lunes, 28 de marzo de 2016

Solo con palabras



Hola. Hace más de un año que Wanderer no publica ninguna de mis aventuras, porque ha estado con su líbido ocupada y no se ha acordado de mí, pero yo sí me he acordado de ti y de tener experiencias que valiese la pena contarte y que te valga a ti la pena leer. Aunque, dicho así, suena muy fanfarrón. No, no ha habido tantas experiencias como parece, pero las que ha habido han valido la pena. La mejor, sin duda, esta que estás leyendo. La tengo muy reciente, así que prepárate para un relato detallado.

Desde que me gano la vida con la publicidad en Internet me meto en proyectos de todo tipo con amigos y familiares a los que dedico algo de mi tiempo y ellos consiguen algo de notoriedad en su negocio. Algunos de esos proyectos requieren medios audiovisuales, vídeos o cualquier otra cosa, y tengo una amiga licenciada en Imagen y Sonido con la que trabajo muy a gusto. Nos conocemos desde hace una docena de años, o quizá más, y siempre nos hemos llevado genial. Incluso hubo un tiempo en que estuve algo colado por ella. Pero ella nunca lo supo. Bueno, por lo menos hasta que lea este relato, si lo lee. Para el caso diremos que su nombre es Isabel. Como siempre, cambiaré los nombres.

El caso es que estábamos acabando un proyecto, después de bastante tiempo, bastante contentos con el resultado. Nos quedaban unos pocos ajustes y un par de detalles, poca cosa que podía hacerse en una tarde, y llevábamos los plazos muy bien, así que decidimos juntarnos cuando pasara la Semana Santa. Pero el pasado miércoles, víspera de cinco festivos consecutivos, recibí un mensaje en el whatsapp:

-         Súbete a casa que tenemos que ver un par de cosas y comemos los tres aquí. Tráete el bañador.

Al decir “los tres” se refería, claro está, a nosotros dos y su marido. Es un tipo genial, muy sencillo, muy buena persona, y con muchísima pasta, con la que pagó el chalet en el que viven y al que me invitaban a comer. Además, él es el origen de muchos de nuestros contactos profesionales.

Aquí ya hace calor. No es solo que haga buen tiempo, es que hace calor, y la idea del bañador ya es una realidad, así que me puse bermudas impermeables, cogí la mochila con la toalla y las chanclas, la crema y las gafas de sol graduadas y en media hora estaba descalzo sobre el césped de su casa, saludándoles.

Isabel me recibió en bikini, uno color verde grisáceo que ya le había visto alguna vez, y con un pareo atado a sus caderas. Sus dos besos de rigor, con la mano sobre mis hombros, fueron un destello que quise saborear pero que pasó tan rápido que apenas pude darme cuenta. Su marido, Miguel, en bañador tipo boxer, estaba envuelto en el humo de la paella que nos estaba preparando, en el paellero al fondo de su parcela, mientras la piscina se iba llenando con un chorro fino de agua fresca que apenas hacía subir el nivel. Quizá tardaríamos un par de horas más en poder zambullirnos, y faltaba media hora para comer, así que Isabel propuso tomar el estupendo sol de finales de marzo. Ya veríamos el tema de trabajo tras la paella y la piscina.

Dejé la tumbona para la dueña de la casa y estiré mi toalla sobre el césped, justo al lado. En un momento estaba inmóvil como una piedra al sol, boca arriba, sin camiseta. Ella se quitó el pareo mientras caminaba sobre mi toalla para llegar a su tumbona, mirándome

-         ¡Vaya, qué bien te mantienes, ¿no?!
-         Gracias. Viniendo de ti es todo un halago.
-         ¿Qué quieres decir?
-         Que tú sí que te mantienes bien, tú eres un prodigio de la naturaleza, una anomalía. Que a ti te parezca que yo me mantengo bien es de agradecer.

Es cierto, es una verdadera belleza, algo que escapa a toda lógica. Tiene casi cuarenta años pero está igual que cuando la conocí, o quizá mejor. Su cuerpo, de largas piernas, caderas firmes, cintura estrecha y hombros bien formados es todo un canon para dibujantes. Y es preciosa, con sus ojazos oscuros y su sonrisa dulce. Creo que la he visto maquillada media docena de veces desde que la conozco, porque nunca lo ha necesitado.

-         Muchas gracias. Oye, ¿te importa que haga topless? No quiero empezar el verano teniendo marcas.
-         ¿Importarme? Estás en tu casa, no seré yo quien te lo impida.
-         ¿Seguro? ¿No te sentirás incómodo?
-         Para nada. Mira, para que no haya dudas, me quito las gafas, así puedes estar tranquila de que no veré nada.

Era mentira, sí me impactaba la idea de que hiciera topless. No por el topless en sí, por supuesto, cada cual que haga lo que quiera, pero ver por primera vez los pechos al descubierto de esa mujer no iba a dejarme impasible. Y aunque me quitase las gafas, seguiría viendo. Pero disimulé como pude, mientras oía los movimientos de Isabel sobre la tumbona, al incorporarse para quitarse la pieza del bikini, y cuando volvió a tumbarse. Tenía la cabeza hacia el otro lado, pero sentía la necesidad de mirar, para tener una estampa real de lo que había imaginado tantas veces y seguía imaginando. Tener un recuerdo claro haría que dejara de darme vueltas la cabeza.

Ella comenzó a hablar, primero de las paellas tan buenas que hace su marido, luego de algunos aspectos del trabajo que teníamos a medias, luego de cosas banales, y yo le respondía a veces, manteniendo la orientación de la cabeza alejándome de la tentación, simulando que lo hacía porque el sol me molestaba. Hasta que dijo una frase que despertó todos los poros de mi piel, que acarició una parte muy secreta de mí y que desató la erección que no me abandonaría en bastante rato:

-         ¡A ver, si me pongo en topless para que me mires las tetas y no me las vas a mirar, me vuelvo a tapar, hombre!

Había bastantes rastros de sarcasmo en su frase y poca vergüenza, y yo tenía que responder algo que estuviera a la altura, que no me dejara en el lugar de un pardillo que no se atreve a mirar a una mujer, pero tampoco en el de un baboso que la sexualizara fuera de lugar:

-         Es todo un honor para mí que finjas que las muestras para que yo las vea, aunque sea de broma. No soy digno de hacerlo, pero voy a mirar porque es tu voluntad y porque dejar pasar una imagen como esa me pesará el resto de mi vida.

Ya sabes cómo hablo cuando me excito, y en ese momento ya tenía una erección bastante importante comprobando la resistencia de la tela de mis bermudas. Me incorporé en la toalla, muy cerca de la tumbona, y podía ver todo el cuerpo de Isabel, tendido e inmóvil cuan largo es, con su piel morena cubierta de pecas reluciente al sol, tapada únicamente por la parte de debajo de su bikini. Sus piernas llegaban hasta allá lejos, fantásticas, toboganes sobre los que deslizarse sintiendo a la vez la caricia y el vértigo. Sus brazos, a ambos lados de su torso, como enmarcando el hermosísimo cuadro de su abdomen firme y terso, con su ombligo abierto como una cara de asombro. Su cabeza, en el extremo más alto de la tumbona, yacía apoyada sobre una maraña de rizos, ligeramente ladeada hacia mí, observando qué hacía y, sobre todo, hacia dónde miraba. Su sonrisa, pícara, ligeramente humedecida por algún repaso con la lengua que no había llegado a ver, por suerte para mi salud arterial. Y por fin, el gesto que ella esperaba que hiciera; bajé la vista primero hacia su barbilla, seguí viendo su cuello, su esternón, y finalmente, la maravilla duplicada de sus hermosos pechos, tersos, brillantes al sol, apetecibles, del tamaño exacto para mí, vencidos por la gravedad lo justo para certificar ser naturales, con los pezones algo más sonrosados, aunque totalmente relajados. Una risita escapó de la nariz de Isabel.

-         ¡Qué bendita maravilla, qué visión! ¡Qué afortunado me siento de poder mirar y admirar un cuerpo como el tuyo!
-         ¿Y de los pechos qué dices? ¿Es que no tienes palabras o que no te atreves a decirlas?

Me dejé caer sobre la toalla, esta vez boca abajo. Mi erección comenzaba a ser demasiado evidente y su forma de hablarme me estaba descolocando y excitando a partes iguales. Nunca me había hablado así, ni había habido el más mínimo atisbo de juegos de este tipo. Me había pillado totalmente de improviso. Y con su marido en el paellero, al otro extremo del chalet.

-         ¿Eh? ¿No dices nada? ¿Es que no te han gustado?
-         No, lo que ocurre es que mis palabras son armas que quizá no quieres que utilice. Son herramientas con las que conseguir caricias que no te imaginas y que te harían sentir de formas que no te esperas. No hagas que me ponga a decir lo que mereces que te diga, porque no sabes lo que puedes desatar.
-         ¡Bah! Seguro que dices eso para esconder el hecho de que no te han gustado mis tetas. Seguro.
-         Decir eso es clamar al cielo – vuelvo a incorporarme, aún a riesgo de que perciba mi erección – porque me han gustado tanto que has destapado mi verborrea. Y debo advertirte, o detengo ahora mismo mi flujo de palabras o no seré capaz de controlar lo que acabe ocurriendo aquí.
-         ¡Jajaja! ¿Qué vas a hacer con tus palabras? ¿Solo con tus palabras?
-         Pues puedo hacer que sientas cómo mis palabras se deslizan bajo tu piel, cómo de repente se hacen sensibles partes concretas de tu cuerpo, cómo comienza a apetecerte algún tipo específico de caricia y cómo las sensaciones van pasando de mi voz a tus oídos, entrando en tu cerebro y, desde ahí, tomar el control de tu cuerpo, y finalmente, de tu deseo. Puedo hacer que mis palabras se arremolinen y que tomen la forma de la misma lengua con que las pronuncie, para que vayan a buscar, por ejemplo, uno de esos pezones tan tersos que he visto hace un momento por primera vez, y hablando, hablando, hacer que las letras en procesión vayan dándole vueltas una y otra vez, siempre con forma de mi lengua, hasta que sientas cómo se endurece. Y cuando notes el contacto imaginario que yo te narre y veas que, sin hacerte nada, se pone duro y necesita una caricia, sabrás que estás a merced de lo que yo te diga.

Isabel me escucha con los ojos muy abiertos. Al principio parece que solo quería jugar conmigo, pero mi palabrería la ha pillado por sorpresa. Pasa una mano inconscientemente por debajo de uno de sus pechos, el más cercano a mí, casi como si fuera a cubrírselo, como si de repente se hubiera sentido más desnuda de lo que se sentía antes, pero lo que hace es deslizar las yemas de sus dedos por la parte inferior, como si fuera a tomarlo para sopesarlo. Los dos miramos el pezón de ese pecho, y, en efecto, se ha ido endureciendo mientras le hablaba. Y en ese momento me mira, como si hubiera entendido, como si ya supiera lo que quería decirle, y pidiendo más. Comienzo a hablar, en voz baja y grave, para evitar que posibles vecinos me oigan y, sobre todo, su marido.

-         Porque con mis palabras puedo conseguir de tu piel cualquier cosa que tú estés dispuesta a buscar. Puedo hacer que sientas que mis palabras te lamen, que te besen, que te acaricien. Ahora las letras que pronuncio han jugueteado cerca de tu pezón y lo han puesto duro, pero ¿te imaginas cuando mis palabras correteen por tu piel, bajando hacia tu cintura, o hacia donde yo quiera que bajen? Por ejemplo, igual que tu pezón se irguió, puedo hacer que tu mano, ahora que te sujeta el pecho, lo oprima, ligeramente. Eso es, así. ¿Ves? Lo he conseguido con mis palabras.

He esperado unos segundos, atento, para ver si había conseguido convencerla con mis palabras o no reaccionaba a lo que le decía. En efecto, ha cerrado ligeramente sus dedos para comprimir la carne tierna de su pecho, mientras sus costillas se llenaban del aire que inspiraba con fuerza como respuesta a las sensaciones. Mi erección es tan intensa que siento mi pubis ardiendo. Intento ir despacio, pero las palabras que me van saliendo van cada vez más lejos.

-         Ya te lo he dicho, voy tomando el control de tu piel con mi voz. De hecho, estoy seguro de que hay partes de tu cuerpo que están comenzando a despertar, y tú lo sabes. Pero aún no voy a nombrarlas. Ya llegará el momento en que sientas fluir mis palabras y lo que no son mis palabras. Ahora quiero concentrarme en tomar el control de tu piel y de tu respiración, y creo que lo he conseguido ya. Y también voy a conseguir que pellizques un poquito tu pezón. ¿Crees que es ir demasiado lejos? Estoy seguro de que lo harás, para mí. Y sobre todo para ti. – ella lo piensa un poquito, pero sonríe, me guiña un ojo y lleva dos de sus dedos en forma de pinza a su pezón. – Hazlo. Eso es. Tira un poquito, solo un poquito. Te gusta, ¿eh? Jo. Si te digo la verdad, desearía ser yo el que estuviera haciéndote esas cosas, me encantaría hacerte pasar un rato excitante, sensual, despertar tu cuerpo con mis caricias. Lo he imaginado tantas veces, lo he deseado hacer tantas veces, he tenido tantas erecciones imaginando que te lo hacía, suavemente, jugando con tu pezón. ¿Y el otro pezón? Está solo, ¿crees que pueden sentir lo mismo los dos pezones a la vez? Inténtalo. Vaya, parece que sí, y que te ha gustado. Ahora lo complicaremos más. ¿Te gustaría que fuésemos un poquito gorrinos? Vamos a hacer una travesura. Llénate de babas los dedos de las manos. Bien lleno de babas, que resulte asqueroso. Más. Más babas. Bien, que chorree. Me encanta que hagas todo lo que te pido, es como si fuese yo mismo el que te lo estuviera haciendo; casi siento el sabor de esas babas en mi boca. Llévalas a los pezones, una mano para cada uno. Y acaríciatelos, cuando estén bien mojados. ¿Sientes los caminos de saliva que has hecho desde tu boca a tus pechos? Te los sorbería, te los recogería a lametazos, de tu boca, de tu cuello, de tus pechos. Pero ahora solo están entrando en acción mis palabras. Así que seguiré diciéndote lo que quiero que hagas con toda esa baba que gotea. Quiero que la restriegues por toda la forma de tus pechos, como si quisieras cubrirlos. Más, échate más baba, si es necesario. Porque lo que quiero que hagas después es lo siguiente: Coloca las palmas de tus manos sobre tus pezones, y abre bien los dedos, para abarcar tus pechos, para estrujártelos, pero quiero que estén tan mojados de saliva que se te escurran, que sientas la guarrería a la vez que el placer de hacerlo. ¿Cómo vas? ¿Crees que mis palabras conseguirán lo que tú y yo queremos?
-         Si te refieres a ponerme cachonda, ya lo estás consiguiendo.
-         No, no me refiero a eso, pero lo conseguiremos, luego te diré a qué me refiero. Ahora quiero que te amases los pechos, mojados y resbaladizos, como si fuera yo mismo quien te los masajeara. ¿Te gustaría que te los amasara? Lo haré, luego lo haré, y lo disfrutarás, pero ahora quiero que lo hagas tú, mi erección necesita que lo hagas tú, porque ya hace rato que no soy yo el que piensa lo que quiero decirte, sino que te pido las cosas que me nacen de debajo del bañador. Y ahora, lo que me la pondrá aún más dura será que frotes un pezón contra el otro, para que resbalen entre ellos, si llegan, o los pongas lo más juntos que puedas; aplasta tus pechos entre sí, y sóplate la saliva, para que sientas en tus pezones cómo se evapora y cómo corre el aire. Qué palabra tan bonita, corre el aire. Mi polla se ha alegrado de oírme decirla.

Me acerco más a la tumbona y me siento en un hueco junto a su cintura. No la toco en absoluto, pero estoy muy cerca. Ya no me preocupo por ocultar mi erección, sería un esfuerzo inútil. Ella está resoplando, mientras amasa sus pechos tal como le dije que hiciera y hay un suave oleaje que está comenzando a apoderarse de su cuerpo y de su gran estatura. Desde donde estoy es una magnifica imagen, con esa mujer increíble semidesnuda acariciándose y mirándome, atenta por si le doy más instrucciones para que siga dándose placer. Creo que tengo una gotita comenzando a traspasar la tela de mis bermudas.

-         Joder, Isabel, cómo me tienes. Quién me iba a decir a mí que te iba a tener así alguna vez, a merced de mis palabras. Pero yo no quiero parar aquí, no quiero dejarlo así. Hay muchas palabras que aún me faltan por decirte, hay muchas cosas que quiero pedirte y muchas sensaciones que quiero que sientas. Hay muchas partes de tu piel que aún me faltan por inspeccionar a través de mis palabras, así que despídete de tus pechos, de momento, pero no de la saliva. Quiero que traces una línea con tu dedo índice, que pase entre tus pechos y que vaya bajando, hacia tu ombligo. Carga más saliva, si quieres. Acaricia tu ombligo, todo el orificio, traza la circunferencia, rodéala, llénate el ombligo de tu saliva, métete el índice, hasta el fondo, como si quisieras penetrarte por ahí. Eso es. Dentro, fuera, dentro, fuera. Veo que tu otra mano se va sola hacia tu cintura. Me parece bien, yo también quiero que vayas hacia allí, y me indica que estás caliente, que estás comenzando a estar ansiosa. Bien.
-         ¡Ah, ya estáis en ello! No interrumpo.

Miguel, el marido que no quería que nos oyera, ha aparecido por aquí con un plato en la mano, ha visto lo que estaba pasando y se ha vuelto a ir. Estoy un poco perplejo pero Isabel asiente, me guiña un ojo y me dice:

-         Tranquilo, luego te explico. Ahora sigue con esto, que sí, estoy caliente y ansiosa, pero me encanta todo esto. Vamos muy bien, sigue.
-         Ummm, no sé lo que pasa, pero si todo está bien yo encantado. Porque llevo un buen rato sintiendo la necesidad de pedirte que separes tus piernas, que las flexiones y que lleves tus manos a tus muslos, junto a las rodillas. Apóyate con la uña de cada dedo corazón en la cara interna, y arrástrala. Ve bajando. Más despacio. Ahora vuelve a subir a las rodillas, y clava las cinco uñas de cada mano, arrastrándolas, como si quisieras marcar los surcos. Eso es. Como si quisieras separar los músculos. Muy bien. Y ahora, lleva tus dos índices muslo arriba, y sin apartar tu bikini, deslízalos por ambas ingles. Vuelve a bajar. Vuelve a subir. No, no te vas a quitar el bikini aún. Quiero tenerte mucho más ansiosa. Si puedo contenerme.

Isabel tiene las piernas abiertas, con los pies planos sobre la tumbona, y una de las rodillas se apoya en mi espalda. No puede estar totalmente abierta, así que me levanto, para que pueda abrirse del todo, y mi erección queda como una flecha apuntándola. Ella deja caer su muslo para estar abierta por completo mientras alarga una mano para intentar agarrarme la polla, y por un momento estoy a punto de dejarme coger, pero aparto las caderas rápidamente y me siento en la tumbona, donde antes estaban sus pies. Estoy entre sus muslos, a la distancia de un brazo de su entrepierna, ahora solo cubierta por su bikini, y puedo observar claramente la mancha de humedad que delata cómo están las cosas. 
-         Veo lo mojada y lo cachonda que estás, creo que al final mis palabras sí lo van a lograr. Lo que te dije antes que quería conseguir, supongo que lo has deducido tú misma, es que te corras, que te corras para mí, por mí, sin que yo llegue a tocarte.
-         Ufff, cabrón, necesitaré tu polla, para eso.
-         No. Solo palabras, y obediencia.
-         No, digo que tendrás que enseñármela, al menos. Puedo ver tu tienda de campaña, tiene que ser magnífica. Quiero verla por fin. He oído tantas cosas…
-         Un momento, ¿has fantaseado sobre mí y sobre mi polla?
-         Bueno, sí… y sé que tú también sobre mí. Dime, ¿alguna vez has imaginado tenerme aquí, desnuda, cachonda, tocándome a tus órdenes?
-         No hay ninguna mente normal que pueda imaginarse algo así, este momento es algo único e irrepetible, y como tal lo estoy disfrutando. Espero que tú también.
-         Ya lo creo…
-         Pues vamos a continuar disfrutando. ¿Dónde tenías las manos? Te acababa de pedir que te acaricies las ingles. Vuelve a hacerlo, pero mucho más lentamente. Más despacio. Quiero que te pares cuando estés justo en medio del trayecto, cuando sientas el tendón. ¿Lo tienes? Bien, síguelo, hacia dentro. Por encima de… ¡eh, por encima! Sigue mis órdenes. Pasa con tus dedos por encima de la tela de tu bikini. Y cuando se junten haz un poco, solo un poco de presión para detectar las formas que esconde la tela. No quiero que te entretengas ahora en eso, ya llegará ese momento. Ahora solo quiero que se despierte tu coño, si no lo está aún. Eso es, ahora lleva las yemas de tus dedos por encima de tu bikini hacia arriba, suavemente. Luego empuja, pasando hacia abajo, suavemente, también. Lo notas, ¿eh? Yo noto tu forma de ondularte sobre la tumbona, me estás meciendo con tus movimientos, es muy sexy. Sigue pasando tus dedos, solo tus yemas, aplastando tus labios bajo el bikini, hasta arriba, y hasta abajo. No lo hagas tan fuerte, que te quitarás el bikini sin que te lo pida yo. Ahora quédate quieta. Con los dedos a dos centímetros de la tela del bikini, pero no te toques. Respira. Mírame. Aguántame la mirada mientras decido cuándo vas a poder tocarte. Puedo oler tus jugos desde aquí, creo que soy algo cabrón. Está bien, vuelve a tocarte. Pon los dedos sobre tu bikini, quietos, y haz círculos grandes con la muñeca, como si amasaras tu coño, manteniendo la presión. – ella levanta las caderas en el aire, con las piernas abiertas, para frotar su coño, aún cubierto, contra los círculos que hace con sus manos. Yo me he descubierto unas cuantas veces con mi mano sobre mi erección, e incluso una vez bajo el pantalón masajeándome la polla. -. Muy bien, estás portándote muy bien y te mereces un premio, si me haces un favor. Quiero que metas un dedo, solo un dedo, por debajo del bikini. Que recojas con él una buena cantidad de jugos de tu coño caliente, y que me lo des a probar. Quiero chupar tus jugos, así que tendré que hacerlo de forma indirecta. Si lo haces te dejaré quitarte el bikini. Pero para conseguirlo has de hacer lo siguiente: meterás la mano bajo tu bikini y buscarás con tu índice la entrada de tu coño. Meterás dos falanges, solo dos, de tu índice. Entrar y salir. Nada de abusar de la situación. Solo has de hacerlo para darme tus jugos. Hazlo.

Ella recibe mi último imperativo y en un segundo ya tiene una mano bajo su bikini. Puedo percibir los movimientos de su muñeca bajo la tela, y veo cómo le cambia la cara cuando encuentra el lugar que busca y se penetra ella misma con su dedo. Un segundo después tengo su índice señalándome obscenamente, cubierto de una sustancia pegajosa y húmeda, y me acerco para lamer la yema de su dedo, primero, luego abro la boca y me meto su dedo del todo, felándoselo mientras me embriago del sabor de su coño con los ojos cerrados. Cuando los abro ella está mirándome ansiosa. Le hago una seña y se revuelve rápidamente para quitarse de un tirón su bikini manchado. Está de par en par, con los labios abriéndose como una orquídea y una mata de pelo oscura indicando el lugar. En ese momento siento que estoy tan excitado que sería capaz de correrme solo con que moviera un poco la tela de mis bermudas, y le digo:

-         Ahora solo falta que te corras para mí. Mis palabras te han traído hasta aquí y me has hecho caso en todo. Ahora quiero ver cómo te masturbas, quiero aprender lo que te haces para disfrutar, quiero que te acaricies, que te penetres, que te agites el clítoris, y, sobre todo, quiero que te corras.

Isabel no tarda mucho en hacerme caso. Con una mano se masajea el bultito de la parte superior de sus labios, hinchados y mojados, y con la otra va buscando un agujero en el que ya ha entrado pero que yo no he visto aún dónde está. Tiene los ojos cerrados, gime, suspira, se agita. Lanza caderazos hacia arriba, vuelve a mirarme, me dice obscenidades. Tiene dos dedos dentro de su coño y el clítoris aprisionado por una pinza hecha con dos dedos de la otra mano. Está temblando, suspirando, jadeando. Pero la situación no avanza. Me mira, y con un hilillo de voz, dice:

-         Ya sabes lo que necesito.

Y yo recuerdo lo que me pidió. Me arrodillo en la tumbona, me coloco entre sus muslos y bajo un poquito mis bermudas. Mi polla, dura, hinchada, casi morada, abotagada de tanto tiempo allí dentro, la señala con su cabezota. En la punta, un rastro pegajoso de líquido preseminal. Ella exclama algunas palabras inconexas con los ojos como platos, y yo agarro mi polla con una mano y simulo masturbarme. Al subir se derrama algo más de líquido, y desde donde estoy, justo dos palmos por encima de donde está pasando todo, se desliza una gota sobre sus manos, quizá sobre sus labios, y al sentirla caer lanza un gritito.

-         Y ahora córrete, para mí, como hemos dicho que íbamos a hacer, ahora que tienes mi jugo metido en todo este lío, llévatelo con tus dedos dentro, como si mi polla fuera la que te está barrenando, esta polla que por fin has visto y que, quizá, no es como te esperabas, pero que hará que te corras ahora y muchas veces, porque la mejor sensación del mundo es sentir cómo te corres con mi polla dentro. Darte caderazos mientras las paredes de tu vagina se contraen, sentir el calor de tu jugo al derramarse contra mis testículos, y tu clítoris arrastrándose contra el tallo de mi polla cuando eres tú la que me folla y se restriega contra mí. Y cuando te hayas corrido me masturbaré para ti, porque quiero derramar todo este deseo que acumulo cada vez que estoy cerca de ti, y viendo cómo te mueves, cómo te agitas, cómo te convulsionas, estoy a punto de correrme solo con la forma como gritas.

Finalmente se desploma, tras agitarse en varias sacudidas que la han elevado sobre la tumbona y lanzar algunos gritos breves e intensos, y se queda algo aturdida mirándome. Mientras, yo estoy con la polla al aire, con mis bermudas a medio muslo y a punto de correrme a la primera caricia; empiezo a bajarme de ahí para darle algo de espacio, pero ella se da cuenta y hace algo que resulta casi definitivo para provocar mi eyaculación: coge una de mis manos para que no me aparte, recoge con sus dedos de la otra mano todos los jugos que puede de los que rezuman de sus labios, y los restriega en mis dedos. Inmediatamente los deslizo por la superficie de mi glande, untándome sus jugos, acariciándolo, y estoy tan caliente, y es tan deliciosa la sensación, que no tardo en sentir que me falta muy poquito. Busco con la mirada y ella hace un solo gesto indicando su vientre plano y sus pechos. Y como si fuera una respuesta salta de la punta de mi glande un chorro de esperma, mientras me convulsiono con un caderazo hacia delante, y luego otro chorro de esperma, y otro más, y se van quedando una serie de charquitos blancuzcos sobre su piel tostada y sudorosa, y me corro sobre ella, masturbando mi polla a dos palmos de su coño, de ese coño con el que tanta veces he fantaseado y he imaginado correrse. Y para estos dos orgasmos no ha hecho falta tocarnos, en absoluto.

Ahora ya hemos acabado con las urgencias, y la realidad vuelve a tomar peso en todo esto. De repente me acuerdo de Miguel, de lo que dijo antes, y me pregunto cuánto ha oído y cuánto ha visto de lo que ha pasado. Pero en unos segundos aparece, desnudo, con su mano en su pene erecto, y lo lleva a la boca de su mujer. Ella, todavía cimbreando sobre la tumbona, sexy, majestuosa, ondulante, se revuelve con rapidez y comienza a felarlo. Él comienza a hablar, con frases entrecortadas por el placer:

-         Esto es parte de un acuerdo. Tú eres su capricho, y hoy vas a estar con ella. Si quieres, claro, y te parece bien. Si los dos estáis de acuerdo yo me uniré en algún momento. Si no, simplemente miraré o aprovecharé algún parón, como ahora.
-         Entonces, ¿podríamos haber follado?
-         Y follaremos, el día es muy largo. – Ella aparta la polla de su marido de su boca y habla mientras sigue masturbándole. – El principio ha sido digno, pero solo ha sido eso, un principio. Quiero esa polla dentro, cuando estés preparado, y más semen como este golpeando mis paredes.
-         Y, ¿cuál es la otra parte del acuerdo? Si puedo preguntar.
-         Lorena, su amiga. ¿La conoces?
-         ¡Y tanto! Es guapísima.
-         Pues ella es mi capricho, si ella quiere y le parece bien. – Al decir esto, quizá al pensar en Lorena y en lo que tiene previsto, se agita y se contrae eyaculando en la boca de su mujer, que la mantiene bien profunda sin dejar salir nada de sus labios. Yo estoy algo incómodo viendo justo ese momento, pero la imagen del posible trío que me acaba de describir también me ha impactado a mí.
-         ¿Los tres…? Eso será digno de ser visto… aunque quizá sea pedir demasiado…
-         Veremos qué podemos hacer… Ahora vamos a comer, van a hacernos falta muchas energías esta tarde.

Y nos vamos a comer, tan tranquilamente, como si no pasara nada. Isabel se levanta de la tumbona y camina desnuda como una diosa del sexo, Miguel, también desnudo, la sigue a menos de un metro, y yo me quito las bermudas, que llevaba a medio bajar desde hacía un buen rato, para no desentonar.

Este es el primer relato de una serie de situaciones que han pasado y que pasarán a partir de aquí. En tus manos está que escriba la continuación, si lo deseas, en alguna de sus partes. Ya sabes cómo hacerme saber tu interés por lo que queda por contar. Espero que hayas disfrutado de este relato tanto como yo escribiéndolo. Sería imposible que lo disfrutaras tanto como yo viviéndolo.


  

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