Hacía ya tiempo que
quería contar esto. Lo llevo muchos días dando vueltas en el interior de mi
cabeza, necesitando que alguien me escuche, aunque solo sea un ordenador. Al
menos esto no dudará de que es real...
Durante todas las noches
de sábado de los tres años anteriores al día que voy a contar había estado en
la misma calle, con mis amigos, en la misma zona de garitos, y conocía todas
las caras que se movían por allí, si no al hermano, al primo o al vecino, y me
resultaba tan tremendamente monótono que arrancarme la timidez y tener una
conversación interesante con alguna de esas mujeres me parecía imposible,
porque ellas me tenían más que visto y no soy un tío carismático, que digamos.
Así de agobiado estaba
yo, aquel sábado, más agobiado que nunca porque era mi cumpleaños y mis amigos
no me hicieron caso cuando les propuse irnos a otro sitio. Mil veces he
estado apoyado en esa farola, mil
cubatas he sostenido en esa posición,
mil coches han aparcado a mi lado mientras estaba allí, y mil caras demasiado conocidas han salido de ese coche. Pero esa noche, la de ese sábado... Aún no me lo puedo
creer.
No llevaba gafas, me había puesto las lentillas porque era verano.
Miré un coche que aparcaba cerca de mí. No me sonaba, pero podía ser nuevo de
alguien ya conocido. Sin embargo, tenía curiosidad. Algo de ese coche me llamaba
la atención y no sabía qué. Se abrió la puerta. Mi corazón se aceleró cuando vi
que bajaba una mujer tremendamente atractiva, ¡y que no conocía! Me quedé
pasmado, mirándola, impresionado más por la sorpresa de su presencia que por su
atractivo, que era mucho. Ella cerró el coche, echó un vistazo circular para
ver quién había, y me vio mirarla. Por lo general soy tan tímido que enseguida
agacho la cabeza cuando me pillan mirando, pero no pude. Mis ojos, grandes,
estaban como platos, las manos perdieron fuerza y estuve a punto de dejar caer
el cubata. Ella fijó sus ojos en mí y me sentí precipitado hacia el lago azul
y gris de sus iris, tan grandes y de un color tan cálido que realmente sugería
lanzarse un chapuzón allí dentro. Ella me sonrió, con la picardía de la mujer
que sabe que es excitantemente atractiva, y rodeó el coche para venir hasta mí.
Habría unos diez metros desde donde estaba, y pude observarla mientras
caminaba: una pierna enormemente larga se estiraba hacia delante lo justo para
que la minifalda que llevaba no se le subiera, se ponía en el suelo como un
pilar y dejaba que la otra la adelantara. En mi vida había visto unas piernas
así. Llevaba unas medias de estas que hacen una sombra oscura pero no son negras,
y estilizan la pierna. Me encantan. La cintura, o más bien la cinturita, estaba
resaltada por un cinturón ancho negro, como la minifalda, y llevaba una blusa
de seda marrón oscuro, casi color café, que llevaba abrochada a partir del
tercer botón.
Caminó hacia mí, sin
dejar de mirarme y de sonreírme, y tuve que tragar saliva a cada paso que daba.
Alargó la mano, cuando estuve a su alcance, y cogió mi cubata.
-
¿Qué bebes? - me preguntó, llevándose el vaso a la
boca. Tenía los labios más bonitos que he visto en mi vida, suficientemente
carnosos para resaltar pero sin ser dos filetes demasiado chabacanos, y cuando
besó el borde del vaso para beber, me aclaré la voz y le dije:
-
Whisky, con limón. El hielo estaba pero se derritió
en cuanto bajaste del coche.
En mi vida había sido tan lanzado. Ella le dio un trago largo y vi en
su largo cuello los movimientos de la garganta al tragar. ¿Realmente esa mujer
era de verdad? Tenía todo lo que a mí me gusta y como a mí me gusta.
-
No te importa
que beba, ¿verdad? - su voz era suave y cálida, era como hablar con una monja,
pero era evidente que ella no era una monja.
-
Todo lo mío es
tuyo - (¿¡pero si soy tímido como puedo hablarle así a una desconocida!?)
-
¿Por qué me
miras así? - se me había olvidado cambiar la expresión de mi cara y seguía
mirándola y admirándola con la boca abierta y los ojos fuera de las órbitas. -
Cualquiera
diría que nunca has visto a una mujer.
-
Es cierto, hasta hoy no. - Acababa de descubrir lo
fácil que es hablar con una mujer atractiva para tirarle los trastos, y no iba
a dejar escapar la oportunidad.
-
Pues será mejor que dejes de mirarme así, o pasarán
cosas... - Al hablar movía su boca como si masticara un trozo de helado, ladeando
ligeramente la mandíbula, incitándome.
-
¿Cosas como esta? - dije yo, y le di un suave besito
en los labios. Realmente, si mis amigos me hubieran visto, creerían que me
habían cambiado por otro...
-
¿No querrás decir como esta? - dijo ella, y dejó
caer el vaso, que ya había vaciado, rodeó mi cuello con las manos, y me dio el
mayor beso que se haya podido imaginar el escritor más salido de la historia.
Me sorprendió tanto su rapidez que se me abrió un poco la boca, del susto, y
ella aprovechó para introducir su lengua y revisarme el estado de mis encías y
de mis amígdalas con movimientos sabios. Su lengua tenía un tacto rugoso y
caliente que si hubiera sido cualquier otra cosa en cualquier otro momento me
hubiera dado asco. Al acercarse a mí me invadió su perfume: Eau de Pinrel, mi
preferido. No podía ser de otra forma.
Yo, envalentonado con
mis avances y excitado con el beso, no me corté un pelo y le puse ambas manos
sobre el trasero, y descubrí que era turgente como un plato de gelatina recién
sacado de la nevera. Lo apreté suavemente, y deslicé las manos por encima del
terciopelo de su falda, hasta el borde inferior, y le recorrí con un dedo las
medias justo en la línea por donde empiezan a asomar, circundando sus muslos
de ángel hacia delante, por la parte de fuera, hasta llegar donde su cuerpo
estaba tocando el mío.
Ella se había apretado
con fuerza a mí, era muy alta, así que sentía sus pechos presionando mis
costillas y su estómago sobre el bulto que estaba creciendo dentro de mis
vaqueros. Subí con los dedos por los espacios dejados entre ella y yo, a cada
lado, y cuando llegué a la blusa, le introduje dos de ellos en el espacio que
quedaba entre los botones. Aún los tenía fríos por haber sostenido el
cubata, y su estómago retrocedió; al estremecerse ella se retiró del beso,
produciendo ese sonido tan excitante a hueco cuando se retira la lengua de la
boca de alguien de golpe. Como la tenía a unos pocos centímetros, y aún tenia
mis dedos en su blusa, tiré de la tela, y por el escote pude ver aparecer las
dos caras internas de sus pechos, blancos y firmes, sin sujetador, pero no los
podía ver del todo.
Nos miramos una
micromilésima de segundo, y nos dijimos con los ojos en ese espacio de tiempo
que lo que había que hacer ahora no se podía hacer en una calle tan concurrida.
Me puso la mano en el paquete, sin presionar, pero haciendo saber que estaba
allí, y tiró de mí hacia su coche. Yo, francamente, soy demasiado alto y grande
para según qué contorsionismos dentro de un vehículo normal, y no me sentí muy feliz de
que aquello acabara así, pero la seguí, cogiéndola por las caderas, es decir,
poniendo mi mano en la nalga del lado opuesto.
No sé de dónde sacó la
llave, pero abrió el coche y me dijo “Sube”.
Realmente la idea de subir al coche no me seducía tanto como la de subir
en esas caderas tan bien torneadas. Entré en el coche y me miró con dulzura.
-
¿Eres paciente? - me preguntó - vamos a ir un poco
lejos de aquí, pero valdrá la pena.
-
Sé esperar el momento adecuado- le dije, y arrancó
el coche.
Estuvimos un rato
conduciendo por la ciudad, deslizándonos entre luces, sin decir palabra. Con
cada cambio de pedal de aceleración a embrague separaba ligeramente las piernas
y la faldilla se iba subiendo; a cada semáforo que parábamos se encargaba de
mantener la caldera alta de presión besándome como antes y acariciándome el
pantalón por encima de mi erección, y de vez en cuando se desabrochaba uno de
los pocos botones de la blusa de seda que le quedaban abrochados. Aún no podía
verle esos maravillosos pechos que se intuían a través de la tela, pero los
adivinaba. Me sentía como la cobaya de un profesor de anatomía, sabía que
estaba en muy buenas manos y tenía intención de acceder a cualquier cosa.
Al final, después de
varios minutos por las calles de la ciudad, y cuando ya se había desabrochado
del todo la blusa, salimos del casco urbano y tras dejar atrás varias
carreteras acabamos en un camino vecinal, que terminaba enfrente de una pared
blanca, un muro sin ventanas ni puertas, que reflejaba la luz de nuestros
faros creando una especie de aura luminosa alrededor del coche. Ella bajó sin apagar el motor ni las luces y se fue a la parte
delantera. Había dejado un par de metros entre el parachoques y la pared. Yo bajé también y fui hacia allí. Solo veía su silueta recortada como una sombra
sobre la luz a la que mis ojos aún no se habían acostumbrado, y vi que tiraba
de los faldones de la blusa para sacarla de la falda. Estaba tan erecto que me
dolía dentro del pantalón, (debo mencionar que mi pene es más grande de lo que
es normal en los hombres de mi talla) así que me lo desabroché.
-
¿Qué haces? - dijo.
-
Es que me dolía...
Ella se acercó, y con
un faldón de la blusa me acarició el glande. Solo podía verle el ombligo y una
ligera curva en el interior de los pechos, y me moría de ansias por ver. El
tacto suave de la seda en mi polla me excitaba. Me la envolvió con la blusa,
deslizándola por la piel, tirando de ella para que ella tirara de mi pene una y
otra vez y en algunos puntos se quedaba pegada por lo mojado que estaba. Al
fin, al darle dos vueltas a la blusa alrededor de mi polla, tras bastantes
tironcitos al faldón, pude verle un pecho por completo, y eso, unido a la
presión que estaba haciendo a través de la blusa con la mano, hizo que no
pudiera contenerme y le manché la blusa de un semen pegajoso.
-
Perdona, es que...
-
Tranquilo, estabas demasiado cachondo, y no hubiera
salido bien, ahora estás como yo quiero... - ¡Cómo controlaba la tía!
Impresionante.
-
¿Pero ahora...? - dije yo, solo acertaba a
balbucear.
-
Déjate en mis manos.
Tenía los pantalones
caídos hasta las rodillas. Ella me puso de espaldas a la pared y se sentó en
el capó del coche. Se abrió la blusa, enseñándome sus preciosos pechos,
realmente dignos de una diosa, y se echó para atrás, para dejarla caer por sus
brazos. Luego se desabrochó la falda, levantó un poquito las caderas y la llevó
hasta las rodillas, hasta que con los pies pudo quitársela y la lanzó sobre mí.
Me dio en la cara. Ondulaba como una sirena por encima del capó. Yo di un
paso y me acerqué a ella. Se puso de nuevo de pie, me besó de nuevo y me dijo:
- ¿A que no sabes qué te toca hacer para ganar tiempo? - No tenía que
explicarlo más. Le besé de nuevo, y me dispuse a hacer lo que se esperaba de
mí. Le besé el lóbulo de la oreja, la
besé el cuello, una y mil veces, con besos cortos pero intensos, le mordí en la
base del cuello, y tal como fui agachándome alcancé sus braguitas y fui
enrollándolas con la palma de la mano a medida que las iba haciendo bajar,
hasta que se cayeron al suelo. Al llegar a los pechos, los sopesé, los miré, y
con delicadeza me dispuse a besarle los pezones. Nunca antes había besado un
pezón, así que busqué en mi memoria todos los relatos eróticos que había leído
para saber cómo se debía hacer. Rodeé su
pezón con los labios, haciendo una O, sin tocarlo, pero creando una especie de
cámara de vacío. Succioné, y su pezón se amplió dentro de mi boca. Se hinchó,
por así decirlo. Ella gimió un poquito. Luego me puse a pasarle la lengua sobre él, dentro de mi boca, una y otra vez, en sentido vertical y horizontal,
aleatoriamente. Siempre me hubiera gustado saber qué es lo que sienten las
mujeres cuando se les hace esto. Los pezones del hombre también son sensibles
pero no debe de ser lo mismo, supongo. Me dijo que le gustaba lo que le hacía y me
cogió la cabeza, apretándome a ella, y me dio seguridad. Seguí así durante unos
diez minutos (o tal vez no fueron tantos), hasta que sentí que la fuerza con
que me apretaba a ella cedía, por lo que supuse que quería que hiciera lo mismo
con el otro. Cambié mi postura y me acerqué a donde se me esperaba, pero
sin llegar. Sabía que ella estaba esperando lo que iba a sentir, y me demoré
unos segundos para que ese saber lo que va a pasar la excitara más. Cuando al
fin pegué mis labios a su pecho su pezón ya estaba duro. Hice exactamente lo
mismo, con parsimonia, cogí su pecho con las dos manos y fui dándole vueltas
con cuidado, para que su pezón diera vueltas dentro de mi boca. Le cubrí con un
poco de saliva adicional la parte de ella que tenía dentro, y cuando me
retiré tardé en dejarla salir, de forma que se produjo ese leve sonido a
huevos fritos que se produce al besar algo que se escapa, y la saliva que le
había puesto corrió por encima de esa parte tan sensible de la piel, haciéndole
cosquillas y algo más.
-
Ahora ya sabes dónde te quiero - dijo, mirándome con
un fuego en los ojos realmente brillante.
La cogí de la cintura,
y la senté en el capó del coche. Ella hizo unos pequeños movimientos ondulantes
para subir un poco y apoyó los pies en los faros, totalmente abierta. Ante mí
tenía una imagen realmente turbadora: una diosa del sexo que a la vez se
ondulaba como un demonio...
La besé bajo los
pechos, en el punto en que se separan, y fui bajando, bajando, besito a besito,
hasta su ombligo, y más allá, y ella seguía ondulándose. Cuando llegué al vello
púbico me paré, y me fui a besarle las rodillas. Luego fui de muslo a muslo,
besando cada vez un poco más hacia arriba, cambiando de muslo a cada beso,
arrastrándome sobre ella con la lengua, un poco más, un poco más, hasta que
estuve tan cerca que me encontré con la cara en su vulva. Olía fuertemente a
excitación, y brillaba a la luz de los faros. Le puse las manos en las nalgas,
levantándola un poquito del coche, como si flotara en el aire, y busqué con la lengua
por sus labios, entre las arruguitas, arriba y abajo, buscando con ansia, y
ella se agitaba cada vez con más fuerza. Yo hacía rato que volvía a estar
preparado, pero quería que ella me pidiera que la penetrase, así que me esforcé
cuanto pude en excitarla y darle placer. Encontré un bultito rosado y erecto
entre sus pliegues, y me lancé a por él con la lengua y los dedos. Se me
ocurrió que lo que le hice en los pezones también serviría aquí, así que se lo
rodeé con los labios y sorbí con fuerza. La sensación en la boca era distinta,
porque no se llenaba tanto, pero sabía que le gustaba, porque me lo decía. Me
excita muchísimo que una mujer me diga lo que le gusta y cómo le gusta... Volví
a practicar los movimientos linguales, con más cuidado, una y otra vez, y el
ritmo de su pelvis fue subiendo y subiendo, haciendo que mi cara se meciera con
sus caderas. Me esforzaba en no dejar salir aquel huesecito de la suerte de mi
boca, pero cada vez me lo ponía más difícil. Al final ocurrió lo que esperaba.
Me dijo “Ahora fóllame”, y la obedecí sumiso sin discutir. Me quité la ropa que
me quedaba de un tirón y me acerqué al coche cuanto pude, apoyando las rodillas
en el parachoques, y apunté con la punta tremendamente húmeda de mi pene hacia
el lugar donde era esperado.
Lo primero que sentí
fue una gran cantidad de jugos resbalando por tan sensible piel, y empujé un
poquito. Debo decir que hasta ese momento era virgen, así que no sabía qué
experiencias me esperaban. Cuando empujé ligeramente y la piel de mi pene fue
deslizándose dentro de aquella cueva jugosa y caliente entendí por qué el sexo
ha provocado tantos quebraderos de cabeza a la Humanidad. Hasta ese momento
siempre había disfrutado solo, y no
comprendía cómo había tanto salido con las dos manos sanas.
Empujé un poco más,
hasta que estuve totalmente dentro de ella. “Deprisa, hazlo deprisa” me
susurró, y comencé a incrementar mi ritmo. Como estaba de pie tenía las manos
libres para acariciarla en un millón y medio de sitios distintos a la vez. Le
tocaba los pezones, le acariciaba el abdomen, le ponía el dedo en la boca para
que lo chupara... Entonces ella se llevó las manos al clítoris y gritó
“Vuelvete loco dentro de mí, que estoy a punto”. De pequeño, al lado de mi casa
había un taller de costura y me fascinaban las máquinas de coser, así que
recordé al ritmo a que se movían y lo puse en mis caderas. Gritó y gritó y
gritó una y mil veces “sííííííí” y “ohhhh” y “ahhhhh” hasta que gritó el
definitivo “Me corroooooooooo”, golpeando las caderas con fuerza en el coche...
Sus jugos caían por encima del capó, y no pude evitar pensar si el pH de ese
líquido dañaría la pintura. Yo aún no había acabado, y ella me miró con cara
lasciva y me dijo: “No la saques, sigue y vamos a por otro”. Verla mirarme así,
diciéndome lo que me decía fue muy fuerte para mí, y a la segunda embestida la
saqué y regué el coche con el semen que mis testículos habían tenido tiempo de
fabricar.
-
Lo siento, es que me has mirado de una forma...
-
No pasa nada, te lo has currado mucho, dentro de un
rato seguimos, tranquilo.
¿Quería más? Era
increíble, Si esto me pasa por enrollarme con la primera que llega...¡Y yo sin
seguro de vida! Me retiré hacia la pared, y me apoyé.
-
Creo que ya no me sirve de nada... mírala, está
muerta...
-
Eso es lo que tú te crees, ¿es que aún no sabes con
quién estás tratando?
-
Inténtalo si quieres, pero está desaparecida en
combate...
Se levantó del coche, moviéndose
sinuosa como una gata, y se acercó hacia mí. No sabía si me gustaba que se
acercara o me asustaba. Me besó de nuevo, con un beso chiquitín pero juguetón.
Me mordió los labios, la barbilla, me besó el cuello, me lo lamió, con
movimientos lentos y precisos, me lamió las clavículas y se cebó en mis
pezones... Hizo con ellos exactamente lo mismo que yo había hecho con los
suyos... Mmmmmmmm. Mientras esto ocurría me estaba acariciando el abdomen y las
nalgas con suavidad, pero no me había tocado aún el pene. Se fue agachando,
lamiéndome los músculos abdominales, uno a uno, paseando su lengua por las
líneas que quedan entre ellos, hasta que llegó a la mata de pelo que avisa que
está cerca el peligro. Abrió la boca y se acercó muchísimo a mi glande. Creí
que lo metería en su boca.
-
No te la voy a chupar aún, tranquilo. Quiero que
estés a punto por ti mismo, no porque te la chupe.
Estaba acuclillada,
delante de mí, y podía ver sus piernas separadas, al fondo, una a cada lado de
mis piernas. Me había cogido el culo con ambas manos, y me hizo girar en unas
pequeñas sacudidas de forma que mi pene osciló delante de su boca.
-
Soy muy juguetona - dijo, con una risilla
escapándosele de los dientes.
Se levantó de nuevo, me abrazó, los dos desnudos, y nos agitamos
lentamente en una especie de baile. Todo su cuerpo estaba pegado al mío, sentía
la humedad que aún le quedaba en la piel que tocaba mis piernas, y su abdomen
firme apretado contra mi triste pene, al que yo imploraba que volviera a la
vida...
Como si fuera la cosa
más normal del mundo, levantó una pierna y rodeó con ella mi cintura, pasándomela
por la espalda. Luego, se colgó de mis hombros con los brazos y pasó la otra
pierna por la otra parte. Yo estaba apoyado contra la pared, de forma que
nuestros dos pesos recaían en mi espalda. Siguió con la especie de baile que
había empezado, incrementando el ritmo, y haciendo que su pelvis se sacudiera
para restregarme su vello púbico por mi pene. Nuestros pesos eran uno solo
girando y moviéndose a la vez, y con tan agradable friega mi miembro viril
comenzó a responder, hasta que ella lo notó presionar la parte interna de uno
de sus muslos.
-
¿Ves? Te lo dije, estabas vivo y coleando... jejeje
Se descolgó y se
arrodilló frente a mí, inspeccionando con interés de científico el estado de
ánimo del paciente. Me cogió de nuevo las nalgas, apretando y separándolas, y
acercó su boca hacia mi pene. Tenía que agacharse bastante, ya que no estaba ni
mucho menos erecto y tenía las manos ocupadas. Abrió la boca, sacó la lengua, y
cazó mi glande en el aire, deseoso de ser cazado. Dentro de su boca, el órgano
al que había estado a punto de desahuciar se revivificó y comenzó a crecer, a
crecer, a tamaños insospechados, y debo admitir que gran parte de ese
crecimiento debemos reconocérselo a la mujer que había confiado en su
recuperación. ¡Un aplauso!
La sensibilidad de un
glande que ha eyaculado dos veces en un corto espacio de tiempo es muy grande,
y el trabajo de lengua que me estaba dedicando ella era tan magistral que no
podía menos que emitir unos gruñidos de aprobación... Ella estaba sonriendo,
satisfecha por lo que había conseguido, y en un momento en que tenía todo mi
otro yo en su boca, sin dejarlo salir, me giró para ponerme de espaldas al
coche, me empujó hasta que me senté donde antes estuvo ella y me tumbé a lo
largo del capó. Tenía la cabeza en el limpiaparabrisas, y del metal me llegaba
el calor que desprende el motor, que aún seguía en marcha, y el suave
temblorcillo que sentía me hacía sentir a gusto. La mujer me miraba desde el
lugar donde habitualmente solía ver mi pene, sonriéndome, y se deshizo de tan gran
bocado. Al salir de su boca me sorprendió lo grande y desproporcionado que
estaba. Ella me puso las manos en el pecho, levantó una rodilla, la puso a mi
lado, y luego la otra al lado opuesto, presionando mis costillas, y poco a poco
fue bajando hacia lo que había tenido antes en su boca. Yo lo orienté hacia el
agujero que seguía húmedo y caliente, y cuando ella estuvo a la altura adecuada
se introdujo sin ninguna dificultad, lubrificado por la saliva abundante que
había dejado allí.
Le cogí los pechos, uno
con cada mano, masajeándolos, y ella comenzó a subir y bajar, primero despacio,
para comprobar el buen estado del elemento que antes requirió toda su atención.
De nuevo las sensaciones de la piel de mi pene deslizándose por dentro de su
vagina me embargaban todos los campos de mi cerebro. Pronto sus movimientos
fueron subiendo de ritmo y empezó primero con gruñiditos, para volver a entonar
los consabidos “síííííí”, “ohhhhh”, “ahhhh”, “diosssssss”, “este hombre es
increíble!”, hasta que su embestidas eran tan fuertes que la amortiguación del
coche me hacía rebotar hacia ella, haciendo que mis penetraciones fueran
tremendamente profundas. Bajó las manos a su clítoris, y sólo podía ver que se
movían a gran velocidad. Agitaba la cabeza, haciendo que sus pelos dorados
brillaran en la aureola de luz que nos envolvía, y me caían sobre las manos,
suaves y ligeros. La presión sobre mis pobres testículos, que trabajaban a
marchas forzadas, era enorme, y sus sacudidas tremendas, hasta que en una de
esas sacudidas, cuando estaba roja y gritando que ya le estaba llegando el
orgasmo, hizo que me saliera de ella, y para no perder tiempo, se restregó la
vulva contra mi pene, cuan largo es, regándolo de jugos en un orgasmo que
estuvo a punto de costarme un par de huesos rotos.
Cuando se calmó (si se
puede decir que esa mujer podía calmarse) se apoyó otra vez en mi pecho y me
susurró al oído:
-
Házmelo como quieras, te lo has ganado...
-
Quiero hacerlo por detrás, a cuatro patas
Así que me aparté un
poco para que ella pudiera maniobrar y apoyó sus pechos sobre el techo del
coche, con el culo en pompa, y las rodillas muy cerca del limpiaparabrisas, en
un ángulo recto. Me puse de rodillas, detrás de ella, y la cogí por la cintura.
Primero le acaricié un poco la vulva, para comprobar el estado de humedad, pero
después del orgasmo que había tenido era una comprobación inútil. Luego,
empezando por el cuello, fui deslizando mi lengua por todas y cada una de las
vértebras, una tras otra, y de vez en cuando me entretenía en algún lunar que
tuviera por allí, hasta que llegué al cóccix y me erguí de nuevo. Yo
estaba excitado, pero aún me faltaba bastante para eyacular, porque aún no
tenía qué, y deslicé con suavidad mi polla dentro de ella. Tenía los pechos
aplastados contra el techo del coche, y puse mis manos allí debajo, para
masajearlos de nuevo. Comencé mis movimientos pélvicos a un ritmo bastante
acelerado, teniendo en cuenta que yo no estaba para bromas, y el coche oscilaba
debajo de nosotros. Me agaché para que sintiera mi pecho en su espalda, y
estábamos hechos un ovillo, cuando me cogió de nuevo las nalgas y me las
apretó. Las sacudidas en que estábamos
sumergidos hacían que su peso me doliera en las manos, así que las
retiré de allí y las llevé, acariciándola por el camino, hacia el lugar donde
yo estaba metido, para tocarle el clítoris. Sentía en mi pecho las ondulaciones
de su espalda, y los restos de saliva que yo había dejado allí. Nuestro ritmo
fue creciendo, hasta que los dos comenzamos a gemir. Yo no iba más allá de
algún que otro “mmmmm” pero ella acabó gritando “Dios mío, vas a hacer que me
corra otra vez!!!”. Me excita enormemente que las mujeres sean tan explícitas
en temas de sexo. Mi pene estaba inmutable, ni por asomo podía parecer que
fuese a eyacular de nuevo, pero ella, con el trabajo conjunto sobre clítoris y
vagina, estaba volviendo a llegar. Cuando llegó al éxtasis, o al menos cuando
gritó que estaba llegando, como tenía mis nalgas separadas, alargó un dedo y me
lo introdujo en el ano (¿por qué hizo eso?).
Pronto cayó exhausta
sobre el techo del coche, pero yo no había llegado aún donde debía llegar, así
que la saqué de allí, y le introduje un dedo en el ano, para dilatar
arqueándolo dentro de ella, luego dos, con cuidado, y cuando estuvo dilatado, el
tercero, hasta que calculé que mi pene entraría sin problemas. Lo deposité
sobre la entrada, empujé un poquito y entró el glande. Ella no se quejó, pero
no me dijo que le gustase. Lo introduje del todo, hice dos sacudidas y lo que
mi pene decía que iba a tardar en llegar llegó de sopetón: si había sido virgen
hasta ese momento penetrar a una mujer por el ano la primera noche era algo
realmente fuera de toda expectativa. Así que
eyaculé dentro de ella unas pocas gotas que mis testículos encontrarían por allí...
Ella se giró una vez me
había retirado de su ano, con cara de mal genio.
-
¿Quién te has creído que eres? ¿No sabes pedir
permiso? ¡A mí no me gusta que me lo hagan por el culo! ¡Dale por culo a tu
madre hijoputa!
Me tiró a empujones del
coche, me tiró mi ropa a la cara, se metió en el coche y se fue. Yo no pude hacer
otra cosa que reírme de mí mismo... Entonces fue cuando me desperté en mi cama,
solo, con las sábanas chorreando semen y sudando...
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and lyrics: Wanderer de Darbis
“Todos los personajes, hechos y lugares aparecidos en este relato son
imaginarios. Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia”
Sí, como ves, ésta es una historia que tiene veinte años. Fue escrita cuando era un crío y eran las fantasías las que me alimentaban la imaginación. Pero tengo un gran cariño a esta historia. Espero que te haya gustado. Espero tus comentarios. Gracias por leerme.
Sí, como ves, ésta es una historia que tiene veinte años. Fue escrita cuando era un crío y eran las fantasías las que me alimentaban la imaginación. Pero tengo un gran cariño a esta historia. Espero que te haya gustado. Espero tus comentarios. Gracias por leerme.
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