miércoles, 27 de diciembre de 2023

Concurso de Relatos Eróticos de LELO.

 En el blog de LELO, Volonté, han organizado un concurso de relatos eróticos, y han tenido a bien otorgar a este que os escribe el puesto de SEGUNDO FINALISTA con el relato que paso a enlazaros:

Apenas un roce

 Muchas gracias desde aquí a los de LELO por organizar el concurso y por el premio. Espero que lo disfrutes igual o más que el resto de relatos que puedes encontrar en este blog. 

 Como siempre, a todos, gracias por leerme. 


jueves, 3 de agosto de 2023

¡Escribe sobre mí!

- He leído tus dos novelas, me gustaron – me mientes, a bocajarro, sin abandonar tu sonrisa. Sé que me mientes porque nos presentaron el otro día, la semana pasada, pero no te tengo en cuenta la mentira.
- ¿Ah, sí? No puede ser, no me lo creo – te reto –. ¿Cuál te gustó más?
- La segunda, está mejor escrita.

Eres muy hábil. Me mantienes la mirada para continuar con tu farol. Tus brillantes ojos azules siguen enloqueciéndome y la media luna de tu sonrisa está justo ahí, a la distancia de un impulso, de una osadía que me hiciera atreverme a besarte de una vez. Alrededor de nosotros, unas cincuenta personas, desperdigadas; el público de una discomóvil, o verbena, o como se quiera llamar a este tipo de acto, ahora que la frontera entre todos esos conceptos está tan diluida.

Llevas un buen rato prestando atención a todo lo que te cuento de mi vida laboral y finges haberme leído de una forma que me transmite interés por mí. El amigo que nos presentó se ha quedado hablando con el amigo con el que yo he venido, así que estamos solos, a unos cinco metros de todo el mundo, o quizá más. Y estás muy cerca. De momento solo hablamos de nuestras profesiones, pero únicamente soy consciente de lo fácil que sería pasar mis manos por tu cintura para atraerte hacia mí. Me cuentas a qué te dedicas. No soy capaz de guardar en mi memoria el nombre de tu titulación, pero me aclaras que son funciones de Recursos Humanos. Sopeso la posibilidad de contarte cuántas veces se han cruzado en mi vida mujeres de tu gremio (unas cuantas narradas en este blog), pero prefiero seguir dejándote hablar. Sabes muchas cosas de mí, sin duda porque nuestro amigo común te las ha contado, y si lo ha hecho ha sido por tu interés en saberlas, y eso sigue halagándome.
 
- Trabajaste en la empresa Tal, haciendo tal trabajo, y además la tienes muy grande.

Ojos como platos. Te echas a reír como una niña traviesa y prefiero tomarme tu frase como un juego más que como una provocación. Giro sobre mis talones hacia mi colega, el que le ha dado la información, y le cuento lo que has dicho. Hacemos un corro, los cuatro, y vuelan detalles, rumores, historias, apodos en camisetas que reafirman el dato en cuestión. Hablan ellos, yo mantengo el silencio.

- ¿Pero es larga o es gorda? – dices. No salgo del asombro, pero me encanta tu soltura, tu descaro.
- ¿Sabes lo que es una cachiporra? – dice nuestro amigo común. – Cabezona y gorda.
- Mejor, porque mi punto G necesita que sea gorda.

Mis amigos se ríen. Tú me miras. Yo estoy crecido. No, no en ese sentido. Crecido porque tu atención me hace sentirme importante. Siguen las burradas, los comentarios cómicos, las exageraciones. Y tu risa. No hay ya nada serio, ni lógico; todo ocurre como una catarata de actos caóticos que fluyen como una cadena de impulsos. Estás delante de mí y te apartas la camiseta, o sea, tiras del hueco donde estaría la manga para enseñarme la copa del bikini amarillo que llevas debajo, y tu pecho izquierdo está a tal distancia de mí que podría asirlo con ambas manos y besarlo sin ni siquiera tener que esforzarme. Pero no me das tiempo a reaccionar. Te vas a mis amigos y les dices:

- Si queréis saber la verdad – sueltas entre risas –, el punto más sensible de mi cuerpo es mi pezón derecho. – Ahora tiras de esa parte de tu camiseta y la otra copa de tu bikini sale a la luz. – Es lo que me enciende por completo.

¿Tu pezón derecho? Hace poco revisé algunos de mis relatos y tu comentario me trae uno a la cabeza. Hace bastante rato que mi parte Drawneer está más que alerta, y sin pensar demasiado te pregunto:

- ¿Lees literatura erótica?

Antes me has comentado que lees mucho, quizá no esté desencaminada mi pregunta.

- ¡Claro!
- Me has recordado una cosa que escribí. ¿Te gustaría leerlo?
- ¡Sí, por favor, por favor, por favor!

Me encanta tu entusiasmo. Y el brillo de tus ojos. Y tu sonrisa. Apenas pienso, apenas me planteo lo que voy a hacer. Apenas reparo en la incomodidad que te pueda provocar. Solo tengo en mi mente tu comentario sobre tu pezón derecho y las ganas que tengo de que leas mi relato. Camino unos metros para que me sigas y nos alejemos de los demás.

- Te voy a confesar uno de mis secretos más ocultos. Necesito que me prometas que no vas a contarle nada a nadie. A nadie, ni siquiera a estos dos.
- Tranquilo.
- Ok, entra aquí – te dicto la URL de este blog – y lee la entrada “Pasa, bienvenida”.
- Vale.

Me aparto, vuelvo con mis amigos mientras me lees. Sé que es una jugada segura. Quizá sea mi mejor relato, el menos explícito pero, o quizá por eso, mi mejor carta de presentación. Pasan un par de minutos, mientras hablo de tonterías con mis amigos, pero no dejo de mirarte. Tiemblo de pensar en que hagas todos y cada uno de los pasos que describo, pero no los haces, aunque te veo concentrada en la lectura. Al final levantas los ojos de la pantalla y clavas tus pupilas, repletas de llamas, en las mías. Me acerco enseguida. No apartas tu mirada mientras llego y yo no quiero que lo hagas, aunque no sé si es enfado o excitación lo que la ilumina. Pregunto, por si acaso.

- ¿Es que no te ha gustado?
- ¿Esto lo has escrito tú? ¡Es buenísimo!
- ¡Gracias!
- Los hombres suelen ir a saco y tú vas tan bien… tan chulo…

Dudas. Es como si lo que ha provocado la lectura te hubiera superado o, al menos, fuera mayor de lo que esperabas. Se acerca nuestro amigo común a seguir con los comentarios y las risas, y tú charlas con él lo imprescindible, pero vuelves a acercarte a mí, vuelves a buscar quedarte a solas conmigo. Te acercas mucho, de nuevo. Casi me reflejo en tu iris.

- ¿Y tienes más relatos como este?
- Bueno, los otros son mucho más explícitos. Incluso ese que has leído tiene una segunda parte, que es mucho más bestia… – No quiero tentarte a que leas, aquí y ahora, el “Bienvenida de nuevo”, pero una parte de mí sí que quiere probar si serías capaz de hacerlo.
- Es que me has atrapado… A mí me haces cosas en el cuello, en la parte baja del cuello, y ya me tienes…
“Ojalá hubieras seguido las instrucciones del relato”, pienso. Pero quizá eso hubiera sido ir demasiado lejos.
- ¿Y sobre qué escribes?
- Sobre cosas que he vivido, mujeres que he conocido…
- ¡Escribe sobre mí!

El entusiasmo con que lo dices, lo cerca que estás, la forma en que me miras, el brillo en tus ojos y la tenue vibración en tu voz se juntan para tomar al asalto mi cabeza. Una parte, la racional, sabe que te refieres a que escriba una historia en la que tú seas la protagonista y me imagino todo lo que tendría que describir, pensar en hacerte y experimentar contigo para que ese relato se llegara a completar. Eso arrastra la parte física de mi persona y me doy cuenta de que tengo una erección de la que no he sido consciente hasta justo este momento y que es absoluta y completamente culpa tuya. Mi piel añora la tuya de repente y percibo el aire que nos separa como un muro infranqueable. Estás tan cerca... Otra parte, sin embargo, la parte en la que vive Drawneer, se toma tus palabras al pie de la letra y las paladea, como un cocinero que canturrea los ingredientes de una receta. “Escribe sobre mí”, me digo, y el poder de mi alter ego conjura entre mis dedos un lápiz de ojos, el tuyo. Tiene la punta gorda, como parece que corresponde esta noche, y te señalo con ella.

La capacidad de imaginación de Drawneer es tan grande que ya estoy escribiendo en el lóbulo de tu oreja derecha. Solo trazo unas letras, “hola”. Luego lo paso por detrás y escribo “solo quiero que sientas la cabeza de este lápiz deslizándose por la piel de tu cuello”. Son muchas letras, lo sé, pero las concentro para que no ocupen demasiado espacio y, a la vez, puedas entender lo que te escribo. Porque voy a dejarte palabras muy explícitas sobre tu piel, y quiero que las entiendas todas. Quiero que las sientas físicamente y, además, lo que signifiquen. Pero este lápiz hace un trazo demasiado monótono, y Drawneer invoca otro. Este es un lápiz de dibujo, de estos de punta muy fina, superafilado, aunque no tanto como para hacerte daño. “Con este lápiz”, te escribo con él, “notarás más mis letras y mis impulsos, buscaré tus puntos más sensibles y los pincharé”. Y tú percibes esto, letra a letra, bajando por tu cuello, sobre el rastro de la yugular, hasta tu clavícula, y una vez allí, otra vez hacia arriba.
 
Alterno trazados más romos con letras más finas, y tú sientes caricias o pellizcos, suavidad y pinchazo. Recorro tu cuello todo cuanto quiero, no hay prisa, no hay público, porque todo esto ocurre en la cabeza de Drawneer, y sin saber cómo decido que hay un tercer lápiz que quiero usar. Este no aparece en mis dedos, sino entre mis dientes. Alargo la lengua y la acerco a la zona ya algo enrojecida. Al principio solo paso por encima de lo escrito, pero jurarías que también dibujo letras, y poco a poco intuyes que lo que te escribo con la punta rugosa, caliente y mojada son las palabras “quiero hacerte esto en todo tu cuerpo”. Quizá te guste saber lo que voy a hacerte.

Tengo mis dos lápices empeñados en contarte cuántas cosas voy a hacerte sobre la esfera de la cabeza de la clavícula, pero la lengua llega para escribir “es el momento” y empiezan a deslizar hacia tu pezón derecho. Aún falta mucho para que lleguen, porque van despacio, pero sabes dónde van porque lo que te están escribiendo es “vamos a escribir sobre tu pezón derecho, porque sabemos que es tu punto flaco, y queremos volverte loca”. Sientes en la piel de tu pecho la caricia suave del lápiz de ojos y el pellizco afilado del de dibujo, curados por la punta de la lengua que les sigue y los alivia. No sé cómo debe de ser la sensación de una punta afilada como la de este lápiz en una areola, pero sí sé que tú lo vas a averiguar enseguida. Sientes cómo llega, primero el de ojos, y escribe “Pezón”, con la “o” justo rodeándolo, y cuando llega el otro repasa una y otra vez esa “o”, hasta que hay tantas “oes” escritas que el carboncillo es como un collar alrededor del cilindro en el que se ha convertido. ¿Qué siente tu areola con ese contacto punzante justo ahí? Me gustaría saberlo. No sabes cómo, pero esos círculos, esos anillos trazados con los lápices comienzan a vibrar, a jugar entre ellos, a subir y bajar, y la sensación es como una caricia total que hace que se estire, que se endurezca tu pezón. Tu pezón derecho. La parte más sensible de tu cuerpo. Espero que esto esté poniéndote cachonda, porque todo lo que viene es más de esto, mucho más.

Sigue vibrando el carboncillo y siento la necesidad de escribirte una “I” mayúscula con la lengua sobre el pezón. La escribo una y otra vez, mientras llevo los lápices letra a letra hacia el valle que divide tus pechos. Y luego cambio la “I” por un guion, “-“, y lo alterno, para no dejar ni una sensación sin provocarte, y ni siquiera paro mientras te escribo “estoy avanzando hacia el otro pezón” hasta que llego allí, con la “o” en el mismo sitio, y te hago lo mismo, lo mismo, lo mismo, con la punta del lápiz afilado hurgando pero no demasiado en la areola. Y cuando la capa de carboncillo rodea tu cilindro izquierdo, vuelvo a hacerla vibrar, con el poder mágico de la mente de Drawneer, mientras aún sigo escribiendo “íes” y guiones con la punta de la lengua en tu pezón preferido. Tengo tus dos pezones ocupados y atendidos. (Creo que te mereces un pellizco, tuyo, mientras lees esto. Un pezón con cada mano. Suavemente, o con fuerza, como quieras. Limítate a pulsar con el índice y el pulgar o tira de ellos, retuércelos, castígalos. Avanza cuanto quieras. Y cuéntame lo que haces, si quieres.)

Hay un montón de palabras escritas sobre tu piel, con tres tintas diferentes. Pero están en zonas muy próximas unas de otras. Quedan muchos lugares aún por conquistar. Así que elijo una de tus vértebras, una cualquiera, la que estaba en el vértice de la curva que has trazado antes, cuando te pellizcabas los pezones. Esa vértebra. ¿La sientes? Clavo la punta del lápiz fino. Ahora no tengo miedo de hacerte daño, es mucho menos sensible. Te escribo la palabra “vértebra” y con ella voy ascendiendo a la superior, donde escribo otra vez la misma palabra. Y luego a la otra. Detrás, con el lápiz romo, lo que escribo es “siénteme”. Y con la lengua voy repasando lo escrito, para borrarlo, para emborronarte la espalda, para dejar un rastro de baba oscurecida por el carboncillo. Tú sientes cómo paso, uno a uno, por cada escalón, hasta llegar a tu cuello. Sé lo gratificante que es sentir la punta del lápiz en el cuero cabelludo. Es una caricia que se siente en toda la cabeza a la vez. Agarro, quizá con algo más de fuerza de lo necesario, tu cabello largo, y tiro de él hacia arriba. Puede que eso te guste. Dejo algún punto marcado con la punta del lápiz afilado mientras con el romo sigo escribiéndote en cada vértebra y con la lengua lo voy borrando todo, hasta que llego a la última y decido hacer el camino inverso. Ahora escribo más rápido, pasan las vértebras a mayor velocidad, porque tengo prisa en llegar a donde me dirijo. Mi mensaje ahora es “Voy bajando, ¿dónde pararé?” y me empeño en usar tu columna vertebral de pizarra. La lengua, esta vez, no escribe nada. Solo viaja como un gran coche escoba, como una capa que lo cubre todo, plana sobre tu espalda, lamiéndote. No creo que sea desagradable esa sensación.

“Estoy aquí, entre tus nalgas”, te escribo sobre el coxis. Te pincho con el lápiz afilado tanto como puedo, tu carne lo puede soportar. Incluso puedo percibir las leves contracciones de tus músculos. Quizá pruebe a darte una nalgada. Pero eso será luego, ahora quiero escribirte letras muy pequeñas por el canal que se abre ante mis ojos; quiero que percibas exactamente la geografía del valle y que te percates exactamente de cuánto me acerco al lugar donde sabes que me voy a acercar. Así que avanzo, escribiendo “estoy avanzando hacia tu ano”, y los estiramientos de tu espalda y las cosquillas que no puedes evitar me aseguran que lo estás disfrutando. El lápiz afilado lleva un buen rato dando vueltas con la última letra, la “o” alrededor de tu entrada, y sientes los pinchazos, mientras el lápiz romo recorre toda la ruta, abajo y arriba, Quiero escribirte con mucho detalle, quiero encontrar un tamaño de letra tan pequeño que prolongue esta tarea hasta la eternidad, pero yo mismo soy incapaz de esquivar la impaciencia y lanzo mi lengua por el carril sobreestimulado y pintado. ¿Crees que podría escribir ahí dentro, con alguno de los tres lápices? Voy a probarlo. Primero entro con el afilado. No hay riesgo de que se rompa, recuerda que todo esto es una alucinación de Drawneer. Entra y sale con facilidad. Luego entro con el de punta roma, más gordo, pero también hace su camino como es debido. La entrada de la lengua arranca un suspiro más grande de tus pulmones, así que intento dejar escrito lo que sea que voy a escribir bien profundo, y comprimo y empujo el músculo de dentro de mi boca hasta que lo sientes allá dentro, donde deposito un punto, y me retiro, porque tengo una misión que cumplir.

Ahora ya sabes dónde voy. Quizá llegue demasiado pronto. Quizá no, quizá debería haber llegado hace rato. Me da igual. Solo sé que llego ahora, con todo por hacer, y que es el lugar que llevo buscando desde que empuñé los lápices. Así que te doy la vuelta y tengo ante mí la página que quiero llenar de garabatos hasta saciarme y saciarte. Lo primero que hago es trazar una línea recta, sin letras, desde cada rodilla hasta la ingle, despacito, para que sientas la diferencia entre el roce y el pellizco. En una pierna, el romo, en la otra, el afilado. Y la lengua, alternando entre un muslo y el otro. Cuando llego a mi destino vuelvo a hacerlo, pero cambio los lápices. Vuelvo a bajar, y mi lengua vuelve a saltar entre ambas piernas. ¿Crees que podría hacer esto mucho rato? Yo estoy convencido de que sí, pero la impaciencia de tu cuerpo me dice que ya está bien, que no he venido aquí a delinearte las extremidades. Así que apunto con el lápiz de ojos sobre tus braguitas, que Drawneer aún no ha hecho desaparecer, y dibujo la silueta del bulto que se percibe bajo la tela. Primero hago un esbozo, con suavidad, pero pronto le ayudo con el lápiz de dibujo, y la presión es mayor. Hay sitios donde el carboncillo se emborrona, por la humedad. No me extraña. Llevo el lápiz afilado a ese lugar que tú sabes que yo tengo en mente y escribo las letras “clítoris”, y, por lo que sea, comienzas a agitarte. Con el otro lápiz repaso la forma dibujada y escribo “labios mayores” y “labios menores” donde corresponde. Pero pronto me canso de eso y empiezo a escribir “quiero comerte el coño”. Por dios, espero que estés distinguiendo todas estas letras que te estoy escribiendo.

Saco la lengua, plana, a más no poder, y la paso por encima de tus braguitas como si quisiera lamer un helado, un helado de jugo de coño. Puedo percibir perfectamente las formas todavía ocultas y las pequeñas palpitaciones, así como la turgencia de las zonas que están comenzando a crecer. Se oye un chasquido de dedos. Las bragas desaparecen. La magia de Drawneer. Vuelvo a lamer, de abajo arriba, sin intención de escribir, solo quiero lamerte el coño, para guardar su sabor, para llenarme la boca de tu jugo, y preparo los lápices, porque tienen mucho trabajo por delante aún. En el capuchón, ya sabes dónde, pongo la punta del lápiz afilado y apenas escribo una letra. Luego otra, y otra más, y completo la frase “estoy aquí para que te corras”. Luego, con todo eso escrito encima, tiro de él y dejo que salga a la luz tu clítoris. Aquí no voy a usar el lápiz afilado. Aquí solo voy a escribirte con el lápiz romo, un guion, luego una “I”, luego un guion, así alternativamente, mientras con la lengua bajo por el labio inferior derecho y subo por el izquierdo, escribiendo “quiero comértelo” con letras muy pequeñas y muy suaves. Cada vez que paso por la entrada de tu vagina dibujo una “o” muy grande para que seas más consciente de sus dimensiones y sigo mi camino.

Pero tú te empeñas en que me sea más difícil escribir cada vez, porque mueves tus caderas, te agitas, gimes, te estremeces, y quizá sea el momento de llevar tu cuerpo hasta el punto al que los dos queremos que llegue. Ya no recuerdo lo que estaba escribiendo, no recuerdo qué frase venía ahora, solo recuerdo el deseo que me provocas y la necesidad que tengo de que alcances el orgasmo, así que me dispongo a buscar un punto que mencionaste antes, mucho antes de que Drawneer tomara el control, y me lanzo a buscar tu punto G. Con mi lápiz de ojos estoy dibujando círculos, ya ni siquiera son “oes”, sobre tu clítoris, porque quiero provocarte todas las sensaciones posibles, y con el afilado voy pinchándote en el centro de esos círculos, con todo el cuidado del mundo, a la espera de alguna queja por tu parte, pero no parece que te desagrade. Mi lengua, compacta, totalmente fuera de mi boca, está entrando en tu coño, está penetrándote, y sientes su dureza, su humedad, su calor, avanzando y buscando en tu vagina encharcada. Quiero encontrar el punto, el lugar rugoso y sensible que se esconde en la parte frontal de tu entrada, y arqueo la punta. Busco, froto, restriego. Como si estuviera escribiendo las palabras más excitantes del mundo dentro de tu coño solo para que te corras. Pero, a juzgar por tus jadeos y tus movimientos, tú no estás para leer ahora mismo lo que yo escriba con la lengua ahí dentro, así que sé lo que me queda por hacer.

Hay un último utensilio, quizá útil como lápiz aunque mucho menos afilado y con una punta mucho más roma. Acerco mi polla, lista casi desde el momento en que me propusiste que escribiera sobre ti, y la empujo a través de la entrada de tu coño. No he parado de restregar mi lápiz de ojos por tu clítoris ni de darte pequeños pinchazos con el otro, pero sientes cómo la cabeza de la cachiporra que dijo mi amigo empieza a entrar dentro de ti. Voy despacio, dejo que tu carne se adapte a la mía. Sientes cómo avanzo, cómo empujo, cómo abro tu carne. Y también sientes cómo la forma de mi glande estimula exactamente ese punto que llevo un rato buscando. Lo aplasto al entrar y también al salir, como si supiera que es eso exactamente lo que necesitas para correrte. Y empujo para meterlo, tiro para sacarlo, vuelvo a meterlo, a sacarlo, dentro, fuera, dentro, fuera, y todos esos estímulos se acumulan, todas esas sensaciones se intensifican entre sí hasta que no puedes evitarlo, las corrientes eléctricas que te indican que te vas a correr te suben por la columna vertebral, se expanden por todo tu cuerpo y te contraes en el orgasmo que llevamos los dos buscando desde que comenzó este relato, letra por letra, hasta el fondo.

Mientras recuperas la respiración, con los ojos cerrados, Drawneer se encarga. Volvemos al momento en que me has dicho “¡Escribe sobre mí!”, al momento en me imagino todo lo que tendría que describir, pensar en hacerte y experimentar contigo para que ese relato se llegara a completar. Eso arrastra la parte física de mi persona y me doy cuenta de que tengo una erección de la que no he sido consciente hasta justo este momento y que es absoluta y completamente culpa tuya. Mi piel añora la tuya de repente y percibo el aire que nos separa como un muro infranqueable. Estás tan cerca...



domingo, 28 de mayo de 2023

Jornada de irreflexión

¡Hola a todo el mundo! Hoy tengo el gusto y el placer de estrenar las colaboraciones externas con esta aportación de la lectora más fiel de este blog. Espero que os guste, y si es así vendrá la continuación, o la secuela o lo que surja. 


 

JORNADA DE IRREFLEXIÓN (mayo de 2019)

¡Buenos días, W! ¿Qué tal? ¿Cómo estás?

Resulta que en medio de una temporada estresante y cutre (que no ha terminado aún y no sé si lo hará), me he acordado de un detallito que no sé si tú también recordarás. Me refiero a aquel sábado por la tarde que me quedé sola en casa, me puse a trastear con el móvil y acabé masturbándome mirando tu foto de perfil.

Vale, pues... Hace unos días abrí twitter porque me preguntaba qué estarías haciendo, me he quedado mirándote, y ha vuelto a pasar. Porque la primavera no perdona, y hay asuntos que reclaman mi atención de una manera tan clara que no puedo menos que dársela.

La novedad estriba en que el punto de partida ha sido tu boca. Te miraba, y pensaba que qué bonita, y ojalá tenerte aquí con tantas ganas de besarme como las que tengo yo de comerte a besos, y en pocos segundos ese deseo lanzado al aire se convirtió en unas ansias imperiosas de estar desnuda para ti.

Pero fui un poquito más allá: me comían las ganas de estar desnuda e inmovilizada sobre una cama, boca arriba, delante de ti, tan cachonda como lo estaba en ese momento (y comienzo a estarlo otra vez), de forma que tendría que suplicarte para obtener esos besos, esos mordiscos, esos lametones golosos que me están haciendo (sí, en presente) tanta falta. ¿Puedo contar contigo?

Y es que nadie como tú para encenderme milímetro a milímetro; para empezar, con tus palabras y con tus manos, y más adelante...

Me he dado cuenta de que hay dos palabras que me definen últimamente: mimosa y sumisa. Por eso me apetece tanto estar a tu merced, tanto da si me atas como si no. ¿Te gustaría atarme a la cama o te bastará con inmovilizarme simplemente con tu cuerpo?

Si lo pienso, siempre me ha gustado sentirme sujeta durante el sexo. Aquello que te contaba hace tiempo de la caricia total, ser presa de un abrazo enorme y cálido, como una manta maravillosa. Y por supuesto, las palabras también atan; a veces azotan o hieren, y desde luego, también excitan, consuelan y abrazan.

Vuelvo un poco atrás, que me estoy liando. Decía que me siento estos días mimosa y sumisa; vaya, por simplificar, que tengo muchas ganas de cariño y de que me des rabo, no necesariamente por este orden.

(Saco a relucir lo de la sumisión porque siento que mi placer estará donde esté el tuyo. Quiero que prioricemos tus deseos, atender tus fantasías y caprichos más nimios, y sé que esta vez no me va a hacer falta nada más)

Me he permitido, eso sí, decidir que empecemos a jugar conmigo puesta boca arriba, para poder mirarte mientras me utilizas y sentir todo con más intensidad. He dicho que estaba desnuda, pero si lo prefieres, puedo llegar vestida y ya me irás sacando o apartando la ropa según te parezca

Hace tanto tiempo que no te escribo 'de verdad' que me está dando un poco de vergüenza, 😅. Me solía pasar con mi primer novio; nos veíamos tan poco que, llegado el momento, me daba apuro desnudarme. Era muy curioso. Cualquier mensaje suyo me mojaba hasta las rodillas; me pasaba la vida soñando despierta con él, con su olor, con su voz y con su polla, pero cuando llegaba el momento de sacarme la ropa...

¿Tienes alguna preferencia en cuanto al vestuario? A mí no me importa lo que lleves puesto; tengo muchas ganas de volver a verte, de sentir tu boca y tus manos. Creo que la ropa es lo de menos. No soy capaz de imaginarme ahora mismo lo que llevas puesto, sólo estoy pendiente de lo que suceda en cuanto te diga "hola, W" y tú comiences a atravesarme con el ronroneo de tu voz profunda.

A partir de entonces... un beso, otro, otro, mientras nuestros cuerpos se aprietan entre sí todo lo que pueden. Iba a decir que ya estoy mojada sólo de besarte, pero es mentira, porque mientras iba a tu encuentro ya lo estaba, de pensarlo

Te imagino mirándome y sonriendo al comprobar que estoy bien sujeta a la cama; besándome despacio en los labios para ver si provocas alguna reacción, y leo en tus ojos que te complace ver y sentir que así es.

Seguro que te he contado alguna vez cuánto me gusta morder y ser mordida. Y las caricias en la cara interna de los brazos me vuelven loca; por favor, W, si no sabes cómo seguir, ahí tienes una pista. Muérdeme el cuello si quieres que ponga los ojos en blanco, si quieres que empiece a suspirar más alto y a rogarte que no pares. Además, si te tengo a mi alcance, en ese momento voy a empezar a rozarme de una forma muy descarada contra tu polla. Y lo haré con lo que tenga a mi disposición. Sea con la pelvis, con las manos, con los pies o con la boca. Como sea, tengo que transmitirte cuánto la he echado de menos y las ganas que tengo de sentirla de nuevo.

Al principio pensaba si sería excitante que me vendases los ojos, pero me parece más morboso verte. ¿Tú qué crees? Por mi parte, te he echado mucho de menos y poder ver todo lo que ocurre se me antoja esencial. Aunque es posible que cierre los ojos de vez en cuando, como ahora, cuando te has puesto a jugar con mis tetas. Después de acariciarlas y moverlas con las manos, has seguido estimulando mis pezones a bocaditos y me tienes loca. Mientras, una de tus manos se ha puesto a tocarme la parte baja de la espalda, después el culo y por fin el coño. Por favor, no pares ahora. Sigue agitando suavemente ese dedo un poco más, un poco más, un poco... Ooooohh...

Sigo frotándome contra tu polla a la menor oportunidad; me encanta sentir cómo late sin perder detalle de lo que estamos haciendo, cómo desprende calor y se endurece a ojos vista. ¿Cómo estás? ¿Qué te gustaría hacer ahora? ¿Qué te apetece? Mi voz se quiebra un poco cuando intento decirte que estoy muy bien, y que por favor me la metas ya porque de lo contrario voy a deshidratarme. Sí, me puede el ansia. He esperado demasiado este momento como para hacerme ahora la despistada.

¿Como te apetece que lo hagamos, W? ¿Me desatas las manos y me pones a cuatro patas? ¿Seguimos así, contigo encima? ¿Me sueltas y soy yo quien te cabalga? También podemos ir cambiando de rato en rato...
 

miércoles, 19 de febrero de 2020

Espejos

Cuando entras en mi casa puedes dejar todo el mundo exterior al otro lado del rellano. Lo sabes, y se te nota. Aquí no existe nada de lo que te taladra el alma allí fuera, aquí no hay prisas, ni presiones, ni preocupaciones. El aire que respiras aquí oxigena tus pulmones pero también tu espíritu. Con tus pies aún en el felpudo de mi puerta sueles soltar un suspiro profundo, como si quisieras dejar atrás el humo espeso y áspero que contamina tu mundo allí fuera para entrar limpia en esta atmósfera. Aquí no importa nada que no esté al alcance de nuestros dedos.

A veces, sí, a veces me haces un análisis detallado de todo aquello, me lo confiesas en charlas que son más terapia que narración, y yo escucho con la curiosidad del que quiere entenderte aunque sin ánimo cotilla. En esas ocasiones mi sofá es un diván y mi hombro un titulado en psicología. Pero eso ocurre solo a veces, en el salón. En zona neutral. Una vez traspasado el umbral de mi dormitorio no existe nada de eso, ni siquiera lo recuerdas, porque aquí solo hay piel, tacto, sabores, formas, olores. Cuando desaparece la ropa solo queda cuerpos, piel, deseo, ansia. Y placer. Mucho.

Por eso te la estás quitando despacio, pieza a pieza, como si quisieras regalarme cada nueva imagen de la mujer que va emergiendo bajo las prendas como una fruta que surge entre los pétalos de una flor madura. No tenemos prisa, aún, y yo te espero medio vestido, sentado en la cama. Estás a distancia de uno de mis brazos, pero ahora mismo mirarte ya es suficiente espectáculo. Conozco tu cuerpo de memoria pero siempre consigues que te mire con la curiosidad de la primera vez. Parece que apenas te muevas, pero tu cuerpo oscila en un baile lento que hace cimbrear tus caderas. Estás de pie, entre el espejo de la pared y mi cama, concentrada en tu proceso de desnudez, pero para mí ya es como si estuviéramos follando, porque te siento extraordinariamente cerca de mí. Quiero verte más, quiero disfrutar más de tu espectáculo, quiero absorber más imágenes de ti haciendo lo que haces. Deseo más de ti, lo que veo ahora mismo, la cantidad de ti que percibo, es demasiado poco. Y entonces encuentro tu reflejo en el espejo de la pared.

Estás de espaldas a mí, enseñándome tu culo aún cubierto por tus braguitas, y desabrochas tu sujetador. Puedo ver cómo tu espalda queda al aire y me imagino recorriendo con mi lengua el valle que forman tus músculos a ambos lados de tu columna. Llego a sentir incluso tu forma de estirarte por las sensaciones cuando lo hago, hasta llegar muy arriba, hasta tu nuca. Pero cuando dejas caer tu sostén me olvido de tu espalda y mis ojos se van a tu reflejo frontal. Veo la forma en que se liberan al aire tus dos pechos, con la piel aún marcada por las estrecheces de tu ropa interior, y mi imaginación se vuelve a desatar. Tú te asomas, te giras a mirarme por encima de uno de tus hombros para provocarme, para seducirme, para incitarme con tu sonrisa, y descubres que estoy haciendo trampa.

- ¡Eh! ¿Qué miras?

Sabes de sobra que te miro a ti, que me estoy dando un atracón de deseo por tu piel y por tu cuerpo, pero finges indignarte conmigo, como si fuera un chico malo que se ha portado muy mal y merece un castigo. Me hago el sorprendido e invento rápido. Ya sabes que cuando estoy excitado las palabras acuden a mí muy deprisa, y ahora estoy muy excitado.

- A esa mujer de ahí, la que está desnudándose, justo delante de ti. Es preciosa.

Me miras fijamente y entiendes. Siempre entiendes mis perversiones.

- ¿Esa, dices? – Señalas el espejo. – ¿La encuentras sexy?
- Mucho. Me da bastante morbo mirar lo que hace con ese tipo calvo…
- Voyeurismo inesperado…
- Eso es. ¿Crees que ese viejo le puede gustar a una mujer tan guapa?
- Parece que sí, ella le pone bastantes ganas. Normal, el tipo ese me pone a mil… y ella no está tan buena como tú dices…

Te acercas al espejo, casi desnuda, y miras tu cuerpo. Señalas sobre el cristal, más o menos en el lugar donde se reflejan algunos defectos que para mí no lo son, y desde donde estoy parece que, realmente, estás señalando a una mujer que está allí, al otro lado, junto a un tipo calvo, cuarentón, sentado en la cama y que observa a las dos mujeres con la baba a punto de rebosar de los labios. Te acercas un poco más al espejo. Te aseguras de que puedo seguir viendo lo que haces, y agarras uno de tus pechos. Lo llevas contra el cristal. La mujer al otro lado hace exactamente lo mismo. Y vuestros pechos chocan uno contra el otro, justo contra el pezón. Veo vuestras dos miradas de lascivia. Me está gustando mucho el espectáculo.

Abres la boca. Mucho. Sacas la lengua, y la dejas colgar por delante de tu barbilla mientras me miras. Luego giras la cabeza y la que me mira es la otra mujer, que también lleva la lengua fuera, y acercáis vuestras caras. Tu lengua lame la suya, competís a daros lametones mientras tus dedos acarician sus labios, y un reguero de saliva recorre el cristal, en línea recta. Tus caderas avanzan también contra el espejo, tu pelvis va media docena de veces hasta allí y vuelve, y aseguraría que estás restregándola contra esa mujer, que me mira con ojos encendidos mientras adelanta un brazo para llevar una mano debajo de tus braguitas. No sé si vas a dejar que te toque directamente allí o si vas a parar el juego, pero puedo ver cómo el elástico de las bragas se tensa alrededor de tus caderas y comienza a desplazarse hacia abajo. Tus nalgas aparecen mientras tus brazos se estiran hacia abajo. Seguro que también le estás quitando las bragas a la desconocida, e imaginarme lo que le estarás haciendo me lanza a un nivel superior de excitación.

El tipo calvo con gafas que estaba sentado en la cama ahora está tumbado. Solo veo su cabezota asomada por encima de su cuerpo, y sus manos haciendo algo con sus pantalones. Aparece su polla, dura, venosa, cabezona, como él, y te veo mirarla con lujuria. Sé que te estás relamiendo, mientras mantienes la caricia total que estás compartiendo con la desconocida. Sé que deseas expresarle a ese tipo cómo agradeces esa erección, y no quiero ser yo quien lo impida.

- ¿A qué esperas? – llego a decir, con voz ronca, la que me sale cuando estoy tan cachondo. La que tanto te gusta que utilice cuando tenemos sexo telefónico.

Parece que la mujer del espejo se te ha adelantado. Levanta una de las piernas, tanto que está muy abierta, y la pone encima de la cama. Luego levanta la otra y comienza a gatear. Se acerca al viejo afortunado. Trae la boca abierta, con la lengua fuera, igual que hiciste tú antes. Poco a poco, se le acerca, pero cuando está casi a punto de lamérsela, esa mujer se gira y me mira. Me mira a mí, a los ojos. Como si me dedicara la felación. Y esa mirada me atraviesa, me recorre y está a punto de provocar un estallido en mi glande. Un estallido de placer.

Tú no te has quedado atrás. No dejas que aquella desconocida te tome la iniciativa y también has venido hacia mí. Lo sé porque siento tu aliento recorriendo mi escroto, porque una gota caliente de tu saliva cae en uno de mis muslos y porque mi polla desaparece en el interior de tu boca. Es magnífico. Por un segundo me olvido de la pareja del otro lado del espejo. Me aspiras con un ansia sorprendente, te dedicas con total concentración. Quizá tú también te has olvidado de los dos de ahí enfrente. Pero yo no puedo evitarlo y saco la cabeza por un costado para ver cómo se ve lo que están haciendo allí. El tipo calvo de las gafas ha tenido la misma ocurrencia que yo. Intento evitar el contacto visual, y busco imágenes de la desconocida. Está aplicada a lo mismo que estás tú, con voluntad inquebrantable, el culo en pompa y las bragas a medio quitar.

- ¿Cuál de las dos lo hace mejor? – te pregunto.

Apartas la cabeza y os miráis, mientras mantenéis el movimiento con una mano. Os sonreís, lascivas, y os miráis a los ojos mientras volvéis a chupar. Como un campeonato, como una prueba, a ver quién es la primera que desvía la mirada. La otra no parece que vaya a parar de felar, pero te aseguro que yo estoy disfrutando muchísimo de la pugna. Entonces algo pasa. La desconocida deja de mirarte y me mira a mí, a los ojos, mientras sigue metiéndose la polla de ese viejo tan dentro como puede en la boca. Es una mirada tan intensa y tan sensual que la siento muy profundo, y será mejor que desvíe yo la mirada, o acabará todo. Tengo tu culo a la distancia de una mano y disimulo bajándote las bragas. Aprovecho y te hago caricias que sé que te gustan en sitios muy secretos, en lugares que ahora me encuentro mojados y calientes pero que yo deseo que lo estén más.

He deslizado la yema de mi dedo corazón entre tus labios mayores, para comprobar el nivel de lubricación, y estás tan mojada que he acabado buscando entre los menores. Lo primero que quiero encontrar no está en la superficie, sino debajo de la piel, y quiero localizarlo para centrar en él un montón de cosas que irán ocurriéndoseme, como siempre, ya sabes. Sigo la forma de tus pliegues sin ver nada de lo que hago pero sabiendo exactamente por dónde me desplazo y noto el bulto turgente que busco. Gracias a la lubricación el contacto es totalmente suave y puedo acariciarte en ese punto que tanto te gusta. De alguna forma lo que te hago repercute en lo que estás haciéndome tú, porque las trayectorias de tu boca a lo largo de mi pene son más largas, más profundas. Pero yo no voy a parar. Con la yema de mi dedo trazo círculos sobre tu clítoris, primero pequeños, apenas oscilaciones, luego cada vez más grandes y acaban siendo verdaderas masturbaciones. Rápidas, intensas, casi una vibración. Me enseñaste hace tiempo a hacértelo así y sé que es como a ti te gusta. Por eso jamás me canso de hacerlo. Luego llevo mi dedo índice más abajo, por encima de tus labios menores, y busco. Sabes lo que busco y dónde quiero acabar entrando. Sé que lo sientes y por eso lo hago despacio, para retardar el momento en que notes la yema asomarse y entrar a tu vagina.

Aún está más mojada. Es normal. Aquí dentro la temperatura es mayor. Mayor incluso que la de tu boca en mi polla. Hago pasar la primera falange y la notas entrar, despacio. Voy con cuidado, por si es demasiado pronto, pero tus caderas empujan para que acelere, así que entro tranquilo. Una segunda falange. Ahora ya estoy dentro de verdad. Meto la tercera. Todo el dedo dentro de tu coño. Empiezo a oscilar, dentro y fuera, y mantengo otro dedo a lo largo de tus labios, para que el movimiento lo arrastre por encima de todo eso, para que sientas el empuje dentro de ti pero también en tu clítoris. En la palma de mi mano se escurren algunas gotas que salen de ti, y decido que ya es momento de que sean dos los dedos. Quiero meterte prisa, quiero que sientas la urgencia que estás provocándome, y sobre todo quiero que disfrutes tanto o más como la mujer del espejo. Pero de momento no es en ella en la que pienso, sino en ti, en la forma de hacerte sentir mis dedos dentro de tu coño, y cuando ya tengo el índice y el corazón hasta la segunda falange los contraigo, como si fueran un gancho, como si quisiera rascarte en la parte anterior de la pared de tu vagina, como si supiera que ahí hay un punto más rugoso y lo buscara solamente para ver qué sientes, para notar tu reacción. Y vaya si lo noto, a través de tu boca, en mi polla. Y también la oigo.

Hay un gemido, con voz de mujer. No tengo muy claro si sale de ti o de la del espejo, pero ambas reaccionáis igual a lo que sea que habéis sentido. Tú te escurres, rápida, por encima de la cama, y mi mano se queda en el aire, con una gran cantidad de jugos goteando. Te desplazas arrodillada sobre las sábanas y parece que tienes muy claro qué es lo que quieres hacer y dónde quieres ir. Pones una rodilla a cada parte de mis caderas, dándome la espalda, y, como si fuera lo que más necesitas en el mundo, levantas mi polla en vertical y te dejas caer para que entre dentro de ti. Sé que estás lubricada, pero me sorprende la facilidad con la que se desliza. Apenas puedo verte más que la espalda y el culo, pero la mujer del espejo parece que está dedicándonos algún tipo de espectáculo, un especial para nosotros. De hecho, diría que es para ti, que quiere que tú la veas disfrutar. Y, lo que más me sorprende, tú también estás actuando para ella. Mi espejo es tu público. Me cabalgas sin miedo, sin freno, sin medida, empujando las caderas hacia delante como si quisieras enseñarle a la mujer del espejo cómo lo haces, como si quisieras que viera cómo se mete mi polla en ti. Como si le retaras a que se follara al viejo ese de la misma forma que tú me lo haces a mí. Y parece que lo consigues, porque te imita en todo, también te mira, encendida, y también levanta las caderas en el aire para que la veas abierta y penetrada. 

- ¿Has visto cómo se folla el viejo a esa tía? – te digo – ¿Crees que ella está disfrutando?
- Te aseguro que sí…
- ¿Te follarías al viejo?
- Claro, en cuanto ella me deje un hueco me tiro encima de él. ¿Y tú te la follarías a ella?
- Una y mil veces…
- Yo también…

Me dejas perplejo con tu última respuesta. Paras tus movimientos sobre mí y miras fijamente a la mujer a la que acabas de manifestar que te follarías. Avanzas apoyándote en tus manos por la cama, hacia ella, sin quitarle ojo. Ella también te mira, y también viene hacia ti. Gateáis, a cuatro patas, lentamente, pero con una intensidad inmensa que casi puedo sentir. Alargas una mano y llegas al cristal. Ella también lo hace, y vuestros dedos entran en contacto. Luego, las palmas de vuestras manos. Aún estás arrodillada en la cama, igual que ella, y el viejo calvo con gafas se le coloca detrás. Sé lo que va a hacer, y me parece una gran idea. Hago lo mismo. Mientras te vuelvo a penetrar apoyas tu cara en la de esa mujer extasiada, le besas, combates con tu lengua contra la suya, y sobre todo gimes. También jadeas, y suspiras, y yo me muevo dentro de ti, sin interrumpir tu baile con la otra mujer, pero sin disminuir mi ritmo, sin bajar la fuerza, sin parar de barrenar tu coño a embestidas regulares. Miro a los ojos a la otra mujer, por si volviera a mirarme como me miró antes, pero ella solo te mira a ti, solo se concentra en las sensaciones que le producen el tipo que se la está follando y tus caricias. Deslizo mis manos por debajo de tus brazos y agarro tus pechos. Estás justo en el borde de la cama y no quiero que te caigas, agarrarte así será una buena idea. El tipo afortunado del espejo parece que también está de acuerdo y coge a su amante de la misma forma. Y ahora sí, voy a seguir follándote así hasta el final, porque sé que es como más te gusta, porque sé cómo sientes crecer el placer en esta posición, porque sé que, antes o después, comenzarán las oleadas en tu coño, que estrujarán mi polla y acabarán por hacer que me escurra dentro de ti, que eyacule toda la presión que se ha generado dentro de mí, que derrame todo mi semen en tu coño.

La primera en pasar la línea eres tú. Lanzas ese grito agudo que no puede acabar de salir porque se cierra el aire en tu garganta, ese sonido que siempre me indica cuándo te corres. Casi al mismo tiempo ella también se desploma sobre ti, con otro grito parecido, y os volvéis a besar. La imagen está tan llena de belleza que apenas me fijo en las convulsiones del tipo calvo y dejo que mi cuerpo se libere, que mis caderas te digan cómo he disfrutado, que mis jugos te expliquen cuánto me has excitado y qué bueno ha sido todo lo que ha pasado. Tú te pasas un ratito más besando a esa mujer, pero ahora parecen besos de despedida. Luego te giras hacia mí, me abrazas y me besas, de esa forma tan apasionada y tan dulce que tienes siempre de besarme después de correrte. Somos un ovillo, apretados y entrelazados, y acabamos en la cama, dispuestos a dormir toda la noche.

Al día siguiente me despierto solo en la cama. Son casi las diez, es mi horario habitual de persona parada. Debe de hacer casi tres horas que te marchaste a trabajar, pero tu aroma sigue recordándome que estuviste aquí. Aún huele a sexo, mucho, y en el espejo de la pared están los rastros de tu saliva. Mientras me preparo el desayuno echo un ojo al móvil. Cerca de cuarenta mensajes sin leer. Dios santo, ¿qué ha pasado? Los abro, nervioso. Son todos tuyos. Me tiemblan las piernas. Quizá has estado buscándome, me necesitabas para algo y yo estaba durmiendo. Se abre la ventana de nuestro chat. Un montón de archivos. Unas pocas fotos y un montón de vídeos, que se están cargando. Muy poco texto. No puedo creer lo que veo. Empiezo a visualizar los archivos.

En el primer vídeo apareces tú, en primer plano, casi a oscuras, con tu preciosa cara alumbrada solo por la luz de tu móvil. Estás en la habitación, en la cama, y mueves el plano para que se vea que a tu lado estoy yo, desnudo, durmiendo. Te aguantas la risa como puedes y enfocas a partes concretas de tu cuerpo mientras evitas todo ruido. Luego, una serie de imágenes: planos primerísimos de cada uno de tus pechos y de tu coño, fotos a mi polla y una en la que estás a punto de darme un beso en el glande. También hay un vídeo en el que tu mano se desliza entre tus muslos, por encima de tu monte de Venus. A estas alturas ya sé que no ha habido ninguna desgracia, y cuál es el motivo de tantos mensajes. Me relajo y me dispongo a disfrutar de lo que me quede por ver. El siguiente es continuación de ese, solo que ahora la mano llega más lejos, y tus piernas están más separadas. Hay una frase: “Sigue este ritmo”, y, claro, tengo que seguir tu orden. Cojo mi pene, ya erecto, y empiezo un movimiento para cubrirlo y descubrirlo al ritmo exacto con el que estás acariciándote en ese vídeo. En el siguiente tienes un dedo sobre tu clítoris y estás trazándote círculos sobre él, de esa forma que ya conocemos. Tengo el volumen del móvil al máximo, pero tú intentabas no hacer ruido y apenas te oigo jadear. Hay otro en que estás de pie, con un pie sobre la cama, y un dedo dentro de tu coño. También conozco cómo lo disfrutas. Me sorprende no haberme despertado, ni por el movimiento ni por los jadeos que, ahora sí, estás emitiendo. El siguiente vídeo me sorprende, me impacta, y está a punto de provocar el final de mis movimientos masturbatorios. Estás pegada contra el espejo, como hiciste anoche, y con tu mano libre intentas abrir tus labios y hacer que tu clítoris se roce contra el cristal. Empujas con tus caderas y te deslizas, pero no parece que consigas mayores sensaciones que la propia originalidad de la posición. El último de los vídeos eres tú, de nuevo en la cama, pero a horcajadas. Has dejado el móvil sobre el cabecero. Tienes la almohada entre los muslos, y la estás cabalgando. Es el último y veo cuántos minutos dura, así que sé cómo vas a acabar. Y tengo una idea. Voy a por el portátil, descargo ahí tu vídeo, y uso el móvil para grabarme a mí, mientras veo tu vídeo. En el plano aparece parte de mi abdomen, mi polla dura y venosa agitada por mi mano, mis muslos y, sobre ellos, el portátil, con tu vídeo en marcha. Acoplo la velocidad a la que subo y bajo arrastrando la piel de mi polla a la de tus caderas en el vídeo, acelero cuando tú lo haces, paro cuando lo haces tú, y me lanzo hacia mi orgasmo cuando veo que tú lo estás haciendo. Tengo en primer plano la cabezota de mi polla, comprimiéndose y liberándose con mis sacudidas. Cualquiera que sepa lo que está pasando sabe cómo va a acabar este vídeo. Acelero el ritmo porque veo que tú lo estás haciendo también, dejo que mi garganta gima para que el móvil lo grabe, y, justo en el momento en que en tu vídeo lanzas ese gritito que tanto me gusta oír, de la ranura del centro de mi glande surge una gota gorda y espesa que salta hacia arriba, hacia mi pecho. Y tras ella otra, y otra más, y acabo formando un reguero de semen pegajoso sobre mis abdominales.

Paro de grabarme. Son varios minutos de vídeo, bastantes megas, pero lo voy a mandar, sin ningún género de dudas. En media docena de clicks está en nuestra conversación, y te escribo un comentario para que tomes todas, todas, todas las precauciones posibles antes de verlo. Solo espero que no me hagas caso, que lo veas en una situación inapropiada, que eso haga que sea aún más excitante para ti y que prepares una venganza que esté a la altura. Y que todo eso te sirva para generar una burbuja que te sirva para aislarte en ese mundo al que vas cuando estás fuera de mi casa. 

  

martes, 24 de octubre de 2017

Las carga el diablo.



Hola a todos. Sé que hace mucho tiempo que no cuento nada y os puedo asegurar que es por pura saturación de horarios. Lo último que escribí con esta caligrafía fue mi novela erótica, que ya lleva casi un año a la venta. En todo este tiempo me han pasado cosas, claro, y algunas quizá merezcan uno de mis relatos, pero vengo a contaros una en concreto. Hace semanas que la tengo en la punta de los dedos, intentando salir, y la persona que está involucrada se merece tener su propio relato, además de que lo espera con interés. Podríamos decir que escribo esto por encargo.
Porque sí, me han encargado que os cuente lo que pasó, hace cuatro fines de semana, en una preciosidad de boda a la que tuve la suerte y el placer de ir. Y por tanto, aquí estoy, tecleando medio sudoroso y con las sensaciones que os voy a describir recuperando lugares y rincones, para que la narración esté al nivel del encargo, y sobre todo, a la altura de la experiencia que evoca. Ojalá la persona que me lo encargó disfrute de la lectura, pero no tanto como de haberlo vivido en su momento. Por muy buen escritor que uno quiera ser, seguro que será mejor experimentarlo en la propia piel. Aunque eso lo sabremos después de leerlo.
Como os he contado, estaba de boda. Ya sabéis, iba con el traje de las bodas del que hablo en mi novela. Hecho un pincel. Iba con mis amigos de toda la vida, con los que me suelo mostrar bastante menos activo socialmente que cuando me junto con otra gente, quizá por costumbre, o quizá se trate de dinámicas de grupos. Es algo inconsciente, pero os aseguro que es así. Seguro que hay estudios al respecto. El caso es que estábamos en una alquería preciosa, con un patio ajardinado, a la luz de la luna, con las paredes cubiertas de parras, en una noche genial para casarse y para pasarlo bien. Unas cien personas cenando de pie, pasando por los puestos donde estaba la comida, cogiendo platos y sobre todo vasos sin ningún tipo de freno y con un gran ambiente. Todos habéis oído que las bodas las carga el diablo. Y es así.
En un momento dado, una de mis amigas está hablando con una chica desconocida para mí, y yo paso por su lado, sin intención de pararme. Mi amiga me dice algo al vuelo para meterme en la conversación y acabo diciendo cualquier chorrada a la desconocida. Ella se ríe, como si no me hubiera entendido y estuviera disimulando, o como si realmente le hubiese hecho gracia. Le sonrío, me guiña un ojo y sigo andando. Tardo en volver a sentir los pies en el suelo, porque sigo flotando en la sonrisa de esa mujer, en sus ojos negros, en el rojo de sus labios y de su vestido. Estoy impresionado. Pasamos un buen rato alternando entre hacer el capullo y hacer el tonto con mis amigos y mis amigas de toda la vida, y me sigo cruzando con desconocidas. La verdad es que mis cansados ojos no se quejaron en absoluto de la observación de tal cantidad de belleza, pero la única que me devolvía la mirada era la mujer que me guiñó el ojo.
Un amigo, bastante afectado por la barra libre, me dice al oído si he visto cómo me mira esa mujer de rojo. Como si no me hubiera dado cuenta yo mismo. Pero lo pregunta tan fuerte que ella misma le oye, me sonríe con su media luna de dientes y sus ojazos me lanzan una mirada que me barre de arriba abajo. Mi amigo no debe de haber notado nada, pero yo he sentido esa mirada en la piel, bajo mi traje.
La barra libre se hace fuerte, nos cuesta mucho esfuerzo pero comenzamos a conquistarla, y la fiesta empieza a subir el nivel. Ella pasa por delante de mí mil veces, o quizá no tantas. A veces levanta su cubata para chocarlo con el mío a modo de brindis, a veces hace como que le impido el paso, para eludirme con un movimiento de baile según la canción que suena, a veces pasa algo más lejos de mí, pero me sigue lanzando con sus ojos su látigo, su maroma de barco, su cadena. Su mirada. Y yo no la esquivo, en absoluto.
Hay un momento, no sé por qué ni con qué excusa, en que comenzamos a hablar. Es una conversación superficial, sobre cómo se divierten mis amigos, y nos reímos sin parar de las más mínimas chorradas. Estamos bastante bebidos, pero no es por eso. Bueno, no es solo por eso. Vista de tan cerca me alegro de estar hablando de cosas que puedo decir sin necesitar mucha concentración, porque estoy mirando el rojo de sus labios y toda la mente se me vuelca sobre esa superficie brillante y apetitosa. Me cuenta que tiene treinta años, que es de Córdoba y que se llama Sara. Por supuesto, podéis creeros que ese es su verdadero nombre, o que yo lo he cambiado para no decir el verdadero. Creo que Sara es un nombre muy bonito, y en sus labios suena igual que si me dijese “bésame”. En un momento dado está hablando de la edad de mis amigos, y yo le confieso la mía. Quizá la pille por sorpresa. No es la primera vez que me toman por más joven de lo que soy. Pone un gesto de desconcierto, y dice que tiene que ir a por un cubata. No me sorprende. Se va y me quedo un poco chafado, pero me alegra haber charlado con ella. Mis amigos están un poco impresionados.  
Llegados a este punto os diré que ya sé que me conocéis lo suficiente para haberlo supuesto. Esa chica es la causante de este relato, la coprotagonista y la que lo encargó. Sé que no os estoy haciendo ningún spoiler. Así que no temáis, no fue un desplante.
Cuando ya ha pasado un rato doy por archivada la experiencia en la carpeta de los “¿Te acuerdas de aquella chica del traje rojo?” y me dispongo a seguir alternando lo de hacer el tonto con lo de hacer el capullo, o al revés. Sigue siendo divertido, pero no puedo evitar pensar que quizá hubiera tenido que darme a conocer más con Sara. Quizá nuestra charla fue demasiado superficial. Pero eso no me baja el ánimo, en absoluto. Simplemente es algo así como aprendizaje, como algo a tener en cuenta la próxima vez. Hasta que, en una canción en concreto, vuelvo a tenerla delante, con las manos en alto, ondulante, sensual, hipnótica. No sé distinguir una sevillana de una seguidilla ni de una copla, ni de todo ese mundo de tipos de música que me es totalmente desconocido. Pero ella se ve feliz, como si fuera una canción de su tierra, y está bailándola para mí. Yo la miro, claro que la miro, de arriba abajo, porque no puedo dejar de hacerlo. Es un verdadero centro de ondulaciones sensuales e hipnóticas. Se ríe de mí porque no sé bailar, y me reafirmo en ello. Prefiero mirar. Se acerca a mí, extiende sus brazos hacia mi cintura, coge el cinturón del pantalón  y tira de mis caderas para que siga a las suyas. Justo en ese momento siento cómo salta bajo mis pantalones una erección que quizá nadie note, gracias a la holgura de la prenda, pero es mejor no tentar a la suerte.
Sigue bailando, para mí, a menos de un metro, remarcando sus movimientos, su ritmo, para que la siga. Yo sigo inmóvil, rígido, perplejo. Solo puedo sonreír, con esa sonrisa tonta y boba de los tíos cuando tenemos una erección, y disfrutar de las vistas.
-          ¡Vamos, baila! ¡Fíjate cómo lo hago yo y sígueme!
-          ¡No puedo! – La música está muy alta y hay que gritar, por muy cerca que esté. Aun así, preferiría que estuviera más cerca.
-          ¡Ah, eres uno de esos tipos duros que no quieren bailar! ¡Qué decepción!
-          ¡No es eso! ¡Es que…! – Por un segundo identifico mi parte Drawneer a punto de tomar las riendas, a punto de decirle una de esas frases sin retorno. Y le dejo hacer. - ¡No puedo aprender de ti! ¡Me fijo, de verdad, pongo voluntad, pero veo tus caderas oscilar, tu cuerpo cimbrear así, y se me olvida lo que estoy intentando aprender!
Bueno, no ha sido tan descabellado. Ocurrente. Pero es como si se hubiera roto un precinto, como si se hubiera abierto una puerta. Como si por fin hubiera ocurrido lo que estábamos esperando los dos.
-          ¡Vaya, sí que eres bueno con los requiebros!
Y se ríe, con esa risa cantarina y volátil que te hace sentir que te sumerges en su boca de color rojo y de forma exacta para ser mordida. Sigue bailando, como si quisiera seguir dedicándome ese espectáculo solo para mí, y yo sigo zampándomela con los ojos, para no desaprovechar ni un segundo de su baile. No sé qué va a ocurrir en cuanto pare de bailar, en cuanto se esté quieta, pero estoy casi seguro de que lo averiguará mi mano alrededor de su cintura, porque no creo que nada pueda contenerla. Pero nos interrumpe nosequién, que se acerca a hablar con ella de nosequé. En ese momento recuerdo que hay más gente, que estamos en un lugar con casi cien personas. Disimulo mi frustración mientras habla con ese intruso que se la lleva de allí, a hacer cualquiera de esas tontadas que se hacen en las bodas, regalos a los novios, fotos, etc. Me quedo solo y vuelvo a aparecer entre mis amigos. Ya no tengo ganas de hacer el tonto o el capullo, pero lo hago, de todas formas.
Pasa otro rato. Ella vuelve a aparecer a mi lado como por ensalmo y a mí se me alegra la noche de nuevo. La música ha cambiado, y su gesto también. Como si viniera de discutir con alguien. Ya no brilla como antes, tiene la mirada más intensa. Pero sigue provocando incendios de carmín dentro de mí con cada una de sus sonrisas. Charlamos, de cosas banales, y yo tengo claro que quiero elevar el nivel, que quiero profundizar. No, no me refiero a “profundizar”, no todavía. Me pregunta a qué me dedico y le digo que soy escritor. Los ojos se le abren como si hubiera dicho algún tipo de palabra mágica. Ella confiesa leer, devorar libros. Me dice el nombre de un par de escritores que me suenan pero que no identifico, hasta que nombra a una escritora de novela erótica muy conocida. El que abre los ojos ahora soy yo.
-          ¿Lees novela erótica?
-          Sí, sí, ya sé lo mal visto que está. Pero si no te has leído una de esas novelas a mí no me juzgues…
-          Al contrario, no te juzgo. – Dudo un segundo. Estoy a punto de confesarle que yo no solo leo, sino que la escribo. Pero siempre me da una vergüenza horrible confesar a mis conocidos que lo hago. Aparte de las personas que ya he contado en este blog, nadie de mi vida ajena a Drawneer conoce su existencia. Pero ella se ha identificado como lectora de novela erótica, así que me siento a salvo, tomo aire y digo: - Yo escribo novela erótica.
-          Sí, claro, y yo me lo creo…
-          ¿Llevas el móvil? ¿Tienes datos? Te digo la dirección de mi blog y tú misma juzgas.
Saca su teléfono y teclea en él con la incredulidad apretando sus cejas entre sí, pero con la sorpresa dando un tono rojo a sus mejillas que le sienta exquisitamente bien. Estamos muy cerca, estamos contándonos un secreto y nos hemos acercado para protegerlo. De hecho, puedo ver su cogote mirándola desde arriba, mientras pasa páginas y busca este blog. Al fin aparece la advertencia para comprobar que se es mayor de edad, y después el fondo negro con letras blancas inunda su pantalla táctil. Está literalmente volcada hacia lo que va encontrando, casi ansiosa, como si quisiera demostrarme que me equivoco.
-          ¿Y cómo sé que tú eres este Drawneer que dices aquí?
Esa es una buena pregunta. No puedo demostrárselo sin entrar en mi blog y escribir con mi usuario. Pero al fin y al cabo, lo que yo quiero no es demostrarle que soy yo, sino que me lea.
-          Hacemos una cosa. Tú lees este blog, cuando quieras. Y si te gusta, tienes formas de ponerte en contacto conmigo. Mi twitter, mi Facebook, o deja un comentario. Si te respondo, seré yo.
-          Me parece justo.
Y se lanza a leer. No. Yo no quiero eso, no quiero que lea mi entrada más reciente. Demasiado bestia para una bienvenida. Además, quiero que haga un experimento por mí. Similar al que pedí a Miriam en mi novela.
-          ¿Me haces un favor? – me cuesta que quite sus ojos de su móvil y que me haga caso. – Hay una entrada que quiero que leas en una situación concreta. El resto me da igual, pero esa quiero que estés en público, rodeada de gente.
-          ¿Como ahora?
-          Bueno, no te digo que la leas ahora, solo si quieres. Se trata de que leas lo que estés leyendo y que la situación a tu alrededor sea completamente distinta.
-          Eres un poquito cabrón, por lo que veo. Me gusta. ¿Qué entrada es?
-          Se llama “Pasa, bienvenida”.
-          Aquí está. Voy a leerla. Ahora mismo.
-          Perfecto. Te dejo, pues.
Me alejo unos pasos. Está ensimismada en su lectura. Entre gente que baila, grita, bebe, ríe, ella está concentrada en lo que tiene en la palma de su mano. Y yo voy imaginando por qué parte del texto va. Puedo notar cómo su columna vertebral comienza a vibrar, entonando las notas que le toco desde las palabras que lee. Un amigo viene a burlarse: “La has aburrido tanto que ha acabado más pendiente del móvil que de ti”. Ni le contesto. Desde la distancia apunto hacia ella con mi erección, oculta pero dura, disimulada entre la ropa pero obstinada en ella como una brújula con su norte. Puedo ver cómo cruza sus brazos, mientras lee. Sé lo que va a hacer. La veo estirar el cuello, quizá agitarse un poco. Joder, quisiera tocarla, ahora mismo, besar su espalda, abrazarla, acariciarla. Es un espectáculo grandioso, como ver una flor abrirse al sol. Aunque solo lo es para mí, porque los demás que la puedan ver no serían capaces de darse cuenta de lo que está pasándole. Y ese espectáculo termina en su punto más álgido, cuando ella, sonrojada, estira aún más su cuello, para buscarme, con la mirada turbia y algo que está a punto de decir pero que no dice. Me acerco incluso antes de que ella me llame, y ella toma aire, mucho, y lo suelta en un suspiro que puedo oír incluso por encima de la música, porque lo oigo con unos oídos que no están en las orejas. Clava sus ojos negros en los míos y los deja ahí, como si hubiera algo que yo debiera descubrir ahí dentro, pero no soy capaz de descubrirlo porque lo único de que soy capaz es de seguir mirándola, de seguir disfrutando de sus pupilas ya un poco dilatadas, de su belleza, de su petición encriptada.
-          ¿Y ahora? – me pregunta. No quiero entender una pregunta que vaya más allá, solo le guío por mi blog.
-          Hay una segunda parte. ¿Quieres leerla?
-          ¿Aquí, también?
-          ¿Quieres?
-          Vamos.
Veo cómo abre el enlace de “Bienvenida de nuevo” y vuelvo a alejarme, pero no tanto como antes. Lee en silencio, concentrada, traga saliva algunas veces. Levanta la cabeza, busca. Pero no a mí. Busca un lugar. Disimula y se acerca a un lateral de la mesa donde está la barra libre. Está casi escondida, nadie repararía en lo que está haciendo, pero yo me doy cuenta. Tiene una esquina de la mesa entre los muslos, justo a la altura adecuada. Ya no puedo más. Me acerco a ella. Veo la parte del texto que está leyendo, y pongo mis labios junto a su oreja.
-          Sé lo que estás haciendo, porque yo escribí las instrucciones que estás siguiendo al pie de la letra. Me encanta que lo hagas, porque me hubiera gustado escribirlas para ti. Y quiero que sepas que ahora mismo tengo una de mis mayores erecciones escondida en mis pantalones. No quiero que te la imagines, ni que la toques, ni nada. Solo quiero que sepas que lo que más desearía en este mundo sería estar pegado a ti, justo detrás de ti, colocarla entre los dos cachetes de tu culo, y empujar con mis caderas mientras tú te restriegas contra el pico de la mesa. Así, sería mi impulso el que empujara tu coño una y otra vez, el que te hiciera correrte, el que provocara esa respiración que estoy oyendo y que es el sentido de mi vida, porque todas y cada una de las partes de mi cuerpo han nacido para provocarte este orgasmo, aquí, delante de todos. Y pensar en esa escena, en nosotros empujando con las caderas delante de todos, me tiene a punto, tan a punto que en cuanto me digas que te has corrido tendré problemas para evitar manchar mis pantalones de las bodas con chorros de baba blanca y pegajosa.
Ella no deja de leer en ningún momento. Solo se interrumpe algunas veces, cuando cierra los ojos, pero eso no me hace dudar en absoluto de que esté totalmente concentrada en mi relato y en las sensaciones que le provoca. Toma aire varias veces, resopla, pero no emite ningún sonido. Hasta que echa su cabeza hacia atrás, mirándome, y abre la boca. Al principio creo que me va a besar, y me presto a ello, pero lleva sus labios a mi oreja y solo susurra:
-          Ven conmigo.
Se escabulle, rápida y ágil, coge mi mano y comienza a andar, y yo solo puedo mirar esa estela roja que me tiene hipnotizado, como un faro en plena noche. Sus caderas van a un lado y a otro mientras se mueve entre la gente, como si quisiera que su culo se incrustara en mí a través de mis ojos, y lo va consiguiendo. No hay nada más en el mundo que su bendito culo. Bueno, quizá sí, mi erección también está muy presente.
Dejamos atrás la zona de la gente y vamos hacia los baños. Todo un clásico. En cuanto no nos ve nadie lanzo un manotazo a su nalga derecha. Ya sabes, si has leído mi novela, lo que ocurre con este traje y las nalgadas con la mano abierta. Ella se gira con la mirada encendida, sonríe y con sus ojos prende un poco más de fuego dentro de mí. No nos cruzamos con nadie. En el aseo de señoras entramos en un cubículo y le doy otra nalgada, más fuerte. La cojo de la cintura, pego mi cuerpo a ella y dejo que sienta mi erección entre sus nalgas.
-          ¿Recuerdas lo que te explicaba antes? Era esto, así. – me muevo un poco, para que sepa lo duro que estoy, pero no parece que sea eso lo que necesita.
La empujo, ella se apoya con ambas manos en la pared del fondo y tiene las piernas separadas por la taza. Pellizco su vestido y un poco de sus muslos y comienzo a arremangárselo, sin contemplaciones, y ella ya sabe que está en buenas manos y se deja hacer. Lleva liguero, negro, y sus muslos aún son más apetitosos de lo que me imaginaba.
Me arrodillo detrás de ella cuando tengo su culo descubierto, con su vestido amontonado en la cintura, y con los dedos mantengo cogidas sus nalgas, por lo que lo único que tengo disponible es la lengua. Recorro con ella las benditas bragas negras, de encaje, y compruebo el sabor de mi relato, licuado gota a gota. Me aprendo la forma de su coño, palpitante, hinchado, y hago que se estremezca algunas veces, presionando en esos puntos en concreto en que estáis pensando, esos lugares que estáis visualizando al imaginaros que sois ella. Luego tiro de las bragas, con cuidado, deben de ser muy caras, las dejo a medio muslo y vuelvo a recorrer esos lugares, ahora directamente, con la lengua, y con los labios. Vuelvo a palmear su culo, y ella no emite más que algún ronquido de aprobación, pero sé que lo está disfrutando, porque su sabor me lo dice. Llevo uno de mis dedos a su coño, pero pronto puedo meterle dos, porque ya está muy mojada. Ha causado un gran efecto la lectura en ese cuerpo joven y sexy que se estremece con mis caricias. Parece que ha sido tan efectivo que debo comenzar a acelerar las cosas, que hemos llegado ya al lugar en el que hay que saltar al vacío, y con mi lengua en su clítoris, hago que mis dedos vibren dentro de ella. Paro a los pocos segundos, chupo sus labios vaginales, me los meto en la boca, los mamo, como un bebé amamantando, vuelvo a su clítoris, y vibro de nuevo. Y así una vez, y otra, y otra. No hay ninguna pista, ningún suspiro, ninguna contracción, pero es ella la que me aparta de su cuerpo, la que me pide que pare.
Está extasiada. Me besa. Es la primera vez que lo hace. Mi boca sabe a ella, y se relame. Luego comienza a agacharse, con el vestido aún arremangado en su cintura y sus bragas a medio muslo. En cuclillas, con sus rodillas a los lados de mis piernas, pasa sus manos por mis pantalones, y encuentra mi erección. No era difícil. Desabrocha mi cremallera y mete la mano. Apenas puedo esperar a que lo haga. Noto sus dedos cuando la tocan por primera vez, cuando avanzan por ella, cuando la agarran, cuando tiran de ella, y es una verdadera delicia. Aparece frente a sus ojos gorda, hinchada, roja, casi morada, con una enorme mancha de humedad en la punta. Ella coge una pequeña gota de ahí con la yema de un dedo y se la lleva a la boca. Vuelve a relamerse. Joder, esto es un suplicio. Luego se lleva mi jugo con la punta de la lengua. Lo reparte por mi glande a lengüetazos, y yo comienzo a ver estrellitas. Recorre toda mi polla solo con la punta de la lengua, como si quisiera torturarme, como si se estuviera vengando de algo. Quizá solo del placer que ya ha sentido ella.  Y entonces se la mete en la boca.
Ya os he contado en otros relatos que soy prácticamente incapaz de correrme solo con una felación. Con la cantidad de alcohol que llevo, es de suponer que tampoco será hoy el día. Pero estoy extremadamente caliente, y cualquier otra cosa sería un desastre. Así que, mientras ella lame, relame, chupetea, sorbe, besa y vuelta a empezar mi afortunado glande, yo comienzo a masturbarme, llevando mi mano por el tronco de mi polla arriba y abajo. Quizá funcione. Ella intuye que es mejor así, y colabora. Me acaricia el escroto con las uñas y me provoca una sensación que apenas llego a sentir pero que me hace retorcerme de gusto. A veces, entre besos y chupeteos, se va a lamérmelo, también, y se mete uno de mis testículos entero en la boca, mientras yo no paro de machacármela. Luego vuelve a lamer mi polla, por encima de mis dedos, que aún saben a sus jugos, o vuelve a meterse mi glande en la boca, o me mira a los ojos, con esa sonrisa que me ha cautivado. Hasta que siento cómo llega, cómo comienza a vibrar mi cuerpo, cómo se contraen mis músculos, y ella también lo ve, y en el preciso instante en que comienzan a salir chorretones de esperma de la punta de mi polla ella está lamiendo mi escroto, y me corro convulsionando y derramándome dentro de la taza del váter.
Nos volvemos a besar. Apenas sé nada de esa mujer, aparte de cuánto me atrae y cuánto deseaba que ocurriera algo como lo que ha ocurrido. Y aún me gustaría que ocurrieran más cosas, pero mi cuerpo necesita un respiro, y quizá ella también. Se coloca las bragas en su sitio mientras se ríe, con unos movimientos de cadera exagerados y divertidos, y se recoloca el vestido. A mí ya no me quedan gotas que escurrir, estoy vacío para un buen rato, y me visto también. Ha sido inesperado, una locura, genial. Y ninguno de los dos siente la necesidad de excusarse o disculparse. Ella sale la primera, y poco después oigo unos golpes en la puerta, a modo de señal. No hay nadie. Salgo. La encuentro frente a un espejo, retocando su vestido y su pintalabios, y disimula cuando paso por detrás de ella. Le dejo una palmada bastante sonora en su culo prieto y magnífico, y en el espejo veo una sonrisa, lasciva y salvaje.
Vuelvo a meterme entre la gente. Algunos de mis amigos me preguntan dónde estaba. No sé qué les contesto. Asumen que me ha sentado mal tanta bebida y que estaba intentando que me bajase. Me voy a la barra. El camarero ya me había reconocido como el tío del whisky con agua, pero le hago una seña para que no me lo ponga. Le pido un zumo. Casi se desploma de la incredulidad. Se lo repito, un zumo. Tarda en traérmelo. Me lo pone en un vaso con hielo. Cuando me aparto de la barra, Sara está a diez metros de mí. Hay como treinta personas entre los dos, pero yo no las veo, y ella parece que tampoco. Ve mi vaso, se ríe. Es tan guapa cuando se ríe. Se acerca mucho a mí antes de hablar.
-          ¿Un zumo, chicarrón? ¡Qué obvio! ¿Rehidratando?
-          Claro. La única putada es que en cuanto lo beba voy a perder el sabor que tengo en mi boca, y eso sí que quisiera guardarlo para siempre. Quizá pueda recuperarlo alguna vez. – digo esto relamiéndome, llevándome unas gotas imaginarias del borde de mis labios.
-          Quizá… ¿cuánto tiempo sueles tardar en estar listo de nuevo?
-          La verdad es que no lo sé.
-          ¿Es que nunca repites? Menudo chasco.
-          No, es que suelo pasar el tiempo que tardo en recuperarme haciendo las mil perrerías a la chica en cuestión.
-          ¿Perrerías?
-          Bueno, sí, ya sabes, cosas que no se pueden hacer aquí rodeados de extraños. Desde caricias mimosas cuando aún no hay prisa, cuando aún estás recuperando el aliento, hasta todo lo que se me vaya ocurriendo. Así, cuando llega el momento de que sea necesario, estás donde tienes que estar y como tienes que estar.
-          ¿Y cuánto rato ha pasado ahora?
-          Debe de haber pasado bastante, porque estoy volviendo a notarla dura. O igual es más por tu culpa, que me la pones así.
-          A mí no me eches la culpa. Ya tengo yo bastante con saber lo que tienes ahí escondido y necesitar tenerlo dentro. – el énfasis con que pronuncia “necesitar” me confirma que sí, que ya tengo la erección disponible.
-          Sé lo que quieres decir. Yo conozco el tacto de tu interior, la textura, las sensaciones que provoca, pero necesito sentirlo con mi polla, entrando dentro de ti. Y luego salir, y volver a entrar.
-          Eso sería genial. ¿A qué esperas? ¿Por qué no estás ahora mismo follándome?
-          No tengo ni idea.
No decimos nada más. Simplemente camina, delante de mí, y yo la sigo, por una ruta que ya conozco y que sé dónde acaba. La alcanzo mirándose en el mismo espejo de antes, y me acerco por detrás, paso mis manos por su cintura y la atraigo a mí para besarla. Subo hasta sus pechos, que aún no he tocado en toda la noche, y los encierro en mis garras como si fuera a exprimirlos. Ella para de besarme para mirar lo que le voy haciendo. Mi polla está otra vez entre sus nalgas, y, esta vez sí, recorro todo el canal que las separa, como si arara un campo turgente y delicioso. Vuelve a enredar su lengua con la mía y no tengo ningunas ganas de que la suelte.  Cada vez que incremento la presión en sus pechos tira un poco más de ella, y oigo su aliento perderse en mi boca. Estamos en el vestíbulo del aseo de un local con cien personas, en cualquier momento nos van a pillar, pero lo que estamos haciendo aún no es demasiado indecoroso, aún no transgrede ninguna línea. Así que bajo una de mis manos y le pellizco el vestido, sobre uno de sus muslos, y comienzo a tirar de él. Quiero meter mi mano por debajo de su ropa, subir por su muslo hasta tocar su coño, y ella deja que vaya saliendo un trozo cada vez más grande de su piel a la vista. Ella colabora con su culo, apretando contra mi polla para que sepa que le gusta lo que le estoy haciendo. Y todo está cada vez más acelerado, cada vez necesito más tener la suficiente intimidad, cada vez deseo más a esa mujer, y en un momento en que se oye un ruido por el pasillo hago como si me asustase y entramos corriendo en el baño de las señoras.
Un segundo después estoy sentado sobre la taza de un cubículo cualquiera, ella tiene la mitad inferior de su vestido alrededor de su cintura, y deja caer sus tirantes. Se sienta sobre mis muslos y vuelve a besarme mientras desabrocha por segunda vez mis pantalones, los del traje de las bodas, los que ya conocéis. Yo, mientras, para no quedar atrás, agacho cuanto puedo la parte superior de su vestido y acaricio sus pechos, ahora con ternura, por encima de su sujetador, busco el broche y los libero. Pierdo la noción del tiempo. Mejor dicho, es como si el tiempo se detuviera, y me abstraigo en la suavidad, la calidez, el sabor y la rugosidad de esos pezones con los que llevo fantaseando toda la noche. Los pellizco, los beso, los muerdo, los lamo, los acaricio. Les paso la parte rugosa de las yemas de mis dedos. Los mojo de saliva para luego soplar. Los chupo. Los absorbo. Y todo esto, mientras ella me baja la ropa hasta medio muslo, acaricia mi polla y no se atreve a tomar ninguna iniciativa más, porque está disfrutando de mi cara en sus pechos.
Al fin, tomo aire, respiro, y ella se yergue. Veo que se aparta sus braguitas hacia un lado, adelanta sus caderas y las coloca justo sobre mi polla. Tengo el glande más hinchado que antes, más gordo, y las venas del tronco se notan más, cosas de ser el segundo envite en menos de media hora. Y ella misma va bajando, clavándose, poco a poco. Al principio llego a dudar de que esté preparada, pero en cuanto tomamos contacto noto perfectamente lo mojada que está. Es genial sentir con la punta de tu polla cómo está de mojado un coño, es una sensación de que las cosas están como tienen que estar. Voy entrando, deslizando, y ella se va adaptando a las sensaciones. Va poco a poco, como si no estuviera segura de que no fuese a hacerle daño. Yo no tengo prisa. Al final entra toda, y sus caderas contactan con las mías. Vuelvo a morderle la boca, con mis manos en sus pechos, y hago en su lengua un movimiento circular con la mía idéntico al que estoy haciendo con mis pulgares en sus pezones. Se me acaba de ocurrir y parece que tiene éxito.
Siento cómo está cada vez más excitada. Las paredes de su vagina masajean mi miembro y las gotas de su jugo corren por mis testículos. Quiero que me folle, que me folle ya, que se corra. Quiero que disfrute, por todo lo que me ha hecho disfrutar y por todo lo que voy a hacerlo. Empieza a moverse. Llevo el traje de las bodas, amontonado en las rodillas. Y ella me está follando a horcajadas sobre mí. Me recuerda demasiado a mi novela. Pero esto es real. Este polvo sí es real. Se mueve con sabiduría. Siento cómo tira de mi polla con sus movimientos, cómo la empuja, cómo se restriega contra el tronco, cómo lo hace contra mi pubis. Sabe muy bien lo que hace. Y yo apenas tengo nada más que hacer que disfrutar con sus pechos.
Le suelto un manotazo en una de las nalgas. Suena como una explosión, allí dentro. Otra nalgada. Noto cómo se contraen los músculos de su coño. Me pide que le dé más. Está empezando a empujar de verdad con sus caderas. Pronto va a pasar lo que los dos queremos que pase. Quiero que se corra. Quiero sentir cómo se corre. Y se lo digo, susurrando. Ella me pide que se lo repita, y vuelvo a decírselo, esta vez un poco más fuerte. Le pellizco un pezón y una nalga a la vez, y cuando suelto le doy otra nalgada. La presión que ejerce sobre mi polla sería demasiado si hubiera sido el primer polvo, pero gracias a mi descarga anterior puedo aguantar bastante más. Así que lo que le digo es que abuse de mí, que se corra contra mi polla, que estoy aquí para que ella se masturbe contra mi cuerpo, que lo que quiero es notar con mi glande cómo el orgasmo sale de dentro de su coño. Y ella me cabalga todo lo fuerte que puede, sin decir nada, sin hacer ningún ruido aparte del que hace al chocar contra mí, y sigo abofeteando su culo y pellizcándole en unos cuantos sitios. La forma en que retuerce sus caderas contra mí, como si buscara algo que solo se puede encontrar con una polla como la mía ahí dentro, me ratifica que sabe muy bien lo que está haciendo, y disfruto del bello espectáculo de esa preciosa mujer lanzada a por el placer puro, cabalgándome, follándome, babeando mi entrepierna con sus jugos. Y me sorprende lo silenciosa que es, lo discreto de su forma de disfrutar, pero cuando menos me lo espero se desploma sobre mi pecho y reposa su cabeza en mi hombro. Mis testículos están casi flotando en un jugo caliente y pegajoso que emana de su coño, y a fe mía que por fin se ha corrido, aunque nadie podría saberlo siguiendo las pistas normales.
Me besa, con paz, su lengua acaricia la mía con ternura, y comienza a arrancar de nuevo sus movimientos. Me sorprende un poco, pero me dice al oído:
-          Esto es para ti. Ahora voy a masturbarte yo con mi coño a ti, igual que tú pusiste tu polla a mi disposición. Disfruta, estos movimientos están diseñados para tu orgasmo.
La presión que ejercen sus paredes sobre mi miembro comienza a oscilar, como si la estuviera masajeando. Es una verdadera delicia. Quizá está accionando conscientemente los músculos de esa zona. Pero no quiero entretenerme en analizar lo que hace. Solo quiero disfrutarlo. Ella sube y baja, conmigo entrando y saliendo de ella, y tira de mi polla masturbándola de una forma espectacular. La sorpresa me lleva rápidamente a través de las fases previas, y, con unos golpes de cadera que seguro que tiene estudiados, no lo pienso más y acabo derramándome dentro de ella, unas pocas gotas calientes que había sido capaz de crear en tan poco tiempo. Creo que yo sí he sido algo más ruidoso que ella.
Nos quedamos abrazados, recuperando la respiración.
-          Sigo sin creerme que este blog sea el tuyo, que tú seas escritor. Solo me lo creeré si leo el relato de esto que ha pasado.
-          Cuenta con ello. Valdrá la pena escribirlo.
-          ¿Qué nombre me vas a poner en el relato?
-          ¿Te gusta Sara?
-          A mí Sara me gusta. ¿Y a ti?
-          Cuando dices Sara suena a “Bésame”
-          Pues ya sabes lo que tienes que hacer.
Nos besamos, un buen rato. Fuera se sigue oyendo la discomóvil y la gente borracha. Nosotros no tenemos prisa. Cuando salimos del baño de señoras ya se está despidiendo la gente, y nos dirigimos a la zona de aparcamiento. No nos volvemos a cruzar. Solo me queda de ella el buen recuerdo de una boda magnífica, y el encargo de escribir este relato. Como siempre, gracias a todos por leerme, y en especial a Sara.