martes, 24 de octubre de 2017

Las carga el diablo.



Hola a todos. Sé que hace mucho tiempo que no cuento nada y os puedo asegurar que es por pura saturación de horarios. Lo último que escribí con esta caligrafía fue mi novela erótica, que ya lleva casi un año a la venta. En todo este tiempo me han pasado cosas, claro, y algunas quizá merezcan uno de mis relatos, pero vengo a contaros una en concreto. Hace semanas que la tengo en la punta de los dedos, intentando salir, y la persona que está involucrada se merece tener su propio relato, además de que lo espera con interés. Podríamos decir que escribo esto por encargo.
Porque sí, me han encargado que os cuente lo que pasó, hace cuatro fines de semana, en una preciosidad de boda a la que tuve la suerte y el placer de ir. Y por tanto, aquí estoy, tecleando medio sudoroso y con las sensaciones que os voy a describir recuperando lugares y rincones, para que la narración esté al nivel del encargo, y sobre todo, a la altura de la experiencia que evoca. Ojalá la persona que me lo encargó disfrute de la lectura, pero no tanto como de haberlo vivido en su momento. Por muy buen escritor que uno quiera ser, seguro que será mejor experimentarlo en la propia piel. Aunque eso lo sabremos después de leerlo.
Como os he contado, estaba de boda. Ya sabéis, iba con el traje de las bodas del que hablo en mi novela. Hecho un pincel. Iba con mis amigos de toda la vida, con los que me suelo mostrar bastante menos activo socialmente que cuando me junto con otra gente, quizá por costumbre, o quizá se trate de dinámicas de grupos. Es algo inconsciente, pero os aseguro que es así. Seguro que hay estudios al respecto. El caso es que estábamos en una alquería preciosa, con un patio ajardinado, a la luz de la luna, con las paredes cubiertas de parras, en una noche genial para casarse y para pasarlo bien. Unas cien personas cenando de pie, pasando por los puestos donde estaba la comida, cogiendo platos y sobre todo vasos sin ningún tipo de freno y con un gran ambiente. Todos habéis oído que las bodas las carga el diablo. Y es así.
En un momento dado, una de mis amigas está hablando con una chica desconocida para mí, y yo paso por su lado, sin intención de pararme. Mi amiga me dice algo al vuelo para meterme en la conversación y acabo diciendo cualquier chorrada a la desconocida. Ella se ríe, como si no me hubiera entendido y estuviera disimulando, o como si realmente le hubiese hecho gracia. Le sonrío, me guiña un ojo y sigo andando. Tardo en volver a sentir los pies en el suelo, porque sigo flotando en la sonrisa de esa mujer, en sus ojos negros, en el rojo de sus labios y de su vestido. Estoy impresionado. Pasamos un buen rato alternando entre hacer el capullo y hacer el tonto con mis amigos y mis amigas de toda la vida, y me sigo cruzando con desconocidas. La verdad es que mis cansados ojos no se quejaron en absoluto de la observación de tal cantidad de belleza, pero la única que me devolvía la mirada era la mujer que me guiñó el ojo.
Un amigo, bastante afectado por la barra libre, me dice al oído si he visto cómo me mira esa mujer de rojo. Como si no me hubiera dado cuenta yo mismo. Pero lo pregunta tan fuerte que ella misma le oye, me sonríe con su media luna de dientes y sus ojazos me lanzan una mirada que me barre de arriba abajo. Mi amigo no debe de haber notado nada, pero yo he sentido esa mirada en la piel, bajo mi traje.
La barra libre se hace fuerte, nos cuesta mucho esfuerzo pero comenzamos a conquistarla, y la fiesta empieza a subir el nivel. Ella pasa por delante de mí mil veces, o quizá no tantas. A veces levanta su cubata para chocarlo con el mío a modo de brindis, a veces hace como que le impido el paso, para eludirme con un movimiento de baile según la canción que suena, a veces pasa algo más lejos de mí, pero me sigue lanzando con sus ojos su látigo, su maroma de barco, su cadena. Su mirada. Y yo no la esquivo, en absoluto.
Hay un momento, no sé por qué ni con qué excusa, en que comenzamos a hablar. Es una conversación superficial, sobre cómo se divierten mis amigos, y nos reímos sin parar de las más mínimas chorradas. Estamos bastante bebidos, pero no es por eso. Bueno, no es solo por eso. Vista de tan cerca me alegro de estar hablando de cosas que puedo decir sin necesitar mucha concentración, porque estoy mirando el rojo de sus labios y toda la mente se me vuelca sobre esa superficie brillante y apetitosa. Me cuenta que tiene treinta años, que es de Córdoba y que se llama Sara. Por supuesto, podéis creeros que ese es su verdadero nombre, o que yo lo he cambiado para no decir el verdadero. Creo que Sara es un nombre muy bonito, y en sus labios suena igual que si me dijese “bésame”. En un momento dado está hablando de la edad de mis amigos, y yo le confieso la mía. Quizá la pille por sorpresa. No es la primera vez que me toman por más joven de lo que soy. Pone un gesto de desconcierto, y dice que tiene que ir a por un cubata. No me sorprende. Se va y me quedo un poco chafado, pero me alegra haber charlado con ella. Mis amigos están un poco impresionados.  
Llegados a este punto os diré que ya sé que me conocéis lo suficiente para haberlo supuesto. Esa chica es la causante de este relato, la coprotagonista y la que lo encargó. Sé que no os estoy haciendo ningún spoiler. Así que no temáis, no fue un desplante.
Cuando ya ha pasado un rato doy por archivada la experiencia en la carpeta de los “¿Te acuerdas de aquella chica del traje rojo?” y me dispongo a seguir alternando lo de hacer el tonto con lo de hacer el capullo, o al revés. Sigue siendo divertido, pero no puedo evitar pensar que quizá hubiera tenido que darme a conocer más con Sara. Quizá nuestra charla fue demasiado superficial. Pero eso no me baja el ánimo, en absoluto. Simplemente es algo así como aprendizaje, como algo a tener en cuenta la próxima vez. Hasta que, en una canción en concreto, vuelvo a tenerla delante, con las manos en alto, ondulante, sensual, hipnótica. No sé distinguir una sevillana de una seguidilla ni de una copla, ni de todo ese mundo de tipos de música que me es totalmente desconocido. Pero ella se ve feliz, como si fuera una canción de su tierra, y está bailándola para mí. Yo la miro, claro que la miro, de arriba abajo, porque no puedo dejar de hacerlo. Es un verdadero centro de ondulaciones sensuales e hipnóticas. Se ríe de mí porque no sé bailar, y me reafirmo en ello. Prefiero mirar. Se acerca a mí, extiende sus brazos hacia mi cintura, coge el cinturón del pantalón  y tira de mis caderas para que siga a las suyas. Justo en ese momento siento cómo salta bajo mis pantalones una erección que quizá nadie note, gracias a la holgura de la prenda, pero es mejor no tentar a la suerte.
Sigue bailando, para mí, a menos de un metro, remarcando sus movimientos, su ritmo, para que la siga. Yo sigo inmóvil, rígido, perplejo. Solo puedo sonreír, con esa sonrisa tonta y boba de los tíos cuando tenemos una erección, y disfrutar de las vistas.
-          ¡Vamos, baila! ¡Fíjate cómo lo hago yo y sígueme!
-          ¡No puedo! – La música está muy alta y hay que gritar, por muy cerca que esté. Aun así, preferiría que estuviera más cerca.
-          ¡Ah, eres uno de esos tipos duros que no quieren bailar! ¡Qué decepción!
-          ¡No es eso! ¡Es que…! – Por un segundo identifico mi parte Drawneer a punto de tomar las riendas, a punto de decirle una de esas frases sin retorno. Y le dejo hacer. - ¡No puedo aprender de ti! ¡Me fijo, de verdad, pongo voluntad, pero veo tus caderas oscilar, tu cuerpo cimbrear así, y se me olvida lo que estoy intentando aprender!
Bueno, no ha sido tan descabellado. Ocurrente. Pero es como si se hubiera roto un precinto, como si se hubiera abierto una puerta. Como si por fin hubiera ocurrido lo que estábamos esperando los dos.
-          ¡Vaya, sí que eres bueno con los requiebros!
Y se ríe, con esa risa cantarina y volátil que te hace sentir que te sumerges en su boca de color rojo y de forma exacta para ser mordida. Sigue bailando, como si quisiera seguir dedicándome ese espectáculo solo para mí, y yo sigo zampándomela con los ojos, para no desaprovechar ni un segundo de su baile. No sé qué va a ocurrir en cuanto pare de bailar, en cuanto se esté quieta, pero estoy casi seguro de que lo averiguará mi mano alrededor de su cintura, porque no creo que nada pueda contenerla. Pero nos interrumpe nosequién, que se acerca a hablar con ella de nosequé. En ese momento recuerdo que hay más gente, que estamos en un lugar con casi cien personas. Disimulo mi frustración mientras habla con ese intruso que se la lleva de allí, a hacer cualquiera de esas tontadas que se hacen en las bodas, regalos a los novios, fotos, etc. Me quedo solo y vuelvo a aparecer entre mis amigos. Ya no tengo ganas de hacer el tonto o el capullo, pero lo hago, de todas formas.
Pasa otro rato. Ella vuelve a aparecer a mi lado como por ensalmo y a mí se me alegra la noche de nuevo. La música ha cambiado, y su gesto también. Como si viniera de discutir con alguien. Ya no brilla como antes, tiene la mirada más intensa. Pero sigue provocando incendios de carmín dentro de mí con cada una de sus sonrisas. Charlamos, de cosas banales, y yo tengo claro que quiero elevar el nivel, que quiero profundizar. No, no me refiero a “profundizar”, no todavía. Me pregunta a qué me dedico y le digo que soy escritor. Los ojos se le abren como si hubiera dicho algún tipo de palabra mágica. Ella confiesa leer, devorar libros. Me dice el nombre de un par de escritores que me suenan pero que no identifico, hasta que nombra a una escritora de novela erótica muy conocida. El que abre los ojos ahora soy yo.
-          ¿Lees novela erótica?
-          Sí, sí, ya sé lo mal visto que está. Pero si no te has leído una de esas novelas a mí no me juzgues…
-          Al contrario, no te juzgo. – Dudo un segundo. Estoy a punto de confesarle que yo no solo leo, sino que la escribo. Pero siempre me da una vergüenza horrible confesar a mis conocidos que lo hago. Aparte de las personas que ya he contado en este blog, nadie de mi vida ajena a Drawneer conoce su existencia. Pero ella se ha identificado como lectora de novela erótica, así que me siento a salvo, tomo aire y digo: - Yo escribo novela erótica.
-          Sí, claro, y yo me lo creo…
-          ¿Llevas el móvil? ¿Tienes datos? Te digo la dirección de mi blog y tú misma juzgas.
Saca su teléfono y teclea en él con la incredulidad apretando sus cejas entre sí, pero con la sorpresa dando un tono rojo a sus mejillas que le sienta exquisitamente bien. Estamos muy cerca, estamos contándonos un secreto y nos hemos acercado para protegerlo. De hecho, puedo ver su cogote mirándola desde arriba, mientras pasa páginas y busca este blog. Al fin aparece la advertencia para comprobar que se es mayor de edad, y después el fondo negro con letras blancas inunda su pantalla táctil. Está literalmente volcada hacia lo que va encontrando, casi ansiosa, como si quisiera demostrarme que me equivoco.
-          ¿Y cómo sé que tú eres este Drawneer que dices aquí?
Esa es una buena pregunta. No puedo demostrárselo sin entrar en mi blog y escribir con mi usuario. Pero al fin y al cabo, lo que yo quiero no es demostrarle que soy yo, sino que me lea.
-          Hacemos una cosa. Tú lees este blog, cuando quieras. Y si te gusta, tienes formas de ponerte en contacto conmigo. Mi twitter, mi Facebook, o deja un comentario. Si te respondo, seré yo.
-          Me parece justo.
Y se lanza a leer. No. Yo no quiero eso, no quiero que lea mi entrada más reciente. Demasiado bestia para una bienvenida. Además, quiero que haga un experimento por mí. Similar al que pedí a Miriam en mi novela.
-          ¿Me haces un favor? – me cuesta que quite sus ojos de su móvil y que me haga caso. – Hay una entrada que quiero que leas en una situación concreta. El resto me da igual, pero esa quiero que estés en público, rodeada de gente.
-          ¿Como ahora?
-          Bueno, no te digo que la leas ahora, solo si quieres. Se trata de que leas lo que estés leyendo y que la situación a tu alrededor sea completamente distinta.
-          Eres un poquito cabrón, por lo que veo. Me gusta. ¿Qué entrada es?
-          Se llama “Pasa, bienvenida”.
-          Aquí está. Voy a leerla. Ahora mismo.
-          Perfecto. Te dejo, pues.
Me alejo unos pasos. Está ensimismada en su lectura. Entre gente que baila, grita, bebe, ríe, ella está concentrada en lo que tiene en la palma de su mano. Y yo voy imaginando por qué parte del texto va. Puedo notar cómo su columna vertebral comienza a vibrar, entonando las notas que le toco desde las palabras que lee. Un amigo viene a burlarse: “La has aburrido tanto que ha acabado más pendiente del móvil que de ti”. Ni le contesto. Desde la distancia apunto hacia ella con mi erección, oculta pero dura, disimulada entre la ropa pero obstinada en ella como una brújula con su norte. Puedo ver cómo cruza sus brazos, mientras lee. Sé lo que va a hacer. La veo estirar el cuello, quizá agitarse un poco. Joder, quisiera tocarla, ahora mismo, besar su espalda, abrazarla, acariciarla. Es un espectáculo grandioso, como ver una flor abrirse al sol. Aunque solo lo es para mí, porque los demás que la puedan ver no serían capaces de darse cuenta de lo que está pasándole. Y ese espectáculo termina en su punto más álgido, cuando ella, sonrojada, estira aún más su cuello, para buscarme, con la mirada turbia y algo que está a punto de decir pero que no dice. Me acerco incluso antes de que ella me llame, y ella toma aire, mucho, y lo suelta en un suspiro que puedo oír incluso por encima de la música, porque lo oigo con unos oídos que no están en las orejas. Clava sus ojos negros en los míos y los deja ahí, como si hubiera algo que yo debiera descubrir ahí dentro, pero no soy capaz de descubrirlo porque lo único de que soy capaz es de seguir mirándola, de seguir disfrutando de sus pupilas ya un poco dilatadas, de su belleza, de su petición encriptada.
-          ¿Y ahora? – me pregunta. No quiero entender una pregunta que vaya más allá, solo le guío por mi blog.
-          Hay una segunda parte. ¿Quieres leerla?
-          ¿Aquí, también?
-          ¿Quieres?
-          Vamos.
Veo cómo abre el enlace de “Bienvenida de nuevo” y vuelvo a alejarme, pero no tanto como antes. Lee en silencio, concentrada, traga saliva algunas veces. Levanta la cabeza, busca. Pero no a mí. Busca un lugar. Disimula y se acerca a un lateral de la mesa donde está la barra libre. Está casi escondida, nadie repararía en lo que está haciendo, pero yo me doy cuenta. Tiene una esquina de la mesa entre los muslos, justo a la altura adecuada. Ya no puedo más. Me acerco a ella. Veo la parte del texto que está leyendo, y pongo mis labios junto a su oreja.
-          Sé lo que estás haciendo, porque yo escribí las instrucciones que estás siguiendo al pie de la letra. Me encanta que lo hagas, porque me hubiera gustado escribirlas para ti. Y quiero que sepas que ahora mismo tengo una de mis mayores erecciones escondida en mis pantalones. No quiero que te la imagines, ni que la toques, ni nada. Solo quiero que sepas que lo que más desearía en este mundo sería estar pegado a ti, justo detrás de ti, colocarla entre los dos cachetes de tu culo, y empujar con mis caderas mientras tú te restriegas contra el pico de la mesa. Así, sería mi impulso el que empujara tu coño una y otra vez, el que te hiciera correrte, el que provocara esa respiración que estoy oyendo y que es el sentido de mi vida, porque todas y cada una de las partes de mi cuerpo han nacido para provocarte este orgasmo, aquí, delante de todos. Y pensar en esa escena, en nosotros empujando con las caderas delante de todos, me tiene a punto, tan a punto que en cuanto me digas que te has corrido tendré problemas para evitar manchar mis pantalones de las bodas con chorros de baba blanca y pegajosa.
Ella no deja de leer en ningún momento. Solo se interrumpe algunas veces, cuando cierra los ojos, pero eso no me hace dudar en absoluto de que esté totalmente concentrada en mi relato y en las sensaciones que le provoca. Toma aire varias veces, resopla, pero no emite ningún sonido. Hasta que echa su cabeza hacia atrás, mirándome, y abre la boca. Al principio creo que me va a besar, y me presto a ello, pero lleva sus labios a mi oreja y solo susurra:
-          Ven conmigo.
Se escabulle, rápida y ágil, coge mi mano y comienza a andar, y yo solo puedo mirar esa estela roja que me tiene hipnotizado, como un faro en plena noche. Sus caderas van a un lado y a otro mientras se mueve entre la gente, como si quisiera que su culo se incrustara en mí a través de mis ojos, y lo va consiguiendo. No hay nada más en el mundo que su bendito culo. Bueno, quizá sí, mi erección también está muy presente.
Dejamos atrás la zona de la gente y vamos hacia los baños. Todo un clásico. En cuanto no nos ve nadie lanzo un manotazo a su nalga derecha. Ya sabes, si has leído mi novela, lo que ocurre con este traje y las nalgadas con la mano abierta. Ella se gira con la mirada encendida, sonríe y con sus ojos prende un poco más de fuego dentro de mí. No nos cruzamos con nadie. En el aseo de señoras entramos en un cubículo y le doy otra nalgada, más fuerte. La cojo de la cintura, pego mi cuerpo a ella y dejo que sienta mi erección entre sus nalgas.
-          ¿Recuerdas lo que te explicaba antes? Era esto, así. – me muevo un poco, para que sepa lo duro que estoy, pero no parece que sea eso lo que necesita.
La empujo, ella se apoya con ambas manos en la pared del fondo y tiene las piernas separadas por la taza. Pellizco su vestido y un poco de sus muslos y comienzo a arremangárselo, sin contemplaciones, y ella ya sabe que está en buenas manos y se deja hacer. Lleva liguero, negro, y sus muslos aún son más apetitosos de lo que me imaginaba.
Me arrodillo detrás de ella cuando tengo su culo descubierto, con su vestido amontonado en la cintura, y con los dedos mantengo cogidas sus nalgas, por lo que lo único que tengo disponible es la lengua. Recorro con ella las benditas bragas negras, de encaje, y compruebo el sabor de mi relato, licuado gota a gota. Me aprendo la forma de su coño, palpitante, hinchado, y hago que se estremezca algunas veces, presionando en esos puntos en concreto en que estáis pensando, esos lugares que estáis visualizando al imaginaros que sois ella. Luego tiro de las bragas, con cuidado, deben de ser muy caras, las dejo a medio muslo y vuelvo a recorrer esos lugares, ahora directamente, con la lengua, y con los labios. Vuelvo a palmear su culo, y ella no emite más que algún ronquido de aprobación, pero sé que lo está disfrutando, porque su sabor me lo dice. Llevo uno de mis dedos a su coño, pero pronto puedo meterle dos, porque ya está muy mojada. Ha causado un gran efecto la lectura en ese cuerpo joven y sexy que se estremece con mis caricias. Parece que ha sido tan efectivo que debo comenzar a acelerar las cosas, que hemos llegado ya al lugar en el que hay que saltar al vacío, y con mi lengua en su clítoris, hago que mis dedos vibren dentro de ella. Paro a los pocos segundos, chupo sus labios vaginales, me los meto en la boca, los mamo, como un bebé amamantando, vuelvo a su clítoris, y vibro de nuevo. Y así una vez, y otra, y otra. No hay ninguna pista, ningún suspiro, ninguna contracción, pero es ella la que me aparta de su cuerpo, la que me pide que pare.
Está extasiada. Me besa. Es la primera vez que lo hace. Mi boca sabe a ella, y se relame. Luego comienza a agacharse, con el vestido aún arremangado en su cintura y sus bragas a medio muslo. En cuclillas, con sus rodillas a los lados de mis piernas, pasa sus manos por mis pantalones, y encuentra mi erección. No era difícil. Desabrocha mi cremallera y mete la mano. Apenas puedo esperar a que lo haga. Noto sus dedos cuando la tocan por primera vez, cuando avanzan por ella, cuando la agarran, cuando tiran de ella, y es una verdadera delicia. Aparece frente a sus ojos gorda, hinchada, roja, casi morada, con una enorme mancha de humedad en la punta. Ella coge una pequeña gota de ahí con la yema de un dedo y se la lleva a la boca. Vuelve a relamerse. Joder, esto es un suplicio. Luego se lleva mi jugo con la punta de la lengua. Lo reparte por mi glande a lengüetazos, y yo comienzo a ver estrellitas. Recorre toda mi polla solo con la punta de la lengua, como si quisiera torturarme, como si se estuviera vengando de algo. Quizá solo del placer que ya ha sentido ella.  Y entonces se la mete en la boca.
Ya os he contado en otros relatos que soy prácticamente incapaz de correrme solo con una felación. Con la cantidad de alcohol que llevo, es de suponer que tampoco será hoy el día. Pero estoy extremadamente caliente, y cualquier otra cosa sería un desastre. Así que, mientras ella lame, relame, chupetea, sorbe, besa y vuelta a empezar mi afortunado glande, yo comienzo a masturbarme, llevando mi mano por el tronco de mi polla arriba y abajo. Quizá funcione. Ella intuye que es mejor así, y colabora. Me acaricia el escroto con las uñas y me provoca una sensación que apenas llego a sentir pero que me hace retorcerme de gusto. A veces, entre besos y chupeteos, se va a lamérmelo, también, y se mete uno de mis testículos entero en la boca, mientras yo no paro de machacármela. Luego vuelve a lamer mi polla, por encima de mis dedos, que aún saben a sus jugos, o vuelve a meterse mi glande en la boca, o me mira a los ojos, con esa sonrisa que me ha cautivado. Hasta que siento cómo llega, cómo comienza a vibrar mi cuerpo, cómo se contraen mis músculos, y ella también lo ve, y en el preciso instante en que comienzan a salir chorretones de esperma de la punta de mi polla ella está lamiendo mi escroto, y me corro convulsionando y derramándome dentro de la taza del váter.
Nos volvemos a besar. Apenas sé nada de esa mujer, aparte de cuánto me atrae y cuánto deseaba que ocurriera algo como lo que ha ocurrido. Y aún me gustaría que ocurrieran más cosas, pero mi cuerpo necesita un respiro, y quizá ella también. Se coloca las bragas en su sitio mientras se ríe, con unos movimientos de cadera exagerados y divertidos, y se recoloca el vestido. A mí ya no me quedan gotas que escurrir, estoy vacío para un buen rato, y me visto también. Ha sido inesperado, una locura, genial. Y ninguno de los dos siente la necesidad de excusarse o disculparse. Ella sale la primera, y poco después oigo unos golpes en la puerta, a modo de señal. No hay nadie. Salgo. La encuentro frente a un espejo, retocando su vestido y su pintalabios, y disimula cuando paso por detrás de ella. Le dejo una palmada bastante sonora en su culo prieto y magnífico, y en el espejo veo una sonrisa, lasciva y salvaje.
Vuelvo a meterme entre la gente. Algunos de mis amigos me preguntan dónde estaba. No sé qué les contesto. Asumen que me ha sentado mal tanta bebida y que estaba intentando que me bajase. Me voy a la barra. El camarero ya me había reconocido como el tío del whisky con agua, pero le hago una seña para que no me lo ponga. Le pido un zumo. Casi se desploma de la incredulidad. Se lo repito, un zumo. Tarda en traérmelo. Me lo pone en un vaso con hielo. Cuando me aparto de la barra, Sara está a diez metros de mí. Hay como treinta personas entre los dos, pero yo no las veo, y ella parece que tampoco. Ve mi vaso, se ríe. Es tan guapa cuando se ríe. Se acerca mucho a mí antes de hablar.
-          ¿Un zumo, chicarrón? ¡Qué obvio! ¿Rehidratando?
-          Claro. La única putada es que en cuanto lo beba voy a perder el sabor que tengo en mi boca, y eso sí que quisiera guardarlo para siempre. Quizá pueda recuperarlo alguna vez. – digo esto relamiéndome, llevándome unas gotas imaginarias del borde de mis labios.
-          Quizá… ¿cuánto tiempo sueles tardar en estar listo de nuevo?
-          La verdad es que no lo sé.
-          ¿Es que nunca repites? Menudo chasco.
-          No, es que suelo pasar el tiempo que tardo en recuperarme haciendo las mil perrerías a la chica en cuestión.
-          ¿Perrerías?
-          Bueno, sí, ya sabes, cosas que no se pueden hacer aquí rodeados de extraños. Desde caricias mimosas cuando aún no hay prisa, cuando aún estás recuperando el aliento, hasta todo lo que se me vaya ocurriendo. Así, cuando llega el momento de que sea necesario, estás donde tienes que estar y como tienes que estar.
-          ¿Y cuánto rato ha pasado ahora?
-          Debe de haber pasado bastante, porque estoy volviendo a notarla dura. O igual es más por tu culpa, que me la pones así.
-          A mí no me eches la culpa. Ya tengo yo bastante con saber lo que tienes ahí escondido y necesitar tenerlo dentro. – el énfasis con que pronuncia “necesitar” me confirma que sí, que ya tengo la erección disponible.
-          Sé lo que quieres decir. Yo conozco el tacto de tu interior, la textura, las sensaciones que provoca, pero necesito sentirlo con mi polla, entrando dentro de ti. Y luego salir, y volver a entrar.
-          Eso sería genial. ¿A qué esperas? ¿Por qué no estás ahora mismo follándome?
-          No tengo ni idea.
No decimos nada más. Simplemente camina, delante de mí, y yo la sigo, por una ruta que ya conozco y que sé dónde acaba. La alcanzo mirándose en el mismo espejo de antes, y me acerco por detrás, paso mis manos por su cintura y la atraigo a mí para besarla. Subo hasta sus pechos, que aún no he tocado en toda la noche, y los encierro en mis garras como si fuera a exprimirlos. Ella para de besarme para mirar lo que le voy haciendo. Mi polla está otra vez entre sus nalgas, y, esta vez sí, recorro todo el canal que las separa, como si arara un campo turgente y delicioso. Vuelve a enredar su lengua con la mía y no tengo ningunas ganas de que la suelte.  Cada vez que incremento la presión en sus pechos tira un poco más de ella, y oigo su aliento perderse en mi boca. Estamos en el vestíbulo del aseo de un local con cien personas, en cualquier momento nos van a pillar, pero lo que estamos haciendo aún no es demasiado indecoroso, aún no transgrede ninguna línea. Así que bajo una de mis manos y le pellizco el vestido, sobre uno de sus muslos, y comienzo a tirar de él. Quiero meter mi mano por debajo de su ropa, subir por su muslo hasta tocar su coño, y ella deja que vaya saliendo un trozo cada vez más grande de su piel a la vista. Ella colabora con su culo, apretando contra mi polla para que sepa que le gusta lo que le estoy haciendo. Y todo está cada vez más acelerado, cada vez necesito más tener la suficiente intimidad, cada vez deseo más a esa mujer, y en un momento en que se oye un ruido por el pasillo hago como si me asustase y entramos corriendo en el baño de las señoras.
Un segundo después estoy sentado sobre la taza de un cubículo cualquiera, ella tiene la mitad inferior de su vestido alrededor de su cintura, y deja caer sus tirantes. Se sienta sobre mis muslos y vuelve a besarme mientras desabrocha por segunda vez mis pantalones, los del traje de las bodas, los que ya conocéis. Yo, mientras, para no quedar atrás, agacho cuanto puedo la parte superior de su vestido y acaricio sus pechos, ahora con ternura, por encima de su sujetador, busco el broche y los libero. Pierdo la noción del tiempo. Mejor dicho, es como si el tiempo se detuviera, y me abstraigo en la suavidad, la calidez, el sabor y la rugosidad de esos pezones con los que llevo fantaseando toda la noche. Los pellizco, los beso, los muerdo, los lamo, los acaricio. Les paso la parte rugosa de las yemas de mis dedos. Los mojo de saliva para luego soplar. Los chupo. Los absorbo. Y todo esto, mientras ella me baja la ropa hasta medio muslo, acaricia mi polla y no se atreve a tomar ninguna iniciativa más, porque está disfrutando de mi cara en sus pechos.
Al fin, tomo aire, respiro, y ella se yergue. Veo que se aparta sus braguitas hacia un lado, adelanta sus caderas y las coloca justo sobre mi polla. Tengo el glande más hinchado que antes, más gordo, y las venas del tronco se notan más, cosas de ser el segundo envite en menos de media hora. Y ella misma va bajando, clavándose, poco a poco. Al principio llego a dudar de que esté preparada, pero en cuanto tomamos contacto noto perfectamente lo mojada que está. Es genial sentir con la punta de tu polla cómo está de mojado un coño, es una sensación de que las cosas están como tienen que estar. Voy entrando, deslizando, y ella se va adaptando a las sensaciones. Va poco a poco, como si no estuviera segura de que no fuese a hacerle daño. Yo no tengo prisa. Al final entra toda, y sus caderas contactan con las mías. Vuelvo a morderle la boca, con mis manos en sus pechos, y hago en su lengua un movimiento circular con la mía idéntico al que estoy haciendo con mis pulgares en sus pezones. Se me acaba de ocurrir y parece que tiene éxito.
Siento cómo está cada vez más excitada. Las paredes de su vagina masajean mi miembro y las gotas de su jugo corren por mis testículos. Quiero que me folle, que me folle ya, que se corra. Quiero que disfrute, por todo lo que me ha hecho disfrutar y por todo lo que voy a hacerlo. Empieza a moverse. Llevo el traje de las bodas, amontonado en las rodillas. Y ella me está follando a horcajadas sobre mí. Me recuerda demasiado a mi novela. Pero esto es real. Este polvo sí es real. Se mueve con sabiduría. Siento cómo tira de mi polla con sus movimientos, cómo la empuja, cómo se restriega contra el tronco, cómo lo hace contra mi pubis. Sabe muy bien lo que hace. Y yo apenas tengo nada más que hacer que disfrutar con sus pechos.
Le suelto un manotazo en una de las nalgas. Suena como una explosión, allí dentro. Otra nalgada. Noto cómo se contraen los músculos de su coño. Me pide que le dé más. Está empezando a empujar de verdad con sus caderas. Pronto va a pasar lo que los dos queremos que pase. Quiero que se corra. Quiero sentir cómo se corre. Y se lo digo, susurrando. Ella me pide que se lo repita, y vuelvo a decírselo, esta vez un poco más fuerte. Le pellizco un pezón y una nalga a la vez, y cuando suelto le doy otra nalgada. La presión que ejerce sobre mi polla sería demasiado si hubiera sido el primer polvo, pero gracias a mi descarga anterior puedo aguantar bastante más. Así que lo que le digo es que abuse de mí, que se corra contra mi polla, que estoy aquí para que ella se masturbe contra mi cuerpo, que lo que quiero es notar con mi glande cómo el orgasmo sale de dentro de su coño. Y ella me cabalga todo lo fuerte que puede, sin decir nada, sin hacer ningún ruido aparte del que hace al chocar contra mí, y sigo abofeteando su culo y pellizcándole en unos cuantos sitios. La forma en que retuerce sus caderas contra mí, como si buscara algo que solo se puede encontrar con una polla como la mía ahí dentro, me ratifica que sabe muy bien lo que está haciendo, y disfruto del bello espectáculo de esa preciosa mujer lanzada a por el placer puro, cabalgándome, follándome, babeando mi entrepierna con sus jugos. Y me sorprende lo silenciosa que es, lo discreto de su forma de disfrutar, pero cuando menos me lo espero se desploma sobre mi pecho y reposa su cabeza en mi hombro. Mis testículos están casi flotando en un jugo caliente y pegajoso que emana de su coño, y a fe mía que por fin se ha corrido, aunque nadie podría saberlo siguiendo las pistas normales.
Me besa, con paz, su lengua acaricia la mía con ternura, y comienza a arrancar de nuevo sus movimientos. Me sorprende un poco, pero me dice al oído:
-          Esto es para ti. Ahora voy a masturbarte yo con mi coño a ti, igual que tú pusiste tu polla a mi disposición. Disfruta, estos movimientos están diseñados para tu orgasmo.
La presión que ejercen sus paredes sobre mi miembro comienza a oscilar, como si la estuviera masajeando. Es una verdadera delicia. Quizá está accionando conscientemente los músculos de esa zona. Pero no quiero entretenerme en analizar lo que hace. Solo quiero disfrutarlo. Ella sube y baja, conmigo entrando y saliendo de ella, y tira de mi polla masturbándola de una forma espectacular. La sorpresa me lleva rápidamente a través de las fases previas, y, con unos golpes de cadera que seguro que tiene estudiados, no lo pienso más y acabo derramándome dentro de ella, unas pocas gotas calientes que había sido capaz de crear en tan poco tiempo. Creo que yo sí he sido algo más ruidoso que ella.
Nos quedamos abrazados, recuperando la respiración.
-          Sigo sin creerme que este blog sea el tuyo, que tú seas escritor. Solo me lo creeré si leo el relato de esto que ha pasado.
-          Cuenta con ello. Valdrá la pena escribirlo.
-          ¿Qué nombre me vas a poner en el relato?
-          ¿Te gusta Sara?
-          A mí Sara me gusta. ¿Y a ti?
-          Cuando dices Sara suena a “Bésame”
-          Pues ya sabes lo que tienes que hacer.
Nos besamos, un buen rato. Fuera se sigue oyendo la discomóvil y la gente borracha. Nosotros no tenemos prisa. Cuando salimos del baño de señoras ya se está despidiendo la gente, y nos dirigimos a la zona de aparcamiento. No nos volvemos a cruzar. Solo me queda de ella el buen recuerdo de una boda magnífica, y el encargo de escribir este relato. Como siempre, gracias a todos por leerme, y en especial a Sara.   

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