viernes, 24 de marzo de 2017

L y M (nos lo cuenta M)

L y M (nos lo cuenta M)



Hola. Soy M. Os escribo después de haber leído el relato de P contando mi primera vez, y convencida aunque no segura. Me siento orgullosa de haber formado parte de un relato tan maravilloso como el que espero que hayáis leído. Y si no lo habéis hecho aún, leedlo antes que éste. No podéis imaginar cómo ha dejado mi piel saber que cada parte narrada, cada acción descrita, cada trozo de cuerpo nombrado forman parte de mí, y que era yo quien experimentaba todos esos momentos. No tengo que explicaros de qué forma he repasado todo lo aprendido aquél día mientras leía las palabras de P, con entusiasmo, pero sin ir demasiado rápido, para recordar y evocar de nuevo las sensaciones. Él me pidió permiso para publicarlo, yo no sólo le doy permiso, sino que amplío su narración contando cómo fue todo desde mi punto de vista.

Todo había empezado como empiezan las grandes cosas. Sin querer. Tengo 19 años recién cumplidos y seguía virgen, no por nada en especial, simplemente no había salido la ocasión. Ni tengo tara ni problemas, soy una chica normal, todo lo normal que puede ser una adolescente, que estudia mucho y dedica mucho tiempo a entrenar, a ensayar y a sus otros hobbies. Simplemente había ido pasando el tiempo y no había dado con el tipo adecuado. Pero no por ello lo necesitaba menos. Son 19 años, y el hecho de ser responsable en la elección no la hacía cada vez más urgente.

Un día, en casa de L, surgió la idea. Antes que nada os contaré que L es mi prima favorita. Mi padrastro es su tío, y además su padrino, y desde que entré en la familia se ha encargado de cuidar de mí. Es como una hermana mayor, aunque no haya lazos de sangre reales. Paso mucho tiempo en su casa, nos lo contamos todo. Y un día, de compras, en un probador, observé que tenía un moratón en la parte alta del hombro. Al poco rato me di cuenta que tenía otro en la parte baja del cuello, y un par de arañazos en la espalda. Al volver a casa le pregunté si todo iba bien, si tenía algún problema, o había algo de lo que quisiera hablarme, malos tratos quizás, y cuando se le pasó la sorpresa por mi pregunta, le señalé los hematomas.

Cuando entendió mi pregunta sonrió, con malicia, y su mente se fue a algún lugar donde estaba volviendo a vivir los momentos marcados, y sus ojos, y su sonrisa, traían una dulzura y a la vez una sensualidad que me desataron la curiosidad, no sólo por saber lo que pasó, sino por sentir algo parecido. La curva que adquirió su espina dorsal era tan armónica que casi ondulaba, y su voz susurraba cuando me explicó, sin demasiados detalles, cómo había adquirido esos “recuerdos en la piel”. Me dejó atónita. Siempre que me hablaba de cómo P la trataba se le iluminaban los ojos.

-         Yo quiero. Por favor, quiero uno. Un hombre que me haga vibrar así
-         Claro, tendrás a montones. Eres un encanto, no te los podrás quitar de encima.
-         Son todos unos babosos, ninguno me parece el adecuado. Quiero un hombre que me estrene y que recuerde toda mi vida. Que se lo merezca.
-         ¿Qué te estrene? Anda ya… ¿Sí?
-         Sí… préstamelo. A P, un día.
-         ¿Qué dices? Es mío! Los hombres no se prestan así.
-         ¿Qué mejor manera de encontrar el hombre adecuado? El que tú me regales. Es perfecto.
-         Ni hablar.

El debate se alargó bastante rato. De hecho, lo alargamos en el tiempo. Pasaron semanas hasta que comenzó a flaquear, y finalmente le pareció una idea que al menos se podía estudiar. Quizás tuviera que ver el tiempo que llevaban juntos, y que las cosas no iban como pretendían ambos. Pero eso sí, siempre quedó claro que, en el hipotético caso que eso ocurriera, no tendríamos contacto entre ella y yo, sólo faltaría iniciarme en el sexo en un trío incestuoso. Y ella tendría que estar lo más cerca posible. Será un tipo estupendo, pero para mí era un desconocido, necesitaba saber de su proximidad para lo que pasara.

Finalmente accedió a compartirlo, y organizamos todo. Llegué a su casa la noche de antes, para cenar y quedarme a dormir, como tantas otras veces que he estado allí. No quería llegar y verme el pastel, quería estar allí mucho antes para hacerme a la idea. Cenamos y bebimos y charlamos y nos fumamos alguna cosita para pasar la noche relajadas, nos reímos un montón y a mí se me fue diluyendo gran parte del nerviosismo. Gracias a eso pude dormir esa noche. A la mañana siguiente, a la hora acordada, me di una ducha, me encontraba bien, apenas tenía resaca, y me puse un pijama que L tenía en algún armario. Soy bastante más alta que ella y tuve que ponerme uno de hombre que guardaba en el ropero, con olor a viejo. Oí cómo le llamaba por teléfono y comencé a ponerme nerviosa.

Al poco rato, ya había completado el proceso de ponerme nerviosa y estaba sudando y casi temblando, cuando sonó el timbre y, pasados unos instantes, al fin entró en el departamento. No había mucha luz, y él apenas dio señales de saber que yo estaba ahí. Un tipo alto, muy alto, bastante delgado, pero fibroso, bien plantado, no demasiado guapo. Se lanzó a abrazar a L y ésta se escabuyó hacia mí. En ese momento me di cuenta de que él no sabía que yo estaba allí. No sabía lo que iba a suponer, no sabía NADA. L no le había contado lo que planeaba, ni nada sobre mí. Quería que la tierra me tragara.

Al fin, L me presentó, y él fue muy agradable conmigo. Quizás estaba bastante desconcertado, ya que si yo estaba allí, no sería el plan que tenía previsto, pero se acercó y me dio dos besos muy tiernos. Era un tipo muy agradable, y olía muy bien. Todo lo que me había contado L sobre él iba cogiendo forma, y me gustaba su presencia. Pero no era capaz de sonreír más allá de una mueca.

L le contó, durante unos instantes en los que creí morirme, todo nuestro plan, así, a la cara, sin dejarme esconderme, a las bravas, y P me miró fijamente. No estaba intentando decidir si yo era digna de él, no estaba juzgándome. Estaba intentando saber cómo me sentía. Me habló con ternura infinita para hacerme sentir segura y a salvo, y me cedió toda la libertad para decidir si seguíamos adelante o no. Durante un buen rato estuvimos charlando, sin cursiladas, sin frases vacías, contándonos cosas, porqués, y porqué nos, cómo una chica bla bla bla… y cada frase que él decía me hacía ser más sincera y más confiada en cada una de mis frases, porque estaba consiguiendo que me relajara. Finalmente, sentí que era el hombre adecuado, se lo hice saber, y nos fuimos al sofá.

Algunos besos había dado antes de eso, pero nada digno de mención, y cuando comencé a intentar picotear su boca con la mía me tomó de la cara y me guió. No negaré que me gustó que tomara la iniciativa, de hecho me relajó bastante no necesitar saber determinadas cosas, y me dediqué a aprender, que es una de las cosas que mejor hago. Su boca grande y sabia hacía con la mía lo que quería, y pronto respiraba pesadamente aquejada de un acaloramiento provocado en la superficie de mi lengua. Sus manos recorrían partes de mi cuerpo que no desataban prisa, pero sí me hacían tenerlo mucho más presente, y me abrazaba a él, descubriendo formas que no identificaba pero que inconscientemente sabía lo que eran, esperándome.

De vez en cuando tomaba la iniciativa, era yo la que le besaba, comprobando mi aprendizaje, y a él le gustaba eso, que me lo pasara bien y que le hiciera pasárselo bien a él. Era un buen momento.

Tenía la piel alterada, la ropa estaba empezando a sobrarme, y él acertó de lleno cuando me propuso quitármela, porque deseaba tocarme. Por una parte era lo que mi cuerpo pedía, pero era ir mucho más allá de lo que nunca había ido, y me entró el nerviosismo de nuevo. Él se sorprendió y se dio cuenta de mi total y absoluta inexperiencia. Y me acarició, me dejó suavemente sentada en el sofá, reclinada, y comenzó a hablarme con su voz profunda y sensual, a decirme cosas tiernas y sexys a la vez, a producirme caricias que entraban dentro de mí por mis oídos, y no pude evitar que mis manos obedecieran sus instrucciones. Al principio simplemente iban donde él las mandaba, pero pronto comencé a vivir las caricias que me describía, a sentir las sensaciones que él quería provocarme, y comencé a dejar que fuese mi piel la que respondiera a sus palabras. Me acaricié como él me pidió los pechos, pellizqué mis pezones, los mojé de saliva, y a cada una de estas acciones mi cuerpo se iba encendiendo más y más, y yo casi desnuda con las manos debajo de los pantalones de pijama de un desconocido comencé a masturbarme por primera vez, con mi sexo húmedo y caliente pidiéndome más caricias, y cuando él me indicaba una nueva forma de acariciarme una corriente eléctrica me atravesaba por la mitad, y yo no podía dejar de agitarme y de tocarme, y podía oler perfectamente mi olor, y oír cómo mis dedos golpeaban mi sexo, y que todo esto estaban percibiéndolo mi prima y su novio, pero nada de eso importaba cuando sentí, por primera vez en mi vida, que mi cuerpo mandaba y yo obedecía, y seguí acariciándome justo donde P me pedía de la forma que me pedía, y acabé estremeciéndome en una contracción que me dejó sin aliento, y cuando volví a abrir los ojos P y L me miraban con ternura.

La verdad es que ya había sentido alguna vez una sensación como ésa, pero nunca había sido tan intensa, ni había sido voluntaria. En ese momento me sentía como una rosa que se abre y deja de ser un capullo y va abriendo sus pétalos uno a uno para exteriorizar su hermosura, el sexo y el disfrute del cuerpo eran esa hermosura, y el capullo (o la capulla) había sido yo sin abrirme a ello. Todo mi cuerpo se había convertido en cuerpo de mujer en ese instante, y estaba agradecida a la naturaleza por haberme brindado un cuerpo tan sensible y divertido. Quería más, pero tendría que pasar un rato, estaba demasiado impresionada y cansada. Mis dos acompañantes se miraban con fuego, sin duda provocado por mí, y preferí aprovechar y darme la ducha que necesitaba, mientras ellos hacían lo que tuvieran que hacer.

Al meterme en el baño, me vi en el espejo desnuda de cintura para arriba, con un pijama de hombre que me sentaba fatal. Me veía horrible, totalmente al contrario de cómo me sentía, así que me quité el pijama y me quedé mirándome. Desnuda, con la piel aún enrojecida por la excitación, con las oleadas aún en el recuerdo, y sabiendo que ellos dos estarían fuera haciéndolo. Quizás no hubiera sido una mala idea asomarme y ver lo que hacían, pero durante todo el día ya habría tiempo para todo ese tipo de cosas. Lo que necesitaba era una ducha para quitarme de encima el sudor nervioso del principio de la mañana, y recuperar fuerzas. Me metí bajo el agua caliente, con las manos repartí el agua y el jabón, y me sentí tentada de volver a comprobar la sensibilidad de mi cuerpo. De hecho, para quedar todo lo limpia que pudiera hacer falta en esa parte, metí una buena cantidad de jabón entre mis piernas, y dejé deslizar mis manos repartiéndola. La sensación era magnífica, pero algo me decía que no era justo, que todo lo que pasara tenía que compartirlo con ellos. Terminé de ducharme, les di algo más de tiempo y salí envuelta en un albornoz, feliz de la vida, con una sonrisa que yo misma no podía controlar.  

La ducha no había calmado mi cuerpo, y alguna parte lasciva dentro de mí pedía a gritos haberlos pillado a los dos en pleno acto sexual, aunque estaban los dos muy modositos, cada uno en su lugar. Pero L llevaba la camiseta al revés. Por lo que sé, en todo el tiempo que la llevó puesta el resto del día, no se dio cuenta ninguno de los dos. Y era divertido imaginar cómo había pasado.

Me senté en el sofá, al lado de P, con los ojos me atravesaba y yo me dejaba atravesar, y me propuso continuar el aprendizaje. Me sentó en uno de sus muslos, de forma que mis rodillas estaban entre las suyas, y mi hombro en su pecho. Enfrente del sofá, L acabándose una taza de café. Las manos de P comenzaron a acariciarme. Estaba quizás un poco más ansioso que antes, tal vez porque ya habíamos avanzado bastante, o quizás por lo que hubiese pasado o no con L, pero sus caricias me gustaban. Nos besamos, los dos, sin aprendizajes, y comenzó a deslizar sus manos por mi piel. Era una sensación muy agradable, cuando me acarició el cuello, los hombros, pero cuando comenzó a acariciarme el escote me sentí de nuevo violenta. No tenía por qué, todo iba genial, y me dejé hacer, a ver cómo seguía, y acerté. Cuando comenzó a tocarme los pechos, sopesando, y apretando, era como si fuesen frutas cuyo jugo fuese placer líquido derramado en la sangre, y estuviera exprimiéndomelas. El cuerpo y el alma se me encendían, y cuando comenzó a acariciarme los pezones ya no podía respirar bien. Al pellizcármelos desató una parte de mí que no conocía y que sin decirlo pedía que lo hiciera más fuerte, que me hiciera más daño, un poquito más. Cuando por fin acabó de quitarme el albornoz, ya estaba desatada, le atraía la cabeza a mis pechos para que no dejase nunca de mordérmelos, besármelos, lamérmelos, y provocarme esas oleadas de electricidad que me atravesaban toda por conexiones que no conocía, que bajaban por mi espina dorsal y se iban justo al punto que estaba acumulando todo el calor y la humedad de mi cuerpo, y que necesitaba de alguna caricia de la forma que fuese. Hubiera pedido que lo hiciera, pero aún no estaba tan liberada. No obstante, el sabía que lo necesitaba, y su mano fue a parar justo ahí, a hacerme las caricias que antes me describió y que ahora iba a vivir directamente.

Jugó durante un buen rato con mis pliegues, como si los conociera incluso mejor que yo. Me abrió los labios, me tocó el clítoris, me acariciaba una y otra vez a cada pasada de una forma distinta, y yo estaba demasiado comprimida sintiendo todo eso, así que pasé una pierna por encima de la suya, de forma que le daba la espalda, con los muslos abiertos, de cara a mi prima, que miraba con sorpresa, y ahora en esa postura sí podía sentir sus dedos moviéndose por mi coño buscando todo lo que quería encontrar. Levanté una mano, la pasé por detrás de su cabeza para colgarme de su cuello, y comencé a levantar las caderas. De nuevo esa sensación que dominaba el intelecto, el cuerpo encabritado hacia el placer, y mis caderas empujando las manos que las acariciaban. No sabía quién las movía, yo no era, eran ellas solas, pero yo no iba a frenar todo el placer que me estaban haciendo sentir.

De repente, un movimiento inesperado de uno de los dedos de P. La punta de un dedo en la entrada de mi vagina. Una sensación inesperada, más placentera, y el empuje de mis caderas ya no tuvo vuelta atrás, me arqueé formando una bóveda mientras exhalaba todo mi aliento, y me quedaba con el coño en alto, goteante, inmóvil, apuntando hacia mi prima, que me miraba con las mejillas enrojecidas mientras a mí me recorrían miles de calambres que partían de mi abdomen y me dominaban sin compasión. Luego, caí de golpe con el culo desnudo sobre la pierna de P, que siguió acariciándome y susurrándome al oído.

Cuando recuperé el aliento, pude notar sobre qué estaba sentada. Ese bulto bajo el pantalón de P sólo podía ser una cosa, e iba siendo hora de que por fin la viera y la tocara. P se abrió los botones del pantalón y se sacó su pene, bastante más grande de lo esperado. Tenía bastante jugo en la punta, y muchas venas, por lo demás era como lo habían descrito en anatomía. Pero no era una clase, al menos no del colegio, y me apliqué a aprender cómo y cuánto y de qué manera tocarlo, y cuando me hubo indicado los movimientos básicos, lo acaricié, y lo agité, y pude observar cómo P se tensaba y bufaba y finalmente se desplomaba mientras salpicaban gotas gordas de líquido espeso sobre la propia ropa de P. Una guarrada. De ésas que resultan excitantes sólo porque son guarradas.

Llegados a ese punto, era el momento de tomar algo. Yo estaba exhausta y hambrienta, y era hora de almorzar, y me acerqué a la cocina a ver qué había. L me acompañaba hasta que P dijo que iba a la ducha, y se metió con él. Menudos dos. Quizás el espectáculo que estaba dándoles yo era bastante más sexy de lo que quizás me imaginara. Tampoco estaba haciendo nada del otro mundo, o al menos eso creía. Preparé algunas tostadas que encontré, pensando que tardarían en salir, pero salieron bastante pronto, y se fueron al sofá. Ella se tumbó sumisa, desnuda, con las piernas abiertas, esperando algo que él iba a hacer, y pude observar el cuerpo de mi prima desnuda. Es bastante mayor que yo, pero se mantiene bien. Muy bien. Él le acarició los pechos, con más confianza que como me tocó a mí, los conoce mejor, los mordió, los aprisionó, y verle hacer todo eso lanzó un proyectil dirigido a mi entrepierna que comenzó a encenderme, aunque no era mi momento. Me senté cerca de ellos, a observar, y vi cómo él introdujo sus dos dedos centrales en su coño. Era como un ritual, algún tipo de movimiento que él ya sabía hacer y que ella ya sabía que funcionaría. Comenzó a agitar su brazo, era como si vibrara, y esa vibración fue creciendo hasta que era casi una agitación, y con ella los dedos de su interior deberían estar dándole unos golpes tremendos o no tan tremendos en el interior de su vagina. El calor y la humedad de mi entrepierna crecieron al ver la manera en la que L comenzó a agitarse, con gritos entrecortados y jadeos, con quejidos de placer, y se convulsionaba tanto que apenas podía mantenerse sobre el sofá, hasta que lanzó un último grito, alargado y entrecortado, y finalmente apartó la mano de P de su cuerpo. Los dedos goteaban con los jugos derramados en su mano, y se los llevó a la boca. Casi me dio un poco de lástima por L, pero estaba tan plácida, recién orgasmada, que estoy segura que no era lástima lo que se merecía, sino tal vez envidia.

Decidí pedirle a P que me lo hiciera, aunque más bien lo que hice en lugar de eso fue preguntarle si me lo haría a mí. Me dijo que algún día. Bueno, algún día.

Pasamos un buen rato almorzando. L se empeñó en juguetear con la mermelada entre los labios, e incitar a P a la menor ocasión. Yo no quería quedarme atrás, pero mis juegos eran un poco más torpes, más cómicos que eróticos, hasta que un poco de sirope de chocolate que me cayó por casualidad en el escote fue lo más comentado. Pronto pasó el hambre alimenticio y se desató el hambre de otro tipo. Ahora, tal como me advirtió P, vendría el sexo oral. Tal como me sentía, cualquier cosa sería bien recibida, pero no me esperaba aquella maravilla.

Me tumbó boca abajo y recorrió toda mi espalda y mi cuello con caricias. Sabía que el cuello sería agradable, pero por dios que descubrí lo agradable que es. Se encargó de hacerme saber cuántas vértebras tengo en la espalda, una por una, con la punta de la lengua, y como si fuera la cuerda de una guitarra, a cada contacto me lanzaba vibraciones que me recorrían toda. Yo ronroneaba contra el sofá, rozando todo el cuerpo, esperando saber más de eso llamado sexo oral. Si eso era la preparación, cuando llegaran los fuegos artificiales sería la locura. Siguió bajando por mi espalda y llegó a mis nalgas, que llevaba un buen rato magreando. Era la primera vez que sentía que la idea de ser carne amasada fuera gratificante, y me encantaba la forma en que “maltrataba” mis nalgas, incluso pellizcándolas. Cuando deslizó su lengua por el canal que las separaba, en un principio me dio algo de reparo, pero fue una sensación maravillosa, estuve a punto de pedirle que volviera a recorrerme ese canal con su lengua, pero me dio la vuelta y me tumbó en el sofá como estuvo L antes. Abrí los muslos, ya no tenía ninguna vergüenza y estaba bastante encendida, y él se metió entre ellos. Comenzó a recorrerme las dos caras internas de los muslos a lengüetazos, a mordiscos, a caricias, a besos, a chupetones, y yo cada vez estaba más encendida, tanto que cuando me lamió una ingle lo sentí tan cerca como si me hubiese lamido el mismo coño. Pero me equivocaba. Cuando por fin lo hizo, ya no pude aguantar más y me eché para atrás a dejarme ir, a sentir lo que viniera y gozar sin reparos. El contacto suave y ligero como una nube liberó una tormenta de rayos en mi coño que me recorrieron como un tornado, y mi cuerpo comenzó a tiritar justo en ese momento. Su lengua subía y bajaba por mi raja, siguiendo mis pliegues, buscando y encontrando, y me llevaba a lo más alto, y volvía a dejarme caer, y yo agitaba las caderas como buscando más, pero seguro que no hubiera sido capaz de soportar ni una gota más de placer. Cuando al fin tuvo mi clítoris en su boca, como un chupete en la boca de un bebé, sentí algo que se acercaba a la entrada de mi vagina, un dedo, y fue más de lo que pude soportar, y comencé a correrme como nunca, a golpes de cadera contra ese dedo, contra el aire, agitando mis caderas y gritando “P”, “P”, una y otra vez, y me vacié, no sólo físicamente en un chorro de líquido, sino de energía acumulada, quedándome exhausta sobre el sofá de mi vida, temblando por las oleadas que aún me recorrían de arriba abajo.

Cuando abrí los ojos, P se había levantado y quitado la toalla. Su polla me miraba como un mástil, otra vez. Estaba arrodillado al lado del sofá, a mi lado, y supuse que quería que se lo acariciara. No estaba muy concentrada, aún no me había recuperado. Pero L se acercó, se sentó en un puf que había usado P, cogió su polla, se agachó y se la llevó a la boca. En un solo segundo me despejé por completo, perpleja. Metía casi la mitad de la polla en su boca y la sacaba, mientras la masturbaba, con una habilidad sorprendente. Me acerqué para fijarme bien y me enseñó cómo. La cogí y me la llevé despacito a la boca. Lo primero fue pensar si me cabría. El hecho de haber visto a L hacerlo con tanta familiaridad me quitó muchos de los reparos. Comencé a lamer lo mejor que supe, L me corrigió aquí y allí, y P pronto comenzó a gemir. Sabía que lo estaba haciendo bien porque oscilaba las caderas. L, mirando todo aquello de tan cerca, comenzó a acariciarse entre las piernas, tan cerca de mí que me resultaba obsceno. Estaba chupando la polla de P con toda la concentración del mundo, se lo merecía por lo bien que me estaba tratando, pero sabía que L miraba esa polla con deseo mientras se masturbaba. Le puse la polla en la boca, y sin usar las manos comenzó a chupar, golosa, con más entusiasmo que intención, dedicándose a su clítoris en primer lugar. Luego se la saqué de la boca y la puse en la mía, pero P tenía que girar mucho para pasar de una boca a la otra, así que me acerqué mucho mucho mucho a L, tanto que me hacía sentir que estaba siendo mala, muy mala, y me pegué a su cuerpo. Nuestras bocas estaban muy cerca, y mi pecho izquierdo estaba sobre su pecho derecho, presionándose mutuamente, y no era en absoluto una mala situación. P no iba a quejarse, con su polla saltando entre dos bocas dedicadas a chupársela, y L estaba extasiada masturbándose, tanto que pronto comenzó a quejarse con sonoridad, y pegada a ella sentía cómo se erizó el pezón que estaba en contacto conmigo y cómo comenzaron sus temblores, y se echó para atrás y se dejó ir, y P sacó su polla de mi boca y se acercó a ella, masturbándose con fuerza, y cuando ella estaba a punto de subir su tono de voz de la punta del capullo de P surgieron varios chorros de semen, como los que vi antes pero más pequeños, que fueron a parar por todo el cuerpo de L, quien por fin se desató en gritos y gemidos y un orgasmo magnífico que me dio incluso un poco de envidia, a pesar de los que llevaba yo. Quizás ver ese final, y compartirlo tan de cerca con el cuerpo de mi prima, su contacto, sus estremecimientos contra mi piel, me volvió a encender.

Casi era la hora de comer, e hicimos otro descanso. Cada uno pasó por la ducha, pero por turnos, y a mí me seguían retronando en mis oídos los gemidos de L cubierta de semen. Era una imagen impactante. Así que, después de comer, cogí la leche de la nevera. Quizás era demasiado evidente, pero yo era novata y me lo podía permitir. Con un vaso de leche eché un buen trago, tanto que derramó por la comisura de mis labios, y sentí cómo su frescor caía por mis pechos y mi abdomen. En un solo instante mi cuerpo se encendió y a partir de ese momento la palabra que mejor me definía era “cachonda”. Me insinué sin ninguna sutileza a P, a quien le provoqué una erección paulatina y le arranqué la promesa de que la próxima vez eyacularía sobre mí, hasta que me derramé un buen chorretón de leche por el cuerpo, y se lanzó a bebérselo, en teoría, para no manchar el suelo.

Recorrió mis piernas, mi coño, mi ombligo, mi coño otra vez, mis pechos, y ya no quedaba leche sobre mí pero seguía relamiéndome para que no quedara ni gota, y yo estaba desatada, actuaba sobre mí mi coño, no yo, y su grandiosa habilidad para recoger gotas de leche inexistentes, y a mí comenzaron a temblarme las piernas, quizás había desatado algo que aún no era capaz de controlar, pero no quería controlarlo. P me tomó de la cintura y me dobló de una forma que me hizo sentirme cachonda de una forma animal, dejando mi culo en pompa y pidiéndome que me apoyara sobre el respaldo del sillón donde L me miraba perpleja. Estaba extremadamente cerca de ella, y aún recordaba el roce de su pecho contra el mío poco antes, y mientras P seguía lamiéndome entre los muslos y bajo mis labios, sacando de mi interior gemidos que llevarían al orgasmo a la M que entró en esa habitación el día anterior, alargué mi mano para tocar a L, la parte que fuese, la primera que encontrase. Lo que encontré fue su mano, y nos las cogimos, pero se dio cuenta de que lo que buscaba no era su mano. El placer que me estaba provocando P entre mis piernas era inmenso y no podía controlarme, sólo recuerdo que le dije al oído “si sigues así voy a correrme” pero no sé si se lo dije refiriéndome a P o a L.

De repente P se detuvo, dejándome recuperar el aliento. Me llevó a la ducha, apenas un manguerazo para quitarme la leche, pero entró conmigo en la ducha y nos rozamos los cuerpos uno contra el otro, y fue genial sentir su polla rebotando por mi abdomen, resbalando sobre mis nalgas, golpeando a la entrada de mi coño.

De ahí, me secó con cuidado y me llevó al sofá de nuevo. Estaba francamente cómoda, con la cabeza apoyada en el respaldo del sillón y el culo sobre el puf. Podía moverme bien. Había llegado el momento.

Yo estaba como una borracha de sexo. Quería más y más, no había bastante sexo en esa habitación para hacerme decir basta. Y necesitaba ya esa polla dentro de mí. Para eso estábamos. Y ya conocíamos bien su polla, mi coño, su cuerpo, el mío. Era el momento. Un último momento de concentración, para volver a convencerme que era lo correcto, y relajé las caderas. Su polla, aquí dentro, ahora.

Unas caricias, me lamió de nuevo los muslos, me besó, como si no se creyese que estaba dispuesta. Avancé una mano y cogí su polla. Al cogerla sin verla me sorprendió lo grande que es. Pero cabría. La llevé a mi coño, aunque él me paró. Comenzó a tocarme con ella los labios, el clítoris, y yo cada vez más ansiosa. Lo deslizó, lo acercó a mi agujero, por fin lo llevaba a donde debía, metía la punta, por dios, sí! Iba a ocurrir. Entró un buen trozo de su glande, pero lo volvió a sacar. Yo no podía parar de suspirar. De nuevo volvió a insistir. Sentí como comenzaba a entrar, iba abriéndome, y de repente un fogonazo de dolor, algo que para su avance, y unos segundos de dolor ardiente en mi interior. Era difícil de aguantar. Unas lágrimas. Un poco más, un poco más. Sollocé. Sentí que empujó un poco más, grité, y finalmente venció lo que lo frenaba y el dolor comenzó a remitir. Su polla comenzaba a deslizarse dentro de mí, provocándome cada vez menos dolor, y finalmente, bien lubricada por toda la excitación, su polla empezó a entrar y salir, lentamente, y toda la pared de mi coño lanzaba señales eléctricas a todo mi cuerpo, y la sensación se apoderó de mí y me dejé llevar. Era como si la parte interna de mi coño, al menos la parte inicial, fuese toda ella clítoris, y el roce me estaba volviendo loca. Me dejé vencer, hacia atrás, con los ojos en blanco, sintiendo cómo me iba follando cada vez más deprisa, y cómo iba masajeándome el clítoris y los pezones para encenderme cada vez más.

Pasado un rato, sacó su polla de dentro de mí. No sé por qué lo hizo, pero me pidió que me pusiera arrodillada sobre el sofá. Me parecía una posición muy obscena, muy animal, y meneé el culito esperando que me follara de nuevo. En cuanto sentí que me la metía lancé para atrás mi culo, para que entrara de golpe, y volvimos a tomar el ritmo cada vez más rápido, y me cogió una de las manos para que la pusiera sobre mi propio coño, y comencé a masturbarme. Su polla llegaba muy profundo desde ahí, y las sensaciones eran distintas, y toda la excitación acumulada, me dio una cachetada, me sorprendió con eso, y comencé a dejarme ir, y mis contracciones casi aprisionaron su polla en mi coño. Empecé a rugir sobre el sofá, con el culo en pompa a la vista de P y de L, y agité mis caderas al ritmo de mi masturbación y de la follada que me estaba pegando P, y me corrí como una barriobajera malhablada, y fue el orgasmo más intenso del día, y me dejó rendida sobre el sofá.

Pero él no se había corrido, y quería más. Me hizo un gesto que yo interpreté para que se la chupara, pero no. Quería volver a follarme. Me sorprendió, después de correrme, quizás fuera bueno eso de repetir. Quería que me pusiera sobre él, sobre su polla, y yo me acerqué mucho a él para sentarme encima. Su boca en mis pechos y su polla en mi coño. Sí que estaba bien esto. Ahora me tocaba a mí llevar el mando. Un nuevo aprendizaje. Comencé a moverme, con movimientos simples, muy simples. Era genial sentir su polla moverse dentro de mí a mi ritmo, pero L me corrigió. Sentada detrás de mí me cogió de las caderas. Me indicó maneras de subir y bajar, de dibujar “ochos”, “círculos”, “equis” con mis caderas sobre él, de forma que su polla entre y salga con ángulos cambiantes, de cómo de profundo podía hacer la penetración, de cómo moverme para que mi coño rozase su abdomen y su polla según salía o entraba, y todo eso lo hacía tocando exactamente los puntos en cuestión, indicando como una buena maestra, y yo, como una buena alumna, iba tomando nota mental, y comprobando en la práctica lo buenas que eran sus explicaciones, sin olvidar que a lo que me estaba enseñando era a follar, a disfrutar con una polla dentro, a correrme a mi ritmo, y que estaba usando sus manos en mis nalgas, o en la polla de P, o a veces en contacto con mi clítoris. Y finalmente, cuando L se apartó como un profesor en un examen, a ver cuánto había aprendido, me lancé a masturbarme con la polla que tenía dentro del coño, sin tocarme, simplemente dejándome subir y bajar, de una manera básica y visceral, casi animal, y sentí las contracciones que venían a por mí, y quizás esta vez consiguiese que P se corriese dentro de mí, aunque me había prometido hacerlo sobre mí, y me corrí profundamente, vertiéndome en golpes secos que casi podrían arrancarle la polla de cuajo, pero finalmente me desplomé desmadejada sobre el sofá, extasiada, feliz, mientras la polla de P seguía como un mástil, un mástil mojado y pegajoso por mis jugos, y cerré los ojos un momento y sabía que él y L estaban en el sillón follando, porque los oía jadear, pero no podía más que entreabrir los ojos, y ver sus movimientos sincopados mientras me dejaba embargar por la gloria de los últimos orgasmos. Y cuando por fin L exhaló sus últimos gritos, P me llamó y recobré la consciencia de golpe. Tenía su jugo caliente listo para mí y me lo iba a dar. Y de pie frente a mí se machacaba su polla, llena de mis jugos y los de L, morada de tanta sangre acumulada, y yo arrodillada delante de él esperaba la lluvia de semen que me prometió, y uno y dos y tres chorros de semen surcaron el aire, y chocaron contra mi piel, y eran calientes y pegajosos, y resbalaban y olían fuerte, pero me gustaban. Dejé pasar unos segundos para experimentar la sensación, mientras P escurría su polla sobre mí, y L vino a extender la crema caliente sobre mis pechos, y a llevarme sus dedos manchados de semen a la boca. Me gustó bastante el contacto de sus dedos rozándome los pechos manchados de semen, y me gustó también el sabor del semen en mi boca, así que la abrí para aprisionar la polla de P y acabar de limpiar sus últimas gotas. Sin que L dejase de acariciarme la piel mojada de semen, P se sentó en el suelo, y nos abrazamos a él, acariciándole el escroto a la espera de que entrase de nuevo en acción. Ambas teníamos ganas de más, y necesitábamos que él estuviese disponible, para estar entre las dos, manteniéndonos a distancia, o no sabíamos lo que pudiese pasar. 

Espero que os haya gustado. Como os dije, liberó bastante mi cuerpo la lectura del cuento de P, pero escribir éste me ha colmado de placer. En todos los sentidos. Espero que lo hayáis pasado tan bien leyéndolo como yo escribiéndolo, aunque no creo que sea posible. Quizás convenzamos entre P, vuestros comentarios y yo a L para que cuente su parte. Un beso.



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