lunes, 10 de febrero de 2014

Mi amante telefónica

La entrada anterior deja bastante que desear. Es un texto bastante explícito, pero no tiene el morbo que podría tener cualquier otro de los relatos de este blog. Fue escrito hace más años que los que tenía cuando lo escribí, y por eso le tengo un especial cariño, pero no es bueno. 

Así que para compensar voy a contarte algo que sí me pasó a mí. No es una fantasía narrada con detallado realismo como los otros relatos. Esto es lo que me pasó hace algún tiempo, a mí, y te lo cuento tal como ocurrió. Quizá no te resulte lo suficientemente excitante, pero me provoca tanto morbo cada vez que lo recuerdo que quisiera que, al menos, lo leas.

Hace años, mucho antes del Whatsapp, de webcams y de smartphones, conocí a una mujer a través del chat de IRC. En tres o cuatro frases supimos que conectábamos, sobre todo al hablar de sexo, y nos pasamos largas horas en conversaciones privadas describiéndonos gustos, costumbres, maneras de hacer las cosas, hasta que la conversación se volvió tan caliente que lo convertimos en cibersexo. No se me dan mal las palabras y la imaginación se me dispara con facilidad, y descubrí que a ella le pasaba lo mismo, así que las caricias que deslizábamos sobre las letras del teclado eran aplicadas casi directamente sobre la piel del que estaba al otro lado. Una verdadera locura. 

Nos dábamos instrucciones de cómo debíamos acariciarnos, marcando formas, intensidades, ritmos; nos explicábamos fantasías que el otro completaba con sus propias invenciones para ponernos en situación; nos esperábamos, incluso, a que el otro llegara al orgasmo para compartir las situaciones. (Tengo algunas de las transcripciones de aquellas conversaciones. Si deseas leerlas, déjame un comentario y las pondré en nuevas entradas de este blog. Pero no es de esas conversaciones de lo que quería hablarte.)

Durante una semana de agosto nos aplicamos concienzudamente al cibersexo más excitante de mi vida, de forma que durante el día solo podíamos pensar en las caricias que nos íbamos a inventar para la otra persona, o en imaginar qué cosas nos iba a decir. Cualquiera de las cosas que hacíamos a lo largo del día eran formas de desviar la mente de las cosas descritas la noche anterior, y de las que nos quedaba por contar. Era un calentón continuo. Era magnífico. Una noche, cuando ya eran las seis de la mañana y llevábamos desde medianoche con el cibersexo, totalmente exhaustos y satisfechos, ella me dijo:

- Desconéctate ya, que es muy tarde. Yo aún tengo que hacer una cosilla antes de dormir.

Yo pensé que se refería a que iba a masturbarse, e insistí en que me lo contara. De hecho, comencé a escribirle cosas provocativas para iniciar una nueva escena de alguna fantasía, pero ella me cortó.

- ¡No, no! ¡No es eso! ¡Estoy servida! ¡Muy bien servida! ¡Me lo he pasado genial contigo! ¡Solo quiero que te desconectes ya!

Le hice caso, a regañadientes, después de conseguirle la promesa de que me escribiría un relato detallado por mail de lo que fuese que fuera a hacer. Apagué el PC, me acerqué a la cama pero en cuanto entré en mi dormitorio sonó el teléfono. El fijo de mi casa. Era como las películas de miedo, pero tan temprano solo podía ser ella; por eso quería que me desconectara (recuerda que entonces no había ADSL ni nada parecido, era vía módem). Me tumbé en la cama y contesté. Al otro lado estaba la risa más sexy que he tenido el placer de escuchar por teléfono; se partía por la travesura que estaba haciendo, porque al fin y al cabo así era ella, una chica traviesa y sexy. Comenzamos a charlar mientras salía el sol, tras seis horas de sexo escrito no había ninguna prisa ni ninguna intención en lo que decíamos, pero la conversación era cálida y amena y había tanta complicidad entre ella y yo que de pronto dije:

- ¿Cómo? ¿Que todavía estás desnuda?
- Claro. Bueno, me he puesto las braguitas. Pero si quieres me las quito. 
- ¡No! No te las quites, mejor te las quito yo. 
- ¿Vas a quitarme las bragas otra vez? 
- No va a ser lo único que haga otra vez ahora. Pero no te las puedo quitar con las manos, las tengo ocupadas. Te las quitaré con la boca. ¿Quieres?

Y comenzamos a susurrarnos al oído las formas en las que nos quitábamos la ropa, en que nos hacíamos las mismas cosas que antes nos describíamos al teclado, con la increíble diferencia de que, ahora, lo hacíamos susurrando al oído. Describirle la manera en que debía pellizcarse los pezones, acariciarse el cuello o presionarse el clítoris era tremendamente excitante al teclado, pero escuchar su respiración mientras lo hacía me llevaba a niveles de temperatura que hicieron que no importaran las veces que ya había ocurrido todo eso horas antes y que mi cuerpo reaccionara como si fuera la primera vez por completo. 

Y lo más importante, las reacciones de aprobación, los gemidos y los suspiros, eran inmediatos a cada una de las cosas que los provocaba, y eso era una gran ventaja respecto al hecho de tener que ir hasta el teclado, pensar la palabra que quieres escribir y darle intro. O eso o no hacer saber al otro cuánto le había gustado ese nuevo paso narrado a medias. Como se suele decir, eso cortaba el rollo bastante.

Por supuesto, repetimos. Me llamaba en cuanto tenía un hueco para decirme alguna obscenidad que le había venido a la cabeza, o para pedirme que me conectara al IRC para hablar, e incluso a veces comenzábamos la sesión de cibersexo por escrito y cuando llegábamos a la parte de la historia más caliente cortábamos el chat y seguíamos por teléfono. Ya he dicho que su voz era una de las más sexys que he disfrutado en mi vida, y sus palabras eran las justas para acariciarme la piel por dentro y calentarla. Y para ella, según decía, la mía era tan sexy o más. Y aquí llegamos al recuerdo que ha generado la idea de este post. Durante el par de meses que quedaban de aquel verano ella mantuvo una relación especial con mi contestador. Me explico. 

Durante el día, cada vez que ella se sentía deseosa de caricias, cada vez que su cuerpo se encendía por el recuerdo de los momentos que habíamos compartido, o simplemente cada vez que se ponía cachonda, llamaba a mi teléfono únicamente a escuchar mi voz en el mensaje de mi contestador. La escuchaba una y otra vez, recordaba las cosas que con esa voz le había susurrado el día anterior, y todo ocurría. Cuando yo volvía a casa de trabajar, todos los días, todos, tenía un mensaje suyo en el que me describía cómo le excitaba mi voz, cómo recordaba todo lo que habíamos hablado el día anterior, y cómo se estaba masturbando, acariciándose, o cómo lo había hecho en algún otro lugar pensando en venir a contármelo. Por supuesto, esto me disparaba una erección durísima y en cuanto terminaba de escuchar sus mensajes le llamaba superexcitado, igual que estaba ella esperando a que le llamara, y volvíamos a follar, oreja junto a oreja, golpeando el aire a caderazos mientras sus gemidos resonaban en mi teléfono. Y no eran simples conversaciones calientes, era follar por teléfono, porque las llamadas ya se producían cuando estábamos supercalientes, tanto que a veces me corría de pie, con el teléfono apoyado en el hombro, con las dos manos en mi polla, mientras ella estaba boca abajo en su cama, sujetando su teléfono contra el hombro, con los muslos separados y sus dos manos en su coño, imaginando que las penetraciones de sus dedos eran las embestidas que yo simulaba sobre mi polla.

Sigo teniendo el mismo mensaje del contestador en el fijo, aunque ya nadie lo escuche. Pasado aquel verano ella volvió con su marido y yo volví a mi vida de soltero. He tenido más amantes telefónicas, incluso una de ellas descubrió ser multiorgásmica conmigo al teléfono, pero ninguna ha llegado a ser tan sexy ni hacerme humedecer solo con palabras. Hoy he recordado aquella época, al encontrar el archivo que he puesto en mi anterior post en la misma carpeta que las conversaciones que mantenía con ella, y me ha parecido una buena idea contártelo. Cuéntame tú lo que te parece esta historia, y si te gustaría saber más. Gracias por leerme.



   

Aquel sábado, hace tantos años.



          Hacía ya tiempo que quería contar esto. Lo llevo muchos días dando vueltas en el interior de mi cabeza, necesitando que alguien me escuche, aunque solo sea un ordenador. Al menos esto no dudará de que es real...

          Durante todas las noches de sábado de los tres años anteriores al día que voy a contar había estado en la misma calle, con mis amigos, en la misma zona de garitos, y conocía todas las caras que se movían por allí, si no al hermano, al primo o al vecino, y me resultaba tan tremendamente monótono que arrancarme la timidez y tener una conversación interesante con alguna de esas mujeres me parecía imposible, porque ellas me tenían más que visto y no soy un tío carismático, que digamos.

          Así de agobiado estaba yo, aquel sábado, más agobiado que nunca porque era mi cumpleaños y mis amigos no me hicieron caso cuando les propuse irnos a otro sitio. Mil veces he estado apoyado en esa farola, mil cubatas he sostenido en esa posición,  mil coches han aparcado a mi lado mientras estaba allí, y mil caras demasiado conocidas han salido de ese coche. Pero esa noche, la de ese sábado... Aún no me lo puedo creer.

No llevaba gafas, me había puesto las lentillas porque era verano. Miré un coche que aparcaba cerca de mí. No me sonaba, pero podía ser nuevo de alguien ya conocido. Sin embargo, tenía curiosidad. Algo de ese coche me llamaba la atención y no sabía qué. Se abrió la puerta. Mi corazón se aceleró cuando vi que bajaba una mujer tremendamente atractiva, ¡y que no conocía! Me quedé pasmado, mirándola, impresionado más por la sorpresa de su presencia que por su atractivo, que era mucho. Ella cerró el coche, echó un vistazo circular para ver quién había, y me vio mirarla. Por lo general soy tan tímido que enseguida agacho la cabeza cuando me pillan mirando, pero no pude. Mis ojos, grandes, estaban como platos, las manos perdieron fuerza y estuve a punto de dejar caer el cubata. Ella fijó sus ojos en mí y me sentí precipitado hacia el lago azul y gris de sus iris, tan grandes y de un color tan cálido que realmente sugería lanzarse un chapuzón allí dentro. Ella me sonrió, con la picardía de la mujer que sabe que es excitantemente atractiva, y rodeó el coche para venir hasta mí. Habría unos diez metros desde donde estaba, y pude observarla mientras caminaba: una pierna enormemente larga se estiraba hacia delante lo justo para que la minifalda que llevaba no se le subiera, se ponía en el suelo como un pilar y dejaba que la otra la adelantara. En mi vida había visto unas piernas así. Llevaba unas medias de estas que hacen una sombra oscura pero no son negras, y estilizan la pierna. Me encantan. La cintura, o más bien la cinturita, estaba resaltada por un cinturón ancho negro, como la minifalda, y llevaba una blusa de seda marrón oscuro, casi color café, que llevaba abrochada a partir del tercer botón.

          Caminó hacia mí, sin dejar de mirarme y de sonreírme, y tuve que tragar saliva a cada paso que daba. Alargó la mano, cuando estuve a su alcance, y cogió mi cubata.

-        ¿Qué bebes? - me preguntó, llevándose el vaso a la boca. Tenía los labios más bonitos que he visto en mi vida, suficientemente carnosos para resaltar pero sin ser dos filetes demasiado chabacanos, y cuando besó el borde del vaso para beber, me aclaré la voz y le dije:
-        Whisky, con limón. El hielo estaba pero se derritió en cuanto bajaste del coche.

En mi vida había sido tan lanzado. Ella le dio un trago largo y vi en su largo cuello los movimientos de la garganta al tragar. ¿Realmente esa mujer era de verdad? Tenía todo lo que a mí me gusta y como a mí me gusta. 
-        No te importa que beba, ¿verdad? - su voz era suave y cálida, era como hablar con una monja, pero era evidente que ella no era una monja.
-        Todo lo mío es tuyo - (¿¡pero si soy tímido como puedo hablarle así a una desconocida!?)
-        ¿Por qué me miras así? - se me había olvidado cambiar la expresión de mi cara y seguía mirándola y admirándola con la boca abierta y los ojos fuera de las órbitas. - Cualquiera diría que nunca has visto a una mujer.
-        Es cierto, hasta hoy no. - Acababa de descubrir lo fácil que es hablar con una mujer atractiva para tirarle los trastos, y no iba a dejar escapar la oportunidad.
-        Pues será mejor que dejes de mirarme así, o pasarán cosas... - Al hablar movía su boca como si masticara un trozo de helado, ladeando ligeramente la mandíbula, incitándome.
-        ¿Cosas como esta? - dije yo, y le di un suave besito en los labios. Realmente, si mis amigos me hubieran visto, creerían que me habían cambiado por otro...
-        ¿No querrás decir como esta? - dijo ella, y dejó caer el vaso, que ya había vaciado, rodeó mi cuello con las manos, y me dio el mayor beso que se haya podido imaginar el escritor más salido de la historia. Me sorprendió tanto su rapidez que se me abrió un poco la boca, del susto, y ella aprovechó para introducir su lengua y revisarme el estado de mis encías y de mis amígdalas con movimientos sabios. Su lengua tenía un tacto rugoso y caliente que si hubiera sido cualquier otra cosa en cualquier otro momento me hubiera dado asco. Al acercarse a mí me invadió su perfume: Eau de Pinrel, mi preferido. No podía ser de otra forma.

          Yo, envalentonado con mis avances y excitado con el beso, no me corté un pelo y le puse ambas manos sobre el trasero, y descubrí que era turgente como un plato de gelatina recién sacado de la nevera. Lo apreté suavemente, y deslicé las manos por encima del terciopelo de su falda, hasta el borde inferior, y le recorrí con un dedo las medias justo en la línea por donde empiezan a asomar, circundando sus muslos de ángel hacia delante, por la parte de fuera, hasta llegar donde su cuerpo estaba tocando el mío.

          Ella se había apretado con fuerza a mí, era muy alta, así que sentía sus pechos presionando mis costillas y su estómago sobre el bulto que estaba creciendo dentro de mis vaqueros. Subí con los dedos por los espacios dejados entre ella y yo, a cada lado, y cuando llegué a la blusa, le introduje dos de ellos en el espacio que quedaba entre los botones. Aún los tenía fríos por haber sostenido el cubata, y su estómago retrocedió; al estremecerse ella se retiró del beso, produciendo ese sonido tan excitante a hueco cuando se retira la lengua de la boca de alguien de golpe. Como la tenía a unos pocos centímetros, y aún tenia mis dedos en su blusa, tiré de la tela, y por el escote pude ver aparecer las dos caras internas de sus pechos, blancos y firmes, sin sujetador, pero no los podía ver del todo.

          Nos miramos una micromilésima de segundo, y nos dijimos con los ojos en ese espacio de tiempo que lo que había que hacer ahora no se podía hacer en una calle tan concurrida. Me puso la mano en el paquete, sin presionar, pero haciendo saber que estaba allí, y tiró de mí hacia su coche. Yo, francamente, soy demasiado alto y grande para según qué contorsionismos dentro de un vehículo normal, y no me sentí muy feliz de que aquello acabara así, pero la seguí, cogiéndola por las caderas, es decir, poniendo mi mano en la nalga del lado opuesto.

          No sé de dónde sacó la llave, pero abrió el coche y me dijo “Sube”.  Realmente la idea de subir al coche no me seducía tanto como la de subir en esas caderas tan bien torneadas. Entré en el coche y me miró con dulzura.

-        ¿Eres paciente? - me preguntó - vamos a ir un poco lejos de aquí, pero valdrá la pena.
-        Sé esperar el momento adecuado- le dije, y arrancó el coche.
         
          Estuvimos un rato conduciendo por la ciudad, deslizándonos entre luces, sin decir palabra. Con cada cambio de pedal de aceleración a embrague separaba ligeramente las piernas y la faldilla se iba subiendo; a cada semáforo que parábamos se encargaba de mantener la caldera alta de presión besándome como antes y acariciándome el pantalón por encima de mi erección, y de vez en cuando se desabrochaba uno de los pocos botones de la blusa de seda que le quedaban abrochados. Aún no podía verle esos maravillosos pechos que se intuían a través de la tela, pero los adivinaba. Me sentía como la cobaya de un profesor de anatomía, sabía que estaba en muy buenas manos y tenía intención de acceder a cualquier cosa.

          Al final, después de varios minutos por las calles de la ciudad, y cuando ya se había desabrochado del todo la blusa, salimos del casco urbano y tras dejar atrás varias carreteras acabamos en un camino vecinal, que terminaba enfrente de una pared blanca, un muro sin ventanas ni puertas, que reflejaba la luz de nuestros faros creando una especie de aura luminosa alrededor del coche. Ella bajó sin apagar el motor ni las luces y se fue a la parte delantera. Había dejado un par de metros entre el parachoques y la pared. Yo bajé también y fui hacia allí. Solo veía su silueta recortada como una sombra sobre la luz a la que mis ojos aún no se habían acostumbrado, y vi que tiraba de los faldones de la blusa para sacarla de la falda. Estaba tan erecto que me dolía dentro del pantalón, (debo mencionar que mi pene es más grande de lo que es normal en los hombres de mi talla) así que me lo desabroché.

-        ¿Qué haces? - dijo.
-        Es que me dolía...

          Ella se acercó, y con un faldón de la blusa me acarició el glande. Solo podía verle el ombligo y una ligera curva en el interior de los pechos, y me moría de ansias por ver. El tacto suave de la seda en mi polla me excitaba. Me la envolvió con la blusa, deslizándola por la piel, tirando de ella para que ella tirara de mi pene una y otra vez y en algunos puntos se quedaba pegada por lo mojado que estaba. Al fin, al darle dos vueltas a la blusa alrededor de mi polla, tras bastantes tironcitos al faldón, pude verle un pecho por completo, y eso, unido a la presión que estaba haciendo a través de la blusa con la mano, hizo que no pudiera contenerme y le manché la blusa de un semen pegajoso.

-        Perdona, es que...
-        Tranquilo, estabas demasiado cachondo, y no hubiera salido bien, ahora estás como yo quiero... - ¡Cómo controlaba la tía! Impresionante.
-        ¿Pero ahora...? - dije yo, solo acertaba a balbucear.
-        Déjate en mis manos.

          Tenía los pantalones caídos hasta las rodillas. Ella me puso de espaldas a la pared y se sentó en el capó del coche. Se abrió la blusa, enseñándome sus preciosos pechos, realmente dignos de una diosa, y se echó para atrás, para dejarla caer por sus brazos. Luego se desabrochó la falda, levantó un poquito las caderas y la llevó hasta las rodillas, hasta que con los pies pudo quitársela y la lanzó sobre mí. Me dio en la cara. Ondulaba como una sirena por encima del capó. Yo di un paso y me acerqué a ella. Se puso de nuevo de pie, me besó de nuevo y me dijo:
     -    ¿A que no sabes qué te toca hacer para ganar tiempo? - No tenía que explicarlo más. Le besé de nuevo, y me dispuse a hacer lo que se esperaba de mí.  Le besé el lóbulo de la oreja, la besé el cuello, una y mil veces, con besos cortos pero intensos, le mordí en la base del cuello, y tal como fui agachándome alcancé sus braguitas y fui enrollándolas con la palma de la mano a medida que las iba haciendo bajar, hasta que se cayeron al suelo. Al llegar a los pechos, los sopesé, los miré, y con delicadeza me dispuse a besarle los pezones. Nunca antes había besado un pezón, así que busqué en mi memoria todos los relatos eróticos que había leído para saber cómo se debía hacer. Rodeé su pezón con los labios, haciendo una O, sin tocarlo, pero creando una especie de cámara de vacío. Succioné, y su pezón se amplió dentro de mi boca. Se hinchó, por así decirlo. Ella gimió un poquito. Luego me puse a pasarle la lengua sobre él, dentro de mi boca, una y otra vez, en sentido vertical y horizontal, aleatoriamente. Siempre me hubiera gustado saber qué es lo que sienten las mujeres cuando se les hace esto. Los pezones del hombre también son sensibles pero no debe de ser lo mismo, supongo. Me dijo que le gustaba lo que le hacía y me cogió la cabeza, apretándome a ella, y me dio seguridad. Seguí así durante unos diez minutos (o tal vez no fueron tantos), hasta que sentí que la fuerza con que me apretaba a ella cedía, por lo que supuse que quería que hiciera lo mismo con el otro. Cambié mi postura y me acerqué a donde se me esperaba, pero sin llegar. Sabía que ella estaba esperando lo que iba a sentir, y me demoré unos segundos para que ese saber lo que va a pasar la excitara más. Cuando al fin pegué mis labios a su pecho su pezón ya estaba duro. Hice exactamente lo mismo, con parsimonia, cogí su pecho con las dos manos y fui dándole vueltas con cuidado, para que su pezón diera vueltas dentro de mi boca. Le cubrí con un poco de saliva adicional la parte de ella que tenía dentro, y cuando me retiré tardé en dejarla salir, de forma que se produjo ese leve sonido a huevos fritos que se produce al besar algo que se escapa, y la saliva que le había puesto corrió por encima de esa parte tan sensible de la piel, haciéndole cosquillas y algo más.

-        Ahora ya sabes dónde te quiero - dijo, mirándome con un fuego en los ojos realmente brillante.

          La cogí de la cintura, y la senté en el capó del coche. Ella hizo unos pequeños movimientos ondulantes para subir un poco y apoyó los pies en los faros, totalmente abierta. Ante mí tenía una imagen realmente turbadora: una diosa del sexo que a la vez se ondulaba como un demonio...

          La besé bajo los pechos, en el punto en que se separan, y fui bajando, bajando, besito a besito, hasta su ombligo, y más allá, y ella seguía ondulándose. Cuando llegué al vello púbico me paré, y me fui a besarle las rodillas. Luego fui de muslo a muslo, besando cada vez un poco más hacia arriba, cambiando de muslo a cada beso, arrastrándome sobre ella con la lengua, un poco más, un poco más, hasta que estuve tan cerca que me encontré con la cara en su vulva. Olía fuertemente a excitación, y brillaba a la luz de los faros. Le puse las manos en las nalgas, levantándola un poquito del coche, como si flotara en el aire, y busqué con la lengua por sus labios, entre las arruguitas, arriba y abajo, buscando con ansia, y ella se agitaba cada vez con más fuerza. Yo hacía rato que volvía a estar preparado, pero quería que ella me pidiera que la penetrase, así que me esforcé cuanto pude en excitarla y darle placer. Encontré un bultito rosado y erecto entre sus pliegues, y me lancé a por él con la lengua y los dedos. Se me ocurrió que lo que le hice en los pezones también serviría aquí, así que se lo rodeé con los labios y sorbí con fuerza. La sensación en la boca era distinta, porque no se llenaba tanto, pero sabía que le gustaba, porque me lo decía. Me excita muchísimo que una mujer me diga lo que le gusta y cómo le gusta... Volví a practicar los movimientos linguales, con más cuidado, una y otra vez, y el ritmo de su pelvis fue subiendo y subiendo, haciendo que mi cara se meciera con sus caderas. Me esforzaba en no dejar salir aquel huesecito de la suerte de mi boca, pero cada vez me lo ponía más difícil. Al final ocurrió lo que esperaba. Me dijo “Ahora fóllame”, y la obedecí sumiso sin discutir. Me quité la ropa que me quedaba de un tirón y me acerqué al coche cuanto pude, apoyando las rodillas en el parachoques, y apunté con la punta tremendamente húmeda de mi pene hacia el lugar donde era esperado.

          Lo primero que sentí fue una gran cantidad de jugos resbalando por tan sensible piel, y empujé un poquito. Debo decir que hasta ese momento era virgen, así que no sabía qué experiencias me esperaban. Cuando empujé ligeramente y la piel de mi pene fue deslizándose dentro de aquella cueva jugosa y caliente entendí por qué el sexo ha provocado tantos quebraderos de cabeza a la Humanidad. Hasta ese momento siempre había disfrutado solo,  y no comprendía cómo había tanto salido con las dos manos sanas.

          Empujé un poco más, hasta que estuve totalmente dentro de ella. “Deprisa, hazlo deprisa” me susurró, y comencé a incrementar mi ritmo. Como estaba de pie tenía las manos libres para acariciarla en un millón y medio de sitios distintos a la vez. Le tocaba los pezones, le acariciaba el abdomen, le ponía el dedo en la boca para que lo chupara... Entonces ella se llevó las manos al clítoris y gritó “Vuelvete loco dentro de mí, que estoy a punto”. De pequeño, al lado de mi casa había un taller de costura y me fascinaban las máquinas de coser, así que recordé al ritmo a que se movían y lo puse en mis caderas. Gritó y gritó y gritó una y mil veces “sííííííí” y “ohhhh” y “ahhhhh” hasta que gritó el definitivo “Me corroooooooooo”, golpeando las caderas con fuerza en el coche... Sus jugos caían por encima del capó, y no pude evitar pensar si el pH de ese líquido dañaría la pintura. Yo aún no había acabado, y ella me miró con cara lasciva y me dijo: “No la saques, sigue y vamos a por otro”. Verla mirarme así, diciéndome lo que me decía fue muy fuerte para mí, y a la segunda embestida la saqué y regué el coche con el semen que mis testículos habían tenido tiempo de fabricar.

-        Lo siento, es que me has mirado de una forma...
-        No pasa nada, te lo has currado mucho, dentro de un rato seguimos, tranquilo.

          ¿Quería más? Era increíble, Si esto me pasa por enrollarme con la primera que llega...¡Y yo sin seguro de vida! Me retiré hacia la pared, y me apoyé.

-        Creo que ya no me sirve de nada... mírala, está muerta...
-        Eso es lo que tú te crees, ¿es que aún no sabes con quién estás tratando?
-        Inténtalo si quieres, pero está desaparecida en combate...

          Se levantó del coche, moviéndose sinuosa como una gata, y se acercó hacia mí. No sabía si me gustaba que se acercara o me asustaba. Me besó de nuevo, con un beso chiquitín pero juguetón. Me mordió los labios, la barbilla, me besó el cuello, me lo lamió, con movimientos lentos y precisos, me lamió las clavículas y se cebó en mis pezones... Hizo con ellos exactamente lo mismo que yo había hecho con los suyos... Mmmmmmmm. Mientras esto ocurría me estaba acariciando el abdomen y las nalgas con suavidad, pero no me había tocado aún el pene. Se fue agachando, lamiéndome los músculos abdominales, uno a uno, paseando su lengua por las líneas que quedan entre ellos, hasta que llegó a la mata de pelo que avisa que está cerca el peligro. Abrió la boca y se acercó muchísimo a mi glande. Creí que lo metería en su boca.

-        No te la voy a chupar aún, tranquilo. Quiero que estés a punto por ti mismo, no porque te la chupe.

          Estaba acuclillada, delante de mí, y podía ver sus piernas separadas, al fondo, una a cada lado de mis piernas. Me había cogido el culo con ambas manos, y me hizo girar en unas pequeñas sacudidas de forma que mi pene osciló delante de su boca.
-        Soy muy juguetona - dijo, con una risilla escapándosele de los dientes.

Se levantó de nuevo, me abrazó, los dos desnudos, y nos agitamos lentamente en una especie de baile. Todo su cuerpo estaba pegado al mío, sentía la humedad que aún le quedaba en la piel que tocaba mis piernas, y su abdomen firme apretado contra mi triste pene, al que yo imploraba que volviera a la vida...

          Como si fuera la cosa más normal del mundo, levantó una pierna y rodeó con ella mi cintura, pasándomela por la espalda. Luego, se colgó de mis hombros con los brazos y pasó la otra pierna por la otra parte. Yo estaba apoyado contra la pared, de forma que nuestros dos pesos recaían en mi espalda. Siguió con la especie de baile que había empezado, incrementando el ritmo, y haciendo que su pelvis se sacudiera para restregarme su vello púbico por mi pene. Nuestros pesos eran uno solo girando y moviéndose a la vez, y con tan agradable friega mi miembro viril comenzó a responder, hasta que ella lo notó presionar la parte interna de uno de sus muslos.
-        ¿Ves? Te lo dije, estabas vivo y coleando... jejeje

          Se descolgó y se arrodilló frente a mí, inspeccionando con interés de científico el estado de ánimo del paciente. Me cogió de nuevo las nalgas, apretando y separándolas, y acercó su boca hacia mi pene. Tenía que agacharse bastante, ya que no estaba ni mucho menos erecto y tenía las manos ocupadas. Abrió la boca, sacó la lengua, y cazó mi glande en el aire, deseoso de ser cazado. Dentro de su boca, el órgano al que había estado a punto de desahuciar se revivificó y comenzó a crecer, a crecer, a tamaños insospechados, y debo admitir que gran parte de ese crecimiento debemos reconocérselo a la mujer que había confiado en su recuperación. ¡Un aplauso!

          La sensibilidad de un glande que ha eyaculado dos veces en un corto espacio de tiempo es muy grande, y el trabajo de lengua que me estaba dedicando ella era tan magistral que no podía menos que emitir unos gruñidos de aprobación... Ella estaba sonriendo, satisfecha por lo que había conseguido, y en un momento en que tenía todo mi otro yo en su boca, sin dejarlo salir, me giró para ponerme de espaldas al coche, me empujó hasta que me senté donde antes estuvo ella y me tumbé a lo largo del capó. Tenía la cabeza en el limpiaparabrisas, y del metal me llegaba el calor que desprende el motor, que aún seguía en marcha, y el suave temblorcillo que sentía me hacía sentir a gusto. La mujer me miraba desde el lugar donde habitualmente solía ver mi pene, sonriéndome, y se deshizo de tan gran bocado. Al salir de su boca me sorprendió lo grande y desproporcionado que estaba. Ella me puso las manos en el pecho, levantó una rodilla, la puso a mi lado, y luego la otra al lado opuesto, presionando mis costillas, y poco a poco fue bajando hacia lo que había tenido antes en su boca. Yo lo orienté hacia el agujero que seguía húmedo y caliente, y cuando ella estuvo a la altura adecuada se introdujo sin ninguna dificultad, lubrificado por la saliva abundante que había dejado allí.

          Le cogí los pechos, uno con cada mano, masajeándolos, y ella comenzó a subir y bajar, primero despacio, para comprobar el buen estado del elemento que antes requirió toda su atención. De nuevo las sensaciones de la piel de mi pene deslizándose por dentro de su vagina me embargaban todos los campos de mi cerebro. Pronto sus movimientos fueron subiendo de ritmo y empezó primero con gruñiditos, para volver a entonar los consabidos “síííííí”, “ohhhhh”, “ahhhh”, “diosssssss”, “este hombre es increíble!”, hasta que su embestidas eran tan fuertes que la amortiguación del coche me hacía rebotar hacia ella, haciendo que mis penetraciones fueran tremendamente profundas. Bajó las manos a su clítoris, y sólo podía ver que se movían a gran velocidad. Agitaba la cabeza, haciendo que sus pelos dorados brillaran en la aureola de luz que nos envolvía, y me caían sobre las manos, suaves y ligeros. La presión sobre mis pobres testículos, que trabajaban a marchas forzadas, era enorme, y sus sacudidas tremendas, hasta que en una de esas sacudidas, cuando estaba roja y gritando que ya le estaba llegando el orgasmo, hizo que me saliera de ella, y para no perder tiempo, se restregó la vulva contra mi pene, cuan largo es, regándolo de jugos en un orgasmo que estuvo a punto de costarme un par de huesos rotos.

          Cuando se calmó (si se puede decir que esa mujer podía calmarse) se apoyó otra vez en mi pecho y me susurró al oído:
-        Házmelo como quieras, te lo has ganado...
-        Quiero hacerlo por detrás, a cuatro patas

          Así que me aparté un poco para que ella pudiera maniobrar y apoyó sus pechos sobre el techo del coche, con el culo en pompa, y las rodillas muy cerca del limpiaparabrisas, en un ángulo recto. Me puse de rodillas, detrás de ella, y la cogí por la cintura. Primero le acaricié un poco la vulva, para comprobar el estado de humedad, pero después del orgasmo que había tenido era una comprobación inútil. Luego, empezando por el cuello, fui deslizando mi lengua por todas y cada una de las vértebras, una tras otra, y de vez en cuando me entretenía en algún lunar que tuviera por allí, hasta que llegué al cóccix y me erguí de nuevo. Yo estaba excitado, pero aún me faltaba bastante para eyacular, porque aún no tenía qué, y deslicé con suavidad mi polla dentro de ella. Tenía los pechos aplastados contra el techo del coche, y puse mis manos allí debajo, para masajearlos de nuevo. Comencé mis movimientos pélvicos a un ritmo bastante acelerado, teniendo en cuenta que yo no estaba para bromas, y el coche oscilaba debajo de nosotros. Me agaché para que sintiera mi pecho en su espalda, y estábamos hechos un ovillo, cuando me cogió de nuevo las nalgas y me las apretó. Las sacudidas en que estábamos  sumergidos hacían que su peso me doliera en las manos, así que las retiré de allí y las llevé, acariciándola por el camino, hacia el lugar donde yo estaba metido, para tocarle el clítoris. Sentía en mi pecho las ondulaciones de su espalda, y los restos de saliva que yo había dejado allí. Nuestro ritmo fue creciendo, hasta que los dos comenzamos a gemir. Yo no iba más allá de algún que otro “mmmmm” pero ella acabó gritando “Dios mío, vas a hacer que me corra otra vez!!!”. Me excita enormemente que las mujeres sean tan explícitas en temas de sexo. Mi pene estaba inmutable, ni por asomo podía parecer que fuese a eyacular de nuevo, pero ella, con el trabajo conjunto sobre clítoris y vagina, estaba volviendo a llegar. Cuando llegó al éxtasis, o al menos cuando gritó que estaba llegando, como tenía mis nalgas separadas, alargó un dedo y me lo introdujo en el ano (¿por qué hizo eso?).

          Pronto cayó exhausta sobre el techo del coche, pero yo no había llegado aún donde debía llegar, así que la saqué de allí, y le introduje un dedo en el ano, para dilatar arqueándolo dentro de ella, luego dos, con cuidado, y cuando estuvo dilatado, el tercero, hasta que calculé que mi pene entraría sin problemas. Lo deposité sobre la entrada, empujé un poquito y entró el glande. Ella no se quejó, pero no me dijo que le gustase. Lo introduje del todo, hice dos sacudidas y lo que mi pene decía que iba a tardar en llegar llegó de sopetón: si había sido virgen hasta ese momento penetrar a una mujer por el ano la primera noche era algo realmente fuera de toda expectativa. Así que eyaculé dentro de ella unas pocas gotas que mis testículos encontrarían por allí...

          Ella se giró una vez me había retirado de su ano, con cara de mal genio.
-        ¿Quién te has creído que eres? ¿No sabes pedir permiso? ¡A mí no me gusta que me lo hagan por el culo! ¡Dale por culo a tu madre hijoputa!

Me tiró a empujones del coche, me tiró mi ropa a la cara, se metió en el coche y se fue. Yo no pude hacer otra cosa que reírme de mí mismo... Entonces fue cuando me desperté en mi cama, solo, con las sábanas chorreando semen y sudando...


                    Copyright 1.994
                    All rights reserved by the owner
                    Produced by Wanderer de Darbis
                    Original idea and lyrics: Wanderer de Darbis

“Todos los personajes, hechos y lugares aparecidos en este relato son imaginarios. Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia”

Sí, como ves, ésta es una historia que tiene veinte años. Fue escrita cuando era un crío y eran las fantasías las que me alimentaban la imaginación. Pero tengo un gran cariño a esta historia. Espero que te haya gustado. Espero tus comentarios. Gracias por leerme.