martes, 24 de octubre de 2017

Las carga el diablo.



Hola a todos. Sé que hace mucho tiempo que no cuento nada y os puedo asegurar que es por pura saturación de horarios. Lo último que escribí con esta caligrafía fue mi novela erótica, que ya lleva casi un año a la venta. En todo este tiempo me han pasado cosas, claro, y algunas quizá merezcan uno de mis relatos, pero vengo a contaros una en concreto. Hace semanas que la tengo en la punta de los dedos, intentando salir, y la persona que está involucrada se merece tener su propio relato, además de que lo espera con interés. Podríamos decir que escribo esto por encargo.
Porque sí, me han encargado que os cuente lo que pasó, hace cuatro fines de semana, en una preciosidad de boda a la que tuve la suerte y el placer de ir. Y por tanto, aquí estoy, tecleando medio sudoroso y con las sensaciones que os voy a describir recuperando lugares y rincones, para que la narración esté al nivel del encargo, y sobre todo, a la altura de la experiencia que evoca. Ojalá la persona que me lo encargó disfrute de la lectura, pero no tanto como de haberlo vivido en su momento. Por muy buen escritor que uno quiera ser, seguro que será mejor experimentarlo en la propia piel. Aunque eso lo sabremos después de leerlo.
Como os he contado, estaba de boda. Ya sabéis, iba con el traje de las bodas del que hablo en mi novela. Hecho un pincel. Iba con mis amigos de toda la vida, con los que me suelo mostrar bastante menos activo socialmente que cuando me junto con otra gente, quizá por costumbre, o quizá se trate de dinámicas de grupos. Es algo inconsciente, pero os aseguro que es así. Seguro que hay estudios al respecto. El caso es que estábamos en una alquería preciosa, con un patio ajardinado, a la luz de la luna, con las paredes cubiertas de parras, en una noche genial para casarse y para pasarlo bien. Unas cien personas cenando de pie, pasando por los puestos donde estaba la comida, cogiendo platos y sobre todo vasos sin ningún tipo de freno y con un gran ambiente. Todos habéis oído que las bodas las carga el diablo. Y es así.
En un momento dado, una de mis amigas está hablando con una chica desconocida para mí, y yo paso por su lado, sin intención de pararme. Mi amiga me dice algo al vuelo para meterme en la conversación y acabo diciendo cualquier chorrada a la desconocida. Ella se ríe, como si no me hubiera entendido y estuviera disimulando, o como si realmente le hubiese hecho gracia. Le sonrío, me guiña un ojo y sigo andando. Tardo en volver a sentir los pies en el suelo, porque sigo flotando en la sonrisa de esa mujer, en sus ojos negros, en el rojo de sus labios y de su vestido. Estoy impresionado. Pasamos un buen rato alternando entre hacer el capullo y hacer el tonto con mis amigos y mis amigas de toda la vida, y me sigo cruzando con desconocidas. La verdad es que mis cansados ojos no se quejaron en absoluto de la observación de tal cantidad de belleza, pero la única que me devolvía la mirada era la mujer que me guiñó el ojo.
Un amigo, bastante afectado por la barra libre, me dice al oído si he visto cómo me mira esa mujer de rojo. Como si no me hubiera dado cuenta yo mismo. Pero lo pregunta tan fuerte que ella misma le oye, me sonríe con su media luna de dientes y sus ojazos me lanzan una mirada que me barre de arriba abajo. Mi amigo no debe de haber notado nada, pero yo he sentido esa mirada en la piel, bajo mi traje.
La barra libre se hace fuerte, nos cuesta mucho esfuerzo pero comenzamos a conquistarla, y la fiesta empieza a subir el nivel. Ella pasa por delante de mí mil veces, o quizá no tantas. A veces levanta su cubata para chocarlo con el mío a modo de brindis, a veces hace como que le impido el paso, para eludirme con un movimiento de baile según la canción que suena, a veces pasa algo más lejos de mí, pero me sigue lanzando con sus ojos su látigo, su maroma de barco, su cadena. Su mirada. Y yo no la esquivo, en absoluto.
Hay un momento, no sé por qué ni con qué excusa, en que comenzamos a hablar. Es una conversación superficial, sobre cómo se divierten mis amigos, y nos reímos sin parar de las más mínimas chorradas. Estamos bastante bebidos, pero no es por eso. Bueno, no es solo por eso. Vista de tan cerca me alegro de estar hablando de cosas que puedo decir sin necesitar mucha concentración, porque estoy mirando el rojo de sus labios y toda la mente se me vuelca sobre esa superficie brillante y apetitosa. Me cuenta que tiene treinta años, que es de Córdoba y que se llama Sara. Por supuesto, podéis creeros que ese es su verdadero nombre, o que yo lo he cambiado para no decir el verdadero. Creo que Sara es un nombre muy bonito, y en sus labios suena igual que si me dijese “bésame”. En un momento dado está hablando de la edad de mis amigos, y yo le confieso la mía. Quizá la pille por sorpresa. No es la primera vez que me toman por más joven de lo que soy. Pone un gesto de desconcierto, y dice que tiene que ir a por un cubata. No me sorprende. Se va y me quedo un poco chafado, pero me alegra haber charlado con ella. Mis amigos están un poco impresionados.  
Llegados a este punto os diré que ya sé que me conocéis lo suficiente para haberlo supuesto. Esa chica es la causante de este relato, la coprotagonista y la que lo encargó. Sé que no os estoy haciendo ningún spoiler. Así que no temáis, no fue un desplante.
Cuando ya ha pasado un rato doy por archivada la experiencia en la carpeta de los “¿Te acuerdas de aquella chica del traje rojo?” y me dispongo a seguir alternando lo de hacer el tonto con lo de hacer el capullo, o al revés. Sigue siendo divertido, pero no puedo evitar pensar que quizá hubiera tenido que darme a conocer más con Sara. Quizá nuestra charla fue demasiado superficial. Pero eso no me baja el ánimo, en absoluto. Simplemente es algo así como aprendizaje, como algo a tener en cuenta la próxima vez. Hasta que, en una canción en concreto, vuelvo a tenerla delante, con las manos en alto, ondulante, sensual, hipnótica. No sé distinguir una sevillana de una seguidilla ni de una copla, ni de todo ese mundo de tipos de música que me es totalmente desconocido. Pero ella se ve feliz, como si fuera una canción de su tierra, y está bailándola para mí. Yo la miro, claro que la miro, de arriba abajo, porque no puedo dejar de hacerlo. Es un verdadero centro de ondulaciones sensuales e hipnóticas. Se ríe de mí porque no sé bailar, y me reafirmo en ello. Prefiero mirar. Se acerca a mí, extiende sus brazos hacia mi cintura, coge el cinturón del pantalón  y tira de mis caderas para que siga a las suyas. Justo en ese momento siento cómo salta bajo mis pantalones una erección que quizá nadie note, gracias a la holgura de la prenda, pero es mejor no tentar a la suerte.
Sigue bailando, para mí, a menos de un metro, remarcando sus movimientos, su ritmo, para que la siga. Yo sigo inmóvil, rígido, perplejo. Solo puedo sonreír, con esa sonrisa tonta y boba de los tíos cuando tenemos una erección, y disfrutar de las vistas.
-          ¡Vamos, baila! ¡Fíjate cómo lo hago yo y sígueme!
-          ¡No puedo! – La música está muy alta y hay que gritar, por muy cerca que esté. Aun así, preferiría que estuviera más cerca.
-          ¡Ah, eres uno de esos tipos duros que no quieren bailar! ¡Qué decepción!
-          ¡No es eso! ¡Es que…! – Por un segundo identifico mi parte Drawneer a punto de tomar las riendas, a punto de decirle una de esas frases sin retorno. Y le dejo hacer. - ¡No puedo aprender de ti! ¡Me fijo, de verdad, pongo voluntad, pero veo tus caderas oscilar, tu cuerpo cimbrear así, y se me olvida lo que estoy intentando aprender!
Bueno, no ha sido tan descabellado. Ocurrente. Pero es como si se hubiera roto un precinto, como si se hubiera abierto una puerta. Como si por fin hubiera ocurrido lo que estábamos esperando los dos.
-          ¡Vaya, sí que eres bueno con los requiebros!
Y se ríe, con esa risa cantarina y volátil que te hace sentir que te sumerges en su boca de color rojo y de forma exacta para ser mordida. Sigue bailando, como si quisiera seguir dedicándome ese espectáculo solo para mí, y yo sigo zampándomela con los ojos, para no desaprovechar ni un segundo de su baile. No sé qué va a ocurrir en cuanto pare de bailar, en cuanto se esté quieta, pero estoy casi seguro de que lo averiguará mi mano alrededor de su cintura, porque no creo que nada pueda contenerla. Pero nos interrumpe nosequién, que se acerca a hablar con ella de nosequé. En ese momento recuerdo que hay más gente, que estamos en un lugar con casi cien personas. Disimulo mi frustración mientras habla con ese intruso que se la lleva de allí, a hacer cualquiera de esas tontadas que se hacen en las bodas, regalos a los novios, fotos, etc. Me quedo solo y vuelvo a aparecer entre mis amigos. Ya no tengo ganas de hacer el tonto o el capullo, pero lo hago, de todas formas.
Pasa otro rato. Ella vuelve a aparecer a mi lado como por ensalmo y a mí se me alegra la noche de nuevo. La música ha cambiado, y su gesto también. Como si viniera de discutir con alguien. Ya no brilla como antes, tiene la mirada más intensa. Pero sigue provocando incendios de carmín dentro de mí con cada una de sus sonrisas. Charlamos, de cosas banales, y yo tengo claro que quiero elevar el nivel, que quiero profundizar. No, no me refiero a “profundizar”, no todavía. Me pregunta a qué me dedico y le digo que soy escritor. Los ojos se le abren como si hubiera dicho algún tipo de palabra mágica. Ella confiesa leer, devorar libros. Me dice el nombre de un par de escritores que me suenan pero que no identifico, hasta que nombra a una escritora de novela erótica muy conocida. El que abre los ojos ahora soy yo.
-          ¿Lees novela erótica?
-          Sí, sí, ya sé lo mal visto que está. Pero si no te has leído una de esas novelas a mí no me juzgues…
-          Al contrario, no te juzgo. – Dudo un segundo. Estoy a punto de confesarle que yo no solo leo, sino que la escribo. Pero siempre me da una vergüenza horrible confesar a mis conocidos que lo hago. Aparte de las personas que ya he contado en este blog, nadie de mi vida ajena a Drawneer conoce su existencia. Pero ella se ha identificado como lectora de novela erótica, así que me siento a salvo, tomo aire y digo: - Yo escribo novela erótica.
-          Sí, claro, y yo me lo creo…
-          ¿Llevas el móvil? ¿Tienes datos? Te digo la dirección de mi blog y tú misma juzgas.
Saca su teléfono y teclea en él con la incredulidad apretando sus cejas entre sí, pero con la sorpresa dando un tono rojo a sus mejillas que le sienta exquisitamente bien. Estamos muy cerca, estamos contándonos un secreto y nos hemos acercado para protegerlo. De hecho, puedo ver su cogote mirándola desde arriba, mientras pasa páginas y busca este blog. Al fin aparece la advertencia para comprobar que se es mayor de edad, y después el fondo negro con letras blancas inunda su pantalla táctil. Está literalmente volcada hacia lo que va encontrando, casi ansiosa, como si quisiera demostrarme que me equivoco.
-          ¿Y cómo sé que tú eres este Drawneer que dices aquí?
Esa es una buena pregunta. No puedo demostrárselo sin entrar en mi blog y escribir con mi usuario. Pero al fin y al cabo, lo que yo quiero no es demostrarle que soy yo, sino que me lea.
-          Hacemos una cosa. Tú lees este blog, cuando quieras. Y si te gusta, tienes formas de ponerte en contacto conmigo. Mi twitter, mi Facebook, o deja un comentario. Si te respondo, seré yo.
-          Me parece justo.
Y se lanza a leer. No. Yo no quiero eso, no quiero que lea mi entrada más reciente. Demasiado bestia para una bienvenida. Además, quiero que haga un experimento por mí. Similar al que pedí a Miriam en mi novela.
-          ¿Me haces un favor? – me cuesta que quite sus ojos de su móvil y que me haga caso. – Hay una entrada que quiero que leas en una situación concreta. El resto me da igual, pero esa quiero que estés en público, rodeada de gente.
-          ¿Como ahora?
-          Bueno, no te digo que la leas ahora, solo si quieres. Se trata de que leas lo que estés leyendo y que la situación a tu alrededor sea completamente distinta.
-          Eres un poquito cabrón, por lo que veo. Me gusta. ¿Qué entrada es?
-          Se llama “Pasa, bienvenida”.
-          Aquí está. Voy a leerla. Ahora mismo.
-          Perfecto. Te dejo, pues.
Me alejo unos pasos. Está ensimismada en su lectura. Entre gente que baila, grita, bebe, ríe, ella está concentrada en lo que tiene en la palma de su mano. Y yo voy imaginando por qué parte del texto va. Puedo notar cómo su columna vertebral comienza a vibrar, entonando las notas que le toco desde las palabras que lee. Un amigo viene a burlarse: “La has aburrido tanto que ha acabado más pendiente del móvil que de ti”. Ni le contesto. Desde la distancia apunto hacia ella con mi erección, oculta pero dura, disimulada entre la ropa pero obstinada en ella como una brújula con su norte. Puedo ver cómo cruza sus brazos, mientras lee. Sé lo que va a hacer. La veo estirar el cuello, quizá agitarse un poco. Joder, quisiera tocarla, ahora mismo, besar su espalda, abrazarla, acariciarla. Es un espectáculo grandioso, como ver una flor abrirse al sol. Aunque solo lo es para mí, porque los demás que la puedan ver no serían capaces de darse cuenta de lo que está pasándole. Y ese espectáculo termina en su punto más álgido, cuando ella, sonrojada, estira aún más su cuello, para buscarme, con la mirada turbia y algo que está a punto de decir pero que no dice. Me acerco incluso antes de que ella me llame, y ella toma aire, mucho, y lo suelta en un suspiro que puedo oír incluso por encima de la música, porque lo oigo con unos oídos que no están en las orejas. Clava sus ojos negros en los míos y los deja ahí, como si hubiera algo que yo debiera descubrir ahí dentro, pero no soy capaz de descubrirlo porque lo único de que soy capaz es de seguir mirándola, de seguir disfrutando de sus pupilas ya un poco dilatadas, de su belleza, de su petición encriptada.
-          ¿Y ahora? – me pregunta. No quiero entender una pregunta que vaya más allá, solo le guío por mi blog.
-          Hay una segunda parte. ¿Quieres leerla?
-          ¿Aquí, también?
-          ¿Quieres?
-          Vamos.
Veo cómo abre el enlace de “Bienvenida de nuevo” y vuelvo a alejarme, pero no tanto como antes. Lee en silencio, concentrada, traga saliva algunas veces. Levanta la cabeza, busca. Pero no a mí. Busca un lugar. Disimula y se acerca a un lateral de la mesa donde está la barra libre. Está casi escondida, nadie repararía en lo que está haciendo, pero yo me doy cuenta. Tiene una esquina de la mesa entre los muslos, justo a la altura adecuada. Ya no puedo más. Me acerco a ella. Veo la parte del texto que está leyendo, y pongo mis labios junto a su oreja.
-          Sé lo que estás haciendo, porque yo escribí las instrucciones que estás siguiendo al pie de la letra. Me encanta que lo hagas, porque me hubiera gustado escribirlas para ti. Y quiero que sepas que ahora mismo tengo una de mis mayores erecciones escondida en mis pantalones. No quiero que te la imagines, ni que la toques, ni nada. Solo quiero que sepas que lo que más desearía en este mundo sería estar pegado a ti, justo detrás de ti, colocarla entre los dos cachetes de tu culo, y empujar con mis caderas mientras tú te restriegas contra el pico de la mesa. Así, sería mi impulso el que empujara tu coño una y otra vez, el que te hiciera correrte, el que provocara esa respiración que estoy oyendo y que es el sentido de mi vida, porque todas y cada una de las partes de mi cuerpo han nacido para provocarte este orgasmo, aquí, delante de todos. Y pensar en esa escena, en nosotros empujando con las caderas delante de todos, me tiene a punto, tan a punto que en cuanto me digas que te has corrido tendré problemas para evitar manchar mis pantalones de las bodas con chorros de baba blanca y pegajosa.
Ella no deja de leer en ningún momento. Solo se interrumpe algunas veces, cuando cierra los ojos, pero eso no me hace dudar en absoluto de que esté totalmente concentrada en mi relato y en las sensaciones que le provoca. Toma aire varias veces, resopla, pero no emite ningún sonido. Hasta que echa su cabeza hacia atrás, mirándome, y abre la boca. Al principio creo que me va a besar, y me presto a ello, pero lleva sus labios a mi oreja y solo susurra:
-          Ven conmigo.
Se escabulle, rápida y ágil, coge mi mano y comienza a andar, y yo solo puedo mirar esa estela roja que me tiene hipnotizado, como un faro en plena noche. Sus caderas van a un lado y a otro mientras se mueve entre la gente, como si quisiera que su culo se incrustara en mí a través de mis ojos, y lo va consiguiendo. No hay nada más en el mundo que su bendito culo. Bueno, quizá sí, mi erección también está muy presente.
Dejamos atrás la zona de la gente y vamos hacia los baños. Todo un clásico. En cuanto no nos ve nadie lanzo un manotazo a su nalga derecha. Ya sabes, si has leído mi novela, lo que ocurre con este traje y las nalgadas con la mano abierta. Ella se gira con la mirada encendida, sonríe y con sus ojos prende un poco más de fuego dentro de mí. No nos cruzamos con nadie. En el aseo de señoras entramos en un cubículo y le doy otra nalgada, más fuerte. La cojo de la cintura, pego mi cuerpo a ella y dejo que sienta mi erección entre sus nalgas.
-          ¿Recuerdas lo que te explicaba antes? Era esto, así. – me muevo un poco, para que sepa lo duro que estoy, pero no parece que sea eso lo que necesita.
La empujo, ella se apoya con ambas manos en la pared del fondo y tiene las piernas separadas por la taza. Pellizco su vestido y un poco de sus muslos y comienzo a arremangárselo, sin contemplaciones, y ella ya sabe que está en buenas manos y se deja hacer. Lleva liguero, negro, y sus muslos aún son más apetitosos de lo que me imaginaba.
Me arrodillo detrás de ella cuando tengo su culo descubierto, con su vestido amontonado en la cintura, y con los dedos mantengo cogidas sus nalgas, por lo que lo único que tengo disponible es la lengua. Recorro con ella las benditas bragas negras, de encaje, y compruebo el sabor de mi relato, licuado gota a gota. Me aprendo la forma de su coño, palpitante, hinchado, y hago que se estremezca algunas veces, presionando en esos puntos en concreto en que estáis pensando, esos lugares que estáis visualizando al imaginaros que sois ella. Luego tiro de las bragas, con cuidado, deben de ser muy caras, las dejo a medio muslo y vuelvo a recorrer esos lugares, ahora directamente, con la lengua, y con los labios. Vuelvo a palmear su culo, y ella no emite más que algún ronquido de aprobación, pero sé que lo está disfrutando, porque su sabor me lo dice. Llevo uno de mis dedos a su coño, pero pronto puedo meterle dos, porque ya está muy mojada. Ha causado un gran efecto la lectura en ese cuerpo joven y sexy que se estremece con mis caricias. Parece que ha sido tan efectivo que debo comenzar a acelerar las cosas, que hemos llegado ya al lugar en el que hay que saltar al vacío, y con mi lengua en su clítoris, hago que mis dedos vibren dentro de ella. Paro a los pocos segundos, chupo sus labios vaginales, me los meto en la boca, los mamo, como un bebé amamantando, vuelvo a su clítoris, y vibro de nuevo. Y así una vez, y otra, y otra. No hay ninguna pista, ningún suspiro, ninguna contracción, pero es ella la que me aparta de su cuerpo, la que me pide que pare.
Está extasiada. Me besa. Es la primera vez que lo hace. Mi boca sabe a ella, y se relame. Luego comienza a agacharse, con el vestido aún arremangado en su cintura y sus bragas a medio muslo. En cuclillas, con sus rodillas a los lados de mis piernas, pasa sus manos por mis pantalones, y encuentra mi erección. No era difícil. Desabrocha mi cremallera y mete la mano. Apenas puedo esperar a que lo haga. Noto sus dedos cuando la tocan por primera vez, cuando avanzan por ella, cuando la agarran, cuando tiran de ella, y es una verdadera delicia. Aparece frente a sus ojos gorda, hinchada, roja, casi morada, con una enorme mancha de humedad en la punta. Ella coge una pequeña gota de ahí con la yema de un dedo y se la lleva a la boca. Vuelve a relamerse. Joder, esto es un suplicio. Luego se lleva mi jugo con la punta de la lengua. Lo reparte por mi glande a lengüetazos, y yo comienzo a ver estrellitas. Recorre toda mi polla solo con la punta de la lengua, como si quisiera torturarme, como si se estuviera vengando de algo. Quizá solo del placer que ya ha sentido ella.  Y entonces se la mete en la boca.
Ya os he contado en otros relatos que soy prácticamente incapaz de correrme solo con una felación. Con la cantidad de alcohol que llevo, es de suponer que tampoco será hoy el día. Pero estoy extremadamente caliente, y cualquier otra cosa sería un desastre. Así que, mientras ella lame, relame, chupetea, sorbe, besa y vuelta a empezar mi afortunado glande, yo comienzo a masturbarme, llevando mi mano por el tronco de mi polla arriba y abajo. Quizá funcione. Ella intuye que es mejor así, y colabora. Me acaricia el escroto con las uñas y me provoca una sensación que apenas llego a sentir pero que me hace retorcerme de gusto. A veces, entre besos y chupeteos, se va a lamérmelo, también, y se mete uno de mis testículos entero en la boca, mientras yo no paro de machacármela. Luego vuelve a lamer mi polla, por encima de mis dedos, que aún saben a sus jugos, o vuelve a meterse mi glande en la boca, o me mira a los ojos, con esa sonrisa que me ha cautivado. Hasta que siento cómo llega, cómo comienza a vibrar mi cuerpo, cómo se contraen mis músculos, y ella también lo ve, y en el preciso instante en que comienzan a salir chorretones de esperma de la punta de mi polla ella está lamiendo mi escroto, y me corro convulsionando y derramándome dentro de la taza del váter.
Nos volvemos a besar. Apenas sé nada de esa mujer, aparte de cuánto me atrae y cuánto deseaba que ocurriera algo como lo que ha ocurrido. Y aún me gustaría que ocurrieran más cosas, pero mi cuerpo necesita un respiro, y quizá ella también. Se coloca las bragas en su sitio mientras se ríe, con unos movimientos de cadera exagerados y divertidos, y se recoloca el vestido. A mí ya no me quedan gotas que escurrir, estoy vacío para un buen rato, y me visto también. Ha sido inesperado, una locura, genial. Y ninguno de los dos siente la necesidad de excusarse o disculparse. Ella sale la primera, y poco después oigo unos golpes en la puerta, a modo de señal. No hay nadie. Salgo. La encuentro frente a un espejo, retocando su vestido y su pintalabios, y disimula cuando paso por detrás de ella. Le dejo una palmada bastante sonora en su culo prieto y magnífico, y en el espejo veo una sonrisa, lasciva y salvaje.
Vuelvo a meterme entre la gente. Algunos de mis amigos me preguntan dónde estaba. No sé qué les contesto. Asumen que me ha sentado mal tanta bebida y que estaba intentando que me bajase. Me voy a la barra. El camarero ya me había reconocido como el tío del whisky con agua, pero le hago una seña para que no me lo ponga. Le pido un zumo. Casi se desploma de la incredulidad. Se lo repito, un zumo. Tarda en traérmelo. Me lo pone en un vaso con hielo. Cuando me aparto de la barra, Sara está a diez metros de mí. Hay como treinta personas entre los dos, pero yo no las veo, y ella parece que tampoco. Ve mi vaso, se ríe. Es tan guapa cuando se ríe. Se acerca mucho a mí antes de hablar.
-          ¿Un zumo, chicarrón? ¡Qué obvio! ¿Rehidratando?
-          Claro. La única putada es que en cuanto lo beba voy a perder el sabor que tengo en mi boca, y eso sí que quisiera guardarlo para siempre. Quizá pueda recuperarlo alguna vez. – digo esto relamiéndome, llevándome unas gotas imaginarias del borde de mis labios.
-          Quizá… ¿cuánto tiempo sueles tardar en estar listo de nuevo?
-          La verdad es que no lo sé.
-          ¿Es que nunca repites? Menudo chasco.
-          No, es que suelo pasar el tiempo que tardo en recuperarme haciendo las mil perrerías a la chica en cuestión.
-          ¿Perrerías?
-          Bueno, sí, ya sabes, cosas que no se pueden hacer aquí rodeados de extraños. Desde caricias mimosas cuando aún no hay prisa, cuando aún estás recuperando el aliento, hasta todo lo que se me vaya ocurriendo. Así, cuando llega el momento de que sea necesario, estás donde tienes que estar y como tienes que estar.
-          ¿Y cuánto rato ha pasado ahora?
-          Debe de haber pasado bastante, porque estoy volviendo a notarla dura. O igual es más por tu culpa, que me la pones así.
-          A mí no me eches la culpa. Ya tengo yo bastante con saber lo que tienes ahí escondido y necesitar tenerlo dentro. – el énfasis con que pronuncia “necesitar” me confirma que sí, que ya tengo la erección disponible.
-          Sé lo que quieres decir. Yo conozco el tacto de tu interior, la textura, las sensaciones que provoca, pero necesito sentirlo con mi polla, entrando dentro de ti. Y luego salir, y volver a entrar.
-          Eso sería genial. ¿A qué esperas? ¿Por qué no estás ahora mismo follándome?
-          No tengo ni idea.
No decimos nada más. Simplemente camina, delante de mí, y yo la sigo, por una ruta que ya conozco y que sé dónde acaba. La alcanzo mirándose en el mismo espejo de antes, y me acerco por detrás, paso mis manos por su cintura y la atraigo a mí para besarla. Subo hasta sus pechos, que aún no he tocado en toda la noche, y los encierro en mis garras como si fuera a exprimirlos. Ella para de besarme para mirar lo que le voy haciendo. Mi polla está otra vez entre sus nalgas, y, esta vez sí, recorro todo el canal que las separa, como si arara un campo turgente y delicioso. Vuelve a enredar su lengua con la mía y no tengo ningunas ganas de que la suelte.  Cada vez que incremento la presión en sus pechos tira un poco más de ella, y oigo su aliento perderse en mi boca. Estamos en el vestíbulo del aseo de un local con cien personas, en cualquier momento nos van a pillar, pero lo que estamos haciendo aún no es demasiado indecoroso, aún no transgrede ninguna línea. Así que bajo una de mis manos y le pellizco el vestido, sobre uno de sus muslos, y comienzo a tirar de él. Quiero meter mi mano por debajo de su ropa, subir por su muslo hasta tocar su coño, y ella deja que vaya saliendo un trozo cada vez más grande de su piel a la vista. Ella colabora con su culo, apretando contra mi polla para que sepa que le gusta lo que le estoy haciendo. Y todo está cada vez más acelerado, cada vez necesito más tener la suficiente intimidad, cada vez deseo más a esa mujer, y en un momento en que se oye un ruido por el pasillo hago como si me asustase y entramos corriendo en el baño de las señoras.
Un segundo después estoy sentado sobre la taza de un cubículo cualquiera, ella tiene la mitad inferior de su vestido alrededor de su cintura, y deja caer sus tirantes. Se sienta sobre mis muslos y vuelve a besarme mientras desabrocha por segunda vez mis pantalones, los del traje de las bodas, los que ya conocéis. Yo, mientras, para no quedar atrás, agacho cuanto puedo la parte superior de su vestido y acaricio sus pechos, ahora con ternura, por encima de su sujetador, busco el broche y los libero. Pierdo la noción del tiempo. Mejor dicho, es como si el tiempo se detuviera, y me abstraigo en la suavidad, la calidez, el sabor y la rugosidad de esos pezones con los que llevo fantaseando toda la noche. Los pellizco, los beso, los muerdo, los lamo, los acaricio. Les paso la parte rugosa de las yemas de mis dedos. Los mojo de saliva para luego soplar. Los chupo. Los absorbo. Y todo esto, mientras ella me baja la ropa hasta medio muslo, acaricia mi polla y no se atreve a tomar ninguna iniciativa más, porque está disfrutando de mi cara en sus pechos.
Al fin, tomo aire, respiro, y ella se yergue. Veo que se aparta sus braguitas hacia un lado, adelanta sus caderas y las coloca justo sobre mi polla. Tengo el glande más hinchado que antes, más gordo, y las venas del tronco se notan más, cosas de ser el segundo envite en menos de media hora. Y ella misma va bajando, clavándose, poco a poco. Al principio llego a dudar de que esté preparada, pero en cuanto tomamos contacto noto perfectamente lo mojada que está. Es genial sentir con la punta de tu polla cómo está de mojado un coño, es una sensación de que las cosas están como tienen que estar. Voy entrando, deslizando, y ella se va adaptando a las sensaciones. Va poco a poco, como si no estuviera segura de que no fuese a hacerle daño. Yo no tengo prisa. Al final entra toda, y sus caderas contactan con las mías. Vuelvo a morderle la boca, con mis manos en sus pechos, y hago en su lengua un movimiento circular con la mía idéntico al que estoy haciendo con mis pulgares en sus pezones. Se me acaba de ocurrir y parece que tiene éxito.
Siento cómo está cada vez más excitada. Las paredes de su vagina masajean mi miembro y las gotas de su jugo corren por mis testículos. Quiero que me folle, que me folle ya, que se corra. Quiero que disfrute, por todo lo que me ha hecho disfrutar y por todo lo que voy a hacerlo. Empieza a moverse. Llevo el traje de las bodas, amontonado en las rodillas. Y ella me está follando a horcajadas sobre mí. Me recuerda demasiado a mi novela. Pero esto es real. Este polvo sí es real. Se mueve con sabiduría. Siento cómo tira de mi polla con sus movimientos, cómo la empuja, cómo se restriega contra el tronco, cómo lo hace contra mi pubis. Sabe muy bien lo que hace. Y yo apenas tengo nada más que hacer que disfrutar con sus pechos.
Le suelto un manotazo en una de las nalgas. Suena como una explosión, allí dentro. Otra nalgada. Noto cómo se contraen los músculos de su coño. Me pide que le dé más. Está empezando a empujar de verdad con sus caderas. Pronto va a pasar lo que los dos queremos que pase. Quiero que se corra. Quiero sentir cómo se corre. Y se lo digo, susurrando. Ella me pide que se lo repita, y vuelvo a decírselo, esta vez un poco más fuerte. Le pellizco un pezón y una nalga a la vez, y cuando suelto le doy otra nalgada. La presión que ejerce sobre mi polla sería demasiado si hubiera sido el primer polvo, pero gracias a mi descarga anterior puedo aguantar bastante más. Así que lo que le digo es que abuse de mí, que se corra contra mi polla, que estoy aquí para que ella se masturbe contra mi cuerpo, que lo que quiero es notar con mi glande cómo el orgasmo sale de dentro de su coño. Y ella me cabalga todo lo fuerte que puede, sin decir nada, sin hacer ningún ruido aparte del que hace al chocar contra mí, y sigo abofeteando su culo y pellizcándole en unos cuantos sitios. La forma en que retuerce sus caderas contra mí, como si buscara algo que solo se puede encontrar con una polla como la mía ahí dentro, me ratifica que sabe muy bien lo que está haciendo, y disfruto del bello espectáculo de esa preciosa mujer lanzada a por el placer puro, cabalgándome, follándome, babeando mi entrepierna con sus jugos. Y me sorprende lo silenciosa que es, lo discreto de su forma de disfrutar, pero cuando menos me lo espero se desploma sobre mi pecho y reposa su cabeza en mi hombro. Mis testículos están casi flotando en un jugo caliente y pegajoso que emana de su coño, y a fe mía que por fin se ha corrido, aunque nadie podría saberlo siguiendo las pistas normales.
Me besa, con paz, su lengua acaricia la mía con ternura, y comienza a arrancar de nuevo sus movimientos. Me sorprende un poco, pero me dice al oído:
-          Esto es para ti. Ahora voy a masturbarte yo con mi coño a ti, igual que tú pusiste tu polla a mi disposición. Disfruta, estos movimientos están diseñados para tu orgasmo.
La presión que ejercen sus paredes sobre mi miembro comienza a oscilar, como si la estuviera masajeando. Es una verdadera delicia. Quizá está accionando conscientemente los músculos de esa zona. Pero no quiero entretenerme en analizar lo que hace. Solo quiero disfrutarlo. Ella sube y baja, conmigo entrando y saliendo de ella, y tira de mi polla masturbándola de una forma espectacular. La sorpresa me lleva rápidamente a través de las fases previas, y, con unos golpes de cadera que seguro que tiene estudiados, no lo pienso más y acabo derramándome dentro de ella, unas pocas gotas calientes que había sido capaz de crear en tan poco tiempo. Creo que yo sí he sido algo más ruidoso que ella.
Nos quedamos abrazados, recuperando la respiración.
-          Sigo sin creerme que este blog sea el tuyo, que tú seas escritor. Solo me lo creeré si leo el relato de esto que ha pasado.
-          Cuenta con ello. Valdrá la pena escribirlo.
-          ¿Qué nombre me vas a poner en el relato?
-          ¿Te gusta Sara?
-          A mí Sara me gusta. ¿Y a ti?
-          Cuando dices Sara suena a “Bésame”
-          Pues ya sabes lo que tienes que hacer.
Nos besamos, un buen rato. Fuera se sigue oyendo la discomóvil y la gente borracha. Nosotros no tenemos prisa. Cuando salimos del baño de señoras ya se está despidiendo la gente, y nos dirigimos a la zona de aparcamiento. No nos volvemos a cruzar. Solo me queda de ella el buen recuerdo de una boda magnífica, y el encargo de escribir este relato. Como siempre, gracias a todos por leerme, y en especial a Sara.   

viernes, 24 de marzo de 2017

Pasa, bienvenida.

Pasa, bienvenida. Ponte cómoda, te estaba esperando. Sé que sueles venir a menudo por aquí, como quien no quiere la cosa, sin poner especial interés, pero pinchas en el enlace, o en el marcador de la última vez que entraste, con el aliento más alterado de lo que pretendes hacer creer. Sé lo que te trae hasta aquí, y muchas veces pienso en la mejor forma de que lo encuentres. Quisiera dártelo a manos llenas, pero lo único que nos mantiene en contacto a ti y a mí es este blog, al que te imagino llegar por primera vez por alguna recomendación casual, quizás en Twitter, quizás por pura suerte, y entras sin muchas esperanzas de que tu visita valga del todo la pena. Pero deslizas tus ojos por las primeras palabras con cierta curiosidad, y no puedes evitar imaginarte la situación que te describo. No te culpo, yo la estoy viviendo completamente tal como escribo estas palabras, para dejártelas preparadas como una alfombra sobre la que te deslices hacia la relajación que te propongo.

Quizá me lees en tu casa, en una habitación en la que estás sola y tienes todo el tiempo del mundo para recrearte en mis palabras. Pero algo me dice que no, que tu entrada en este blog es un acto proscrito, un momento clandestino en el que sabes que se despertarán tus sentidos para desconectar de tu vida y sentir tu cuerpo vivo dentro de la armadura que te has forjado para protegerte del mundo exterior, tras años de "tengo que" en lugar de "quiero". Aquí, mientras estés, sólo valen los "quiero", los "siento" y sobre todo los "deseo".

También te daré por buenos los "me apetece", pero esta vez, mientras lees esto, esta vez hablaremos de lo que me apetece a mí. Me apetece ponerte en un aprieto. Me apetece tomar el control de esa situación proscrita en la que te imagino, quizá en el trabajo, o esperando a los niños en la puerta del colegio, o navegando por internet en lugar de estudiar, me apetece hacer que se convierta en una situación tan íntima que tu cuerpo diga "sigue leyendo" y tu mente piense "me van a pillar" o "no tengo tiempo" o "tengo que dejar de leer".

Pero no vas a dejar de leer, porque ahora mismo yo estoy visualizando una parte de tu cuerpo, y tú la vas a sentir tomar protagonismo en cuanto te la nombre. Hay una parte de tu cuerpo deseando que mis dedos la acaricien igual que estoy acariciando el teclado al escribir esto, y que las yemas de mis dedos lo castiguen con suavidad igual que castigo las teclas, sin una sola estridencia, pero con la contundencia necesaria.

Todavía no voy a nombrarte a qué parte de tu cuerpo me refiero, porque antes quiero que hagas algo por mí. Teniendo en cuenta que estás en público, o al menos no estás totalmente libre, quiero que hagas algo que no llame la atención. Quiero que coloques tu dedo índice detrás de la oreja derecha, quiero que deslices la yema desde ahí cuello abajo, y acabes en la cabeza de la clavícula, lo más lento posible, como si te pusieras perfume. Cuando llegues a la clavícula, recorre el mismo camino a la inversa, pero esta vez con la uña. Muy despacito. Está bien la sensación, ¿verdad? Sé que has inclinado la cabeza al hacerlo. Y es algo íntimo que estamos haciendo los dos, tú y yo, sin que nadie más a tu alrededor lo sepa.

Si estuviéramos cara a cara los dos, haría ese mismo recorrido a besos. ¿Te imaginas sentir mis labios recorriéndote el cuello tan despacito como te gusta, justo como te gusta a ti? Yo sí me lo imagino.

Te voy a decir ya qué parte del cuerpo visualizaba antes. Quería tardar mucho más en decírtelo, pero se me está empezando a ir esto de las manos. Pronto voy a decirte obscenidades, ya sabes cómo soy, vienes a menudo. Y si no lo haces quisiera que lo hicieras. Y quiero que sepas que todas las palabras que me vengan a la cabeza serán por ti. Únicamente por ti, por tu cuerpo, por el tiempo que dedicas a leerme a mí y a mi cuerpo. 

Tengo en la mente la imagen de un trozo de piel que quizá esté más alterado de lo habitual. Está protegido por la ropa, e incluso detrás del escudo del sujetador. Ausente a todo lo que le rodea, a esa situación pública de la que te escapas aquí dentro. Dormido, aunque confío que ya algo despierto. Me imagino tu pezón izquierdo, tomando cierta forma, elevándose sobre el resto de la piel y empujando el tejido con poca fuerza. No lo ves, pero también te lo imaginas. ¡Wow! En cuanto lo he nombrado lo has sentido, ¿a que sí? Y estiras los hombros hacia atrás para que tu ropa lo presione y lo acaricie, y la sensación se hace más física, más real. Y no sé cómo de inapropiado será para ti ahora mismo hacerlo, pero daría lo que fuera por que te lo pellizcaras, con suavidad, por encima de la ropa. Sólo un poquito, hasta que sientas la corriente eléctrica atravesarte suavemente. 

Si lo has hecho te contaré qué parte de mí está reaccionando al pensar en ti tocándote así en público, y sobre todo imaginando los cambios que debe estar sintiendo tu cuerpo. Porque es francamente injusto que hayas hecho eso con tu pezón izquierdo, pero dejes al derecho carente de atención. Sí, lo has adivinado, voy a pedirte que hagas lo mismo con tu pezón derecho. Ése es un poco más sensible, ¿a que sí? Está más excitado. Como yo.

¿Crees que puedes seguir disimulando? ¿Se nota mucho? ¿Demasiado descarado? Espero que sí, quiero que el "esto está mal" te excite tanto como a mí. Y para comprobarlo, quiero que te pellizques ambos pezones, a la vez. Sobre la ropa. Te propongo que disimules cruzando los brazos, pero si quieres hacerlo de una forma más evidente serás una alumna aventajada, y tendrás que contarme cómo lo hiciste y qué pasó a tu alrededor. 

Ahora ten cuidado, tienes los pezones estimulados, y quizá la ropa no lo disimule. Es verano y no hay tantas capas de tela como sería aconsejable para que no se te noten. Por mí perfecto, te imagino la forma de tus pechos empujando tu vestido o tu blusa y resaltando en su centro el bultito tan sensible, y me arrodillaría ante ti para reposar mi cabeza entre ellos, para besarlos, lamerlos y acariciarlos hasta que me pidieses que parase de hacerlo. Si es que alguna vez te cansases de ello. 

O quizá hasta que me pidieses que avanzase a otras partes de tu cuerpo que deben estar despertando también. Pero eso ya llegará. Ahora sólo quiero que te concentres en la sensación de tener tus pechos alterados y estimulados entre la ropa, en los movimientos imperceptibles que haces con la espalda para sentir el roce de la tela sobre los pezones, y la forma en que tu cintura oscila levemente a la espera de más instrucciones por mi parte. Quiero hacerte más, quiero hacerte mejor, pero también quiero saber si estás tan excitada como yo. Espero que sí. 

Lo que te voy a pedir ahora será muy complicado de cumplir. Quiero que cierres esta ventana del navegador, te vayas a seguir con las cosas que estés haciendo, en tu trabajo, con tu familia, estudiando, y que te quedes con las sensaciones que has sentido, y sobre todo, que experimentes la aventura de la excitación prohibida. Quiero que dejes tu cuerpo avanzar, que imagines cómo voy a seguir contando esta historia, y que me cuentes lo que te gustaría que te hiciese, hasta dónde quieres que te lleve, y de qué forma. 

Deja un comentario para saber que me has leído, y sé todo lo sincera que tu cuerpo te pida ser, cuéntame lo que pasa ahora mismo por tu mente y, sobre todo, por tu cuerpo, y si me convences, continuaré avanzando letra a letra hasta donde deseo llegar desde que entraste en este blog. 

Llévate un beso para el camino. Espero tus comentarios.  

Y si quieres seguir leyendo, si te atreves a seguir enfrentándote a lo que se me haya podido ocurrir, sigue aquí:

Bienvenida de nuevo.
.

L y M (nos lo cuenta M)

L y M (nos lo cuenta M)



Hola. Soy M. Os escribo después de haber leído el relato de P contando mi primera vez, y convencida aunque no segura. Me siento orgullosa de haber formado parte de un relato tan maravilloso como el que espero que hayáis leído. Y si no lo habéis hecho aún, leedlo antes que éste. No podéis imaginar cómo ha dejado mi piel saber que cada parte narrada, cada acción descrita, cada trozo de cuerpo nombrado forman parte de mí, y que era yo quien experimentaba todos esos momentos. No tengo que explicaros de qué forma he repasado todo lo aprendido aquél día mientras leía las palabras de P, con entusiasmo, pero sin ir demasiado rápido, para recordar y evocar de nuevo las sensaciones. Él me pidió permiso para publicarlo, yo no sólo le doy permiso, sino que amplío su narración contando cómo fue todo desde mi punto de vista.

Todo había empezado como empiezan las grandes cosas. Sin querer. Tengo 19 años recién cumplidos y seguía virgen, no por nada en especial, simplemente no había salido la ocasión. Ni tengo tara ni problemas, soy una chica normal, todo lo normal que puede ser una adolescente, que estudia mucho y dedica mucho tiempo a entrenar, a ensayar y a sus otros hobbies. Simplemente había ido pasando el tiempo y no había dado con el tipo adecuado. Pero no por ello lo necesitaba menos. Son 19 años, y el hecho de ser responsable en la elección no la hacía cada vez más urgente.

Un día, en casa de L, surgió la idea. Antes que nada os contaré que L es mi prima favorita. Mi padrastro es su tío, y además su padrino, y desde que entré en la familia se ha encargado de cuidar de mí. Es como una hermana mayor, aunque no haya lazos de sangre reales. Paso mucho tiempo en su casa, nos lo contamos todo. Y un día, de compras, en un probador, observé que tenía un moratón en la parte alta del hombro. Al poco rato me di cuenta que tenía otro en la parte baja del cuello, y un par de arañazos en la espalda. Al volver a casa le pregunté si todo iba bien, si tenía algún problema, o había algo de lo que quisiera hablarme, malos tratos quizás, y cuando se le pasó la sorpresa por mi pregunta, le señalé los hematomas.

Cuando entendió mi pregunta sonrió, con malicia, y su mente se fue a algún lugar donde estaba volviendo a vivir los momentos marcados, y sus ojos, y su sonrisa, traían una dulzura y a la vez una sensualidad que me desataron la curiosidad, no sólo por saber lo que pasó, sino por sentir algo parecido. La curva que adquirió su espina dorsal era tan armónica que casi ondulaba, y su voz susurraba cuando me explicó, sin demasiados detalles, cómo había adquirido esos “recuerdos en la piel”. Me dejó atónita. Siempre que me hablaba de cómo P la trataba se le iluminaban los ojos.

-         Yo quiero. Por favor, quiero uno. Un hombre que me haga vibrar así
-         Claro, tendrás a montones. Eres un encanto, no te los podrás quitar de encima.
-         Son todos unos babosos, ninguno me parece el adecuado. Quiero un hombre que me estrene y que recuerde toda mi vida. Que se lo merezca.
-         ¿Qué te estrene? Anda ya… ¿Sí?
-         Sí… préstamelo. A P, un día.
-         ¿Qué dices? Es mío! Los hombres no se prestan así.
-         ¿Qué mejor manera de encontrar el hombre adecuado? El que tú me regales. Es perfecto.
-         Ni hablar.

El debate se alargó bastante rato. De hecho, lo alargamos en el tiempo. Pasaron semanas hasta que comenzó a flaquear, y finalmente le pareció una idea que al menos se podía estudiar. Quizás tuviera que ver el tiempo que llevaban juntos, y que las cosas no iban como pretendían ambos. Pero eso sí, siempre quedó claro que, en el hipotético caso que eso ocurriera, no tendríamos contacto entre ella y yo, sólo faltaría iniciarme en el sexo en un trío incestuoso. Y ella tendría que estar lo más cerca posible. Será un tipo estupendo, pero para mí era un desconocido, necesitaba saber de su proximidad para lo que pasara.

Finalmente accedió a compartirlo, y organizamos todo. Llegué a su casa la noche de antes, para cenar y quedarme a dormir, como tantas otras veces que he estado allí. No quería llegar y verme el pastel, quería estar allí mucho antes para hacerme a la idea. Cenamos y bebimos y charlamos y nos fumamos alguna cosita para pasar la noche relajadas, nos reímos un montón y a mí se me fue diluyendo gran parte del nerviosismo. Gracias a eso pude dormir esa noche. A la mañana siguiente, a la hora acordada, me di una ducha, me encontraba bien, apenas tenía resaca, y me puse un pijama que L tenía en algún armario. Soy bastante más alta que ella y tuve que ponerme uno de hombre que guardaba en el ropero, con olor a viejo. Oí cómo le llamaba por teléfono y comencé a ponerme nerviosa.

Al poco rato, ya había completado el proceso de ponerme nerviosa y estaba sudando y casi temblando, cuando sonó el timbre y, pasados unos instantes, al fin entró en el departamento. No había mucha luz, y él apenas dio señales de saber que yo estaba ahí. Un tipo alto, muy alto, bastante delgado, pero fibroso, bien plantado, no demasiado guapo. Se lanzó a abrazar a L y ésta se escabuyó hacia mí. En ese momento me di cuenta de que él no sabía que yo estaba allí. No sabía lo que iba a suponer, no sabía NADA. L no le había contado lo que planeaba, ni nada sobre mí. Quería que la tierra me tragara.

Al fin, L me presentó, y él fue muy agradable conmigo. Quizás estaba bastante desconcertado, ya que si yo estaba allí, no sería el plan que tenía previsto, pero se acercó y me dio dos besos muy tiernos. Era un tipo muy agradable, y olía muy bien. Todo lo que me había contado L sobre él iba cogiendo forma, y me gustaba su presencia. Pero no era capaz de sonreír más allá de una mueca.

L le contó, durante unos instantes en los que creí morirme, todo nuestro plan, así, a la cara, sin dejarme esconderme, a las bravas, y P me miró fijamente. No estaba intentando decidir si yo era digna de él, no estaba juzgándome. Estaba intentando saber cómo me sentía. Me habló con ternura infinita para hacerme sentir segura y a salvo, y me cedió toda la libertad para decidir si seguíamos adelante o no. Durante un buen rato estuvimos charlando, sin cursiladas, sin frases vacías, contándonos cosas, porqués, y porqué nos, cómo una chica bla bla bla… y cada frase que él decía me hacía ser más sincera y más confiada en cada una de mis frases, porque estaba consiguiendo que me relajara. Finalmente, sentí que era el hombre adecuado, se lo hice saber, y nos fuimos al sofá.

Algunos besos había dado antes de eso, pero nada digno de mención, y cuando comencé a intentar picotear su boca con la mía me tomó de la cara y me guió. No negaré que me gustó que tomara la iniciativa, de hecho me relajó bastante no necesitar saber determinadas cosas, y me dediqué a aprender, que es una de las cosas que mejor hago. Su boca grande y sabia hacía con la mía lo que quería, y pronto respiraba pesadamente aquejada de un acaloramiento provocado en la superficie de mi lengua. Sus manos recorrían partes de mi cuerpo que no desataban prisa, pero sí me hacían tenerlo mucho más presente, y me abrazaba a él, descubriendo formas que no identificaba pero que inconscientemente sabía lo que eran, esperándome.

De vez en cuando tomaba la iniciativa, era yo la que le besaba, comprobando mi aprendizaje, y a él le gustaba eso, que me lo pasara bien y que le hiciera pasárselo bien a él. Era un buen momento.

Tenía la piel alterada, la ropa estaba empezando a sobrarme, y él acertó de lleno cuando me propuso quitármela, porque deseaba tocarme. Por una parte era lo que mi cuerpo pedía, pero era ir mucho más allá de lo que nunca había ido, y me entró el nerviosismo de nuevo. Él se sorprendió y se dio cuenta de mi total y absoluta inexperiencia. Y me acarició, me dejó suavemente sentada en el sofá, reclinada, y comenzó a hablarme con su voz profunda y sensual, a decirme cosas tiernas y sexys a la vez, a producirme caricias que entraban dentro de mí por mis oídos, y no pude evitar que mis manos obedecieran sus instrucciones. Al principio simplemente iban donde él las mandaba, pero pronto comencé a vivir las caricias que me describía, a sentir las sensaciones que él quería provocarme, y comencé a dejar que fuese mi piel la que respondiera a sus palabras. Me acaricié como él me pidió los pechos, pellizqué mis pezones, los mojé de saliva, y a cada una de estas acciones mi cuerpo se iba encendiendo más y más, y yo casi desnuda con las manos debajo de los pantalones de pijama de un desconocido comencé a masturbarme por primera vez, con mi sexo húmedo y caliente pidiéndome más caricias, y cuando él me indicaba una nueva forma de acariciarme una corriente eléctrica me atravesaba por la mitad, y yo no podía dejar de agitarme y de tocarme, y podía oler perfectamente mi olor, y oír cómo mis dedos golpeaban mi sexo, y que todo esto estaban percibiéndolo mi prima y su novio, pero nada de eso importaba cuando sentí, por primera vez en mi vida, que mi cuerpo mandaba y yo obedecía, y seguí acariciándome justo donde P me pedía de la forma que me pedía, y acabé estremeciéndome en una contracción que me dejó sin aliento, y cuando volví a abrir los ojos P y L me miraban con ternura.

La verdad es que ya había sentido alguna vez una sensación como ésa, pero nunca había sido tan intensa, ni había sido voluntaria. En ese momento me sentía como una rosa que se abre y deja de ser un capullo y va abriendo sus pétalos uno a uno para exteriorizar su hermosura, el sexo y el disfrute del cuerpo eran esa hermosura, y el capullo (o la capulla) había sido yo sin abrirme a ello. Todo mi cuerpo se había convertido en cuerpo de mujer en ese instante, y estaba agradecida a la naturaleza por haberme brindado un cuerpo tan sensible y divertido. Quería más, pero tendría que pasar un rato, estaba demasiado impresionada y cansada. Mis dos acompañantes se miraban con fuego, sin duda provocado por mí, y preferí aprovechar y darme la ducha que necesitaba, mientras ellos hacían lo que tuvieran que hacer.

Al meterme en el baño, me vi en el espejo desnuda de cintura para arriba, con un pijama de hombre que me sentaba fatal. Me veía horrible, totalmente al contrario de cómo me sentía, así que me quité el pijama y me quedé mirándome. Desnuda, con la piel aún enrojecida por la excitación, con las oleadas aún en el recuerdo, y sabiendo que ellos dos estarían fuera haciéndolo. Quizás no hubiera sido una mala idea asomarme y ver lo que hacían, pero durante todo el día ya habría tiempo para todo ese tipo de cosas. Lo que necesitaba era una ducha para quitarme de encima el sudor nervioso del principio de la mañana, y recuperar fuerzas. Me metí bajo el agua caliente, con las manos repartí el agua y el jabón, y me sentí tentada de volver a comprobar la sensibilidad de mi cuerpo. De hecho, para quedar todo lo limpia que pudiera hacer falta en esa parte, metí una buena cantidad de jabón entre mis piernas, y dejé deslizar mis manos repartiéndola. La sensación era magnífica, pero algo me decía que no era justo, que todo lo que pasara tenía que compartirlo con ellos. Terminé de ducharme, les di algo más de tiempo y salí envuelta en un albornoz, feliz de la vida, con una sonrisa que yo misma no podía controlar.  

La ducha no había calmado mi cuerpo, y alguna parte lasciva dentro de mí pedía a gritos haberlos pillado a los dos en pleno acto sexual, aunque estaban los dos muy modositos, cada uno en su lugar. Pero L llevaba la camiseta al revés. Por lo que sé, en todo el tiempo que la llevó puesta el resto del día, no se dio cuenta ninguno de los dos. Y era divertido imaginar cómo había pasado.

Me senté en el sofá, al lado de P, con los ojos me atravesaba y yo me dejaba atravesar, y me propuso continuar el aprendizaje. Me sentó en uno de sus muslos, de forma que mis rodillas estaban entre las suyas, y mi hombro en su pecho. Enfrente del sofá, L acabándose una taza de café. Las manos de P comenzaron a acariciarme. Estaba quizás un poco más ansioso que antes, tal vez porque ya habíamos avanzado bastante, o quizás por lo que hubiese pasado o no con L, pero sus caricias me gustaban. Nos besamos, los dos, sin aprendizajes, y comenzó a deslizar sus manos por mi piel. Era una sensación muy agradable, cuando me acarició el cuello, los hombros, pero cuando comenzó a acariciarme el escote me sentí de nuevo violenta. No tenía por qué, todo iba genial, y me dejé hacer, a ver cómo seguía, y acerté. Cuando comenzó a tocarme los pechos, sopesando, y apretando, era como si fuesen frutas cuyo jugo fuese placer líquido derramado en la sangre, y estuviera exprimiéndomelas. El cuerpo y el alma se me encendían, y cuando comenzó a acariciarme los pezones ya no podía respirar bien. Al pellizcármelos desató una parte de mí que no conocía y que sin decirlo pedía que lo hiciera más fuerte, que me hiciera más daño, un poquito más. Cuando por fin acabó de quitarme el albornoz, ya estaba desatada, le atraía la cabeza a mis pechos para que no dejase nunca de mordérmelos, besármelos, lamérmelos, y provocarme esas oleadas de electricidad que me atravesaban toda por conexiones que no conocía, que bajaban por mi espina dorsal y se iban justo al punto que estaba acumulando todo el calor y la humedad de mi cuerpo, y que necesitaba de alguna caricia de la forma que fuese. Hubiera pedido que lo hiciera, pero aún no estaba tan liberada. No obstante, el sabía que lo necesitaba, y su mano fue a parar justo ahí, a hacerme las caricias que antes me describió y que ahora iba a vivir directamente.

Jugó durante un buen rato con mis pliegues, como si los conociera incluso mejor que yo. Me abrió los labios, me tocó el clítoris, me acariciaba una y otra vez a cada pasada de una forma distinta, y yo estaba demasiado comprimida sintiendo todo eso, así que pasé una pierna por encima de la suya, de forma que le daba la espalda, con los muslos abiertos, de cara a mi prima, que miraba con sorpresa, y ahora en esa postura sí podía sentir sus dedos moviéndose por mi coño buscando todo lo que quería encontrar. Levanté una mano, la pasé por detrás de su cabeza para colgarme de su cuello, y comencé a levantar las caderas. De nuevo esa sensación que dominaba el intelecto, el cuerpo encabritado hacia el placer, y mis caderas empujando las manos que las acariciaban. No sabía quién las movía, yo no era, eran ellas solas, pero yo no iba a frenar todo el placer que me estaban haciendo sentir.

De repente, un movimiento inesperado de uno de los dedos de P. La punta de un dedo en la entrada de mi vagina. Una sensación inesperada, más placentera, y el empuje de mis caderas ya no tuvo vuelta atrás, me arqueé formando una bóveda mientras exhalaba todo mi aliento, y me quedaba con el coño en alto, goteante, inmóvil, apuntando hacia mi prima, que me miraba con las mejillas enrojecidas mientras a mí me recorrían miles de calambres que partían de mi abdomen y me dominaban sin compasión. Luego, caí de golpe con el culo desnudo sobre la pierna de P, que siguió acariciándome y susurrándome al oído.

Cuando recuperé el aliento, pude notar sobre qué estaba sentada. Ese bulto bajo el pantalón de P sólo podía ser una cosa, e iba siendo hora de que por fin la viera y la tocara. P se abrió los botones del pantalón y se sacó su pene, bastante más grande de lo esperado. Tenía bastante jugo en la punta, y muchas venas, por lo demás era como lo habían descrito en anatomía. Pero no era una clase, al menos no del colegio, y me apliqué a aprender cómo y cuánto y de qué manera tocarlo, y cuando me hubo indicado los movimientos básicos, lo acaricié, y lo agité, y pude observar cómo P se tensaba y bufaba y finalmente se desplomaba mientras salpicaban gotas gordas de líquido espeso sobre la propia ropa de P. Una guarrada. De ésas que resultan excitantes sólo porque son guarradas.

Llegados a ese punto, era el momento de tomar algo. Yo estaba exhausta y hambrienta, y era hora de almorzar, y me acerqué a la cocina a ver qué había. L me acompañaba hasta que P dijo que iba a la ducha, y se metió con él. Menudos dos. Quizás el espectáculo que estaba dándoles yo era bastante más sexy de lo que quizás me imaginara. Tampoco estaba haciendo nada del otro mundo, o al menos eso creía. Preparé algunas tostadas que encontré, pensando que tardarían en salir, pero salieron bastante pronto, y se fueron al sofá. Ella se tumbó sumisa, desnuda, con las piernas abiertas, esperando algo que él iba a hacer, y pude observar el cuerpo de mi prima desnuda. Es bastante mayor que yo, pero se mantiene bien. Muy bien. Él le acarició los pechos, con más confianza que como me tocó a mí, los conoce mejor, los mordió, los aprisionó, y verle hacer todo eso lanzó un proyectil dirigido a mi entrepierna que comenzó a encenderme, aunque no era mi momento. Me senté cerca de ellos, a observar, y vi cómo él introdujo sus dos dedos centrales en su coño. Era como un ritual, algún tipo de movimiento que él ya sabía hacer y que ella ya sabía que funcionaría. Comenzó a agitar su brazo, era como si vibrara, y esa vibración fue creciendo hasta que era casi una agitación, y con ella los dedos de su interior deberían estar dándole unos golpes tremendos o no tan tremendos en el interior de su vagina. El calor y la humedad de mi entrepierna crecieron al ver la manera en la que L comenzó a agitarse, con gritos entrecortados y jadeos, con quejidos de placer, y se convulsionaba tanto que apenas podía mantenerse sobre el sofá, hasta que lanzó un último grito, alargado y entrecortado, y finalmente apartó la mano de P de su cuerpo. Los dedos goteaban con los jugos derramados en su mano, y se los llevó a la boca. Casi me dio un poco de lástima por L, pero estaba tan plácida, recién orgasmada, que estoy segura que no era lástima lo que se merecía, sino tal vez envidia.

Decidí pedirle a P que me lo hiciera, aunque más bien lo que hice en lugar de eso fue preguntarle si me lo haría a mí. Me dijo que algún día. Bueno, algún día.

Pasamos un buen rato almorzando. L se empeñó en juguetear con la mermelada entre los labios, e incitar a P a la menor ocasión. Yo no quería quedarme atrás, pero mis juegos eran un poco más torpes, más cómicos que eróticos, hasta que un poco de sirope de chocolate que me cayó por casualidad en el escote fue lo más comentado. Pronto pasó el hambre alimenticio y se desató el hambre de otro tipo. Ahora, tal como me advirtió P, vendría el sexo oral. Tal como me sentía, cualquier cosa sería bien recibida, pero no me esperaba aquella maravilla.

Me tumbó boca abajo y recorrió toda mi espalda y mi cuello con caricias. Sabía que el cuello sería agradable, pero por dios que descubrí lo agradable que es. Se encargó de hacerme saber cuántas vértebras tengo en la espalda, una por una, con la punta de la lengua, y como si fuera la cuerda de una guitarra, a cada contacto me lanzaba vibraciones que me recorrían toda. Yo ronroneaba contra el sofá, rozando todo el cuerpo, esperando saber más de eso llamado sexo oral. Si eso era la preparación, cuando llegaran los fuegos artificiales sería la locura. Siguió bajando por mi espalda y llegó a mis nalgas, que llevaba un buen rato magreando. Era la primera vez que sentía que la idea de ser carne amasada fuera gratificante, y me encantaba la forma en que “maltrataba” mis nalgas, incluso pellizcándolas. Cuando deslizó su lengua por el canal que las separaba, en un principio me dio algo de reparo, pero fue una sensación maravillosa, estuve a punto de pedirle que volviera a recorrerme ese canal con su lengua, pero me dio la vuelta y me tumbó en el sofá como estuvo L antes. Abrí los muslos, ya no tenía ninguna vergüenza y estaba bastante encendida, y él se metió entre ellos. Comenzó a recorrerme las dos caras internas de los muslos a lengüetazos, a mordiscos, a caricias, a besos, a chupetones, y yo cada vez estaba más encendida, tanto que cuando me lamió una ingle lo sentí tan cerca como si me hubiese lamido el mismo coño. Pero me equivocaba. Cuando por fin lo hizo, ya no pude aguantar más y me eché para atrás a dejarme ir, a sentir lo que viniera y gozar sin reparos. El contacto suave y ligero como una nube liberó una tormenta de rayos en mi coño que me recorrieron como un tornado, y mi cuerpo comenzó a tiritar justo en ese momento. Su lengua subía y bajaba por mi raja, siguiendo mis pliegues, buscando y encontrando, y me llevaba a lo más alto, y volvía a dejarme caer, y yo agitaba las caderas como buscando más, pero seguro que no hubiera sido capaz de soportar ni una gota más de placer. Cuando al fin tuvo mi clítoris en su boca, como un chupete en la boca de un bebé, sentí algo que se acercaba a la entrada de mi vagina, un dedo, y fue más de lo que pude soportar, y comencé a correrme como nunca, a golpes de cadera contra ese dedo, contra el aire, agitando mis caderas y gritando “P”, “P”, una y otra vez, y me vacié, no sólo físicamente en un chorro de líquido, sino de energía acumulada, quedándome exhausta sobre el sofá de mi vida, temblando por las oleadas que aún me recorrían de arriba abajo.

Cuando abrí los ojos, P se había levantado y quitado la toalla. Su polla me miraba como un mástil, otra vez. Estaba arrodillado al lado del sofá, a mi lado, y supuse que quería que se lo acariciara. No estaba muy concentrada, aún no me había recuperado. Pero L se acercó, se sentó en un puf que había usado P, cogió su polla, se agachó y se la llevó a la boca. En un solo segundo me despejé por completo, perpleja. Metía casi la mitad de la polla en su boca y la sacaba, mientras la masturbaba, con una habilidad sorprendente. Me acerqué para fijarme bien y me enseñó cómo. La cogí y me la llevé despacito a la boca. Lo primero fue pensar si me cabría. El hecho de haber visto a L hacerlo con tanta familiaridad me quitó muchos de los reparos. Comencé a lamer lo mejor que supe, L me corrigió aquí y allí, y P pronto comenzó a gemir. Sabía que lo estaba haciendo bien porque oscilaba las caderas. L, mirando todo aquello de tan cerca, comenzó a acariciarse entre las piernas, tan cerca de mí que me resultaba obsceno. Estaba chupando la polla de P con toda la concentración del mundo, se lo merecía por lo bien que me estaba tratando, pero sabía que L miraba esa polla con deseo mientras se masturbaba. Le puse la polla en la boca, y sin usar las manos comenzó a chupar, golosa, con más entusiasmo que intención, dedicándose a su clítoris en primer lugar. Luego se la saqué de la boca y la puse en la mía, pero P tenía que girar mucho para pasar de una boca a la otra, así que me acerqué mucho mucho mucho a L, tanto que me hacía sentir que estaba siendo mala, muy mala, y me pegué a su cuerpo. Nuestras bocas estaban muy cerca, y mi pecho izquierdo estaba sobre su pecho derecho, presionándose mutuamente, y no era en absoluto una mala situación. P no iba a quejarse, con su polla saltando entre dos bocas dedicadas a chupársela, y L estaba extasiada masturbándose, tanto que pronto comenzó a quejarse con sonoridad, y pegada a ella sentía cómo se erizó el pezón que estaba en contacto conmigo y cómo comenzaron sus temblores, y se echó para atrás y se dejó ir, y P sacó su polla de mi boca y se acercó a ella, masturbándose con fuerza, y cuando ella estaba a punto de subir su tono de voz de la punta del capullo de P surgieron varios chorros de semen, como los que vi antes pero más pequeños, que fueron a parar por todo el cuerpo de L, quien por fin se desató en gritos y gemidos y un orgasmo magnífico que me dio incluso un poco de envidia, a pesar de los que llevaba yo. Quizás ver ese final, y compartirlo tan de cerca con el cuerpo de mi prima, su contacto, sus estremecimientos contra mi piel, me volvió a encender.

Casi era la hora de comer, e hicimos otro descanso. Cada uno pasó por la ducha, pero por turnos, y a mí me seguían retronando en mis oídos los gemidos de L cubierta de semen. Era una imagen impactante. Así que, después de comer, cogí la leche de la nevera. Quizás era demasiado evidente, pero yo era novata y me lo podía permitir. Con un vaso de leche eché un buen trago, tanto que derramó por la comisura de mis labios, y sentí cómo su frescor caía por mis pechos y mi abdomen. En un solo instante mi cuerpo se encendió y a partir de ese momento la palabra que mejor me definía era “cachonda”. Me insinué sin ninguna sutileza a P, a quien le provoqué una erección paulatina y le arranqué la promesa de que la próxima vez eyacularía sobre mí, hasta que me derramé un buen chorretón de leche por el cuerpo, y se lanzó a bebérselo, en teoría, para no manchar el suelo.

Recorrió mis piernas, mi coño, mi ombligo, mi coño otra vez, mis pechos, y ya no quedaba leche sobre mí pero seguía relamiéndome para que no quedara ni gota, y yo estaba desatada, actuaba sobre mí mi coño, no yo, y su grandiosa habilidad para recoger gotas de leche inexistentes, y a mí comenzaron a temblarme las piernas, quizás había desatado algo que aún no era capaz de controlar, pero no quería controlarlo. P me tomó de la cintura y me dobló de una forma que me hizo sentirme cachonda de una forma animal, dejando mi culo en pompa y pidiéndome que me apoyara sobre el respaldo del sillón donde L me miraba perpleja. Estaba extremadamente cerca de ella, y aún recordaba el roce de su pecho contra el mío poco antes, y mientras P seguía lamiéndome entre los muslos y bajo mis labios, sacando de mi interior gemidos que llevarían al orgasmo a la M que entró en esa habitación el día anterior, alargué mi mano para tocar a L, la parte que fuese, la primera que encontrase. Lo que encontré fue su mano, y nos las cogimos, pero se dio cuenta de que lo que buscaba no era su mano. El placer que me estaba provocando P entre mis piernas era inmenso y no podía controlarme, sólo recuerdo que le dije al oído “si sigues así voy a correrme” pero no sé si se lo dije refiriéndome a P o a L.

De repente P se detuvo, dejándome recuperar el aliento. Me llevó a la ducha, apenas un manguerazo para quitarme la leche, pero entró conmigo en la ducha y nos rozamos los cuerpos uno contra el otro, y fue genial sentir su polla rebotando por mi abdomen, resbalando sobre mis nalgas, golpeando a la entrada de mi coño.

De ahí, me secó con cuidado y me llevó al sofá de nuevo. Estaba francamente cómoda, con la cabeza apoyada en el respaldo del sillón y el culo sobre el puf. Podía moverme bien. Había llegado el momento.

Yo estaba como una borracha de sexo. Quería más y más, no había bastante sexo en esa habitación para hacerme decir basta. Y necesitaba ya esa polla dentro de mí. Para eso estábamos. Y ya conocíamos bien su polla, mi coño, su cuerpo, el mío. Era el momento. Un último momento de concentración, para volver a convencerme que era lo correcto, y relajé las caderas. Su polla, aquí dentro, ahora.

Unas caricias, me lamió de nuevo los muslos, me besó, como si no se creyese que estaba dispuesta. Avancé una mano y cogí su polla. Al cogerla sin verla me sorprendió lo grande que es. Pero cabría. La llevé a mi coño, aunque él me paró. Comenzó a tocarme con ella los labios, el clítoris, y yo cada vez más ansiosa. Lo deslizó, lo acercó a mi agujero, por fin lo llevaba a donde debía, metía la punta, por dios, sí! Iba a ocurrir. Entró un buen trozo de su glande, pero lo volvió a sacar. Yo no podía parar de suspirar. De nuevo volvió a insistir. Sentí como comenzaba a entrar, iba abriéndome, y de repente un fogonazo de dolor, algo que para su avance, y unos segundos de dolor ardiente en mi interior. Era difícil de aguantar. Unas lágrimas. Un poco más, un poco más. Sollocé. Sentí que empujó un poco más, grité, y finalmente venció lo que lo frenaba y el dolor comenzó a remitir. Su polla comenzaba a deslizarse dentro de mí, provocándome cada vez menos dolor, y finalmente, bien lubricada por toda la excitación, su polla empezó a entrar y salir, lentamente, y toda la pared de mi coño lanzaba señales eléctricas a todo mi cuerpo, y la sensación se apoderó de mí y me dejé llevar. Era como si la parte interna de mi coño, al menos la parte inicial, fuese toda ella clítoris, y el roce me estaba volviendo loca. Me dejé vencer, hacia atrás, con los ojos en blanco, sintiendo cómo me iba follando cada vez más deprisa, y cómo iba masajeándome el clítoris y los pezones para encenderme cada vez más.

Pasado un rato, sacó su polla de dentro de mí. No sé por qué lo hizo, pero me pidió que me pusiera arrodillada sobre el sofá. Me parecía una posición muy obscena, muy animal, y meneé el culito esperando que me follara de nuevo. En cuanto sentí que me la metía lancé para atrás mi culo, para que entrara de golpe, y volvimos a tomar el ritmo cada vez más rápido, y me cogió una de las manos para que la pusiera sobre mi propio coño, y comencé a masturbarme. Su polla llegaba muy profundo desde ahí, y las sensaciones eran distintas, y toda la excitación acumulada, me dio una cachetada, me sorprendió con eso, y comencé a dejarme ir, y mis contracciones casi aprisionaron su polla en mi coño. Empecé a rugir sobre el sofá, con el culo en pompa a la vista de P y de L, y agité mis caderas al ritmo de mi masturbación y de la follada que me estaba pegando P, y me corrí como una barriobajera malhablada, y fue el orgasmo más intenso del día, y me dejó rendida sobre el sofá.

Pero él no se había corrido, y quería más. Me hizo un gesto que yo interpreté para que se la chupara, pero no. Quería volver a follarme. Me sorprendió, después de correrme, quizás fuera bueno eso de repetir. Quería que me pusiera sobre él, sobre su polla, y yo me acerqué mucho a él para sentarme encima. Su boca en mis pechos y su polla en mi coño. Sí que estaba bien esto. Ahora me tocaba a mí llevar el mando. Un nuevo aprendizaje. Comencé a moverme, con movimientos simples, muy simples. Era genial sentir su polla moverse dentro de mí a mi ritmo, pero L me corrigió. Sentada detrás de mí me cogió de las caderas. Me indicó maneras de subir y bajar, de dibujar “ochos”, “círculos”, “equis” con mis caderas sobre él, de forma que su polla entre y salga con ángulos cambiantes, de cómo de profundo podía hacer la penetración, de cómo moverme para que mi coño rozase su abdomen y su polla según salía o entraba, y todo eso lo hacía tocando exactamente los puntos en cuestión, indicando como una buena maestra, y yo, como una buena alumna, iba tomando nota mental, y comprobando en la práctica lo buenas que eran sus explicaciones, sin olvidar que a lo que me estaba enseñando era a follar, a disfrutar con una polla dentro, a correrme a mi ritmo, y que estaba usando sus manos en mis nalgas, o en la polla de P, o a veces en contacto con mi clítoris. Y finalmente, cuando L se apartó como un profesor en un examen, a ver cuánto había aprendido, me lancé a masturbarme con la polla que tenía dentro del coño, sin tocarme, simplemente dejándome subir y bajar, de una manera básica y visceral, casi animal, y sentí las contracciones que venían a por mí, y quizás esta vez consiguiese que P se corriese dentro de mí, aunque me había prometido hacerlo sobre mí, y me corrí profundamente, vertiéndome en golpes secos que casi podrían arrancarle la polla de cuajo, pero finalmente me desplomé desmadejada sobre el sofá, extasiada, feliz, mientras la polla de P seguía como un mástil, un mástil mojado y pegajoso por mis jugos, y cerré los ojos un momento y sabía que él y L estaban en el sillón follando, porque los oía jadear, pero no podía más que entreabrir los ojos, y ver sus movimientos sincopados mientras me dejaba embargar por la gloria de los últimos orgasmos. Y cuando por fin L exhaló sus últimos gritos, P me llamó y recobré la consciencia de golpe. Tenía su jugo caliente listo para mí y me lo iba a dar. Y de pie frente a mí se machacaba su polla, llena de mis jugos y los de L, morada de tanta sangre acumulada, y yo arrodillada delante de él esperaba la lluvia de semen que me prometió, y uno y dos y tres chorros de semen surcaron el aire, y chocaron contra mi piel, y eran calientes y pegajosos, y resbalaban y olían fuerte, pero me gustaban. Dejé pasar unos segundos para experimentar la sensación, mientras P escurría su polla sobre mí, y L vino a extender la crema caliente sobre mis pechos, y a llevarme sus dedos manchados de semen a la boca. Me gustó bastante el contacto de sus dedos rozándome los pechos manchados de semen, y me gustó también el sabor del semen en mi boca, así que la abrí para aprisionar la polla de P y acabar de limpiar sus últimas gotas. Sin que L dejase de acariciarme la piel mojada de semen, P se sentó en el suelo, y nos abrazamos a él, acariciándole el escroto a la espera de que entrase de nuevo en acción. Ambas teníamos ganas de más, y necesitábamos que él estuviese disponible, para estar entre las dos, manteniéndonos a distancia, o no sabíamos lo que pudiese pasar. 

Espero que os haya gustado. Como os dije, liberó bastante mi cuerpo la lectura del cuento de P, pero escribir éste me ha colmado de placer. En todos los sentidos. Espero que lo hayáis pasado tan bien leyéndolo como yo escribiéndolo, aunque no creo que sea posible. Quizás convenzamos entre P, vuestros comentarios y yo a L para que cuente su parte. Un beso.