viernes, 23 de agosto de 2013

Vuelta a casa

Llega a su casa empapado en sudor, como cada uno de los malditos días del mes de Agosto que lleva trabajando en esa oficina. Sentir cada segundo del día la humedad de Valencia le pone de mal humor, pero despierta sus sentidos de una forma muy sutil. Después de estar toda la mañana atendiendo a las jóvenes clientes que le sonríen desde lo imposible de las fantasías que provocan en su mente tiene la cabeza repleta de formas turgentes y cuerpos sugerentes, y entre todas esas imágenes destaca una en concreto, la de una mujer a la que sigue en Twitter y que ha sabido meterse dentro de alguna parte muy privada de su ser, mostrando, y, sobre todo, ocultando. Cada vez que se acuerda de alguna de sus imágenes hay alguna parte de él que da un pequeño aviso de que también existe. 

Mientras se desata la corbata enciende el portátil. Desabrocha su camisa pegada al cuerpo por el sudor dejando pasar el tiempo entre cada botón, para sentir cómo el aire entra en contacto con su pecho y le va proporcionando segundos de sensaciones. Los zapatos también desaparecen cuando acaba de introducir la contraseña, y antes de que la sesión esté arrancada ya se ha quedado en ropa interior. Mientras decide si le apetece ponerse algo de ropa encima, abre el navegador y se va a Twitter.

Su cuerpo le lleva a buscar lo que ella haya podido compartir hoy. Ayer él mismo ya se lo hizo saber con un tuit, “La erección repentina del momento en el que se te ocurre entrar a ver qué se le ha ocurrido esta vez”, porque es así como se siente. Basta con pensar en las cosas que puede haber compartido para que su cuerpo organice un buen alboroto dentro de su ropa interior.

Pero hoy la cosa cambia. Cuando observa la primera imagen, una boca lasciva y sexy pasea una y otra vez su lengua de un lado a otro. No es solamente una boca bonita. Es una boca diseñada para ser mordida. Tiene la forma exacta, las dimensiones, el color. Sólo puede pensar en morder esa maravilla. Se imagina en su oficina atendiendo a la mujer que usa esa boca, y mientras ella se acerca a su mesa, él se levanta, sin apenas dar los buenos días, coge su cara con suavidad y abraza esos labios jugosos con sus dos maxilares. Para después, cuando ya no pueda ver la forma de sus labios, sacar la lengua y encargarse de la suya. Se la imagina encontrándose con ella por la calle, en un autobús, conociéndola en la boda de un amigo, y cada vez que vuelve a caer su vista sobre esa boca, vuelve a sentir entre sus dientes la turgencia imaginada de esas maravillas de labios.

¿Puedes prestarme tus labios? Es para una cosa. Bueno, para varias. Y varias veces” le tuitea a bocajarro, sin pensar demasiado en lo que puede entenderse. Cuando lo lee de nuevo se da cuenta de lo que puede parecer, y no le desagrada en absoluto. Aunque quizá resulte demasiado apabullante.

En su ropa interior se ha desatado ya el alboroto esperado, pero éste comienza a ser más poderoso. Por lo general es un simple cambio de tamaño, algo que simplemente está más grande y más duro de lo normal, pero es una simple circunstancia, una apariencia. Esta vez es más profundo. Es como un bostezo, como un crecimiento que sale de dentro hacia fuera, como un aviso de que está preparado para aquello para lo que está diseñado. Aunque aún no ha llegado a su máxima expresión.

En el siguiente tuit ella ha enlazado otra imagen. O sería mejor llamarlo las puertas del Infierno. O del cielo. Es la maravilla más tentadora que el pobre chaval se ha podido echar a la cara en meses. Su boca, perfecta y retadora, muerde su labio una y otra vez, en bucle, provocando que la vista oscile entre su cara y su torso desnudo, brillante, turgente, cubierto por su propia cabellera en los lugares estratégicos, e iluminado por claroscuros que reflejan las formas perfectas de su cuerpo. Incluso puede oir un ligero suspiro al final de cada bucle, un pequeño “hummm” que no está ahí, sino en su cabeza. Y en sus manos comienza a sentir la densidad de esa carne, comienza a imaginar cómo sería acariciar y sopesar ese cuerpo joven y lascivo con cada una de las partes de su cuerpo, disfrutando y haciendo disfrutar, compartiendo el sudor y la piel, y provocando más pasión a cada nueva caricia.

No puede evitar imaginársela en su casa, conectando la cámara para hacerse la foto. Desnudándose, poco a poco, pensando qué clase de foto desea realizar. Decidiendo si mantener secretos que aún no ha revelado, o lanzarse a alguna más atrevida, tal vez. Quizá dejar claro la perfección de su cuerpo, cubriendo con tanta sutileza que no quede duda de nada. O mejor que todo eso, tomar las riendas. Se la imagina apoyándose en la pared, sabiendo que la foto que se va a tomar la va a elevar por encima del resto, la va a colocar en un nivel superior en el interior de los hombres que la vean, le va a conceder el poder de la levitación levantando penes allí donde su imagen sea enlazada. Y pulsa el click henchida de orgullo de su propio cuerpo, de su sensualidad. Y bastante excitada. Ahora ella tiene el poder de conquistar a los hombres.

Y él se rinde a ese poder.

Su ropa interior ya no le sirve de nada, lo que tendría que cubrir está libre de toda tortura aprisonadora. Le escribe un tuit que no representa del todo lo que siente: “con esto ya has traspasado una línea, ya estás en otro nivel. Hay una parte de mí esclava tuya. Cuídala, está a tu cargo” pero sí está cerca de lo que quisiera decirle. Ahora mismo, esa parte de él que está esclavizada no es más que un juguete para ella, se lo ofrece por completo a la espera de que ella haga todo el uso de ello que desee, hasta que quede satisfecha, incluso exhausta, y en tanto, mientras ella lo usa, él podrá disfrutar del viaje.

Esa bendita parte de su cuerpo está mirando por encima del teclado del portátil, formando parte de todo eso. Ahora sí está en su máxima expresión. La sensación de crecimiento, de bostezo, que iba creciendo desde dentro la posee por completo, y está comenzando a apoderarse también de sus dos compañeros, comprimidos hacia su abdomen a pesar del calor. No puede dejar de encontrar excusas para dejar ir un par de dedos del teclado del portátil para comprobar la turgencia que asoma entre sus manos, y las sensaciones que recibe a cambio le tientan a no dejar de hacerlo.

Y entonces tiene la mejor idea del mundo.

Abre un documento nuevo y comienza a describir los momentos que le han llevado hasta éste. Tecla a tecla. Intentando contener la pasión que siente, para evitar que se trate de un montón de obscenidades. Sólo quiere contar cómo le provoca la piel que reluce en la foto de baja definición, cómo le fascina la turgencia de su cuerpo en las muchas fotos que se ha tomado y ha compartido, cómo palpita su pene entre sus dedos mientras escribe todo esto.

No es un gran texto. No es demasiado erótico. Solamente es sincero. Completamente. Es la narración en tiempo real de las reacciones que ha provocado un par de imágenes, con la colaboración especial de su glande, apoyado en el teclado del portátil, y sujeto con ambos pulgares mientras escribe. De vez en cuando, cada diez o doce palabras, deja que los pulgares suban y bajen llevándose arriba y abajo la piel que a duras penas lo recubre, y la sensación le gusta. De hecho, cada vez que lo hace repite más veces el vaivén, e, incluso, esta última vez que lo acaba de hacer ha sido con el puño cerrado sobre su tronco.

Es particularmente agradable la sensación. En el vértice del glande aparece de vez en cuando una gota, y la extiende con cuidado de no manchar el portátil, y cuando lo hace siente chispas que le hacen dar un respingo. Es una bonita polla, incluso tiene alguna foto que lo atestigua, pero no es tan valiente como ella. Quizá algún día se atreva a colgarla de alguna página con la que no puedan relacionarle, pero será otro día.

Lo que hoy le queda por hacer es terminar lo que ha ido empezando entre frase y frase. Sus caricias ya han tomado el mando y sabe muy bien cuál será el final. Esta vez tiene muy claro cuál será la imagen que verá en ese último segundo antes de dejarse ir, sabe cuál será el final de la fantasía y qué será lo que estará mirando cuando libere las puertas de su cuerpo para que derramen en libertad.

Sólo espera que ella también lo disfrute como lo que es, un momento compartido de sensualidad, y nada de lo aquí dicho llegue a ofenderla. Y que, si eres una visitante casual que ha pasado por aquí y has leído esto, seas quien seas, dejes tu opinión si te apetece y me cuentes qué sentiste al leer todo esto, o cualquiera de las otras cosas que puedes leer aquí, pinchando en el nombre de este blog.