relamerme los labios, y tiendo la mano a M como un caballero, para que se levante y me siga. La miro sonriendo, y ella me mira y sonríe, al ver la forma que está adquiriendo la toalla que aún llevo enrollada en la cintura empujada por mis pensamientos. Me coge la mano, aceptando el juego, se levanta y se dirige al sofá con pasos largos y haciendo oscilar la cadera. Es una buena alumna, y hoy no se va a cansar de aprender.

-         Bien. Esto que vas a experimentar ahora es una de las mejores partes del sexo. Tiene muchos nombres pero el más directo es sexo oral. Hay gente que opina que es una guarrada, yo opino que ellos se lo pierden. Podrá gustarte hacerlo o podrá gustarte que te lo hagan o las dos cosas o ninguna, pero hay que hacerlo únicamente porque te guste hacerlo, no porque sientas que debes hacerlo. Esto es para disfrutar. Ahora te lo voy a hacer yo a ti, porque me encanta hacerlo, luego si quieres me lo puedes hacer tú, te diré cómo.

Mientras hablo le he quitado el albornoz, ya no nos hace falta. Tiene un cuerpo precioso y me encanta mirarlo, no sólo para excitarme. Comienzo a acariciarla como antes, la cojo por sus pechos, los acaricio, pero siento que eso ya lo he hecho, que no quiero que piense que siempre es lo mismo de la misma forma. La empujo un poco y la inclino, para que se quede tumbada boca abajo. Apenas he hecho caso a su espalda, y se lo voy a hacer ahora. Acaricio sus hombros, beso su nuca, dejando que corra mi aliento, dejo que mis dedos jugueteen en sus vértebras, dejo bajar mi lengua por el canal que separa las dos mitades de su espalda, saliéndome voluntariamente del carril en ocasiones para sorprenderla, y vuelvo a subir. Mientras, mis manos amasan con suavidad sus nalgas, dejando que las sensaciones surjan de su profundidad y se expandan por su cuerpo. Vista así, tendida sobre el sofá, con el cuerpo juvenil, la piel suave y las formas esculpidas por el ejercicio, deslizar las manos sobre ella es una bendición que cualquier hombre debería tener la suerte de experimentar para conocer las puertas del cielo. Tiene una línea de saliva que va de su cuello a la parte baja de su espalda, trazada lengüetazo a lengüetazo, su respiración resuena contra el sofá, y su cuerpo se desliza ondulante de lado a lado, y yo me voy deslizando sobre la punta de mi lengua por el final de su columna, lanzado hacia el canal entre sus nalgas. Con mis dedos estoy recorriendo la parte interna de sus muslos, que suavemente se van separando, y mi lengua avanza repasando la parte más oculta de sus nalgas. Algún mordisco en alguna parte de su culo, alguna gota de saliva que roza su esfínter, y acabo pasando de largo hasta que tengo la cara entre las partes de atrás de sus muslos. Ya no simplemente respira fuerte, ya está lanzándome quejidos que son mensajes de lo que siente, y le doy la vuelta. Está en la misma postura en la que estuvo L antes, y deja las piernas abiertas con la misma soltura. Acerco el puf que usó su tía, y sin poder evitar el bulto en mi toalla, estoy entre sus pies, con una mano en cada rodilla, observando las formas maravillosas que se me ofrecen, y me relamo, y ella se ríe, con la sonrisa enrojecida por la excitación, y comienzo a bajar la cara mirándola a los ojos, y dejo un beso en uno de los muslos sin dejar de mirarla, y me paso al otro muslo y lo lamo, y me voy al otro muslo y lo muerdo un poquito, y a base de besar, lamer, morder, chupar, voy avanzando sin dejar de mirarla, hacia su entrepierna, pasando por encima de sus ingles, y ella no quiere dejar de sostenerme la mirada, pero va entornando sus ojos, y justo cuando por fin estoy frente a su coño, mojadito, virginal, y por fin paso por encima de él con mi lengua plana, como si lamiera un helado, pone los ojos en blanco y deja caer la cabeza hacia atrás con un suspiro de queja y alivio, de súplica y orden, y vuelvo a pasar de nuevo la lengua de abajo arriba, recogiendo su sabor, y le recuerdo que le dije que averiguaría cuál era el sabor, y sigo lamiendo, haciendo la lengua cada vez más estrecha y con más punta, para ir entrando entre los pliegues inflamados, y voy separando todo aquello, y ella acompaña mis movimientos con ondulaciones de sus caderas, hasta que encuentro el bultito que quiero encontrar, y lo introduzco en mi boca succionándolo, y ella ya no gime, sino que lanza alaridos de desesperación, ya no oscila, empuja con sus caderas, y mientras chupo y rechupo, casi mamo como un bebé su clítoris en mi boca, un dedo inicia la penetración no más allá que la entrada, para no romper nada que aún no deba romperse, y finalmente la oscilación de sus caderas alcanza su punto álgido, y se corre con gritos de monosílabos vertiéndose contra mi cara en espasmos rítmicos.

Y mientras recupera la respiración, en mi toalla es imposible esconder el bulto de mi erección, tampoco tendría sentido esconderlo, así que me quito la toalla y me bajo del sofá y me acerco a su cabeza, mientras se sigue relajando tras su orgasmo, me arrodillo y me quedo mirándola, ella me sonríe pero no entiende lo que pretendo. Sus manos siguen deslizándose por sus pechos para disfrutar las últimas oleadas de placer, pero no es eso lo que quiero que haga. Giro a derecha e izquierda, para que mi polla, dura, baile a los dos lados, golpeando primero un lado y luego el otro, incitándola. Y ella, feliz en sus sensaciones, por fin parece darse cuenta.

Alarga su mano, rodea mi polla como ya hizo antes, y sube y baja un par de veces. No, no es eso lo que quiero que haga, pero de momento no la voy a forzar.

-         Mira, es así como se hace.

Detrás de mi aparece L, desnuda, hace ya bastante que no me fijo en lo que estaba haciendo, se sienta en el puf y me coge la polla con una mano, mientras baja la boca hacia ella. Tiene una destreza casi mecánica en la forma en la que me fela y me masturba a la vez. Pero le hago una seña para que ralentice y que M pueda verlo.

-         Fíjate. Lo importante es tener cuidado con los dientes, y que se trata de una caricia con la boca, cualquier cosa y de cualquier forma que hagas gustará, pero lo que más gustará es esto.

La escena comienza a ser porno. Ahora L sí está tomando parte, yo estoy arrodillado al lado del sofá con mi polla en su boca, y justo a nuestro lado M fijándose para aprender a chupar una polla como es debido. Alarga la mano para pedir su turno, y me giro hacia ella. Tumbada boca abajo en el sofá se acerca mi polla a su boca. Al principio la rechaza instintivamente, pero los primeros lametones y besos los da con mucha ternura. Pronto está deslizando mi polla dentro y fuera de su boca, llevando el ritmo con el puño en la parte que se quedaba fuera, y L, que no quiere quitarle la golosina a su sobrina, sentada en el puf separa sus muslos y comienza a masturbarse. Todo ello a distancia de un brazo cada uno del otro. Cuando M ve que su prima está tan excitada, le cede mi polla, y vuelvo a girarme hacia el puf. L se la mete en la boca, pero ya no usa las manos. Son las de M las que me masturban. De hecho, M comienza a llevar mi polla de su boca a la de L y viceversa, juntando sus cabezas y sus cuerpos, al punto de estar casi abrazadas, desnudas y apretándose, y puedo hacer comparaciones sobre cuál es la mejor boca, pero puedo presentir que L está a punto del orgasmo por la forma de chupar, desesperada y ansiosa, y cuando veo que ya cierra los ojos al masturbarse con mi mano acabo de machacármela para eyacular sobre ella y provocarle un orgasmo mayor. Las gotas pegajosas caen en su cuello, sus pechos y su tripa, goteando hacia abajo, y ella se sacude en las convulsiones violentas que conozco bien.

-         M, estás aprendiendo bien, te estás desinhibiendo. Te mereces ya la polla en tu coño
-         Uf, eso yo quiero verlo, pero dentro de un ratito. Otra ducha y galletas.

Volvemos a detenernos de nuestra sesión de ejercicio, el día se nos está dando bien, pero ahora en la charla hay más seriedad. El momento casi trío que ha surgido ha estado muy cerca de bordear la línea prohibida. Y a nadie le hubiese dolido que así fuera. Nadie saca el tema, pero todos lo tenemos en la cabeza y en la piel.

Tras el segundo piscolabis, esta vez más copioso, holgazaneamos un buen rato entre el sofá y los sillones. Ya no estamos cubiertos con ropas ni toallas, pero llevamos lo nuestro y es conveniente descansar un rato. Sabemos que lo que viene ahora será definitivo, y nos lo tomamos con responsabilidad. Pasa un buen rato sin que surja la menor indirecta, hasta que M, que se sabe el centro de atención, toma un vaso de leche y, fingiendo que es sin querer, lo derrama un poco al beber. Le rebosa por la barbilla, el cuello, los pechos, pequeños  chorretones como los que marqué en los pechos de L con mi semen. Como si la imagen no fuese suficientemente evocadora, pregunta, descolocándome:

-         ¿Por qué no me diste a mí con el semen? ¿Temes que me enfade?
-         Claro, no sé cómo te iba a sentar. A ella sé que le gusta, mientras no le dé en la cara. A ti tal vez te siente mal.
-         Lo probaremos la próxima vez. Un poquito. Por encima. Así, ¿ves?

E ilustra por dónde quiere que le eche el semen echándose un poquito más de leche por los pechos, y rebota en sus pezones, y corre por su vientre hacia sus muslos, y se pone de pie, y me lanzo a evitar que la leche acabe manchando el suelo o el sillón, y me la bebo a lametones largos que comienzan en sus rodillas y acaban en sus ingles, y luego subo por su abdomen hasta sus pechos, y estoy arrodillado enfrente de ella, lamiéndola intentando controlar la leche derramada, y tengo sus nalgas cogidas con mis manos, y las exprimo como si fuese a hacer zumo de nalga, y deslizo una mano entre sus nalgas para pasar hacia delante, a acariciarle el clítoris y todo el coño mientras le chupeteo la leche que ella sigue derramando sobre su cuerpo, a sorbitos pequeños, para darme tiempo a recogerla. Está fresquita, de la nevera, pero cuando contacta con su piel y con mi boca está casi hirviendo.

Acaba el vaso de leche, y está de pie, y la empujo con cuidado, ahora que ya no gotea leche, y le indico que apoye sus manos sobre el respaldo del sillón en el que está sentada L, que permanece ajena al juego de la leche, pero sigue desnuda y está acariciándose los pechos por lo que pueda pasar. Cuando está apoyada, la inclino más para que apoye su cara en sus manos, y me ofrezca acceso total a su coño desde atrás, para poder comérselo sin tener que tumbarla, tal como está mancharía cualquier sofá de leche. Vuelvo a jugar con su clítoris con la lengua, relamiendo los pliegues y recorriendo los labios menores por encima, como una cordillera, y ella todo eso lo siente desde atrás, sin verlo, y tiene la cara al lado de la cara de L, que la mira divertida, con su cuerpo desnudo a centímetros de su boca, y en un momento en que mis caricias en su coño son más placenteras de lo que esperaba, lanza un grito y se coge fuerte de la mano de L, que me mira asustada, como si la situación se le estuviera yendo de las manos. Sus caras están a diez centímetros, y una de ellas está jadeando profundamente y diciendo palabras como “si sigues así voy a correrme” en la oreja de la otra.

Cuando veo que L se aparta, me llevo a M a la ducha, a quitarle la capa de leche de un duchazo rápido, y allí le pregunto:

-         ¿Estás lista? Ya va el plato fuerte.
-         Joder. ¿Y hasta ahora qué ha sido?
-         Jueguecitos.
-         Pues dame sexo. Es el momento.
-         Sabes que te va a doler, un poquito, y luego se pasa
-         Sí, tranquilo. He leído mucho sobre el tema, quizás demasiado.

Salimos del cuarto de baño, L está otra vez en el sillón, llevo a M al sofá, con la toalla gigante extendida para no mojarlo, y la tumbo de forma que su cabeza está en el respaldo, y su culo está sobre el puf, a la altura del asiento del sofá. Paso la lengua entre sus muslos desde sus rodillas, juntas, hacia sus ingles, y ella resopla. Suelto sus piernas, esperando que se abran al menos un poquito. Pero las mantiene juntas. Me mira a los ojos. Sé que está segura, pero está pensando. Como despidiéndose a sí misma como virgen, como haciendo una foto de la última sensación antes del Cambio. Inspira fuerte, muestra cara de decisión, indica con la cabeza que está lista, y deja abrir sus piernas. No las toco y poco a poco las va separando. Finalmente separa los pies cuanto puede y queda frente a mí totalmente abierta, y cómoda, perpendicular al respaldo del sofá, dispuesta.

Me arrodillo entre sus piernas, la cojo por los muslos, le acaricio los labios vaginales, y la beso. Ha aprendido durante todo el día, besarle ya es un placer, y con la otra mano le acaricio un pecho. Descubro una mano, que aparece entre ella y yo, que guía mi polla hacia su coño. Ella misma está llevándose la polla a su interior. Está ansiosa. Le hago una señal de calma, tomo el control, y con mi polla doy unos cuantos toques en su clítoris. Luego, meto el glande entre sus pliegues, y lo deslizo arriba y abajo. Aparentemente no le duele, a juzgar por los gemidos de placer que está lanzando, y desliza bien, por sus jugos y por los míos. Bajo un poco más mi glande, lo encauzo hacia su vagina, y lo dejo ahí. En el suspiro que lanza temo que se deshinche, pero vuelve a recuperar el aliento para volver a suspirar. Ahora sí, voy a empujar. Poco a poco. Me deslizo en su interior estrecho pero mojado, hasta que topo con algo. Ella está tensa, esperando el dolor que de momento no ha aparecido. Vuelvo a sacar mi polla de ahí dentro, no quiero que se ahogue. Hasta ahora está disfrutando, ha ido todo bien, no hay prisa y no se trata de que rechace ahora todo esto del sexo por hacerlo mal. Vuelvo a empujar, ella vuelve a ponerse tensa. Apenas tengo la mitad del glande dentro de ella, pero está manteniendo la respiración. Empujo un poco. Me agarra de un brazo, me araña, me clava las uñas con fuerza, empujo otro poco más, grita, yo siento que su coño comienza a apretar mi polla ahí dentro, empujo un poco más, ella solloza, la presión que me frena es cada vez mayor, empujo otro poco más, ella llora en alto, implora, empujo y venzo lo que fuera que me frenaba, me deslizo dentro sin impedimento por fin, y comienzo a entrar y salir, muy lentamente. Ella comienza a tolerar el dolor, y finalmente empieza a disfrutar. Un coño apretadito y caliente, deslizante y tierno, el mejor lugar del mundo para una polla como la mía. Sigo moviéndome, ahora sí, por fin, estamos follando, y M vuelve a mover las caderas para dejarse llevar por las sensaciones del interior de su coño. Ahora aporta un nuevo tipo de sonidos, ahora ruge cada vez que entro, y ya es el momento de dejarnos llevar. Vuelvo a besarla, esta vez con lascivia, y mordisqueo sus pezones, ya acostumbrados a mis dientes.

Estando así como estamos, puedo metérsela muy profundamente, y puedo también masajearle el clítoris mientras la follo. La mantengo cogida de un muslo para llevar el ritmo, echo las caderas para adelante en cada embestida para que sienta mi glande allá dentro, y agito sus labios y sus formas en cada embestida. Pronto me va a regalar con un orgasmo que estruje mi polla en su interior y me haga correrme.

Para evitar la monotonía, paro un momento y se la saco. La polla, aún un poco manchada en sangre en su base, salta como un resorte de su escondite, y M reniega para que se la vuelva a meter. La cojo para que se arrodille en el asiento del sofá, y yo, de pie tras ella, se la meto por detrás. La tengo cogida de las caderas y la traigo y la empujo, y ella va reconociendo las sensaciones y dejándose llevar otra vez. Le llevo una de sus manos a su clítoris, y empieza a masturbarse, mientras vuelve a rugir, cada vez más alto, y mis movimientos son tan profundos que comienzo a sentir las contracciones de su coño alrededor de mi polla, y su orgasmo es profundo, intenso, liberador, y ella grita sorprendida por no esperarlo de tanta potencia, y finalmente cae rendida al asiento del sofá.

Me siento en el sofá, con la polla pegajosa por sus jugos, enhiesta como un mástil, y le hago un gesto para que se incorpore. Acerca su boca creyendo que es eso lo que quiero, y le digo que no, que se siente sobre mí.

-         Ahora te toca a ti decidir cómo y cuándo. Ahora mi polla está aquí para que tú abuses de ella, restriégate con ella, contra mi abdomen, métela, sácala, haz giros, o lo que quieras hacer, siente lo que cada roce y cada movimiento te provoca, y disfrútalo.

Ella pone sus rodillas a cada lado de mi cuerpo, y está muy cerca de mí. Al dejarse caer para meterse la polla pasa sus pechos por mi cara, y me encanta lamerlos. Y cuando tiene toda mi polla dentro se sorprende de la sensación. Comienza a subir y bajar, pero de una forma totalmente lineal, y con un ritmo completamente desigual. Comienza a hacer algún movimiento con sus caderas, con mi polla dentro, y yo siento cómo tira de ella, cómo vuelve a empujarse sobre ella para volver a metérsela, cómo entra y sale hasta el fondo. Pero llega un momento en que su inventiva ya no da más de sí, y L viene a su lado, y la coge de las caderas. La guía para que haga círculos con ellas, y mi polla sigue sus movimientos entrando en diagonal. De los círculos pasa a dibujar ochos, y el juego sobre mi polla es complejo, y luego le explica la forma de subir y bajar en círculos, de forma que restriegue el clítoris contra mi polla al subir, y contra mi abdomen al bajar. L indica mediante gestos, y señala exactamente dónde cada cosa tiene que ir a parar, casi tocando lo que indica, de forma que tiene la mano casi en el coño de M y a veces me coge la polla para hacer alguna explicación. M está cogiendo con facilidad el concepto del truco, y está liberándose ya de la torpeza de la primera vez. Siento sus jugos corriendo por mi polla, mis huevos y mis ingles, y está incidiendo en un ritmo rápido que puede hacer con facilidad. Mi polla está durísima, pero con toda la actuación de L he podido mantenerme desconcentrado, y aún tengo bastante por delante. Ahora que ya se ha divertido, M se lanza a satisfacerse, a masturbarse contra mi polla, y con un movimiento instintivo de sus caderas se restriega contra mi abdomen mientras lanza unos gritos con los que ya comenzamos a reconocer cuándo se corre, y mi polla siente las contracciones de su coño y la corriente de sus jugos por su base.

Y sigo teniendo la polla dura dentro de ella, sus contracciones no han sido suficientes para sacarme la tercera eyaculación del día, y quiero seguir, pero M está rendida, se deja caer a un lado, y me quedo con la polla dura, mojada en jugo vaginal, pegajosa y caliente, deseando poder meterla en algún lugar, y me acuerdo de L, que estaba de pie explicando a M cómo hacerlo, se acerca a un sillón y levanta un pie para ponerlo en el asiento, con el coño totalmente abierto, dispuesta para mi polla. Sólo tengo que deslizarme dentro porque está muy caliente, y ese coño de mujer, más amplio, más versátil que el de la jovencita, abraza mi polla como se merece, y siento que el tiempo se detiene y nos dedicamos a follar durante minutos o durante horas, mordiéndonos y magreándonos, escupiéndonos y palmeándonos. Aprovecho toda la saliva que puedo para lubricar su agujero posterior, en el que lo más que he metido alguna vez ha sido un dedo, y empiezo a perforarlo con mi índice, y allí dentro podía sentir la entrada y la salida de mi polla de su coño, y por fin siento que ella va a correrse, percibo las contracciones de su coño, éstas sí que me las conozco, y llamo a M para que se arrodille a mi lado, y espero a que L comience a convulsionar de placer, saco mi polla de su interior y me masturbo apuntando a M, que antes me lo pidió, y viendo su cara de ángel implorándome mi sustancia siento cómo mis caderas se adueñan del movimiento, y me follo mi propia mano, y pierdo el control, y golpeo el aire con mi pelvis, y me corro en una serie de espasmos que lanzan rítmicamente chorretones de semen sobre el cuerpo virginal de M, que los siente caer sobre ella, sobre su cara, sobre sus pechos, sobre su cuello, y van goteando por su piel abajo, como hizo antes la leche con la que lo simuló. Y L, cuando recupera el aliento, se levanta de su sillón, y se acerca a M, y comienza a embadurnar el semen por la piel de su sobrina, untándola bien, y llevándole las gotas más grandes a la boca con los dedos. Y cuando M comprueba que el sabor no le desagrada, se acerca a mi polla y se la mete en la boca, con el sabor de mi semen y el de los jugos de ambas. Y yo me dejo caer al suelo, y me siento a lo indio, y ellas dos se abrazan a mí, una a cada lado, y dejan pasar las horas. Y de vez en cuando me cogen la polla, para ver si reacciona, porque quieren más. Pero no será entre ellas, será conmigo. O al menos eso dicen.

Hasta aquí mi parte de la historia. Si queréis hacer cualquier comentario, ya sabéis, justo aquí debajo. Gracias por leerme.