martes, 17 de junio de 2014

Galletas María




Hola de nuevo. Hace un calor de mil demonios, las tardes son infinitas y los cuerpos están más presentes que nunca. Todos los años lo mismo en estas fechas. Somos animales y como tal nos comportamos, vulnerables a los impulsos y los instintos, y bien que lo disfrutamos. Siempre que veo el sol a la hora de cenar y añoro el tacto del césped y el olor del cloro de una piscina me viene a la cabeza la historia que os voy a contar. Esta también es real, quizá algo adornada por la memoria, pero no hay licencias narrativas. Ocurrió así. La viví así.

Verano en la empresa en la que trabajé de informático, hace años. Un departamento necesitaba la instalación y configuración de una utilidad y acababan de recordar que no me lo habían pedido, así que acudí al puesto en cuestión a toda prisa. La única empleada del departamento que no estaba de vacaciones era una joven muy atractiva, se cuidaba mucho y se notaba, pero tenía un carácter que nunca he podido soportar. No era mal carácter, la verdad es que era simpática. Era otra cosa. La palabra que me viene a la cabeza es “tonta”, pero no por falta de inteligencia. No sé si me explico. Una persona de esas a las que acudes a hacer la instalación, compruebas que funciona y te vas. Nada de cháchara más allá de la simple amabilidad. En fin, para la historia la llamaré B.

El departamento donde se encontraba estaba en un extremo del pasillo, de forma que desde su mesa podía verse con tiempo quién venía, y no pasaba nadie que no fuese allí, por lo que se puede decir que era una zona poco transitada. Llegué mientras ella estaba al teléfono charlando de sus cosas con alguien y comencé mi trabajo. Primero estuve media hora en la mesa vacía de al lado, descargando y configurando. Si no estaba el usuario me resultaba más fácil. Mientras, B seguía al teléfono, llamada tras llamada, contando sus cosas personales a unos y a otros. Muy profesional todo.

Ella se ofreció a irse a tomar un café para dejarme su PC disponible y se lo agradecí, pero no me cundió tanto en su puesto como me hubiese gustado, y cuando volvió seguía atascado en las descargas. Ella entró hablando por los codos del calor que hacía en la calle, del calor que hace en verano, de lo bien que va el aire acondicionado del edificio, de las ganas que tenía de coger vacaciones y de las demás obviedades típicas de esas fechas. Mientras seguía la descarga acercó una silla vacía al lado de la suya, en la que estaba yo sentado, de forma que estaba acorralado en la mesa, y se acercó a mirar el progreso de la instalación. Aún quedaba un buen rato. Y sucedió lo que me temía, sacó tema de conversación:

-       Bufff, aquí en la ciudad te debes de asar, ¿no? Suerte que yo me subo al chalet todas las tardes. – Supongo que quería dejarme claro que tenía chalet.
-       Bueno, tengo un par de amigos con chalet, cuando veo que me agobio me acoplo.
-       Con piscina, espero.
-       Claro, claro.
-       Claro… mis amigas hacen lo mismo, se suben a mi casa como si fuese la suya, sin avisar ni nada, ¿tú te crees? Qué fuerte.
-       Mujer, yo suelo llevar algo cuando voy, cervezas, pasteles…
-       Sí, si ellas se traen lo suyo, ¡menos mal! ¡Y ayer fue la risa! ¡Para repetir!

Estaba hablando con sus rodillas juntas, pegadas a la silla en la que yo estaba sentado, muy cerca. Cuando dijo eso yo veía de reojo que me miraba fijamente, como si esperara mi réplica, como si hubiera algo que descubrir detrás de lo que me contaba, y quisiese que fuese yo el que lo descubriera. Guardé silencio y dejé que pasasen unos minutos sin que nadie dijera nada. Luego volvió a hablar.

-       Ayer merendamos en la piscina, ¡galletas! ¿sabes? Creo que las conoces, a mis amigas. Son K y X.
-       Sí, creo que las conozco, me suena.

Claro que las conocía. Dos bombones, del nivel de B o incluso mejor. Pero tan tontas como ella. Las tres juntas hacían una foto genial, mientras no hablasen…

-       Pues las tres, en la piscina, comiendo galletas. ¡Hasta el culo nos pusimos! – y comenzó a reírse, como si hubiese dicho una palabra tabú, o escondiera un chiste retorcido en todo ello. Yo no prestaba demasiada atención a lo que estaba contando, y no era capaz de encontrar lo oculto, porque simplemente no lo buscaba.
-       Menudas tres, pues. En la piscina. ¡Jajaja! – forcé la risa para que pareciese que entendía lo que me decía, pero entonces caí: Las tres, ellas tres, en la piscina. En bikini. Una luz, o una brasa, o algo se encendió dentro de mí y comencé a ver más claro.
-       Primero haciendo las galletas cogimos un calor en la cocina que casi nos morimos, venga a sudar y a beber cerveza, y luego comiéndonos las galletas… ¡Una fiesta!
-       Pero, ¿no decías que te las habían llevado al chalet?
-       No, había que hacerlas…

Y seguía riéndose, con la risa tonta, como si guardara un regalo o supiera algo que nadie sabía. Y yo no dejaba de imaginarme a las tres jóvenes en la cocina, medio borrachas, haciendo el tonto mientras cocinaban galletas, y luego en la piscina… Ella estaba realmente cerca de mí, de hecho me agarraba el antebrazo con las dos manos para hablarme.

-       Seguro que a ti te hubieran gustado esas galletas,
-       ¿Y no has traído?
-       ¿Estás loco? ¡JAJAJA! ¿Quieres que me despidan? ¡JAJAJA!
-       ¿Por qué?
-       Porque eran … especiales…

Justo en ese momento la miré a la cara por primera vez desde que entré. Directamente a la cara. Tenía los mofletes colorados y la mirada entretenida, como despistada. Y los labios jugosos, como si se hubiese relamido. Era jodidamente guapa, cuando estaba callada. Tenía la piel un poco enrojecida por el sol, en los hombros al aire y los brazos también se le notaba. De repente dejó de mirarme, apartó la vista como si se avergonzara de algo, y miró su monitor. La instalación del PC ya estaba completa, escuchando hablar a B e intentando averiguar de qué me estaba hablando se me había pasado el tiempo muy rápido. Ella se levantó sin retirar la silla, de forma que su cuerpo pasó muy cerca del mío al ponerse de pie, se quedó un momento parada mientras apartaba la silla, y su ombligo quedaba a la altura de mi cara. Pero yo no veía la ropa que llevaba, veía el bikini con el que había imaginado la escena un momento antes, y todas las zonas que quedarían a la vista. Me quité la imagen de la cabeza como pude cuando ella se puso a caminar. En el despacho del jefe de departamento había otro PC y había que hacer la misma instalación. Abrió una puerta en una pared lateral y entramos en el cubículo. Las paredes eran de cristales cubiertos de persianas, de forma que se podía ver el exterior pero no a la inversa. Entramos y el frío acumulado por estar cerrado nos dio en la cara. No encendimos la luz, los interruptores estaban fuera del departamento y no valía la pena ir hasta allí, estábamos bien iluminados por la luz que se filtraba entre las persianas. Puse el PC en marcha y se iluminó, en la penumbra, la cara y el torso de B. No pude evitar darme cuenta de cómo el frío del lugar había afectado a sus pezones. Pero intenté pensar en otra cosa. No hace falta que te diga que no lo conseguí.

En esa habitación estábamos a salvo de cualquiera que quisiera buscarnos, aislados, frescos, anónimos. Y yo me dediqué a iniciar la descarga. Ella, de pie a mi lado, apoyaba sus muslos contra el borde de la mesa, como inquieta, cambiando de posición bastantes veces e incluso jugueteando a chocar con ella. Eso me hacía ser más consciente de la presencia de sus caderas justo ahí, a esa poca distancia, girando y girando. Por fin, cuando ya estaba el proceso de instalación en marcha, rompió el silencio y dijo:

-       Aquí no nos oye nadie, te lo puedo decir. ¿Sabes por qué eran especiales las galletas?
-       Me lo puedo imaginar.
-       ¿Sí? ¿Has probado las galletas de maría?
-       ¿De María Fontaneda?¿De Marbú? ¿O de marihuana?
-       ¡Jajaja! ¡Cómo eres! ¡De marihuana, claro!

En ese momento crucé en mi cabeza un umbral que no tendría regreso: me imaginé a las tres mujeres, bellísimas, jóvenes, en la piscina, en bikini, bajo los efectos de la marihuana, liberadas a sus impulsos primarios, y sentí que mi cuerpo tomaba las riendas.

-       Nunca la he comido en galletas, me han dicho que es mejor que un porro.
-       Sí… Pega mucho más que fumada…
-       A mí es que la maría me saca lo mejor de mí – me tembló la voz.

He de contaros algo. La maría siempre ha convertido mi cuerpo en el de un animal ansioso de sexo. Supongo que le pasa a todo el mundo, pero a mí siempre me ha puesto como a un marinero ruso al llegar a puerto. No hablo solo de lo que disfrutas en pareja cuando estáis colocados. Hablo de fumarte un porro para quitarte el estrés o dormir mejor y tener que masturbarte dos veces en media hora. Incluso llegar a sentir la forma de una boca generosa en los movimientos de tu propia mano, de estar convencido de que la boca está ahí. O notar en tus propios dedos las contracciones vaginales del orgasmo de la mujer con la que te imaginas estar follando. Una vez, incluso, me masturbé como si yo fuese una mujer. Es decir, acababa de masturbarme y me sentía tan excitado que quise sentir la excitación y las sensaciones del cuerpo de una mujer. Siempre me han provocado curiosidad. Y comencé a hacer los movimientos que haría si yo hubiese sido una mujer en ese momento. Incluso tuve un orgasmo, o sea, lo fingí. Y luego, tuve que volver a masturbarme como hombre, hasta acabar rendido. Por eso le quería decir a B el poder que la hierba tiene en mi libido, pero no quería decírselo sin transgredir ninguna norma laboral. Estábamos en una situación tan propicia, en una habitación en penumbra, con la luz del sol entrando por algunas pocas rendijas de las persianas de las ventanas, con el cuerpo encendido por el verano y el frío del aire acondicionado, que debía de cuidarme de sacar de contexto lo que decía y hacía.

-       ¡Jo, y tanto que sacó lo mejor de nosotras también! ¡Menuda fiesta montamos, las tres solas!
-       Lo que quiero decir es que me pone en contacto con mi parte animal.
-       Joder, qué fino eres. ¿Qué quieres decir?
-       Que monto un espectáculo cuando consumo.
-       Para espectáculo el que montamos nosotras. Si hubiese habido algún vecino mirando se hubiera acordado para siempre. ¡Qué vergüenza!
-       No, me refiero a que me pone extremadamente cachondo – lo solté como me vino, al tercer intento seguro que lo entendería.
-       Claro, y a nosotras, ¡así íbamos! Menos mal que no nos vio nadie, ¡qué descaro!
-       ¿Qué quieres decir?¿Qué pasó?
-       ¿Tú qué crees? Con la de maría que llevábamos en el cuerpo… la pregunta es qué no pasó.
-       No puedo creerlo… ¿Me estás contando que…?
-       Que estábamos las tres cachondas como estufas y colocadas como pelotas. Y la piscina estaba muy fresquita.

Me quedé sin palabras. El despacho en penumbra seguía extremadamente frío pero tenía una temperatura sorprendentemente alta. A mi lado, B tenía los brazos cruzados justo debajo de sus pechos, sus pezones seguían marcando la blusa demasiado fresca para poder estar recatada a esa temperatura, y seguía de pie al lado del lugar donde yo estaba sentado, intentando ocultar una de mis mayores erecciones manteniéndome pegado a la mesa. Dejé que la silla rodara hacia atrás, mientras le preguntaba:

-       ¿Quieres decirme que hicisteis lo que estoy empezando a imaginarme?
-       No sé lo que te imaginas, que los hombres estáis muy enfermos. Simplemente liberamos lo que teníamos dentro. No fue una orgía, chaval, quítate eso de la cabeza.
-       Tienes que invitarme a comer galletas a tu casa. Para probarlas. Y para saber qué es lo que pasó.
-       ¿Quieres que te cuente los detalles? Eres un cerdo. Pero te los contaré.
-       ¿Puedo hacer algo mientras me los cuentas?
-       Claro, después de lo de ayer es la continuación perfecta.

Y comenzó a contarme cómo las tres amigas, tres cuerpos jóvenes, tersos, sensuales, turgentes, embutidos en bikinis, habían comenzado a beber cerveza a media tarde, mientras amasaban, mezclaban, volvían a amasar y preparaban las galletas de maría en el horno. Medio borrachas y con los cuerpos algo cubiertos de harina estaban en la piscina jugando con el agua, haciendo ahogadillas, subiéndose y tirándose entre ellas de las colchonetas, haciendo el tonto y sobre todo con los cuerpos chocando entre sí. Cuando me contó este punto fue el momento en que comencé a bajar la cremallera de mi pantalón. Ella, de pie, tenía las piernas separadas, o sea, los pies orientados en diferentes direcciones, con un ángulo entre ellos. Usaba las manos para explicar y escenificar y sus pechos turgentes bajo la blusa demasiado fina saltaban con sus movimientos. Mi pene salió al aire y ella lo miró en silencio unos segundos. Yo no hice nada, solo lo mantuve en el aire mientras ella lo miraba, hasta que siguió contando y yo inicié un movimiento que cubría y descubría mi glande. Estaba sentado en la silla de su jefe, con los pantalones abiertos y mi polla en mi mano. Ella, totalmente vestida pero seguramente excitada, a un metro de mí, contando todo lo que pasó entre sus amigas la tarde anterior, mirando mi polla cada vez más roja y cómo la estaba masajeando.

-       Esas tías son unas zorras. Cuando comenzamos a comernos las galletas fue como una competición. No valía ir de una en una a comprobar los efectos. En cuanto salieron del horno se comieron cuatro o cinco, y tuve que hacer lo mismo. Nos metíamos las galletas en la boca unas a otras, mordiéndonos los dedos. Era una guarrada. Pero una guarrada sexy. Cuando comenzamos a poder tragar, a base de cerveza, para no atragantarnos, empezamos a reírnos. Al principio nos burlábamos de la cara que tenían las otras con la boca llena. Luego nos reíamos por cualquier tontería, y pronto estábamos las tres abrazadas. Joder, olían tan bien las guarras. Jugábamos a ver quién abrazaba más fuerte y era un placer dejarse abrazar. Nos llevamos la bandeja de galletas y las cervezas al lado de la piscina, y dejamos pasar el tiempo, para que nos subiera, ya sabes. Comenzamos con las típicas tonterías de “¿por qué son las manos así?” pero pronto comenzamos con las movidas profundas, y a K le entró la paranoia de que no era guapa. Ya ves, es preciosa, la tía. X le dijo que sí que era guapa, y encima tenía tetas, no como ella que las tenía pequeñas, y nos las enseñó. No flipes, nos hemos visto muchas veces desnudas, o con poca ropa, no es todo tan porno como os pensáis los tíos. Pero una vez se quitó la parte de arriba ya no tenía sentido seguir llevándolo, y se quedó en topless. A mí ya me estaba llegando el momento cachondo, y también me lo quité, me abracé a ella y la tiré al agua, para seguir jugando como antes. Pero ahora yo tenía la secreta intención de sentir su cuerpo y el mío. Hicimos varias tonterías, nos zambullimos mutuamente varias veces, nos agarramos las tetas una a la otra, bueno, se las agarraba yo y ella se reía y al final también me las agarraba a mí, y apretábamos como si fuesen juguetes y nos manoseábamos como si sentir pudor fuese una chiquillada, hasta que salimos y vimos a K sentada en el césped, con las piernas abiertas, desnuda y mirándose el coño. “No es normal, no es normal algo así, arrugadito, plegadito. Mira, aprietas y vuelve al sitio. Estiras y sueltas y da gustito. Vaya, da bastante gustito”. Y comenzó a jugar a que se masturbaba. No era realmente una masturbación, simplemente nos hacía ver que lo hacía. Estaba fuera de la piscina y no nos sentíamos incómodas, al contrario. De hecho, X me pidió que le enseñara el mío, me senté en el borde y se lo enseñé. Solo se lo enseñaba, aunque necesitaba que alguien hiciera por mí algo que yo no iba a pedir. No obstante, X miraba tan intensamente mi coño y el de K que comencé a imitarla, aunque yo sí me masturbaba, de verdad. Y al poco rato me di cuenta que los brazos de X se metían con mucho énfasis debajo del agua y se agitaba suavemente. K ya no fingía masturbarse, ya estaba claramente buscando su placer, metía un par de dedos en su coño mientras acariciaba su clítoris, y yo intenté hacer los mismos movimientos al mismo tiempo, para seguir su ritmo, pero me desconcentraron los gemidos de X, metida en el agua casi hasta el cuello, levantando un pequeño oleaje y quejándose de una forma gutural que se oía retumbar en el eco de la piscina. Cuando K se tumbó sobre el césped, abierta de piernas, con las dos manos sobre su coño, con movimientos tan bruscos que casi parecía que estaba maltratándoselo, X gritó desde la piscina varias notas muy agudas y supe lo que había pasado. Y yo también me corrí, con gritos feroces y salvajes fruto del colocón animal que nos había producido la maría. Cuando mis gotas llegaban a caer sobre el césped de casa de mis padres, la que acabó por correrse fue K, que había iniciado todo como una broma pero había acabado sucumbiendo a su propio juego. Mientras las tres recuperamos la respiración, X desde dentro de la piscina nos llamaba para que fuésemos al agua. Pero allí ya no pasó nada más que pueda interesarte, simplemente nos abrazamos desnudas en el centro de la piscina, nos acariciamos sin ninguna intención de excitarnos, nos besamos sin lengua para sellar el momento y nos dejamos flotar hasta que se nos bajara el puto colocón de las galletas. Y tú parece que no vas a correrte, o no quieres, o estás esperando a que te haga algo en esa polla tan grande que tienes. Pues te diré que no haré nada a ninguna polla que no sea la de mi novio, ni aunque sea tan bonita como la tuya ni me apetezca tanto tenerla dentro de mi coño, o llevármela a la piscina a que mis amigas tengan algo con lo que tomarse las galletas o correrse sobre el césped o agitarse en el agua. ¿Podrías follarte a las tres? ¿Serías capaz? Seguro que te correrías demasiado pronto, como ahora mismo vas a hacer. ¿A que sí? ¿A que vas a correrte en cuanto te cuente tres?

Yo llevaba todo lo que duró la narración haciendo un movimiento suave cubriendo y descubriendo mi glande mientras la escuchaba hablar, pero era la imagen mental lo que me la mantenía tan dura como estaba. Había sido una buena narración, si era cierto lo que contó debió ser un momento bonito, pero necesitaba más colaboración por su parte. Cogí mi polla por la base y la hice oscilar, como pidiendo más.

-       No te vas a correr, ¿eh? Así me gusta, que resistas. ¿Sabes lo que vamos a hacer?
-       Tú mandas, este es tu despacho.
-       Sin tocarnos, ¿vale? No soy de piedra, lo que te he contado lo he vivido. Estoy mojadísima.

Y dicho eso me empujó para poder sentarse en la mesa, en la de su jefe, subió su falda hasta dejar pegadas sus nalgas sobre la madera de nogal, y apartó sus bragas a un lado. Puso sus pies en los brazos de la silla en la que yo estaba, de forma que mi polla apuntaba a su coño a menos de medio metro. Yo no podía levantarme de la silla pero no estábamos en contacto. Comenzó a masturbarse, y en ese momento, sí, yo también comencé a hacerlo. Pude observar las pequeñas gotas que deslizaban de su coño juvenil y apetitoso hasta el barniz, cómo llevaba las yemas de sus dedos suavemente para girar sobre su clítoris, cómo a veces llevaba su dedo corazón a su vagina para lubricar mejor y cómo salía goteando. Y ella no quitaba ojo de mi glande, amoratado, con un reguero de humedad inconfundible, de todas las venas del tronco de mi polla, estirándose y relajándose a cada subida y bajada de mi mano, de la forma en que adaptaba el ritmo de mi masturbación al de la suya, para que se la imaginara dentro. Su piel pronto comenzó a estar brillante, sudorosa, abrió su blusa y dejó a la vista sus pechos, perfectos y turgentes, con los pezones enhiestos que ya había intuido antes, y deseé con tanta fuerza poder morderlos que se aceleró mi ritmo y me acerqué peligrosamente al punto de no retorno. Miré a sus ojos para saber cómo iba y supe que no tardaría mucho, y me preparé para dejar liberar a mi cuerpo. Ella me vio estirarme, agitar mi polla, gemir, convulsionarme, y finalmente lanzar sobre mi propia mano varios chorros de semen caliente y pegajoso que me resbalaron por el dorso. Justo en ese momento oí su respiración entrecortarse, subir de tono, y cuando se llevó una mano a su pecho precioso para estrujárselo echó la cabeza atrás y manchó la mesa de su jefe de sus jugos.

Cuando se recompuso me pasó el paquete de pañuelos de papel mientras ella limpiaba sus jugos, y sin decir palabra se arregló la ropa y salió del despacho. Yo, una vez recompuesto, con la ropa en su sitio, comprobé que la instalación en el PC ya se había completado, luego salí y me dirigí a la mesa de B, que ya estaba al teléfono con alguien, contando cualquier cosa, y salí del despacho.

Desde entonces, alguna vez, recibí algún correo interno con información privilegiada sobre sesiones de repostería fina llevadas al extremo, pero jamás tocó mi polla, y lo que más añoro, jamás me invitó a esa piscina a comer galletas.