Llega a su casa empapado
en sudor, como cada uno de los malditos días del mes de Agosto que lleva
trabajando en esa oficina. Sentir cada segundo del día la humedad de Valencia
le pone de mal humor, pero despierta sus sentidos de una forma muy sutil. Después
de estar toda la mañana atendiendo a las jóvenes clientes que le sonríen desde
lo imposible de las fantasías que provocan en su mente tiene la cabeza repleta
de formas turgentes y cuerpos sugerentes, y entre todas esas imágenes destaca
una en concreto, la de una mujer a la que sigue en Twitter y que ha sabido
meterse dentro de alguna parte muy privada de su ser, mostrando, y, sobre todo,
ocultando. Cada vez que se acuerda de alguna de sus imágenes hay alguna parte
de él que da un pequeño aviso de que también existe.
Mientras se desata la
corbata enciende el portátil. Desabrocha su camisa pegada al cuerpo por el
sudor dejando pasar el tiempo entre cada botón, para sentir cómo el aire entra
en contacto con su pecho y le va proporcionando segundos de sensaciones. Los
zapatos también desaparecen cuando acaba de introducir la contraseña, y antes
de que la sesión esté arrancada ya se ha quedado en ropa interior. Mientras
decide si le apetece ponerse algo de ropa encima, abre el navegador y se va a
Twitter.
Su cuerpo le lleva a
buscar lo que ella haya podido compartir hoy. Ayer él mismo ya se lo hizo saber
con un tuit, “La erección repentina del
momento en el que se te ocurre entrar a ver qué se le ha ocurrido esta vez”,
porque es así como se siente. Basta con pensar en las cosas que puede haber
compartido para que su cuerpo organice un buen alboroto dentro de su ropa
interior.
Pero hoy la cosa cambia.
Cuando observa la primera imagen, una boca lasciva y sexy pasea una y otra vez
su lengua de un lado a otro. No es solamente una boca bonita. Es una boca
diseñada para ser mordida. Tiene la forma exacta, las dimensiones, el color.
Sólo puede pensar en morder esa maravilla. Se imagina en su oficina atendiendo
a la mujer que usa esa boca, y mientras ella se acerca a su mesa, él se
levanta, sin apenas dar los buenos días, coge su cara con suavidad y abraza
esos labios jugosos con sus dos maxilares. Para después, cuando ya no pueda ver
la forma de sus labios, sacar la lengua y encargarse de la suya. Se la imagina
encontrándose con ella por la calle, en un autobús, conociéndola en la boda de
un amigo, y cada vez que vuelve a caer su vista sobre esa boca, vuelve a sentir
entre sus dientes la turgencia imaginada de esas maravillas de labios.
“¿Puedes prestarme tus labios? Es para una cosa. Bueno, para varias. Y
varias veces” le tuitea a bocajarro, sin pensar demasiado en lo que puede
entenderse. Cuando lo lee de nuevo se da cuenta de lo que puede parecer, y no
le desagrada en absoluto. Aunque quizá resulte demasiado apabullante.
En su ropa interior se ha
desatado ya el alboroto esperado, pero éste comienza a ser más poderoso. Por lo
general es un simple cambio de tamaño, algo que simplemente está más grande y
más duro de lo normal, pero es una simple circunstancia, una apariencia. Esta
vez es más profundo. Es como un bostezo, como un crecimiento que sale de dentro
hacia fuera, como un aviso de que está preparado para aquello para lo que está
diseñado. Aunque aún no ha llegado a su máxima expresión.
En el siguiente tuit ella
ha enlazado otra imagen. O sería mejor llamarlo las puertas del Infierno. O del
cielo. Es la maravilla más tentadora que el pobre chaval se ha podido echar a
la cara en meses. Su boca, perfecta y retadora, muerde su labio una y otra vez,
en bucle, provocando que la vista oscile entre su cara y su torso desnudo,
brillante, turgente, cubierto por su propia cabellera en los lugares
estratégicos, e iluminado por claroscuros que reflejan las formas perfectas de
su cuerpo. Incluso puede oir un ligero suspiro al final de cada bucle, un
pequeño “hummm” que no está ahí, sino en su cabeza. Y en sus manos comienza a sentir la densidad de esa carne, comienza a imaginar cómo sería
acariciar y sopesar ese cuerpo joven y lascivo con cada una de las partes de su
cuerpo, disfrutando y haciendo disfrutar, compartiendo el sudor y la piel, y
provocando más pasión a cada nueva caricia.
No puede evitar
imaginársela en su casa, conectando la cámara para hacerse la foto.
Desnudándose, poco a poco, pensando qué clase de foto desea realizar.
Decidiendo si mantener secretos que aún no ha revelado, o lanzarse a alguna más
atrevida, tal vez. Quizá dejar claro la perfección de su cuerpo, cubriendo con
tanta sutileza que no quede duda de nada. O mejor que todo eso, tomar las
riendas. Se la imagina apoyándose en la pared, sabiendo que la foto que se va a
tomar la va a elevar por encima del resto, la va a colocar en un nivel superior
en el interior de los hombres que la vean, le va a conceder el poder de la
levitación levantando penes allí donde su imagen sea enlazada. Y pulsa el click
henchida de orgullo de su propio cuerpo, de su sensualidad. Y bastante
excitada. Ahora ella tiene el poder de conquistar a los hombres.
Y él se rinde a ese poder.
Su ropa interior ya no le
sirve de nada, lo que tendría que cubrir está libre de toda tortura
aprisonadora. Le escribe un tuit que no representa del todo lo que siente: “con esto ya has traspasado una línea, ya
estás en otro nivel. Hay una parte de mí esclava tuya. Cuídala, está a tu cargo”
pero sí está cerca de lo que quisiera decirle. Ahora mismo, esa parte de él que
está esclavizada no es más que un juguete para ella, se lo ofrece por completo
a la espera de que ella haga todo el uso de ello que desee, hasta que quede
satisfecha, incluso exhausta, y en tanto, mientras ella lo usa, él podrá
disfrutar del viaje.
Esa bendita parte de su
cuerpo está mirando por encima del teclado del portátil, formando parte de todo
eso. Ahora sí está en su máxima expresión. La sensación de crecimiento, de
bostezo, que iba creciendo desde dentro la posee por completo, y está
comenzando a apoderarse también de sus dos compañeros, comprimidos hacia su
abdomen a pesar del calor. No puede dejar de encontrar excusas para dejar ir un
par de dedos del teclado del portátil para comprobar la turgencia que asoma
entre sus manos, y las sensaciones que recibe a cambio le tientan a no dejar de
hacerlo.
Y entonces tiene la mejor
idea del mundo.
Abre un documento nuevo y
comienza a describir los momentos que le han llevado hasta éste. Tecla a tecla.
Intentando contener la pasión que siente, para evitar que se trate de un montón
de obscenidades. Sólo quiere contar cómo le provoca la piel que reluce en la
foto de baja definición, cómo le fascina la turgencia de su cuerpo en las
muchas fotos que se ha tomado y ha compartido, cómo palpita su pene entre sus
dedos mientras escribe todo esto.
No es un gran texto. No es
demasiado erótico. Solamente es sincero. Completamente. Es la narración en
tiempo real de las reacciones que ha provocado un par de imágenes, con la
colaboración especial de su glande, apoyado en el teclado del portátil, y
sujeto con ambos pulgares mientras escribe. De vez en cuando, cada diez o doce
palabras, deja que los pulgares suban y bajen llevándose arriba y abajo la piel
que a duras penas lo recubre, y la sensación le gusta. De hecho, cada vez que
lo hace repite más veces el vaivén, e, incluso, esta última vez que lo acaba de
hacer ha sido con el puño cerrado sobre su tronco.
Es particularmente
agradable la sensación. En el vértice del glande aparece de vez en cuando una
gota, y la extiende con cuidado de no manchar el portátil, y cuando lo hace
siente chispas que le hacen dar un respingo. Es una bonita polla, incluso tiene
alguna foto que lo atestigua, pero no es tan valiente como ella. Quizá algún
día se atreva a colgarla de alguna página con la que no puedan relacionarle,
pero será otro día.
Lo que hoy le queda por
hacer es terminar lo que ha ido empezando entre frase y frase. Sus caricias ya
han tomado el mando y sabe muy bien cuál será el final. Esta vez tiene muy
claro cuál será la imagen que verá en ese último segundo antes de dejarse ir,
sabe cuál será el final de la fantasía y qué será lo que estará mirando cuando
libere las puertas de su cuerpo para que derramen en libertad.
Sólo espera que ella
también lo disfrute como lo que es, un momento compartido de sensualidad, y
nada de lo aquí dicho llegue a ofenderla. Y que, si eres una visitante casual
que ha pasado por aquí y has leído esto, seas quien seas, dejes tu opinión si
te apetece y me cuentes qué sentiste al leer todo esto, o cualquiera de las otras cosas que puedes leer aquí, pinchando en el nombre de este blog.
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